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sábado, 9 de noviembre de 2013

PELEA BOX PARTIDO TENIS


No se puede alardear de saber mucho de box sin haber entrado nunca a un ring. Y sin embargo existe también una comprensión no-boxística del box que en ocasiones nos ilumina y resulta de lo más atractiva. Los grandes fanáticos del box pueden dar cuenta de ello, muchos de ellos grandes coleccionistas de gloriosas peleas en vhs. También están los que lo disfrutan desde otra vereda, quizá porque su mirada viene calibrada por intereses de otra índole, como por ejemplo la mirada atenta de aquel que observa el box para convertirlo en una analogía con la literatura. Charles Bukowski tenía algo de esto, aunque era algo muy visceral, nada de pose, se tomaba la vida como una pelea, y sus sentadas frente a la máquina de escribir como lo propio. 
De una pelea de boxeo, de esas grandes peleas clásicas grabadas en nuestras retinas, se puede aprender un montón de cosas incluso cuando el que observa ni siquiera se haya calzado unos guantes en su vida. En mi caso practicaba Jeet Kune Do, creía hacerlo, pero mi habilidad con los puños no terminaba de ser buena; fue de la mano de los grandes que comencé a mejorar, casi por ósmosis, viendo a De la Hoya, Roy Jones Jr, Mike Tyson, las titánicas y furiosas peleas de Marco Antonio Barrera con Erick Morales, pero siempre hubo un antes. Mi gusto por el boxeo se hizo mucho más devorador cuando me introduje en las peleas de Muhammad Alí, esas de sus dos títulos de 1964 y la siguiente diez años después contra Foreman. También me maravilló el estilo sistemático de Sugar Ray Leonard, verdadero estilista, siempre cabía pedirle un k.o al final de la pelea que se había extendido, incluso después de habernos regalado ya una serie de artilugios y proezas técnicas en el ataque y en la esquiva, sin medir fuerzas se lanzaba por la terminación contundente del pleito cuando veía la oportunidad. Así lo dejó desinflado a Tomas Hearns contra las cuerdas, que en el round 14, rendido, se veía como una cobra exhausta despojada de su veneno. En su primer encuentro, Hearns le había estampado el puño izquierdo buena parte de la noche a un felino como Leonard que extrañamente no alcanzaba a medir el ritmo de ese jab engañoso y punzante. Sólo no pudo lograr esa terminación dramática con Marvin Hagler y con Durán, entre sus peleas de campeonato sonadasm si mal no recuerdo. A Hagler era muy difícil tumbarlo, más porque Leonard volvía después de un retiro de años a otro peso, a enfrentar a un león que hacía desaparecer a sus rivales. A Hagler no pudo finiquitarlo como se despela una plátano de poquito a poquito, pues Hagler era una máquina tan temible como lo había sido Sonny Liston en su categoría en otro tiempo, pero con mayor técnica. Sin embargo Leonard se alzó con el título, aquella victoria fue ante todo estratégica, mucho juego de pies, robando puntos aquí y allá, deslumbrando con ráfagas de velocidad, y sobre todo preocupado ante todo de no perder, y sólo después en la posibilidad de ganar. Antes que acertar mucho con su golpe, Leonard se enfocó en hacer fallar mucho a Hagler, lo hizo ver como un torpe camión en persecución de una liebre. Esta sola es una lección para cualquiera que desea extraer enseñanzas para la mochila que lleva en su camino. 

