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domingo, 30 de septiembre de 2018

NOTAS SOBRE EL DEVENIR IMPERCEPTIBLE EN GILLES DELEUZE


"Somos todos fragmentos de películas de cine, trozos de libros leídos, frases escuchadas, pedazos de canciones de aquí y de allá... y también somos un poco antenas parabólicas, estamos captando señales todo el tiempo". 
CHRISTIAN WARNKEN

"Deleuze avanza mediante una variación permanente de conceptos y problemas, volviendo sin cesar a un punto anterior para reinsertarlo en una nueva secuencia. Se propaga como un rizoma en lugar de echar ramas a partir de raíces o construir sobre un cimiento". 

Cuando escribimos nos ponemos en estado de recepción con otras señales que surcaron ese espacio aéreo antes que nosotros. Somos resonancia. Eterno retorno de Nietzsche. Cuando escribimos repetimos algo de otros, incluso si no los hemos leído. (Jesús Urzagasti habla de trayectos paralelos). A veces da la sensación de que todo estaba ya dicho, pero que en medio de la repetición puede aparecer un claro, vislumbrar un corte el camino, que nos lleva a abrir otro surco, una ruta a partir de la vieja ruta. 

Los escritores, como los artistas, funcionan por antena, captan vibraciones que los reordenan, reacomodan el espacio anterior, cada pensamiento resuena por unos instantes y crea una onda en el interior, de repente estás más apto para ciertas actividades que para otras. Por ejemplo, mientras estás en medio de una transmisión no estás tan inclinado a las aptitudes sociales. Pero ante todo, entiendes que necesitas evitar cualquier tipo de interferencia en el momento de recepción de la señal. No es desde cualquier posición que se puede recepcionar la señal, como decía Jesús Urzagasti, el cuerpo tiene que acomodarse en el ángulo adecuado para que entre la luz. 

Por fuera probablemente te veas como un tipo sentado en su escritorio frente a una computadora, totalmente sacado de contexto, podrías estar en medio de una prisión o de una mansión en ese momento, no haría casi diferencia, siempre y cuando no se te interrumpa, pues qué molesto es que te saquen de ahí cuando has logrado ralentizar tus movimientos en lo externo, pero en otro plano te estás moviendo a velocidades altas, mientras está activada la conexión, que es el tiempo en el que existes más enteramente en ese momento. No es como descargar archivos ya hechos de una nube digital, pero se está efectuando una circulación, una transmisión de datos y revelaciones. Las ideas van llegando una tras otra, pero el verdadero orden lo llegamos a ver recién mucho tiempo después. Cada escritor escribe desde una irradiación particular que lo habita, algunos captan las claves de eso que irradia, para otros no hay nada ahí y pasan de largo, así se producen o no los encuentros. El lector se conecta con otro escritor, a veces el escritor escribe leyendo a otros, o las lecturas se manifiestan en su escritura. 

Ahora, las palabras pueden contener ideas, pero las palabras son las carnadas, no el punto de llegada. Surge una idea que es captada por el individuo creador y es anotada en un cuaderno. El dispositivo de la escritura intermedia ese encuentro entre el ser humano y la idea; es posible que en ocasiones ese encuentro, si es cultivado con horas de trabajo, de ejercicio de otras relaciones, pueda florecer en algo diferente, un avance. El escritor puede ensayar una serie de ensambles entre diferentes elementos heterogéneos, sin saber que algo se está formando por debajo. A veces leer a Deleuze no es sólo leer a Deleuze, es sentarse a ignorar cómo te están inoculando los gérmenes de tu próximo libro. Si bien las ideas son aéreas, se las capta en el aire y se efectúan las mezclas en la superficie, lo que sabemos es que eso llamado pensamiento conceptual se forja por medio de conexiones subterráneas. Estas conexiones son lo más parecido a los rizomas, los tallos subterráneos, o los bulbos: crecen horizontalmente y no dependen de un centro fijo. El concepto es el resultado de un proceso de maceramiento en el que la vida misma parece intervenir para dar una luz que nos permita comprender lo que hemos venido ensayando. El escritor, el poeta, el matemático, el artista, sólo pueden plantear el problema, sopesar distintas combinaciones, hasta que la combinación que se ha estado gestando por abajo finalmente emerge para hacernos dar cuenta de lo que ya teníamos entre manos. Bob Dylan sería un buen ejemplo de un artista que trabajaba por antena, captando la vibración en su tiempo y en su lugar. El artista dice algo, pero quiere evitar por todos los medios el lenguaje directo, en el momento que le obligan a traducir la expresión de su trabajo le obligan a renunciar a su diferencia como artista. 

