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viernes, 30 de marzo de 2012

POR LA CREACIÓN DE NUEVAS PLATAFORMAS EDITORIALES PARA LA LECTURA



El programa de la Feria del Libro de Cochabamba del 2011 fue bastante convencional: presentaciones, charlas, talleres, jornadas profesionales, algo de música en vivo, además de un par de homenajes a Marcelo Quiroga Santa Cruz y Ernesto Sabato…, en fin, todo un combo que aglutinaron los organizadores –la Cámara del Libro de Cochabamba. Lo que ofrecieron de diferente, bajo la premisa de que ofrecían un boom, fue la llegada de un empresario-escritor de México. En realidad era el lunar del programa, nos referimos a la costosa conferencia que dictó el mexicano Carlos Cuauhtémoc Sánchez, el "invitado estelar" de aquella feria del libro. Cabe decir que hubiera sido más apropiado que lo inviten a una feria de empresarios, puesto que podrá criticarse su propuesta literaria, pero el tipo sabe hacer negocios. Desde el momento en que se supo de su invitación en el pequeño círculo literario y periodístico de Cochabamba le cayeron a palos al pobre Cuauhtemoc, le dieron por todos lados, principalmente el suplemento cultural La Ramona lque levó adelante una campaña de resistencia contra su llegada. Pero no era culpa del autor de Volar sobre el pantano, sino de los organizadores, algo así como lo que pasa en la película "Moneyball", donde lo que se dice es que no puedes llevar a un caballo de carga a una pista de carreras y viceversa. Lo que sí nos extrañó es que esta idea marketinera no se les haya ocurrido primero a los muchachos de la Cámara del Libro de Santa Cruz para organizar su feria, que siempre deja claro su deseo de popularizar el acceso a la lectura, de darle un matiz de ayuda de superación personal, y de experiencia familiar, para los niños, etc.

La invitación de este personaje hace irresistible lanzar un par de preguntas para entender la lógica del evento: ¿cuál ha sido el aglutinante de los organizadores?, es decir, ¿cuál es la idea que sirvió como aglutinante para juntar todo lo que se quiere juntar en ese campo ferial? En otras palabras, ¿cuál ha sido el criterio editorial del evento? Enterarse de entrada que este autor de libros de autoayuda ha sido invitado a dar una conferencia en un evento que promueve la lectura dice muy poco de los criterios de discriminación de la organización. Porque aquí no se trata de promover cualquier lectura, pues la gente lee por sí sola, lee el Extra, lee Vanidades, lee El Deber, lee novelas, sí, pocas, pero qué tipo de práctica de lectura queremos promover cuando viene un Cuauhtémoc u otro de esos motivadores mexicanos... Y aquí es muy bonito hablar de la democracia, “que tiene igual derecho que cualquier otro autor”, pero también es cierto que este tipo de enunciado no dice nada. Se debe discriminar cuando se quiere organizar algo de calidad, pues, en última instancia, definir unos estándares editoriales de discriminación es una operación que sirve para cuidar la imagen que se confecciona de un evento, por un lado, y para que los organizadores/gestores cuenten con mecanismos de protección de su trabajo.

Por todo ello, lo dijimos en su momento, el tema de estar a favor o no del paso del autor de Juventud en éxtasis por una feria del libro en Bolivia queda en segundo plano, carece de interés. Lo que debe interesarnos problematizar a futuro es el sentido de una Feria del Libro en Cochabamba (y en Bolivia en general). ¿Cuál es su interés y cuál su funcionalidad? ¿Cómo pretende intervenir en la ciudad que lo acoge y cómo construye su público? ¿Es el formato “Feria” el ideal para promover la lectura del libro? 

