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lunes, 29 de diciembre de 2014

DESAVENENCIAS CON LA SERIE "REVENGE"





La idea de cruzarse con una mujer resentida, que está decidida a vengarse a como de lugar, es de por sí una idea inquietante, esto ha sido así desde el principio de los tiempos. Ahora, si esta mujer es además una rubia joven y atractiva, que aparece de la nada con una identidad falsa, como quien no tiene nada que perder, y que encima de ello sabe desenvolverse en los círculos de la alta sociedad, que tiene una fortuna en su cuenta bancaria, que sabe invertir en la bolsa de valores o al menos lo aparenta, que tiene un aliado circunstancial (el repelente y millonario Nolan), y además tiene un motivo tan fuerte que sabemos que no parará hasta conseguir lo que se ha propuesto, entonces tenemos una historia que puede narrarse al compás de un festival de carnes y sangre derramada por todas partes. Pero no es eso exactamente lo que nos ofrece "Revenge" en sus inicios, la serie de televisión creada por Mike Kelley que retrata la historia de Amanda, una joven mujer que retorna a la boca del lobo para ajustarles cuentas a los frívolos millonarios que arruinaron la vida de su padre hasta llevarlo a su muerte.  Por supuesto que ella retorna años después, convertida en mujer, con un nombre y una identidad falsas, además con un historial arreglado y previsto para posibles investigaciones de sus nuevos vecinos en los Hamptons, un lugar de lujos y de alto estatus. 

¿Qué se puede decir de la serie por sus tres primeros episodios? Demasiada edición a momentos, muchos cortes. Claro que todo lo que uno puede decir es lo que alcanza a ver, aquello con lo que se relaciona de uno u otro modo. Se me aparece inicialmente como una propuesta atractiva, pero con una manera de narrar bastante simplificada, nos presentan a un personaje, el de Emily Thorne, que no tiene fondo ni profundidad, tal vez los productores y guionistas creyeron que era mejor enfocarse primero en el desarrollo del lugar y de la trama general antes de empezar a cavar muy profundo en la psicología de la protagonista. Pero presentar a una jovencita que aparece de la nada como la gran vengadora que sabe congelar su sangre cuando está en frente de aquellos a los que quiere destruir, si no aplastar, y que sólo aparece casi siempre en las reuniones sociales vestida de princesa o de soltera ricachona, nos parece una manera muy "light" de dibujarnos la singularidad de su personaje. Parece una nueva espía, una feme nikita sin artes marciales, el ángel blanco que cabalga en una columna de hielo, la ven venir y la dejan entrar con facilidad. No se muestra nada casi de sus modos de lidiar con la soledad,  no sabemos si lee o escribe o se entrena, si medita o hace baños de inmersión en agua helada, todo lo que vemos cuando no está con otros es que se sumerge en su computadora para recordar imágenes de noticieros tal como pasaron el momento del juicio a su padre, donde lograron que se le inculpe de participar de un atentado terrorista con su financiamiento. Cuando mira la computadora, generalmente en las noches, la cámara se enfoca especialmente en su rostro, como deseando captar algún aire de malignas intenciones camuflados por debajo de su belleza. No se ve mucho, la actuación de la protagonista es convincente dentro de los márgenes que le han rayado.

Así las cosas, "Revenge" es la historia de una simpática jovencita que controla su temperamento y parece estar lista para dejarlo todo en el intento de vengarse; embarcada está en un viaje de persecución de su propia ballena Moby Dick, consciente quizá de que esa ruta la irá a transformar. Pero no se nos muestra nada de su preparación, como si su fortuna y sus deseos de vengarse fueran suficientes para que tenga el plan perfecto. Todo lo que alcanzamos a ver es la ejecución, la parte divertida digámoslo así. Tal vez se trate de un deseo por captar a las masas primero, a un público indiferenciado que puede engancharse con la posibilidad de que exista romance, entre la heroina justiciera y el hijo de sus víctimas, o del adulterio que hubo entre su enemiga y su padre, mientras permanecen en la sombra personajes como su amigo de la niñez, que no resultó ser un ricachón, sólo se mantuvo como el tipo sencillo y trabajador entre los ricos, como si fuera la señal del devenir-minoritario en medio de esa abundancia y despilfarro con glamour. 

Un recurso que me llama la atención es la cantidad de cámaras que utilizan incluso en tomas sencillas, como un diálogo por teléfono; es como si intentaran introducirle una velocidad y un dinamismo a la escena que no tiene tanta velocidad de por sí. Los diálogos son cortos, llenos de ingenio, de falsa cortesía, de hipocresía y de recelos camuflados. Las cámaras se mueven con una ráfaga hacia los lados, o nos dan una panorámica en 360 grados, o bien apelan al zoom instantáneo para mostrarnos la vista de Emily desde su nueva casa hacia la mansión de sus enemigos. ¿Seducción en la narración visual para los más jóvenes? Válido recurso por cierto.