Así pues, lo que me ha fascinado del pensamiento es su doble cualidad subterránea y aérea. Que sea aérea significa que, para pensar, el ser humano requiere exposición, salir afuera, salir de uno, exponerse a influencias, visitar exposiciones de arte, ver obras de teatro, leer a otros autores, conversar con colegas y amigos, viajar al afuera de las propias fronteras físicas, revisar los periódicos de otras partes del mundo, explorar en exigencias que nos hacen ver que no sabemos nada de otras cosas, como la gastronomía libanesa o la museografía de una plataforma de arte colonial y religioso. Por su parte, la cualidad subterránea nos indica que hay que hacerse espacios en la vida para poder sumergirse, lo cual consiste en desaparecer, devenir-imperceptible en cierto modo. Algunos avanzados en estos ejercicios son capaces de zambullirse en medio de una reunión colectiva en la oficina, cuando se dicen unas cuantas palabras claves, cuando alguien lanza una interrogante crucial de otra manera, inmediatamente parecen ausentes, como si el peso de ciertas palabras los hubiera arrastrado desde los pies hasta el fondo, dejando sus cuerpos estupefactos con la mirada perdida, perdida de señal, se fueron abajo, rumbo al laboratorio experimental subterráneo y portátil que cada creador lleva consigo. Pero sumergirse no es fácil, no es parte de las tareas multitask de la vida contemporánea, es decir, no puedes hacerlo mientras chequeas el arroz que está cociendo y revisando tu mensajería en facebook, no funciona así. Sumergirse exige sacrificio, si estás abajo de la superficie no puedes estar físicamente en otra parte; muchas veces hay que sacrificar salidas de diversión, viernes de soltero, estabilidad laboral, popularidad social. 

Nietzsche nos enseñó algo importante, pues fue quien lo resaltó en sus aforismos. La lección es que es perfectamente posible sumergirse en contacto con el aire libre. Decía Nietzsche: "no tiene valor una idea que no haya sido pensada al aire libre". Recordamos inmediatamente a Nietzsche y sus paseos, también a Kant saliendo a dar caminatas después del almuerzo, al igual que Krishnamurti  y sus paseos matutinos, o Martin Heiddegger en el bosque... En mi caso se trata de la bicicleta, cuántas cosas se despejan en la mente al salir a manejar por las calles y autopistas de Santa Cruz de la Sierra. 

Entonces, ante los diferentes espacios vibracionales donde nos encontramos nuestra antena capta señales y se conecta con ello. Aquí entra otro elemento que es la onda de vibración. Tomás Abraham escribe en "El suave Shultz": 

"Hay pensamientos que están en la misma longitud de onda y que al mismo tiempo contrastan. Forman parte de algún modo innominado. Son pensamientos que resuenan de a dos, que vibran a contra punto. Así los de Schulz y Grombrowicz. Tienen fueza propia, sin duda, pero multiplican su presencia cuando se encuentran. [...] Pero no se trasladaban influencias, ni pensaban igual, tampoco, tenían un estilo común. Sucedía que estaban en la misma longitud de onda. Y esa longitud tenía una frecuencia que sólo ellos conocían. [...] Es una muestra de lo que sucede cuando dos pensamientos se conectan, la corriente eléctrica que producen, el voltaje al que nos hacen llegar."