Otra cosa es observar y desmenuzar una rola de jiu jitsu. La fluidez y la capacidad de adaptación son de otro nivel. Acabo de encontrarme en youtube una antigua pelea en un torneo entre Rigan Machado y Rickson Gracie, dos luminarias de la disciplina. Ambos agresivos, ambos afectos a controlar más o menos los mismos ítems, ambos jóvenes y fuertes. Pero Rickson siempre un paso más adelante en su mente, que parece ni siquiera actuar precediendo a su cuerpo, su cuerpo se mueve y piensa solo. Sorprende cómo Rickson combina en menos de lo que canta un gallo no solo una raspada, también un pase de guardia y una mejora en su posición arriba, y puesto ahí ya tiene tres movidas más disponibles en su cabeza. Pero esto lo hace sin pensar mucho, apenas se ve en una posición de desventaja, si no se mueven las cosas por un ángulo, inmediatamente gira todo por la puerta de atrás. Así se ve a Rigan y Rickson dando vueltas uno sobre el otro, sin que se establezca recién hasta el final quién es el que domina la posición de arriba. Norte-sur, montada 100 kilos, norte-sur... Al final no se observa cómo somete Rickson a Rigan, es claro que se trató de una estrangulación, pero no se alcanza a ver cuál. Lo interesante es apreciar el encadenamiento de esos movimientos tan rápidos, con tal muestra de dominio del arte, son dos leones puestos juntos y no sabes que van a provocar, chispas entre espadas, un tercero surge entre los dos, que llamamos jiu jitsu, y una sensibilidad corporal extraordinaria que pone los pelos de punta. 



Hace unos minutos acaban de jugar Federer y Del Potro en el abierto Masters en Londres. Ver un partido de tenis es otro placer a parte, sobre todo entre los grandes de este tiempo, Federer, Nadal, Djokovic, Murray un poco, algo de Ferrer, Songa a veces, el gran Del Potro, y otro más por ahí. El caso es que Federer remontó un partido que parecía se le iba por la cornisa  Me gusta cómo en el tenis se prepara la jugada final un golpe a la vez. Primero una bola esquinada con el revés luego a mismo lado con el slice, y luego lo mismo, hasta que el oponente se ha recorrido y jugado su cuerpo hacia un lado; luego los hábiles jugadores emplean con acierto la bola rápida al otro lado, o mejor aún, el engaño, la bola a contra-pie  cuando el que está al otro lado creyó adivinar la jugada y es encontrado a medio camino. En el tenis no existe la posibilidad de jugar como lo hace España en el fútbol, porque no existe posesión de bola, la única manera de aligerar el ritmo es con esas bolas profundas y cortadas con efecto que Roger tira tan bien con su revés. La bola viaja más lenta, rebota menos en el césped y en el cemento, obliga al adversario a agacharse un poco más para recogerla y hacerla pasar por encima de la red. Si la jugada era rápida, con ese efecto se desacelera, el que la aplica gana un tiempo, es una buena manera de contener un ataque del oponente o defenderse estando jugado a un lado. En el partido de hoy, la magia de Federer en los puntos finales estuvo en la manera en que acostumbró a Del Potro, el cómo le jugó mucho esa bola de revés, y en puntos cruciales le cambió la velocidad y el tipo de pegada, le tiró la pelota plana al mismo punto, lo que hacía que Del Potro tuviera que cambiar su hábito de respuesta en el instante, era algo que no esperaba. El tenis es una especie de juego de parabrisas, mientras más tiras al oponente a un costado más arriesgas tú también uno de tus costados para ser contraatacado. La clave también está en mantener el justo medio, ser agresivo un poco como lo es Nadal, pero aprender también lo que él sabe intercalar mejor ahora, y es resistir el temporal, jugar a defender, no buscar la bola perfecta ni el tiro angulado, sino evitar la equivocación, evitar perder el punto y si se pierde ese punto, que sea porque el rival lo gane con un gran acierto, pero no perderlo por errores innecesarios en bolas fáciles o por ansiedad. El cuerpo no puede jugar con fuego todo el partido, por eso los campeones regulan su intensidad. Existen momentos en que el marcador les es adverso, no parece haber vuelta al juego sin recovecos que presenta el rival, ahí solamente les queda perseverar, esperar, jugar con entereza porque así lo demanda la contraseña personal, a la espera de que la luz retorne como siempre el día le sigue a la noche. Y eso pasa, y de repente se observan los ojos dilatados del rival nervioso, no pudiendo acertar nada cuando media hora antes le salían finos hasta los pedos. Es la variabilidad constante de la vida que se observa desnuda en una cancha de tenis mucho más de cerca que en otros deportes. 
Por ahora Djokovik y Nadal lideran los podios, pero Federer resiste, los fans lo seguimos todavía con atención, ¿habrá todavía un soplo más para ganar un Wimbledon u otro Grand Slam? Lo sabremos el año que viene, por ahora está en semifinales y eso nos entusiasma. 