El creador de la serie se ha encargado de que la historia de venganza de Emily tenga algún cable a tierra con el que los espectadores nos podamos identificar y que acabemos diciendo en algún punto que estamos de acuerdo con ella, que debe lograr su venganza. Este cable es el recuerdo de su padre perfecto, hidalgo, justo, tan solo e indefenso en el juicio, traicionado por la mujer que amaba. Emily pone su maquinaria en movimiento, desde el primer episodio todo avanza perfecto, parece que lo hará sin problemas, de modo que la serie se convierte en una curiosidad por ver cómo lo hará y si se puede aprender algo de ello. Nosotros podemos adelantar que se trata sin embargo de una empresa destinada al fracaso, incluso aunque logre su objetivo. ¿Cuándo han terminado como un verdadero triunfo las vendettas, pregunten a los sicilianos que han crecido con miles de historias de ese tipo? Se nos antoja irreal la figura de esta jovencita con un rostro benigno capaz de planear todo ello y de manejarse con tal frialdad ante los vecinos que son su objetivo final. Alguna vez uno piensa o trata de imaginar, ante todos los problemas del mundo: ¿qué haría si tuviera toda la plata del mundo, si tuviera además un aliado poderoso que conoce todo acerca de los sistemas informáticos, que quiere ayudarnos y está entre los hombres más ricos del mundo? Bueno, pues eso que parece una utopía lo tiene ella, Emily, y decide usarlo todo para hundir a los que arruinaron a su padre, va por ellos uno por uno.  Está movida por una pasión baja, una pasión triste, ¿dónde puede acabar esto? Spinoza, el filósofo del siglo XVII, diría que esta muchacha está afectada por una pasión triste que debilita su potencia. La serie nos presenta a una mujer que se alimenta de su deseo de venganza, parece como si alimentar esos sentimientos en uno te harían más fuerte, más cínico y calculador, más cool, es decir, más acorde con los tiempos que corren para ser aceptado en los altos círculos. Pero debía despertar alguna sospecha que haya hecho quebrar a un tal Michael, que dirigía un negocio de fondos de inversión. Luego del segundo capítulo desaparece, no se escuchan rastros de él, simplemente se sabe que había estado ahí por décadas, poderoso, otro traidor del padre de Emily, y de repente el mal consejo de esa jovencita que lo induce a invertir mal, especulando con el valor real de una compañía de celulares, termina por hacer que su firma compre acciones equivocadas como un verdadero novato. Todo parece muy conveniente y algo adolescente en la narración del personaje y la manera en que se va acomodando en esa esfera de lobos y de zorros. Algunos desenlaces se antojan demasiado fáciles, la combinación más desafortunada para sus enemigos sucede siempre tal como ella quería, casi como si tuviera una bola de cristal, su plan avanza maravillosamente. Pero no deja lugar para el asombro, no nos deja boquiabiertos como lo haría una escena de El Padrino donde un hombre despierta y siente la sangre helada de su mejor caballo, mientras la cabeza del animal yace a los pies de su cama. Eso es horror, lo impensable, el poderío de un hombre que sabe aterrorizar. En la serie todo es más light, el soundtrack es otra versión casi calcada de la onda de las series juveniles de nuestro tiempo, en este punto no nos sorprendería que la heroína de esta serie se revelara más adelante como una vampiro muy parecida a Bela en la zaga de Crepúsculo. Mientras, todavía no conocemos una faceta realmente humana de la protagonista, lo único que nos da su creador es el link con su niñez, donde se retrata a un padre amoroso que la habría criado con enorme cariño, de entrada está ahí puesta la semilla que se nos recuerda de tanto en tanto, que ella es la perjudicada, la buenita, que es justo su deseo de venganza, y deberíamos desearlo con nuestras fuerzas... Pero vivir tramando, confabulando, hundido en las noches en la confección de un plan tan minucioso, en el que se deben chequear tantos detalles sobre la vida del otro, sin contar con la intervención del azar, todo ello ensombrece el rostro y la vida de cualquier persona, la distrae de lo que podría estar conectado a su vida, simplifica su mirada, afecta su capacidad de recepción de las señales dichosas y desinteresadas de la vida, la coloca en un plan de guerra que se oculta lo mejor que se puede, pero no puede avanzar en sus propias líneas de desarrollo, pues está demasiado involucrada en el objetivo de arruinar a otros, su móvil es el resentimiento, actuar como juez, destruir antes que crear algo, tanta negación para tan poca afirmación, no puede quedarle mucho tiempo para encargarse de trazar tus líneas, de establecer su plano de creación y de vida. Sin embargo la rubia protagonista aparece cada mañana tan cristalina y radiante como siempre, no hay mucho que de señales de un aire sombrío en ella, ni insomnio ni resaca, es casi una princesa de Disney envuelta en papel de regalo, siempre vestida con colores claros, bien dormida y bien comida, está sola y su vida sexual es incierta por el momento. Pero ella es un sueño envuelto en guirnaldas, su empresa de destrucción no le afecta en su talante ni en la vibración de su presencia, solamente Victoria, la macabra mujer enemiga en cuestión, intuye algo y siente que no todo cuaja en ella. La hace investigar por el jefe de seguridad de su esposo, comienza así una especie de contraespionaje, pero Emily ya ha tomado sus recaudos, al menos hasta donde imaginó que sería necesario, no sabemos qué pasará. 

Nos parece algo forzado e irreal este modo de enfocarlo. Nos interesan más historias del tipo Los próximos tres días, con Roussell Crowe, que tiene sólo 72 horas para tener todo listo en la fuga que ha planeado para recuperar la vida que les han robado a él y a su familia injustamente, habiendo encerrado de por vida a su esposa por un crimen que no cometió. La vida de este hombre se ensombrece por supuesto, comienza a moverse en un plano subterráneo, comienza a alejarse de todos, su modo de hablar cambia, frecuenta su soledad, planea un escape, tiene un problema contra la sociedad en cuyo sistema y formas de establecer el orden creía, pero no es el resentimiento el fondo de su motivación, es más bien su impulso por crear otro modo de vivir, no recuperarán ya el que tenían, pero se crearán otro en otra parte, muy lejos, aunque deban huir hacia el Sur, a Venezuela, con tal de conseguir estar juntos otra vez, a salvo de la ineficiente justicia de su país. Dirigida por Paul Haggis, este film representa un tipo de historia más real y al mismo tiempo más estimulante, porque plantea además las relaciones de ese acto corajudo y heroico con los viajes y añoranzas de Don Quijote, el irracional, o el que alucinaba de algún modo, deformando una realidad que a ciencia cierta nadie sabe muy bien cuál es. 

Lo cierto es que el ser humano debe hacerse cargo también de la ficción en su vida, y a veces una manera de relacionarse con la ficción es ver estas series, pero empobrecen en gran medida la imaginación, como si estuvieran reunidas varias recetas comprobadas taquilleras en un solo trago que sirve lo mismo para jóvenes y adultos televidentes. No nos sorprende por ahora esta serie, pero le damos el beneficio de la duda, si llega a buen puerto no seremos testigos, pero algún buen espectador quizá nos comente algo en estas páginas. 


domingo, 21 de diciembre de 2014

LA NUEVA OFERTA DE GIUSEPPE TORNATORE



Por: Jorge Luna Ortuño

De entrada habría que resistir todo intento de preguntar por la credibilidad de una historia como la que presenta La mejor oferta, el nuevo film de Giuseppe Tornatore. La forma en que se desenlaza la historia tiene algo de coherente, pero se antoja forzada, forzada para alimentar un aire pesimista, de desencanto total, que la aleja de los finales estilo Hollywood donde la chica se queda con el chico. Para evitar caer en esa manía, Tornatore pone en escena un giro del que no habían más que leves rasgos, nos recuerda que cerca de los enamorados siempre hay algún vivo esperando su momento para sacar ventaja, puesto que el enamorado es en cierta manera un tipo de estúpido socialmente aceptado y además alentado. Si le reclamáramos realismo a la historia, si dudáramos de una historia semejante por ello, sólo sería en base a un concepto muy chato de la realidad, y para embriagarse en los mohos de la realidad ya es suficiente con lo que vemos en las noticias todos los días. Así que tenemos que abrirnos un poco para conectar con esta nueva entrega del premiado director italiano. 

Es cierto que están contenidos en esta película varios elementos que nos hacen reconocer su mano, que nos recuerdan a "1900" y a "Cinema Paradiso", como por ejemplo la historia de un personaje extraño en una soledad radical, la conexión igual de extraña que se produce entre ese personaje y el protagonista de la cinta, que es casi como el narrador de la historia. Notaremos también la melodía del soundtrack, generalmente un elemento importante en el desarrollo de la historia para Tornatore. Además, como si fuera una suerte de pariente de Melville o de Kafka, Tornatore no deja de hacerles guiños al absurdo, no sólo por su tipo de personaje minoritario en sus historias, también porque todo comienza como un absurdo y sigue y sigue sin que nadie le ponga un fin, hasta que llega un punto en que ya estamos todos demasiado adentro, sólo habíamos acompañado la historia por la curiosidad de saber a dónde podía llevar un absurdo semejante. 

