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domingo, 28 de agosto de 2011

MATT DAMON NARRA LA CRISIS DEL 2008




Por: Jorge Luna Ortuño

En su última película, Los agentes del destino (2011), el multifacético Matt Damon protagoniza una historia de amor que se desarrolla en un contexto de amenaza contra el libre albedrío. La idea es que su personaje, David Norris, un joven candidato a Senador de los EEUU, no puede seguir viendo a Elise, una mujer sensual que conoció fortuitamente y que lo ha cautivado. Los “villanos” son unos agentes que trabajan a nivel mundial controlando que nadie se salga del Plan trazado por una inteligencia superior. Cuando es necesario hacer un ajuste en la forma de pensar de un individuo, lo congelan y manipulan su cerebro para cambiar su razonamiento; después el afectado no recuerda lo ocurrido y “coopera voluntariamente”. A Norris lo amenazan con resetear su cerebro, es decir, con borrarle la memoria, sus recuerdos y su personalidad si es que los delata y desobedece sus órdenes. No se conoce cuál es la naturaleza de estos agentes; podrían ser lo mismo extraterrestres, ángeles, o matones contratados por políticos. Al principio parecen responder a intereses económicos de algún poderoso conglomerado, puesto que su primera intervención consiste en lograr que Charlie, socio de Norris, apruebe una inversión riesgosa de su Compañía. Se infiere que es de importancia estratégica para cierto grupo de poder que David Norris gane las elecciones, como Senador primero, y luego como Presidente de EEUU. La película es algo inconsistente, recordamos a una de sus predecesoras que lleva la idea más lejos.

En El Embajador del miedo (2004), se ha practicado un lavado de cerebro a todo un pelotón del Ejército de EEUU durante la Guerra del Golfo en Irak. Tres días en que la patrulla estuvo perdida fueron suficientes para que un científico mercenario experimentara los alcances de sus avances en biogenética para implantarles memoria y borrar sus recuerdos de lo acontecido. El proyecto está financiado por la Compañía Manchurian Global, que gana enormes cantidades de dinero gracias a los servicios médicos que ofrece en la supuesta guerra. Uno de los soldados manipulados, Raymond Prentiss Shaw, es ahora Senador de los EEUU y es su carta ganadora: les sirve como una especie de rata teledirigida, y están usando su poder para que llegue a la Vicepresidencia. La idea es que teniéndolo dentro del Congreso se facilitará la firma de una serie de contratos multimillonarios a favor de Manchurian Global.

Siguiendo con la idea, en el interesante documental Inside Job 2010, (La verdad de la crisis), ganador del Oscar éste año en su género, y narrado por el mismo Matt Damon, encontramos un análisis que explica cuáles fueron los detonadores –y quiénes los responsables directos– que provocaron la crisis económica mundial del 2008, y que “le costó a 10 millones de personas sus ahorros, sus empleos y sus hogares”. Dirigido por el matemático Charles H. Ferguson, el documental es didáctico e incisivo, pone en escena al grupo de hombres que arruinaron a sabiendas las empresas que dirigían para poder engrosar su cuenta. Revela el papel de las hipotecas subprime, y responsabiliza al neoliberalismo y al afán desmedido de los gobiernos estadounidenses de las últimas décadas –asesorados por gente despreciable como Alan Greenspan y el director de la Universidad Columbia– por desregular el sistema financiero y mantenerlo a salvo de una mínima intervención estatal. Señala a los políticos partidarios de esta desregulación y a los economistas que justificaron, como especialistas legitimadores, todas las medidas implantadas. El documental deja una sensación inquietante, y es la inversa de la que provoca Los agentes del destino, que retoma una idea escalofriante, pero termina en comedia romántica y el horror queda diluido. En cambio en Inside Job, esperábamos ver un documental ilustrativo, pero no es sólo eso, pues terminamos viendo una espeluznante película de terror que supera a las hollywoodenses.

En Bolivia estamos jugando con cachinas, todavía no hemos terminado de comprender las resonancias de ésta crisis, y ya pagamos las consecuencias. Nos damos cuenta también de que no es necesario retomar la idea de los lavados de cerebro –propias de los films de la Guerra Fría– para explicar cómo un grupo selecto puede embolsillarse billones de dólares al año, y cómo al mismo tiempo millones de personas pueden actuar “libremente” y hacer exactamente lo que ellos esperan que hagan para suicidarse financieramente. No obstante, en tiempos de capitalismo neoliberal, el lavado de cerebro se efectúa también a otros niveles, sin tecnología de por medio. La idea de El embajador del miedo no queda muy lejos, simplemente ya no se trata de la Compañía Manchurian, sino de Wall Street que, según el documental, maneja los hilos del gobierno de los EEUU. Ferguson critica las débiles reformas que la gestión de Obama ha introducido: no se implementaron leyes de regulación financiera, y no se dictó una sola sentencia en contra de los acusados, sino que más bien gran parte de ellos, anteriormente asesores económicos de George Bush, fueron confirmados en sus puestos por el mismo Obama.

Un grupo de gente poderosa y sin escrúpulos está manejando desde altas esferas los mercados financieros, afectando nuestras vidas en formas que ni sospechamos. Una pregunta que nos viene es: ¿cambiarán en algo las conductas de los organismos cuando lleguen a darse cuenta de que están siendo teledirigidos? Ferguson recibió su Oscar diciendo: "discúlpenme, pero debo arrancar señalando que tres años después de que estallara nuestra horrible crisis causada por el fraude financiero masivo, ni un solo ejecutivo ha sido encarcelado, y eso está mal". La otra pregunta es: ¿será suficiente conocer la verdad oculta para romper con la consciencia cínica e ilustrada que impera en nuestro tiempo? O será la pregunta, ¿qué haremos nosotros al respecto?

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