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domingo, 21 de diciembre de 2014

LA NUEVA OFERTA DE GIUSEPPE TORNATORE



Por: Jorge Luna Ortuño

De entrada habría que resistir todo intento de preguntar por la credibilidad de una historia como la que presenta La mejor oferta, el nuevo film de Giuseppe Tornatore. La forma en que se desenlaza la historia tiene algo de coherente, pero se antoja forzada, forzada para alimentar un aire pesimista, de desencanto total, que la aleja de los finales estilo Hollywood donde la chica se queda con el chico. Para evitar caer en esa manía, Tornatore pone en escena un giro del que no habían más que leves rasgos, nos recuerda que cerca de los enamorados siempre hay algún vivo esperando su momento para sacar ventaja, puesto que el enamorado es en cierta manera un tipo de estúpido socialmente aceptado y además alentado. Si le reclamáramos realismo a la historia, si dudáramos de una historia semejante por ello, sólo sería en base a un concepto muy chato de la realidad, y para embriagarse en los mohos de la realidad ya es suficiente con lo que vemos en las noticias todos los días. Así que tenemos que abrirnos un poco para conectar con esta nueva entrega del premiado director italiano. 

Es cierto que están contenidos en esta película varios elementos que nos hacen reconocer su mano, que nos recuerdan a "1900" y a "Cinema Paradiso", como por ejemplo la historia de un personaje extraño en una soledad radical, la conexión igual de extraña que se produce entre ese personaje y el protagonista de la cinta, que es casi como el narrador de la historia. Notaremos también la melodía del soundtrack, generalmente un elemento importante en el desarrollo de la historia para Tornatore. Además, como si fuera una suerte de pariente de Melville o de Kafka, Tornatore no deja de hacerles guiños al absurdo, no sólo por su tipo de personaje minoritario en sus historias, también porque todo comienza como un absurdo y sigue y sigue sin que nadie le ponga un fin, hasta que llega un punto en que ya estamos todos demasiado adentro, sólo habíamos acompañado la historia por la curiosidad de saber a dónde podía llevar un absurdo semejante. 

Geoffrey Rush, tan recordado para algunos por su papel como Marqués de Sade, hace las veces del Sr. Virgil Oldman, un experto en arte, coleccionista, renombrado agente de subastas, hombre muy organizado que vive en comodidad, padece en silencio su soledad sin dejar de proyectar un aire de suficiencia satisfecha. La coprotagonista en apariencia es Claire (Silvia Hoeks), una mujer que sufre una fobia que le impide estar con las personas, no sale de su casa, no puede con la compañía de los demás, y menos aún quiere ser vista. Encerrada en una mansión abandonada, vive ella misma sepultada en su propia armadura de hierro oxidado, o esa es la impresión que desea darle al coleccionista Oldman. Suponemos que los hombres solitarios, tan en contacto con el arte, la filosofía y la alta literatura, son los más propensos en caer en la ingenuidad ante la mínima señal de un posible romance. Se trata entonces de una relación entre encerrados, un contacto a distancia entre dos seres que disfrutan de la distancia. Visto así, por la conexión emocional que establecen los dos personajes a través del teléfono, no pude evitar pensar en las relaciones a distancia por medio de las nuevas tecnologías de comunicación. En ellas siempre existe una cuestión referida a la soledad de los amantes, pero luego de la presencia del otro: ¿cómo está presente el otro en tu vida? A través de un sms oportuno al celular, un email, una conversación por skype o unos intercambios por whatsup o viber. Son tantos los canales posibles que hasta uno siente algo parecido a estar abrumado. Oldman visita la casa de Claire, la extraña mujer con esa enfermedad espantosa, inexplicable, hasta cierto punto dudosa, y le habla a través de la pared que divide el cuarto secreto donde ella se guarda a sí misma. Inexperto como es en los amores, Oldman es demasiado respetuoso, no la fuerza en ningún momento, mucho menos hace algo por seducirla, en cierta manera es víctima de los tiempos de la relación, de los sucesos, que él cree se van produciendo inexplicablemente. Ahí pensé en Facebook, verlo hablando a una pared, seguro de que del otro lado llegaría la respuesta de la mujer que cautiva su atención, eso me hizo pensar en el invento de David Zuckerberg. Porque hablar por facebook es como pararse frente a una pared, a esperar el eco, la voz diferida del otro lado. Ves una foto de tu interlocutora y te sientes que sabes quién es ella, tienes una idea de cómo es ella, pero la foto es una ilusión, lo que haces es hablar con una pared electrónica. Por ello, no debería llamarse FACEBOOK, sino más bien FACEWALL. Todo lo que vemos ahí es un muro de caras, también un muro de lamentos, de publicaciones donde se impone el deseo de exponerse, de opinar sobre todo y sobre nada, de contar a medio mundo lo que a nadie le interesa, como por ejemplo que ya pusiste la torta al horno o que debes ir al dentista en la tarde y estás nerviosa. 

Resulta difícil afirmar que La mejor oferta es una historia de amor, al menos se puede decir que es acerca de la línea que divide lo real de lo falsificado, ya sea respecto del amor, de la vida, del arte, de la amistad... Aunque sea una especie de spoiler decir esto, lo cierto es que no se encuentra verdadera magia ni química entre los dos personajes que enamoran de ese modo atípico, no se percibe una chispa ni una familiaridad entre ellos, ni siquiera cuando ya están juntos y están cenando con sus jóvenes amigos. La mirada de ella es siempre uraña, como fuera de este mundo, concernida con ella misma, sólo a él se lo ve ilusionado y conmovido, pero en el encuentro con ella no saltan chispas. Tal vez sea también esto algo que le resta importancia y sorpresa al extraño desenlace de la historia. Una cámara que se aleja enfocada en el protagonista parece decirnos una cosa, "al final no existe perdida en nada de lo que nos pasa, pues todo ello nos lleva de uno u otro modo a la próxima página de nuestras vidas". Oldman el solterón, el viejo inocente, el obsesivo, pierde su tesoro para volver a pararse, en cierta forma entiende que ahora su soledad es momentánea, en realidad él está esperando a una persona.