Geoffrey Rush, tan recordado para algunos por su papel como Marqués de Sade, hace las veces del Sr. Virgil Oldman, un experto en arte, coleccionista, renombrado agente de subastas, hombre muy organizado que vive en comodidad, padece en silencio su soledad sin dejar de proyectar un aire de suficiencia satisfecha. La coprotagonista en apariencia es Claire (Silvia Hoeks), una mujer que sufre una fobia que le impide estar con las personas, no sale de su casa, no puede con la compañía de los demás, y menos aún quiere ser vista. Encerrada en una mansión abandonada, vive ella misma sepultada en su propia armadura de hierro oxidado, o esa es la impresión que desea darle al coleccionista Oldman. Suponemos que los hombres solitarios, tan en contacto con el arte, la filosofía y la alta literatura, son los más propensos en caer en la ingenuidad ante la mínima señal de un posible romance. Se trata entonces de una relación entre encerrados, un contacto a distancia entre dos seres que disfrutan de la distancia. Visto así, por la conexión emocional que establecen los dos personajes a través del teléfono, no pude evitar pensar en las relaciones a distancia por medio de las nuevas tecnologías de comunicación. En ellas siempre existe una cuestión referida a la soledad de los amantes, pero luego de la presencia del otro: ¿cómo está presente el otro en tu vida? A través de un sms oportuno al celular, un email, una conversación por skype o unos intercambios por whatsup o viber. Son tantos los canales posibles que hasta uno siente algo parecido a estar abrumado. Oldman visita la casa de Claire, la extraña mujer con esa enfermedad espantosa, inexplicable, hasta cierto punto dudosa, y le habla a través de la pared que divide el cuarto secreto donde ella se guarda a sí misma. Inexperto como es en los amores, Oldman es demasiado respetuoso, no la fuerza en ningún momento, mucho menos hace algo por seducirla, en cierta manera es víctima de los tiempos de la relación, de los sucesos, que él cree se van produciendo inexplicablemente. Ahí pensé en Facebook, verlo hablando a una pared, seguro de que del otro lado llegaría la respuesta de la mujer que cautiva su atención, eso me hizo pensar en el invento de David Zuckerberg. Porque hablar por facebook es como pararse frente a una pared, a esperar el eco, la voz diferida del otro lado. Ves una foto de tu interlocutora y te sientes que sabes quién es ella, tienes una idea de cómo es ella, pero la foto es una ilusión, lo que haces es hablar con una pared electrónica. Por ello, no debería llamarse FACEBOOK, sino más bien FACEWALL. Todo lo que vemos ahí es un muro de caras, también un muro de lamentos, de publicaciones donde se impone el deseo de exponerse, de opinar sobre todo y sobre nada, de contar a medio mundo lo que a nadie le interesa, como por ejemplo que ya pusiste la torta al horno o que debes ir al dentista en la tarde y estás nerviosa. 

Resulta difícil afirmar que La mejor oferta es una historia de amor, al menos se puede decir que es acerca de la línea que divide lo real de lo falsificado, ya sea respecto del amor, de la vida, del arte, de la amistad... Aunque sea una especie de spoiler decir esto, lo cierto es que no se encuentra verdadera magia ni química entre los dos personajes que enamoran de ese modo atípico, no se percibe una chispa ni una familiaridad entre ellos, ni siquiera cuando ya están juntos y están cenando con sus jóvenes amigos. La mirada de ella es siempre uraña, como fuera de este mundo, concernida con ella misma, sólo a él se lo ve ilusionado y conmovido, pero en el encuentro con ella no saltan chispas. Tal vez sea también esto algo que le resta importancia y sorpresa al extraño desenlace de la historia. Una cámara que se aleja enfocada en el protagonista parece decirnos una cosa, "al final no existe perdida en nada de lo que nos pasa, pues todo ello nos lleva de uno u otro modo a la próxima página de nuestras vidas". Oldman el solterón, el viejo inocente, el obsesivo, pierde su tesoro para volver a pararse, en cierta forma entiende que ahora su soledad es momentánea, en realidad él está esperando a una persona. 

viernes, 19 de diciembre de 2014

TIAGO, SU PAPI, Y LOS TRANSFORMERS



Por: Jorge Luna Ortuño

Pocas veces la vida sonríe con tal intensidad como cuando estoy con mi pequeño hijo cruzando el parque para comprar unos jugos de lima. Mi hijo no vive conmigo, pero hemos construido un mundo entre los dos. Con él aprendí que una gran parte de ser padre consiste en construir un plano de encuentro con el hijo. Ese plano está compuesto por unos cimientos que son los valores que se desea transmitir, pero el vehículo, la materia prima de ese plano son los juegos. Es jugando que los niños aprenden, que logramos entrar en el mecanismo de sus cabecitas y entender qué es lo que los mueve, lo que los lleva hasta el cielo, lo que no los deja dormir, la ilusión secreta que guardan en sus ojos luminosos. Con Tiago comenzamos por los dinosaurios, al principio jugábamos con peluches. Él hacía de bebe-dino y a mí me bautizó de papá-dino. Juntos defendíamos la aldea de otros monstruos que buscaban llevarse algo en la oscuridad de la noche, juntos nos cobijábamos de las lluvias torrenciales que imaginábamos. El sonido del viento soplando, el aullido de un lobo resoplando a la distancia, cualquier sonido que nos hablara del afuera, de lo que ocurre fuera del espacio seguro que era ese pequeño techo que nos construíamos con una frazada, servía para darnos una idea de que había un juego, algo en riesgo. Inmediatamente él salía para encargarse del asunto, yo pasaba a ser el intruso, y bebé-dino le daba una buena paliza, con sus cuernos delante llegaba para dar un cabezaso proverbial. Esa la maniobra preferida de mi hijo, ponerse de cuatro, y llegar gateando muy rápido para de un choque de cabeza en mi estómago voltearme. Luego el bebe-dino volvía reconfortado a la villa, cerca de su papi, a cobijarse de nuevo en la seguridad, y a contar cómo había vencido al lobo que acechaba. En otras ocasiones los intrusos eran sus peluches más grandes, les daba verdaderas palizas, deseando desde tan chiquito que no exista ningún tipo de amenaza a los buenos, que eran los otros pequeños peluches de la aldea a los que cuidaba. 

El sonido de un relámpago es mágico, evoca algo inexplicable en el hombre, es un contacto de la tierra con el cielo, anuncio de una lluvia, una interferencia en el normal desarrollo del día en la ciudad, ni qué decir en los campos donde no existen muchos lugares para cobijarse. En nuestro juego era sinónimo de emoción, la lluvia anticipa una sensación de fragilidad, es necesario protegerse más, cerrarse en la base o en la cueva, así el pequeño monito de mi hijo reforzaba su sensación de seguridad a mi lado. Le hablaba de compañerismo, de cuidar a los menores, de la valentía, de la precaución a veces, de esperar para salir de la cueva, por supuesto que no le hablaba a él directamente, era papa-dino el que dialogaba con bebe-dino, pero el mensaje le quedaba a él desde luego. Así como se ha dicho que la lectura de algunos libros nos enseña a vivir, o nos preforma la vida por venir, la manera en que reaccionamos, así también pienso que funcionan los juegos para nuestros hijos, de una u otra manera. 