No hagamos un drama creyendo que este tipo de eventos se montan pensando en los lectores de la llamada “buena lectura”, o “lectura legítima”. Los verdaderos lectores se aprovechan de una Feria del Libro, y no al revés. Ellos no tienen necesidad de ésta para continuar con la aventura de la lectura por su cuenta. Una Feria del Libro no interviene efectivamente, no produce efectos, no altera los hábitos de lectura existentes. Evidentemente se limita a ser un negocio, una estrategia legítima de negocios de las editoriales, que realizan una especie de caravana publicitaria a lo largo del año: transportan sus libros de Santa Cruz a La Paz, y de ahí a Cochabamba, y en lo que se puede a Oruro y Tarija. En medio de la agenda anual se encuentran las Ferias de Buenos Aires, Santiago, Bogotá, Guadalajara, y otras, a las que tratan de asistir por lo menos mediante la alianza para alquilar un stand común. La estrategia del formato Feria es reunir en un solo gran espacio una gran cantidad de oferta –todos los expositores posibles, no está mal meter a algunos para que hagan bulto– y variarla con otras atracciones, contagiándose un poco del concepto “plaza de comidas”, en el cual los cruceños son expertos. (Ejemplo cómico: las ofertas de la editorial La Hoguera: unos paquetes donde reúnen un libro de Paulo Coelho, una caja de chocolates, y la posibilidad de que el hijo pequeño se saque una fotito con uno de los personajes disfrazados del stand. Combo-Coelho, combo-Quién-se-robó-mi-queso, etc. Desde luego, ellos dicen que piensan en la familia…).

Todo esto no puede hacer otra cosa que hacernos largar una estrepitosa carcajada. Es valioso no perder la alegría a la hora de realizar una crítica. No es necesario dramatizar. Si tenemos claro que esta reunión temporal de stands responde a una estrategia de negocios, la invitación de Cuauhtémoc es perfectamente válida. Ni siquiera se trata de un síntoma del estado de salud de la literatura en Cochabamba. Es completamente independiente. Se trata simplemente de un desperdicio de fondos y recursos; se desperdicia la potencia de la Feria, lo que podría dar. Más probable es que  esta falta de criterio editorial sirva para evidenciar la mediocridad del 80% de los impulsos que animan la gestión cultural en nuestro país. Por lo demás, ¿por qué tendría uno que preocuparse por la presencia de este escritor en la feria si sus libros, junto con otras tantas mediocres ofertas de autoayuda, han sido introducidos en el circuito de lectura del sistema escolar boliviano hace más de una década? En la mayoría de las ocasiones, uno tiene que aprender a leer a pesar de lo que le han enseñado a leer en colegio. 

El formato Feria del Libro es demasiado impotente. No es seguro que funcione verdaderamente como plataforma de aceleración de transferencias informativas, puesto que sus talleres y charlas están siempre armados a manera de acompañamientos (“actividades anexas”), y lo que se trata allí suelen ser generalidades, goce del mundo de la opinología, de la doxa. Sergio de la Zerda ha publicado en el mencionado suplemento de La Ramona un texto con respuestas que obtuvo al respecto de Fernando Canedo, presidente de la Cámara del Libro de la Llajta: “La Cámara quiere que se lea en general, no es que queremos que se lea específicamente a Cuauhtémoc. La gente puede leer lo que quiera mientras lea. Obviamente que es preferente que lean algunas cosas positivas y no cosas negativas. (…). Lo que se quiere es hacer una feria en la que exista diversidad. Y que, en esa diversidad, todos tengan la oportunidad de tener al alcance lo que les guste leer. Estamos abiertos a todo”.  Esta postura, políticamente correcta, sirve para jalar la manta y cubrirse la espalda, pero en el fondo es la que tira para atrás la imagen que se tiene del trabajo del gestor/productor de espacios culturales. Es frecuente en nuestro medio que se organizen Ferias del Libro, Bienales internacionales de arte y mega-conciertos de cumbia en base a la misma ligereza y superficialidad de criterios, privilegiando "la diversidad". No existe un proyecto en verdad, y si lo existe, no existe la plataforma para hacerlo visibles. En nombre de la diversidad muchos gestores dejan de hacerse responsables de aquello que ofrecen en tanto actividad cultural. Si desplazamos el problema hacia un tema de gestión y desarrollo de iniciativas culturales, una Feria del Libro debería realizarse en coordinación directa con el Ministerio de Educación y otras instancias de fomento a la formación. (El riesgo en nuestro país es que nuestro gobierno quiera convertir el asunto en otro frente de lucha por la descolonización).

La otra cuestión que la vaga respuesta de Fernando Canedo nos obliga a considerar es que resulta demasiado fácil e improvisado hablar de “fomento a la lectura en general”. ¡Vamos si podemos pensar un poco más! Una vez más, hablemos de prácticas de lectura. ¿Qué tipos? ¿Qué lugar y función ocupa la lectura en la conformación de individuos, o en el ejercicio de la ciudadanía?