ELOGIO AL TALANTE DE UN BURLÓN



El argentino Ricardo Darín es uno de esos seres extraordinarios que reposa ya ahora mismo en la memoria de muchos en calidad de bicho extraordinario. Si ves en la red algún link que lo relacione, si un seguidor comparte un tweet, si aparece en la página de inicio del facebook con una nota relacionada a Darín, sácate el tiempo de tus reservorios y échale una mirada, pues ya verás, será un tiempo que habrás ganado en tu vida. 

En las entrevistas que encontré en youtube se pueden apreciar algunas de las dotes que dirigen el eje de rotación de Darín, aquel secreto eje que sostiene la marcha de su crecimiento como actor, pero también como vidente, como caminante de poco equipaje, que es el de cualquier otro gran escritor, pintor o artista. Darín tiene ojos para ver y oídos para escuchar, no son los de cualquier ser silvestre, algo ha guardado en su saco a lo largo de su marcha y lo deja ver cuando abre el pico sin ostentar ningún tipo de arrogancia por ello. Podrá sonar petulante de inicio para los que no se toman el tiempo de apreciar los pasos de su rumbeo, pero en realidad es un ser muy confiado en sus propias certezas, esas que se aprenden cuando el agua quema y es uno solito el que se arma sus canoas en la intemperie de los días que parecen no tener brillo. Darín es un hombre chocho, de los más afortunados que se puedan encontrar; lo dice él, no nosotros, y lo dice en la primera entrevista que compartimos acá. Sus apreciaciones vienen con la suficiencia y la claridad que sólo alcanzan a tener los que se han curtido por la vida a punta de porrazos y enseñanzas generosas de las manos amigas. No se les puede dorar la píldora ni se intente si quiera ofrecerles pato por liebre, pues de tontos no tienen ni un pelo, sacan pecho y son guapos cuando la situación lo demanda, no importa que sea en un set de televisión o en la intimidad de una habitación donde sólo tienen por testigo el follaje verde de un árbol que los mira por la ventana. Por guapeza sobre todo queremos decir integridad, integridad que no se calla pues se han hecho inmunes a las inseguridades de los que se afanan por quedar bien en todos lados. Disfruten amigos de unas líneas y de unas palabras con pegada. 




En este video Darín cuenta por qué rechazo un papel en una película de Hollywood, precisando sobre lo que considera prioridades en su vida ante la mirada incrédula de su entrevistador. El silencio que inmediatamente se instala después de sus palabras es una señal de que ha dado con una tecla invisible, que nos toca a todos tanto como parece descolocar por segundos prolongados al entrevistador. Alguien ha dicho que las palabras provienen del silencio, y a él retornan cuando son bien empleadas.


¨Mostrame quién compra un auto de contrabando pagando por cuotas, le increpa Darín a este presentador argentino, al parecer bien conocido en el paisaje gaucho. Imprudente y hasta desatinado creyéndose ser corajudo, el presentador le suelta de una la idea de que Darín habría sido contrabandista. Vean cómo se defiende Darín sin ceñir el rostro ni que se le mueva un pelo en su talante¨. 



Invitado a un programa que se jacta por su ligereza e informalidad, Darín se permite también sus licencias, sobre todo aliadas con el humor y la mirada práctica. Le dice al gordito que él todavía no largó el huevo que dice haberse comido, y allí nomás lo dejó sin chiste al que se hacía al vivo. ¿Y ese otro tipo que dice que hay que ganar en todo lo que se hace en la vida? Quiénes serán los que viran su lógica por el triunfalismo en una especie de fanatismo. Alguién más lo pone en eje, felizmente. 



Preguntas medio pelotudas en un programa diseñado para satisfacer otro tipo de entretenimiento. Sin embargo Darín no deja de ofrecer un par de toques por aquí y por allá, con sentido del humor y pulso firme a la hora de improvisar una salida ingeniosa. Desentona de la manera más armoniosa en un programa que no está muy a la altura de su valor y de lo que podría haberse conversado.