Mientras mi hijo y yo nos sumergimos en el mundo de los transformers cada día que estamos juntos, algo nos acompaña, al menos rodea el panorama del pequeño departamento en el que lo recibo; me refiero a los libros, también los papeles y cuadernos de anotaciones, además de las hojas de exámenes y pruebas de mis estudiantes en la universidad: son una presencia constante en el panorama de mi casa que debemos sortear, hacer a un lado o en otros casos usar como apoyo o como obstáculo en nuestros mismos juegos. Creo que esto se me ocurrió mientras graneaba el aróz ayer. Desde la óptica de la relación con mi hijo, los libros pueden ser vistos como transformers en sí mismos. Los libros son otro tipo de juguetes con los que nos obsesionamos, somos abducidos, asaltados y en ellos nos perdemos o encontramos muchas veces. Me explico: cuando un autor(a)escribe un libro, lo que hace es compartir sus formas de leer otros libros. Pero él, o ella, no comparten esa manera de hacer en modo directo, o sea, ellos no nos dicen "mira yo leo así..." Lo que ellos hacen es poner en la página lo que tienen para decir, mientras que los detalles de su forma de leer están impresos en su escritura casi de modo subterráneo, tanto como en su forma de organizar el libro, en sus citas, en los mismos apartados, si usan pies de página o no, si tienden a buscar el hipertexto o se encierran en la unidad de un solo texto, etcétera; es decir, hay algo que está ahí que el autor no dice, que le toca decodificar al lector(a) de turno. En este sentido, existen algunos autores que escriben para ciertos públicos lectores más atentos que otros. Puedo pensar en Luis H. Antezana si hablamos de nuestro medio local. Otro ejemplo es Ricardo Piglia, el crítico y novelista argentino, que es un lector muy atento, desmenuza los libros y sus referencias internas, nos hace sentir su goce a tiempo que se manifiesta como un lector minucioso. Pues bien, es válido suponer que cuando escribe espera dialogar con ese tipo de espíritu de lectura, y un buen ejemplo de ello es su libro "El último lector", publicado con Anagrama. En él Piglia dialoga imaginariamente con Borges y con Kafka, aunque en el lenguaje formal debamos decir que "ha escrito sobre ellos en esas páginas". Lo que hace ahí en realidad es ponernos como testigos mientras dialoga con ellos, se hace cómplice del ánimo obsesivo que emana de esas obras, se sumerge en la mecánica que sostiene la escritura de estos autores que admira, Piglia es una especie de relojero amable que observa y precisa. En tanto que lector, algo que hace muy bien Piglia es desdoblar los textos, opera con agilidad, de modo que da testimonio de su modo de desplegar aquello que los autores habían dejado replegado en sus obras. Aquí no basta con decir que los libros están vivos, de algún modo esto lo intuye cualquiera que se ha relacionado con un libro y ha llegado a amarlo. Decimos además que los libros están a la espera de ser transformados, son susceptibles de ser transformados, de hecho esperan que eso suceda, pues sólo así preservan su actualidad y pertinencia. Por supuesto, el libro no se transforma por sí solo, precisa del lector atento para ser transformado, en un proceso que llamamos "lectura", en el que tanto el libro como el lector se transformarán en modos íntimos y no siempre percibidos por el ojo distraído y ordinario. Un libro es un transformer, porque contiene en sí múltiples planos que lo habitan, planos que cohabitan como en una vecindad, junto con estados de deseo enganchados con un exterior siempre contemporáneo. No nos referimos sólo al contenido, principalmente a esa composición interestelar que reposa entre las palabras. La reordenación de esos planos en un libro, la capacidad para hacer de unos la superficie y de otros la profundidad, la manera en que se enfatiza algo, se selecciona un enfoque, o se le resta importancia a esa faceta, todas esas son operaciones que configuran la transformación de un libro por medio de la lectura. Virginia Wolf era la que decía "¿quién habla de la escritura?, el escritor no, a él le interesan otras cosas..."; lo mismo podríamos decir de los libros, a ellos no les interesan ni el libro ni las bibliotecas, ellos están ahí para formar parte de un proceso extraliterario que tiene mucho más que ver con la Vida, los flujos impersonales que recorren la atmósfera, los deseos desatados sin rumbo aparente, la música que emana de los mil orificios de la Tierra. 

He dicho antes que Tiago y yo nos sumergimos en el mundo de los transformers. Para la gran mayoría de jóvenes de mi edad que vieron la serie animada de los Transformers en su niñez, no es nada difícil relacionarse con lo que expreso. Existe en muchas partes del mundo toda una generación de fans de la serie, de los personajes sobre todo, y de alguna manera esa antorcha se está pasando ahora a los menores de esta nueva época. Mi hijo tiene 5 años y ya convierte a sus robots en automóviles y viceversa con pericia, tiene la habilidad que yo creo haber tenido a los 7 u 8 años. No recuerdo haber tenido tan temprano la calidad de los juguetes que él tiene hoy, ni eran de la misma complejidad, lo cual me hace recordar que los tiempos son otros y que todo ello está bien. En su cumpleaños le regalé un Stegosaurus Dinobot, de los originales de Hasbro, no fui el único, su madre y sus abuelos hicieron lo mismo, de modo que todo su afán esos días fue el de relamerse pensando en la colección completa que iba a tener. Se había encargado ya con semanas de anticipación de hacer pactos con todos para saber cuál le iba a regalar cada uno, así, a mí me había tocado el Perodactylus. Llegando a la tienda sin embargo ambos quedamos medio desencantados, el robot se veía bastante simple, falto de chiste, y la transformación en dinosaurio era medio rara, con esas dos cabezas y dos colas que le han impuesto en la película de Michael Bay. Después de sopesar las diferencias se decidió por el Stegosaurus, y al sacarlo después de la caja estuvimos seguros de que era la mejor decisión. 

Desde hace más de un año juntos nos hemos dedicado a explorar en el mundo de la serie animada. Por su cuenta en el cable Tiago disfruta de los estrenos de RescueBots, pero cuando está conmigo lo llevo siempre un poco más hacia los orígenes, la Generación 1. Optimus Prime tiene un montón de características para encantar a cualquier niño: es un flamante camión con carrocería, de colores vivos, rojo y azul, es el más grande de los autobots, al menos porque generalmente se rodea de otros más pequeños como Bumblubee, Jazz, Cliff Jumper, Mirage, o los mismos Iron Hide y Ratchet. Cuando yo era un niño alucinaba tanto como los otros mozalbetes de mi generación con esos juguetes, resulta que la serie de televisión es un poderoso instrumento de marketing para la colección de juguetes Hasbro. Terminado cada capítulo lo que sigue es la idea de coleccionar los autos nuevos que van apareciendo, o el tanque (Warpath), tal vez el bombero (Inferno), el cohete que los lleva a Sivertron (Omega Suprime), o un avión de perfil heroico (SkyFire).