Para terminar, ¿no sería más útil en el futuro dejar de lado las ferias y enfocarnos en organizar Bienales Internacionales del Libro (diagramas de intervención del espacio público en base a ciertas prácticas de lectura?

Jorge Luna Ortuño

NUEVA CRÓNICA EN LA PLAZA 24 DE SEPTIEMBRE


En los últimos días mis siestas vespertinas se han visto afectadas por el insomnio a causa de una preocupación: se acerca el número 100 de la Revista Nueva Crónica, me han pedido que escriba para la ocasión, y no tengo la menor idea de qué voy a decir.




Estoy sentado en una banqueta de la plaza 24 de Septiembre de Santa Cruz, la más bella del país, y un aire de relajación y aletargamiento parece atravesarnos a todos los que hemos coincidido en este espacio. Toda plaza principal debería mostrarles a los visitantes, como en una panorámica, cuál es el estado de ánimo de la ciudad y de los lugareños. Así sucede con la plaza cruceña. La percepción que se tiene de Santa Cruz en el interior es básicamente la de una ciudad peligrosa –que está aquejada por la inseguridad ciudadana y engalanada por sus voluptuosas mujeres– a la que es conveniente emigrar en busca del “sueño camba”. Pero si se podría pintar su otra cara, su faceta más embriagadora y relajante, tendría que ser refiriéndose a la enorme Plaza 24 de Septiembre, un lugar de paso, pero también de reposo, de socialización, de encuentro, de chequeo, donde uno puede empujarse unos jugos de coco o de copoazú mientras se sacude las malas posturas del cuerpo a la salida del trabajo. Es posible que Santa Cruz como ciudad no sea la más linda pero lo que es espectacular en ella es su estado de ánimo descontraído, la onda relajada que transmiten sus habitantes, favorecidos por las libertades que concede el clima tan distinto al de las tierras altiplánicas. La plaza es relajante por su frondosa vegetación, sus amplios espacios, pero principalmente porque en ella no caben los formalismos ni las imposiciones. Habría que contrastar esta plaza con la Plaza Murillo de La Paz, que es justamente lo opuesto, dado su aire más solemne, su formalidad, su aire cívico artificial, que hace de su visita una cuestión más turística; basta con divisar a los guardias parados en una vereda al frente, imponiendo una presencia autoritaria y unas caras con muecas en el horizonte; basta con estar a la hora del medio día, cuando los transeúntes deben estacionarse en sus lugares para entonar el himno nacional. Todas estas señas establecen claras diferencias. La Plaza Murillo es la plaza referente de La Paz, justamente por su experiencia comprimida, y no le hace mucho bien que al frente se encuentre el edificio donde senadores y diputados maquinan sus movidas y sus retardos.





            La tarde se pasa y no me llega ni una pinche idea a la cabeza, el artículo de N.C. 100 se me escurre entre los dedos. Esto no quita el hecho de que en esta ciudad existe una enorme cantidad de gatos y pollos. Se me ocurre que si Nueva York ha sido bautizada como "La gran manzana", Santa Cruz debería llamarse "La gran cebolla". Esto no es nada más que una imagen: Santa Cruz está planificada en anillos y cada anillo es como la capa de una cebolla. Siendo una ciudad circular, y dado que el pensamiento tiene una cualidad temporal y otra espacial, la manera de pensar de los lugareños es también circular. Me da la sensación de que Santa Cruz es una ciudad sin centro, o al menos una ciudad en la que la idea de centro es bastante prescindible. Los efectos de una mentalidad de este tipo se observan en el cotidiano a la hora de ubicarse en las calles, pues no importa el punto donde uno se encuentre, siempre deberá buscar su lugar de referencia no respecto del centro, sino del anillo que transita, y de dónde puede llegar si cruza de un anillo al otro, o si recorre todo el anillo hasta el otro lado. Por toda esta organización geográfica interna, es muy difícil para los cruceños concebir la idea de un centro en la forma de Estado, y menos aun que deba ser escuchado cuando pretende interferir en el desarrollo normal de sus formas de vivir. El Estado es una instancia que por naturaleza quiere monopolizar el poder, lo centraliza –con autonomías y todo incluidas–, y para los que viven sin noción de centro, el Estado sólo puede ser aceptado mientras no interfiera con su forma de vivir y de progresar. Después de todo, como lo ha hecho notar el periódico El Deber en editoriales pasadas, Santa Cruz no ha necesitado de la ayuda del gobierno para progresar tanto en sólo 25 años y convertirse en un motor de desarrollo para todo el país, así que lo menos que se esperaría del Estado Plurinacional es que no la estorbe ahora que tiene los motores a toda marcha. (Actualmente ocupa el lugar número 14 entre las ciudades de más rápido crecimiento en el mundo).