Darín: ¨Estábamos convencidos de que eramos los Beatles. Y entonces vivís y encarás las cosas desde un ángulo medio patético pero también medio gracioso o divertido, por decirlo de alguna forma¨.


Darín fue entrevistado en Pura química, un programa de ESPN de mucha onda, donde cuenta con humor una anécdota sobre la piratería. Le dicen que en Bolivia se vende en Dvd ¨El secreto de sus ojos 2¨. Él se ríe y cuenta que no es sólo en Bolivia, en realidad los piratas le ponen ese título a su siguiente película, que es ¨Carancho¨, una película menos atrayente en los papeles, pero vista con paciencia es muy buena, y guarda una escena explosiva en el desenlace, digna de una película de acción de John Woo. 

El caso es que nos da cierta pena reconocernos como consumidores de videos piratas en Bolivia. A contramano habrá que decir que si no fueran por estos videos en dvd no hubiéramos podido conocer ni un quinto de su producción. Por El secreto de sus ojos tomé atención en su trabajo; después lo vi en otra más también dirigido por el asombroso Jorge Campanella, y en varias de ellas combinaba aquella lucha del hombre que se debate entre una especie de idealismo y la tentación de los atajos desleales que en realidad nos hacen transitar los caminos más esforzados y largos. En compensación diré que mi compromiso personal es devolver algo a mi colectividad a partir de las películas que he podido ver de Darín. Nosotros entre tantos, vamos apilando filas de dvd´s en la víspera de los fines de semana, y hace mucho tiempo ya me inquietó la espina de la pregunta:¿y qué haces después con tanta película? No creo en el carácter desechable de muchas de ellas. Tampoco creo que las películas tienen simplemente un fin de distracción vacía, por ello se elegirlas y con cuáles deseo establecer filiaciones. Con ellas construyo poco a poco mi fuerte, una parte de los elementos con los que construyo mi propia línea de fuga cuando es necesario. 



viernes, 8 de noviembre de 2013

SOBRE MI LIBRO, EL QUE YA NO ME PERTENECE


Parte I

Escribir un libro, cuando se hace con honestidad, es un motivo de gozo para cualquier ser humano. Cuando se logra finalmente terminar el manuscrito las manos tiemblan, y los ojos sangrantes descansan en dulce retirada hacia adentro. Difícil es hablar del libro propio sin cometer indiscreciones ni hacerse el peine. Otros plantan árboles y otros cosechan la tierra de donde salen nuestros alimentos y casi todos ellos lo hacen sin abrir el pico ni esperar mayor alabanza. Otras mujeres tienen hijos hasta decir basta y se confortan en la maravilla de saberse madres sin esperar una felicitación. No hay vuelta que darle, hablar de tu libro es como querer hablar de tu propio hijo, mil emociones se reúnen en los bordes de las pupilas y no es el llanto sino un canto de alegría lo que puebla el pecho enorgullecido. Lo cierto es que el ser humano es un creador desde la coronilla hasta la punta de sus dedos,  principalmente es un creador de sus propias dificultades, pues sabe hacerlo todo –incluso sin darse cuenta– para ponerle barreras a sus propios anhelos. Por eso es bueno que de vez en cuando alguno pueda salir del pozo de su propia altura y se lance en la creación de un libro que llegará con el aliento del asombro y las huellas de su propio camino.

Ahora ¿para qué se escribe un libro? Para compartir oxígeno, como se hace con cualquier planta en el jardín. Es simplemente otra manera de compartir. Una forma de donación en la que nuestros seres queridos siempre encontrarán algunos guiños y referencias amistosas. Cuanto más avanza uno en su elaboración más se va dando cuenta de que el libro está fuera de sus manos, y supera el alcance de su voluntad. Se duerme en la noche pensando en él y al día siguiente se comienza de nuevo esa tensión por darle forma al libro inacabado que nos habita. No hay otra razón para escribir que no sea compartir. No se escribe para influir en las personas, simplemente se deja ahí unas semillas que tal vez otros tomarán para cosechar nuevos mundos por su cuenta.