Mi hijo se ha tomado bien la ruptura que significa la película animada que salió en 1986 si no me equivoco, en la que muchos de los autobots de la G1 perecen a manos de los Decepticons; uno de los momentos traumantes para un niño y hasta para un adolescente tiene que haber sido presenciar la muerte de Optimus Prime, pues lo que hacen los nuevos realizadores de la serie en ese periodo es presentarla con demasiados paralelos a la muerte de un humano, con todo el sufrimiento inherente de un niño, Danny, su amigo, llorando a los pies de la plataforma donde ya descansa inerte el viejo líder. Confieso que por un buen tiempo salté esa escena en la película para que mi hijo no la viera y evitarle el impacto, o al menos el desencanto. Sólo cuando me dí cuenta de que podía asimilarlo bien, pues en la película de Michael Bay también han sucumbido a la tentación de hacer morir a Optimus Prime y revivirlo, pasé a explicarse que se trataba de un descanso que se iba a tomar Optimus. Cuando lo ve, ayer sábado 20 de diciembre lo volvimos a ver, se reconforta inmediatamente diciendo "pero sólo es un descanso, porque necesita descansar". La serie de cuatro películas de Michael Bay tiene puntos rescatables, sobre todo en la primera entrega, pues además de cierta fidelidad en el argumento, ofrece puntos de contacto entre generaciones, une a los padres con sus hijos en cierto sentido, sin ese paso por el cine de Hollywood no se habría reanimado en tal modo el movimiento en torno a los juguetes, eso hay que reconocerlo. Sin embargo para mi hijo el puente directamente fueron los juguetes que le mostré, los que tenía guardados en una caja grande para dárselos a él. Esto fue un día de octubre del 2013, su mamá estaba con nosotros. Saqué la caja con más ansias que él seguramente, había imaginado ese momento varias veces, tal vez incluso de que él naciera. Desempolvar los viejos juguetes de la niñez es comunicarse con puntos emotivos de nuestro pasado. Los juguetes son paquetes sensibles, aglutinan bloques de espacio-tiempo, de alguna manera te retrotraen hacia otro tiempo dentro del presente en el que te encuentras. En esas condiciones, lo que hace falta es un interlocutor, alguien a quien contarle los detalles de la transmisión, de dónde vienen esos juguetes, cómo jugabas tú con ellos, cómo los guardaste, qué hacías tú de niño, y ese interlocutor ideal es tu hijo, que te mira con ojos luminosos, sonriente, sorprendido, sabiendo en su corazoncito que está presenciando su paso a un nuevo mundo mágico, se inaugura un nuevo lenguaje que compartirá con su papá. Sivertron, ¿qué es eso?, y ¿qué me dice de energón o de chispa suprema? Una mamá o unos abuelos difícilmente podrán hablarle de ello a un niño, pero el padre sí. Así que comencé a mostrarle a mi pequeño las bondades de esos juguetes, de robot a volqueta, a peta, a jeep, a bombero, camioneta, coche de carreras... ¡Qué niño no se sentiría maravillado! Al mismo tiempo, claro está, le enseñaba del cuidado, cosa todavía algo difícil cuando tienen menos de cuatro años, pero igual, inculcarle que maneje con cierto cuidado las trasnformaciones, saber conservar las piezas. Su mamá me atacaba en alguna que otra ocasión diciéndome que eran chinos, que se rompían sólo por eso. Se lo grabó a mi hijo en la cabeza, y hasta el día de hoy él tiene ese argumento, que comparto cuando corresponde, pero que es rebatido cuando comprueba que varios de esos juguetes imitados, no necesariamente chinos, se mantuvieron sanos hasta el momento presente, casi 20 años, y que si no los pisa, si no los deja caer en pavimento, si no los aplasta al caerse en su cama, podrán todavía sobrevivir un tiempo más para engrosar su colección. 

Por ahora quisiera cerrar esta entrada comentando algo que me llamó la atención respecto de la serie de televisión, de la transición que se opera de la Generación 1, protagonista en las dos primeras temporadas, hasta el momento en que deciden hacer la película y llevar el argumento por otros derroteros. Cuando termina la película se ha producido una especie de limpieza, como si la vieja idea debiera ser reanimada. Optimus Prime y varios de sus acompañantes claves fueron muertos. Megatron es ahora Galvatron, se mueve junto a otros soldados azules que en poco se diferencian unos de otros. Rodimus asume la lideranza en los autobots, acompañado por el otrora candidato a ese puesto, UltraMagnus. De los dinobots ya no se ve lo mismo, a GrimLock le dan un toque más caricaturesco, algo ridículo, en sus diálogos. La gran variante es que la trama ya no se desenvuelve en la Tierra, es decir, ya no se trata de un guerra en la que los autobots protegen a los humanos de la amenaza de los decepticons, que buscan fuentes de energía a como de lugar para exportarlas a su planeta destruido Sivertron. Ahora la trama se desenvuelve en lo largo y ancho del universo, con visitas a planetas desconocidos, con la inclusión de otros robots y personajes de lo más raros, algunos demasiado humanizados (manía Walt Disney), robots a los que les han agregado barba, bigote, e incluso bigotes estilo francés, como si fueran unos Rene Descartes mecánicos que se alisan el bigote en sus meditaciones a la luz de una chimenea. ¿Y los labios? Los labios en la autobot mujer, además de sus formas, tan humanas cuando es robot, todo ello le da un toque burdo a la serie. 

Pero eso no es todo. Cuando era niño, ya en tránsito a la adolescencia, todavía no habían las empresas de cable televisivo en Bolivia, años 92, 94, 95. La serie se transmitió de manera continua en Cadena ABC, que recuerdo con cariño, incluso sus espacios de comerciales. De pronto, después de la creación de los Stunticons y Aelialbots, sin ningún aviso, el salto a la nueva Generación liderada por Rodimus. Ya no me gustó para nada, paré inmediatamente de ver la serie, y pocos días después ya ni siquiera se volvió a transmitir, pasaron a poner otros dibujos animados como Casafantasmas, Johny Quest, y creo que hasta Tortugas Ninja. Eso era mejor que ver cómo arruinaban la idea original de la serie. En esos años recuerdo que no me gustaba para nada los nuevos personajes, el cambio radical en el trasfondo de la serie, los dibujos de los nuevos robots, ni la forma en que mostraban sus transformaciones, de una manera tan cortada que perdía ese mínimo de credibilidad, y esos bigotes, incluso en algunos la forma de un sombrero tejano, todo ello era idiota, tenía 13 años y me daba cuenta perfectamente. 

Hoy, 20 años después, cuando veo ese paso de la serie, ese salto abrupto, mejor entendido con la visualización de la película animada, puedo observar otras razones y entender porqué se esfumó el encanto. Aquellos años, la decepción de ese cambio contribuyó a que se sumara un sentimiento más al de la admiración que teníamos a esos personajes, Optimus Prime, Perceptor, Power Gly, Megatron, Sound Wave..., junto a todos sus aliados Combiners, y es que habíamos pasado a sentir además nostalgia por la atmósfera y familiaridad de esos capítulos. Así, para muchos representó el fin de un ciclo en la niñez, se siguió coleccionando los juguetes mientras llegaron, sobre todo imitaciones, sólo en base a la reserva de admiración y cariño que le teníamos a la serie en sus primeras temporadas, a la idea original. Luego pusimos todo ese cariño en una cajita, cerramos con llave, y lo dejamos en las cajones de la niñez, listos para dar otros pasos en la vida que se abría de par en par ante nosotros. Y así como revive Optimus en algún punto de la historia, así como lo encuentran los Primales en Beast Wars, en una especie de museo autobot, así también vuelven en nosotros una serie de flujos cuando reabrimos la cajita para compartirla a brazos abiertos con el hijo amado. 