La Plaza 24 de Septiembre no es un lugar al que se llegue por obligación, ni porque quede al paso en las rutas de todos los días, ya que en esta ciudad se pueden hacer todas las diligencias sin poner un pie en el centro. A esta plaza uno va simplemente porque le da la gana. Apostado en una de sus banquetas, se verá pasar a las mujeres más bellas, algunas vestidas con soleras y minifaldas, y otras ataviadas con elegantes vestidos de la región, que hacen respirar el aire de una época pasada. Desde luego que pululan también por ahí los niños y sus risas, los ancianos, las familias numerosas y las caras solitarias, así como gentes de todas las edades. Pero todo es tranquilidad. Dos de sus calles están cerradas, a manera de paseos peatonales, y ninguno de los micros del transporte público puede entrar hasta la plaza, además de que es muy raro que se vea invadida por marchistas o bloqueadores, de modo que cuando uno se interna en este aposento público tiene la garantía de que encontrará tranquilidad. Incluso los ocasionales huelguistas que se apostan en el lado de la calle Ayacucho no interfieren con la vida de la Plaza, todos ellos tienen una manera bastante más considerada de manifestar su protesta.





            La plaza es completinga, está muy bien lograda, pero la ciudad en la mayoría de sus zonas está desarrollada sólo a la mitad, es decir, a un lado de la avenida. Es curioso observar cómo se edifican centros comerciales lujosos, bancos y plazas de comida, en un lado, pero al frente se mantienen las construcciones al borde del derrumbe, karaokes, boliches y restaurants de muy mal aspecto, todavía en medio de la tierra, y la gente se congrega según su bolsillo en uno de los frentes. (Ej: la intersección de la Av. Bush y el tercer anillo). El panorama que ofrecen gran parte del tercer, cuarto y quinto anillo es muy poco atractivo (más allá ni hablar). Las viviendas se construyen sobre las radiales, ahí es donde se agazapan las zonas residenciales.

Se pasó la hora de la siesta, es hora de salir de la plaza y volver a la pista rápida. En un kiosko de la esquina me encuentro con el número 99 de Nueva Crónica. Luis Zilvetti es el artista invitado. Quizás podría escribir sobre una de las principales distinciones que ha tenido la revista, que ha sido la incluir imágenes de la obra de un artista invitado. Pero si la sección de cultura de cualquier periódico es muy poco leída en La Paz y Cochabamba, en Santa Cruz es todavía peor. Aquí el imaginario visual de la ciudad lo dibujan las Magníficas. De todos modos gracias a los esfuerzos de María Fernanda Quiroga, en esta ciudad la revista se ha difundido mucho más. Aquí El Deber es la ley, a su lado todo el resto son publicaciones menores. Nueva Crónica tendría que incluir separatas con imágenes de bellas modelos para lograr mayor atención en Santa Cruz, pero no va en su línea, además de que suficiente despelote ya escenifican los personajes políticos de nuestro país, los cuales reciben toda la atención en esta publicación.

Son cuatro años en los que sigo de cerca a Nueva Crónica, ha llegado a su número 100, y es por tanto oficialmente algo más que una casualidad. Desde este paraíso tropical felicito a todos los que hacen posible su publicación, desde la sala de edición hasta la imprenta, y agradezco a mi amigo José Antonio Quiroga por haberme dado el beneficio de la duda uno de esos meses allá por el 2008.

Jorge Luna Ortuño

*Este artículo se publicó en el número 100 de la revista boliviana Nueva Crónica y buen gobierno

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