Jesús Urzagasti me dijo una vez que la escritura es un ejercicio de devolución. Ni más ni menos. Cómo podríamos nosotros esperar algo por el libro si en primer lugar nadie nos ha pedido que lo escribamos. Sin embargo todavía estamos aquí vivitos y coleando y por algo tiene que ser. Después de tanto oxígeno consumido en este universo, después de tantas mañanas frescas y de tantos atardeceres iluminados sin que la vida nos haya pedido ni siquiera el cambio, ¿cómo no devolverle el testimonio de las bellas imágenes que recolectamos en ese tiempo de existencia?  Se escribe, se enlaza, se ensamblan líneas memorizadas con otras de remotas procedencias para darle forma a nuestro propio canto a la generosidad de los demás. Pues para que uno pueda escribir otros tienen que hacer contrapeso en el otro lado de la baranda, mientras unos caminan por la cuerda otros tienen que quedarse sentados. Incluso el ser más impensado merece nuestro agradecimiento por haber contribuido en el tiempo de escritura de un libro.

No sorprenderá entonces que se considere ajena cualquier tipo de soberbia en los espacios donde ha tenido lugar una creación, pues el escritor es simplemente aquel que tiene la dicha de poner palabras juntas en un momento determinado en el que otros estaban ocupados cumpliendo los menesteres que él también necesita para sobrevivir. Henry Miller lo expresa de bella manera en el prefacio a su obra Los libros de mi vida:

¨Enriquezcamos o empobrezcamos, quienes escribimos, los escritores, los hombres de letras, somos sostenidos, protegidos, mantenidos, enriquecidos y dotados por una vasta horda de individuos desconocidos, los hombres y mujeres que oran, por así decirlo, para que revelemos la verdad que hay en nosotros. […] Si escribir libros es restituir lo que nos hemos llevado del granero de la vida, de los hermanos y hermanas desconocidos, entonces digo –¡que haya más libros!–¨

Parte II

Durante varios meses estuve entusiasmado barajeando una idea, la idea de que la lectura es ante todo un acto creativo, aunque no lo parezca. Me hice tributario de una línea de pensamiento que considera la lectura como un ejercicio de apropiación antes que de interpretación. Pero me olvidaba que para poder percibirlo antes tuve que escribir. No es cualquier lector el que puede acceder a esa libertad creativa. En última instancia, los mejores lectores son aquellos que escriben. Es la escritura la que separa a los comentaristas de los creadores. Escribir es testimoniar de modo cristalino nuestras formas de leer, y leer es una forma de atar los cabos invisibles que se mueven en nuestra escritura.

Por otro lado, la escritura del primer libro es un acto de graduación interna en el ser humano, al menos lo sentí así en mi caso. Es un peso menos. Se exhala una paz renovada pero también se afrontan otro tipo de agitaciones momentáneas. Escribir es nuestra decisión de ser algo más que solamente lectores, a sabiendas de que tanto el lector como el que escribe calman la sed visitando la misma fuente. Sin importar su procedencia, los mejores lectores, los más creativos, los más fecundos, son aquellos que han pasado por la sala de partos de la escritura.

En mi caso tuve las fuerzas suficientes para dar vida a un libro que bauticé Pensamiento inalámbrico (Plural, 2012). Se trata de un libro muy querido para mí porque lo escribí en un tramo en el que la única certeza que tenía eran las garantías del precipicio. La vida se había pasado por mi lado y yo no parecía haber hecho nada completo, ni siquiera o al menos un libro. Caminaba noche tras noche esquivando la cueva del lobo, ensimismado en conversaciones con el libro que se hilaba de a poco, hechizado, por así decirlo, en una frecuencia desde la cual recibía una serie de señales generosas, y las líneas se iban poniendo juntas para guiar el curso de las siguientes páginas.