Retomo la serie junto con Tiago y noto algunos elementos en los que perdieron el toque los que pasaron a encargarse de los capítulos de la serie después de la muerte de Optimus. Bajó la calidad de los dibujos, pero también de las transformaciones, como ya hemos dicho. Pero principalmente se volvió más oscuro, más violento, dirigido a un público un poco más grande, en sus mismos diálogos y argumentos, no por complejos, sino por lo que daban por sentado, hablaban de engaño, de maniobras para engatusar a la víctima, o mostraba escenas algo fuertes para un niño, como por ejemplo en la serie de cinco capítulos titulada "Las cinco caras de la oscuridad", donde no tienen problemas en mostrar cómo trituran en pedacitos a uno de los héroes, el helicóptero verde que acompañaba a Rodimus; es una descuartización, probablemente algo chocante para los niños que estaban encariñados con ese autobot. Sin embargo los nuevos productores de la serie no supieron mantener esos lazos emocionales de los espectadores con los personajes de la serie, ahora eran demasiados elementos en cada capítulo, galaxias y planetas en una misma sopa, monstruos de cinco cabezas o robots con cabezas giratorias, pulpos monstruosos, salamandras asesinas robóticas, además del fantasma del planeta devorador Unicron, viajes espaciales por aquí y por allá, todo ello era más difícil de absorber, la trama se abría y abría, en algún momento llegaba el cansancio, la dispersión, no había el encanto tampoco en la trama, algo más seria, algo más adulta, como si hubieran olvidado que se trataba de una serie de dibujos animados para los niños, ahora querían captar la atención de los niños que ya había crecido un poco, tal vez hasta de los chicos de quince años. 


miércoles, 17 de diciembre de 2014

LA BRILLANTE CUARTA TEMPORADA DE MAD MEN EN LA TELEVISIÓN




Cada nuevo capítulo de Mad Men, la serie televisiva creada por Matthew Weiner que se transmite por AMC, representa una superación respecto de lo presentado anteriormente. Esa es la sensación que me da la cuarta temporada, que se transmitió originalmente entre julio y octubre del 2010. Después del trepidante último capítulo de la temporada anterior ("Shut the door, have a seat"), en el que Sterling & Cooper es comprado nuevamente por los fundadores originales, en asociación con Don Draper y Lane Pryce, es una gran incógnita para el teleespectador qué es lo que vendrá, qué se puede esperar de lo que viene. Los adelantos al iniciar la cuarta avisan además que Draper viene de divorciarse de Betty, que se casó a su vez con un hombre político de apellido Francis, ligado a la gobernación. 

Resulta que ver a Draper separado, viviendo por su cuenta en un departamento donde lleva varias mujeres ocasionales, junto con sus bajones por la soledad de la vida de soltero que no parece sentarle ya muy bien, convierten a esta cuarta temporada en una de las más entretenidas y estimulantes. Quizá sea porque la situación da vida a un Don Draper con otro tipo de apetito, es un Don algo más desorganizado, más imprevisible, se lo ha sacado de ese lugar que era su hogar donde parecía un hombre correcto, se le ha dado un perfil más de hombre a la deriva, de don juan, de buen vividor, en suma, algo más interesante. En el trabajo no tiene muchas pulgas, ya desde el mismo primer episodio de la temporada expulsa de su oficina a unos clientes indecisos que deseaban una publicidad para su marca de trajes de baño; tal vez se le pasa un poco la mano, pero es cierto que aquellos hombres eran ridículamente conservadores, pedían algo nuevo y deseaban acelerar con un lado del cerebro, mientras que con el otro se aferraban religiosamente al freno de mano, eran como curas vendiendo un bikini. Don lo había percibido, no pudiendo hacerles razonar, y al escuchar su rechazo al trabajo que habían hecho, se le acaba la paciencia, está cansado de aparentar, desea dejar algo claro en ese momento: su agencia no está para rogar por una nueva cuenta, no la necesitan, es un mensaje prepotente, de un pecho orgulloso, que debe tener eco en el exterior. Ofrecen un trabajo creativo singular, no necesitan bajar sus estándares con tal de conseguir el dinero de una cuenta. Por supuesto que esta abrupta reacción desconcierta a Sterling y a Campbell, que estaban en la reunión, pero sólo Draper ve las implicaciones de todo ello, no duda ni un segundo en hacerlo, no es una técnica de negociación, simplemente tiene claro que no tiene más tiempo que perder con ese tipo de clientes, y espera que al salir ellos pasen la voz. Es el derecho que se da de poder elegir a sus clientes, un privilegio que intenta transmitir a sus colegas para que lo sientan también. La realidad es que Sterling-Cooper-Draper & Pryce está sufriendo su dependencia extrema de la cuenta de Lucky Strikes, la marca de cigarrillos. Draper lo hace a pesar de ello, es el nivel de confianza que tiene en lo que piensa, suele tomar ese tipo de caminos cuando más difícil están las cosas.

En ese primer capítulo de la cuarta, titulado "Public relations", está muy presente la cuestión de la imagen de la nueva firma que han iniciado. Todo es acerca de la imagen que proyectan, incluso la imagen del mismo Donald Draper. En la agencia se presionan para cuidar esa imagen, son de una escuela más vieja, Cooper es conservador, pero Don no parece condicionarse por ello, en la junta le ponen la presión encima, la misma Peggy se lo recuerda. Los socios mayoritarios de la agencia le exigen a Don que, en orden de responder a las entrevistas que le hacen en periódicos de alto tiraje, que se saque la máscara, o el casco que usa, cual si fuera un piloto de fórmula 1, y que de una vez se revele de manera interesante para hacer un poco de publicidad en esas entrevistas. Si los medios los usan a ellos para tener una nota interesante, la idea es aprovechar la relación para que sea una buena publicidad con los lectores. Don prefiere dejar los datos personales para que los investigue el periodista, por su temple es de naturaleza reservado, serio, no dice más de lo justo, es afilado y certero cuando debe hablar, es observativo, también muy competitivo y demandante, y acerca de su vida y sus asuntos no le avisa a nadie. Nadie sabe de dónde viene, qué pasado ni que familia lo acompañan en su mochila. Don quiere que su trabajo hable por él, se muestra modesto a la hora de recordar los hechos que lo llevaron a su presente. Pero ya que tanto el zorro de Cooper como el desvergonzado de Roger Sterling lo presionan para que se exponga más, en la segunda entrevista no tendrá frenos para aclamarse a sí mismo como el tipo especial de la firma, cuenta detalles de cómo iniciaron el emprendimiento, cómo zafaron a la antigua venta, y cómo todo se le ocurrió a él. Ha decidido aprovecharse de los medios, es un adelanto de lo que ocurrirá en el último capítulo de la temporada. Por supuesto que esta aproximación será algo más molesta para los socios de la firma, al menos de los seniors, pero Draper les estará dando lo que querían, liberado quizá de lo que ellos no habían alcanzado a apreciar: Don estaba siendo reservado al principio por ubicación, por diplomacia, por tino, no simplemente por timidez o falsa modestia. Evitaba descollar por delante del equipo. Para él no todo era una medida de marketing, no le daba esa importancia a una entrevista en el periódico, ponía por encima esa relación de jerarquía con sus socios, los antiguos fundadores. Pero en ese mundo superficial donde a muchos sólo parece interesarles el dinero, la fama y el reconocimiento, se lo echan en cara sus mismos socios, de modo que el Don actúa sin asco en la segunda entrevista. Badass... Un primer episodio redondo, explica un dilema acerca de cómo actuar en estas situaciones, y se perfila lo que será la preocupación central de la empresa: cómo abastecerse de cuentas para no depender de la millonaria cuenta de Lucky Strike, que representa casi el 90% de sus ingresos. 




Una variación singular también se produce en la cuarta temporada, y es que irrumpe la presencia de la escritura en la narración del personaje principal. Teniendo Don Draper más tiempo para sí mismo, con la necesidad de organizar mejor sus pensamientos, empieza a encontrar confort en las notas diarias que escribe sobre sus vivencias. En otras temporadas se lo había visto leyendo algún libro, como por ejemplo "Meditations in an emergency" de O´Hara, pero ahora por primera vez comienza a escribir. Él mismo va relatando su historia con la escritura, una voz en off nos cuenta sus sensaciones mientras escribe cerca de la ventana, nos cuenta que no acabó la secundaria, nunca escribió más de una plana, era perezoso para ello. Es el prototipo de hombre de acción que se presenta como opuesto al lector, lo contrario de aquel que necesita aislarse, gozar de cierta soledad y de algún tipo de retiro para leer a sus anchas. Sin embargo Don Draper también necesitaba aislarse por momentos, simplemente que no escribía, pero ahora este ejercicio comienza a ser parte de su rutina de batalla, para salir del hueco en el que se siente. Sobrevive a su nueva vida, su divorcio vino de sopetón, ahora se divide para ver a sus hijos cada dos fines de semana, no sabe muy bien qué hacer con ellos, su vida para sí solo es tan alejada de las rutinas y de los espacios que uno suele ofrecerle a los hijos cuando consolida un hogar. Sin embargo al menos tiene una chequera constante y sonante, tiene la capacidad para llevarlos a cualquier parte, lo que no sabe bien es cómo asumir el papel de padre solo. Lo intenta. Sally, su hija mayor, tiene 10 años y avanza por el carril rápido, es la que más ha sentido la salida de su padre de la casa, ahora su mamá vive con otro hombre en la misma casa y duerme con ese otro hombre. Dura situación para ella, terrible posición en la que es puesta, una cuestión más que la terrible mujer que es su madre no tomó en cuenta. Apenas se soportan entre ambas, Sally desea en ocasiones irse a vivir con su padre, pero él no tiene el músculo para recibirla y vivir con ella, no tendría cómo atenderla, y no es el tipo de hombre que dejaría todo de lado para dedicarse a su hija en cuerpo y alma. Se contenta con cumplir, al menos los ve, los recoge cada cierto tiempo, cada dos semanas, él mismo siente que no los ve lo suficiente. Es muy difícil y complejo recomponer tu mundo cuando te alejas de la casa y ya no puedes ver a tus hijos todos los días, de alguna manera el que queda abandonado es el padre mucho más que la madre. La sensación de estar-en-una-familia se evapora, ahora estás otra vez por tu cuenta. Tu hijo no se preocupará por ti en lo absoluto, a él le interesan pasar buenos momentos, divertirse, y así está bien, su trabajo no es preocuparse por ti, en cambio sí es tu trabajo más que nunca el de preocuparte por ti a la vez que te preocupas por él. Él debe estar bien, debes asegurarte de ello, más aún, debes estar tú muy bien para estar disponible para él. Ese el difícil punto al que debe llegar un hombre separado de su hijo que sólo puede tenerlo de visita. 

Betty por su parte en ocasiones siente que quisiera ver muerto a su ex-esposo, felizmente tiene a su lado a un nuevo esposo que, entre sensatez y experiencia, pues él también viene de un divorcio, sabe aconsejarla para tomar las cosas por otro ángulo menos confrontacional. La serie nos habla de cómo las personas acabamos falladas de uno u otro modo, los amores, los desvíos, los fracasos en el transcurrir de la vida muchas veces nos botan contra la lona, nos conmueven, nos destripan, pero seguimos, no sabemos bien qué es lo que queda de nosotros cada vez que nos paramos y volvemos al ruedo, pero ahí estamos, bamboléandonos, entre momentos de tranquilidad y otros de tempestad. Nadie sabe en qué momento puede estallar ni qué podría hacerlo explotar, pero avanza de todas maneras. Cada uno hace lo que puede. Betty era infeliz con Don en su tiempo de casados, algo no cerraba, visitó al psiquiatra varias sesiones, no resultó en nada, fue una frustración, no es la única en la alta sociedad con esos desarreglos, lo tiene todo pero es amargada, y sabe de muchos hogares donde los problemas son verdaderos escándalos bien camuflados. Don Draper por su parte sufre sus propias neurósis, tiene sexo con mujeres de todo tipo, como si fuera un conejo, se alimenta de los vapores del éxito, de la fama, de un trabajo bien hecho, del premio que le otorgan por un anuncio publicitario, lo celebra, pero luego viene la resaca, siempre el día siguiente, despertar y volver a comenzar solo, tenerse sólo a sí mismo, esto no lo motiva tanto, a veces lo vence, duerme dos días seguidos en un sofá de su departamento, con una botella a lado desde luego. No hace ninguna terapia formal, como visitar el diván, pero se esfuerza para encontrar su cura por su cuenta, busca un lugar, va a nadar, escribe, viaja a California a visitar a su vieja amiga Anna, está en búsqueda de algo, de la armonía, de la luz, para atar los cabos y entender lo que le falta. Es el dilema existencial que Draper vive de manera muy íntima, lo vemos así desde la primera temporada, pero ahora parece estar tocando los puntos más bajos. 


sábado, 13 de diciembre de 2014

AYRTON SENNA, el sonido de la luz y de la tempestad



Por: Jorge Luna Ortuño



"You should know that by being a raicing driver you are under risks all the time. By being a raicing driver means you are raicing with other people. And if you no longer go for a gap that exists, then you´re no longer a raicing driver.  Because we are competing, competing to win, and the main motivation, for all of us, is to compete for victory, not to come fourth, fifth or sixth". 