Tenía varias deudas acumuladas con seres de carne y hueso, y también con otros personajes ficticios de presencias igualmente certeras, eran mayormente deudas que requerían un acto semejante de gratitud. Luego de acabado el libro sentí que se habían saldado cuentas. El escritor requiere de mucha salud y carácter para confiar en su propia capacidad, pues debe convivir algunos días en la ruta con el temor de que se acabe la época afortunada en que las palabras llegan con fluidez y esto sea antes de que pueda terminar el libro; cada día nuevo que nos saluda es una presión para cumplir con el compromiso que se ha pactado silenciosamente con los otros que revolotean dentro y fuera de nosotros.

Al final lo que los lectores tienen en la mano es un libro, unas páginas impresas con ideas y aspiraciones, que el escritor no ha escrito solo sino en compañía de su colectividad, de su tribu. Pero no son sólo palabras, más que nada se encuentran reposando en esas páginas una manera de no botar la toalla y resistir al temporal, una manera de revertir una situación adversa hasta los huevos, una manera de cantar, una manera de resignar salidas y gastos insulsos, una manera de respirar y de hacer estiramientos en el frío de las 5 de la mañana, también una manera de mirar tus cosas embaladas alrededor con el destino incierto, y es sobre todo una manera de confiar y de reír a vivo pulmón a pesar de todo ello. La página es testigo de los días que se pasaron con las manos vacías y de otros en que la cosa fluyó a borbotones, saltando en un santiamén de los dedos a la memoria del ordenador.

Qué más puede decirse. Nada. Pensamiento inalámbrico se llama mi libro. Quiero creer que los buenos libros se han de haber escrito desde abismos similares e incluso peores. Lo que se planteaba a un principio resulta desbordado por el ímpetu del impulso vital de cada uno. No interesa tanto saber cuáles libros son buenos y cuáles malos, sino principalmente cuáles están vivos. Siento que el mío está vivo y nació para meter bulla, pero necesita del lector para volver sobre sus pasos y dar cuenta de su largo aliento.  


jueves, 7 de noviembre de 2013

PARA HOJEAR DOS FERIAS DEL LIBRO EN BOLIVIA (I)




Cread y compartid! Y si bien a primera vista la lectura podrá no parecer un acto de creación, en un sentido profundo lo es. Sin el lector entusiasta, que en realidad es el equivalente del autor y muchas veces su más secreto rival, el libro moriría. El hombre que propaga la buena palabra, no solamente aumenta la vida del libro en cuestión, sino también el acto de creación mismo. Insufla espíritu a los demás lectores. Sostiene el espíritu creador en todas partes: lo sepa o no lo sepa, lo que está haciendo es cantar loas a la artesanía del Cosmos. Porque el buen lector, así como el buen autor, sabe que todo surge de la misma fuente. 
Henry Miller


Las enseñanzas que verdaderamente marcan en la vida son las que se aprenden por vía de los porrazos. Y no nos referimos a los coscorrones que nos propinan las personas adultas en la edad de la niñez o la adolescencia, más bien hablamos de esos golpes secos que ofrece la vida cuando se equivoca el camino, latigazos sordos, pruebas que calibran nuestro vínculo con la tierra. Son momentos de extraña y rutilante luminosidad que dejan quieto y con cara de cojudo hasta al más vivo.

En épocas de Feria del Libro se tiende a glorificar demasiado al libro, también a la lectura. Pero no es ni el libro ni tampoco cuánto se ha leído lo que vale al final del camino, sino cuánto se ha aprendido en el tránsito. El afecto por el libro marca nuestro inocente apego por las palabras, pero a no olvidar que el libro es solamente uno de tantos vehículos que porta la vida. Es un engranaje dentro de una serie de enseñanzas puestas en la ruta para quien sabe andar su camino. No hay necesidad alguna de reverenciar a los libros por ellos mismos (menos a los autores), pues son parte integrante de lo real tanto como lo son los árboles, las nubes, el estiércol y el dióxido de carbono. 

Oficiales mayores de cultura, ministros, editores, gerentes de cámara, pueden montarse sobre el prestigio del antiguo hechizo de la lectura para organizar sus Ferias, y utilizarlo como un eslogan, pero los hechos revelan año tras año su único interés, y es que presentan al libro como mera mercancía, producto encapsulado en sí mismo. 

En Buenos Aires se produce un interesante fenómeno: la ciudad es ya la feria del libro los 365 días del año. Sus espacios de descanso en todas partes, la manera que tiene el porteño de ocupar metros, cafés y plazas siempre con un libro a la mano, además de la impresionante oferta disponible en sus librerías, por ejemplo en la Av. Santa Fé, donde se concentran las más notorias, da cuenta de una ciudad lectora por excelencia. Conversando con libreros, editores, gente en las plazas, lectores en los metros, pude entender que la Feria del Libro de esa rutilante ciudad se organiza principalmente para la gente que no vive en Buenos Aires, sus mismos habitantes lo dicen: ¨todo lo que está en la Feria ya está en las librerías antes, ¿para qué voy a venir hasta Palermo al campo ferial si puedo pillar el mismo libro novedad al mismo precio en el centro?¨ No sea esta comparación motivo para sentir inferioridad alguna. Hay que decir a contramano que nuestras Ferias todavía gozan de cierta tranquilidad, están lejos de ser la arena política que se arma en Buenos Aires con motivo de cada Feria. 

Es importante leer las situaciones desde varios ángulos. Conozco del arduo trabajo que se realiza en varias casas editoriales, obligadas a luchar a contracorriente en un país que lee poco. Así luchan todos, desde los que le sacan el jugo a la imprenta hasta el editor que dirige los hilos de la empresa, sin olvidar a los operarios que compaginan los libros y diagramadores. Es un trabajo que alguien tiene que hacer. No es fácil trabajar en el rubro editorial en nuestro país, pues encima de que poco se lee, lo que se lee más son libros piratas de sospechosa procedencia. Sólo aquellas casas editoras que tienen como mercado al público cautivo de los niños en edad escolar pueden respirar algo más aliviados. Y así, cada mes que se avecina una Feria representa una especie de examen para las editoriales. ¿Qué es lo que vamos a poner en el mercado?¿Qué hemos hecho este año? He conocido gente estupenda en editoras de La Paz y Santa Cruz, es una razón más por la que desearía que esta visión crítica encuentre asideros en vista de una mejora. Porque lo que necesitamos no es ir en contra entre nosotros, sino empujar para crecer entre todos.

Pero eso sí, evitemos la condescendencia, más aún entre bolivianos. Una cosa es estar en silencio y otra muy distinta es quedarse mudo. En nuestro país existe demasiada gente callada, se quedaron mudos por el susto o la indiferencia, dudo que hayan llegado así de fábrica. Escribir es a veces un intento ingenuo por equilibrar las fuerzas entre los que hablan, los que han sido callados y los que no tienen posibilidades de expresarse.  

Volvamos a la cuestión de las Ferias del Libro en Bolivia. Las dos más grandes son las de La Paz y Santa Cruz. La que tiene mejor calidad en sus títulos y el contenido de sus talleres es la paceña, mientras que la que goza de mejor infraestructura y mayor dinamismo es la cruceña. A diferencia de las que se realizan en Buenos Aires, Madrid o Guadalajara, las Ferias nuestras se organizan para los habitantes de la misma ciudad. Es decir, se piensa en chico. Porque para saber mostrarse hacia afuera hay que saber apostar primero por lo propio. Decía Justo Pastor Mellado, curador de la Bienal Siart en La Paz (2011), que ¨es necesario construir una ficción interna para tener una política externa¨. Pero acá no se tiene, no existe un concepto ni un eje temático por Feria, sólo la novedad de otro país invitado cada año. Quizá es el mismo formato de Feria el que se lo impide. Nosotros decimos que su formato debería acercarse más al formato de una Bienal de Arte (no al Siart), mientras la Cámara del Libro la enfoca con un espíritu más cercano al de Plaza de comidas, donde hay de todo para todos, donde la calidad no es prioridad pero sí el aglutinamiento y el consumo masivo. ¿Por qué faltan los espacios de descanso gratuito para que los lectores hojeen en los misterios de su próximo libro?

Puesto en limpio, las Ferias del Libro se plantean según un formato insuficiente, no se ocupan de las deficiencias que vive la ciudad en cuanto a su industria editorial, la escasa promoción de la escritura, ni la incomunicación que existe entre editoras y bibliotecas, periodistas y libreros o escritores nóveles aislados por los que nadie ofrece un céntimo. Se rellenan los  programas de las Ferias con lo que se puede, no con lo que se necesita según el concepto de tal o cual versión de Feria. Y así no se alcanza a alterar el estado de cosas existente. Cada Feria que llega al siguiente año se encuentra con la misma realidad adversa. Por ello la Feria es como una distracción, un cuerpo extraño, un injerto en medio de la marea de acontecimientos que tenemos mes a mes en el país. Una vez terminadas se olvidan sin mayor pena ni gloria, los mismos hábitos de lectura se mantienen en la ciudad, la primacía por la lectura barata continúa su curso. 

Para disimular este hecho evidente, los directores de Cámara del Libro siempre aparecen dando una cifra días después de la conclusión y diciendo: ¨ha sido todo un éxito, porque tuvimos más visitantes que el año pasado¨. Feria del Libro, máquina infalible para romper récords en visitas ¿pero qué se sabe después de los usos que se hace de esos libros? ¿Sube en algo el nivel de cultura y educación en la ciudad después? ¿Cuál es el nivel de los libros que se están presentando? ¿Cuántos nuevos escritores se ha promovido? ¿Y los libros que no son novedad qué?

Mientras las estadísticas nos distraen con su velo, allí siguen los micreros y taxistas comiendo y haciendo siestas en sus paradas, acaso alguno querrá agarrar un libro antes de salir a gritonearse con el mundo en su ruta apurada. Allá siguen las vendedoras en los mercados Abasto, Los Pozos y Ramada, con su periódico El Deber o El Extra en la mano, al menos enganchadas en las páginas ágiles de farándula. Y allí salen los niños cansados del colegio, sin alzar la cabeza, pero metidos en el teclado de sus celulares, rumbo a las casas de juegos en red. Allá están amontonándose seres bulliciosos en conflictos de diversa índole, casi se los ve rebalsar por las ventanas del Palacio de Justicia mientras abogados muy contentos de todas las edades suben de aquí para allá con sus cabellos engominados apretando foldersitos amarillos a su pecho. Allá están las jovencitas combatiendo en silencio su anorexia porque no es un libro el que las influye y sí la urgencia de una cultura que las quiere señoritas y misses de lo que sea. Allá están postergadas las víctimas de un terrible accidente de tránsito, privadas de consuelo incluso en la mirada fría de administradoras y enfermeras de piedra, desangrándose en el rincón de una clínica porque no pueden ser recibidos hasta que emisarios del seguro SOAT se dignen a aparecer. Allá están también los chiquillos asustados a quienes no hicieron conocer otras lecturas más que Quien se llevó mi queso o Manjar para el corazón, y están lidiando con el espanto de un problema de gravidez sin poder comunicarse con los padres que dejaron esos libros como sustitutos medio tiempo.


Ahí están... ahí están ellos, acá estamos nosotros, es decir, a su lado. ¿y los libros?, ¨los libros tienen su feria, hay que esperar la que viene al año¨. 

Bueno pero los libros no van a hacer que todos vivan mejor, me dice una voz. 

Pero si no se lee para aprender, y para aprender a aprender mejor, y sobre todo para no tener que estar leyendo siempre más y más. ¿Entonces para qué carajos habría que leer? ¿Para verse listo? El secreto -decía Henry Miller- es leer menos y menos, pues no hay nada más difícil en la vida que aprender a hacer lo estrictamente vital. La lectura es una ración necesaria como el aire, el alimento y el ejercicio, y también debe guiarse su manera más eficiente de práctica. Los colegios hacen esa tarea de manera dudosa, los hogares tambalean, y la Feria del Libro está tranquila con tener visitantes. 

De todos modos, antes o después, el buen lector gravita hacia los buenos libros, ya sea que los encuentre en un puestito en la calle o en la feria local. Para el buen lector la Feria del Libro es un espacio que amplía las posibilidades de encuentro con un libro, y por ello le está ya de por sí agradecido. Pero hay que alimentar la existencia de buenos lectores.  


Por: Jorge Luna Ortuño