AYRTON SENNA, entrevista concedida a Jack Stewart


Fue una terrible coincidencia que justo en la competencia que Ayrton Senna necesitaba recuperarse, pues no había completado las anteriores dos carreras de la temporada 94, se produjeran una serie de antecedentes negativos que removieron el clima de ese fin de semana en el Gran Premio de San Marino. Un piloto austriaco novato, Roland Ratzenberg, había fallecido en ese mismo circuito de Imola durante las pruebas clasificatorias, sólo un día antes, el viernes 30 de abril. Por si esto fuera poco, el compatriota de Senna, Rubens Barrichello, había chocado contra una barrera en el mismo circuito el día jueves en los entrenamientos, había tenido suerte, estaba con fracturas pero fuera de peligro, por supuesto que no iba a competir ese domingo. La desgracia rondaba de manera sombría aquellos días, pero al final todos en la FIA parecieron seguir la enorme inercia del cinismo, según esa premisa que dicta que primero están los negocios. ¿Por qué suspender un Gran Premio con todos los millones de dólares que ya habían sido invertidos y planificados? "Este es un deporte de riesgo y estas cosas pasan", se decían muchos. Pero la muerte de un piloto debía provocar algún sacudón más importante. Nadie pudo o nadie supo oponerse a la maquinaria capitalista que moviliza la Fórmula 1. Ayrton Senna pensaba esos días en liderar una nueva asociación de pilotos de F1 para que reivindiquen la necesidad de aumentar seguridad en los circuitos. Senna no pensaba ya solamente en el vértigo, en el hambre por el triunfo, ahora era el hombre tricampeón mundial que se mostraba precavido, estaba más que nunca asombrado ante el golpe de la muerte en una pista de carreras. Prost dijo en algún momento que ese año hablaron mucho, y que no lo notaba con la misma fuerza ni hambre que en años anteriores. Amigos cercanos a Senna recuerdan que el ídolo brasileño extrañaba la falta de Prost en las carreras, que se había retirado, porque no encontraba la motivación extra. En fin, aquel fin de semana el Gran Premio de San Marino se llevó a cabo igual, encima de todo lo ocurrido, cada uno cargó con el muerto como pudo, el deporte de la Fórmula 1 perdió algo más que su entereza aquel domingo, todo siguió su curso, y el costo final siempre nos parecerá demasiado elevado, el Gran Premio de San Marino de ese año se llevó al piloto más brillante de la historia, tal vez no en las estadísticas pero sí en el nivel de sus presentaciones, en los puntos pico que alcanzó.  

Aquel año de 1994 los eventos tomaron el curso que tomaron, la curva Tambarello fue el cierre de la carrera de Ayrton, que chocó contra ella a más de 200 millas por hora. Cuando el mundo se enteró la noche de aquel 1 de mayo que Ayrton Senna, el piloto mejor dotado técnicamente en la historia del deporte, el hombre más veloz de su generación, había fallecido como consecuencia de ese accidente nunca esclarecido del todo, la vida se suspendió en una borrosa cortina de humo para muchos seguidores; imagino que la existencia se apareció entonces como algo mucho más frágil que de costumbre. En diez años de competición en F1 no se había visto fallecer a un piloto en el circuito, y aquel fin de semana dos pilotos se despedían de manera trágica del mundo. Era inconcebible que uno de ellos fuera el admirado Ayrton Senna, a esas alturas tricampeón mundial, ícono del deporte brasileño, figura idolatrada a nivel mundial. 

En aquello tiempos el único que veía F1 en mi casa era mi papá, era mediados de 1994 y lo único que esperaba con ansias era el inicio de vacaciones en el colegio para ver el Mundial de Estados Unidos 94. En un encuentro en un partido en París, Senna les había dicho a los jugadores de la selección brasileña que ese año uno de los dos debía conquistar el tetracampeonato: "Ustedes aceleren rumbo al tetra que yo aceleraré de allá", les dijo con ánimo de impulsarlos. Brasil no vencía una Copa del Mundo de Fútbol desde 1970, se había quedado con tres estrellas en el pecho desde la presentación del equipo de Pelé y otros magos con la bola como Rivelinho, Tostao, Gerson. Senna por su parte había conquistado los títulos mundiales de 1988, 90 y 91, pero en ese momento eran más de dos años que no revalidaba su título. En 1994 se había pasado a Williams, justo en ese año las reglas del deporte habían cambiado, movidas políticas de por medio, se había suspendido el juego de suspensión activa que le había permitido a la Williams dominar y quedarse con el título en las temporadas 92 y 93. Senna se había movido ahora a ese equipo de Williams con el que, se entendía, podría gozar de una máquina de primera línea, quería ser campeón y necesitaba superar la máquina de McClaren, que se había quedado estancada. Y aquel año, inesperadamente, los del equipo mecánico de Willliams-Reanault tuvieron que repensar el diseño sobre la marcha, buscar las formas de compensación, devolverle estabilidad, experimentaban con cambios por aquí y por allá. Mientras a Ayrton no le iba bien en los premios de Brasil en Interlagos ni en México, donde tuvo que retirarse por problemas mecánicos. Quedaban 14 carreras en el año, no había acumulado ni un punto, comenzaba con dos premios en desventaja, y la Bennetton conducida por el joven Schumacher representaba el nuevo rival a vencer, Senna no quería dejarlos crecer. Así como había hecho con Prost en su momento, en 1988, cuando fueron compañeros de equipo en McClaren, se había propuesto vencer una lucha psicológica al mismo tiempo que de habilidades en la pista; debía ganar en el Premio de Imola, pero además debía hacerlo con un margen que intimide a su joven competencia. 



He podido saber gracias a algunos documentales, como el aplaudido y cuestionado "Senna, la película", dirigida por Asif Kapadia, que nuestro piloto brasileño se encontraba notoriamente tenso aquel fin de semana trágico, que lidiaba con una incomodidad que nunca antes se le había visto exteriorizar en tal manera, que el accidente de su compatriota y la muerte del colega piloto austriaco lo había sacudido internamente muy fuerte, además de que comentan que había sufrido una decepción amorosa por una noticia sobre su novia, aunque esto último sea una especulación muy discutida. Ayrton Senna sabía que no debía correr ese domingo en Imola, de una manera muy íntima, al menos no lo deseaba, algo estaba mal, no era el momento para competir al tope, sin embargo lo apremiaba la sumatoria de puntos, no tenía margen, venían mal con la máquina, era momento de hacer nuevas pruebas con el carro, y Senna tenía que competir a 100 por 100, pese a que no tenía la certeza de que su máquina acompañaría a su cerebro como extensión precisa del mismo. Muy en el sentido de Marshall Mc Luhan, Ayrton Senna declaró en imágenes de video captadas en el documental "Ayrton Senna, racing is in my blood", que la máquina es una parte de su cuerpo, más aún, es una extensión de su cuerpo, y esto no es una manera metafórica de hablar, se debe comprender literalmente. Cualquier mortal común y corriente que haya experimentado cierta intimidad con su bicicleta después de un tiempo de manejarla comprenderá rápidamente de lo que hablaba Senna. Su punto era que mientras más pudieras sentir de la máquina, de la potencia del motor, de sus balanceos, de mil factores, como prolongaciones de su propio cuerpo, más ventajas tendría para luchar por la punta. Pero eso también estaba en contra de Senna aquel año, después de seis años exitosos con la McClaren, aquel 1994 recién empezaba a conocer su nueva máquina, no tenía la máquina lista para vencer, pero él como piloto, como nombre, tenía la obligación de buscar el título. Las cosas no estaban perfectamente sincronizadas, como sí parecían estarlo en el equipo de Benetton, donde venían a confirmar un trabajo realizado ya en 1993. Schumacher comenzó ese año venciendo los dos primeros premios, se instalaba en la punta, más presión para Senna.

Existen ocasiones en que la oportunidad se encuentra con la idea, días en que el sentido de urgencia y timing se sincronizan perfectamente con la aparición de una crisis que es una puerta, pero hay también ocasiones en que todo lo sucedido se va acumulando como señal para impulsarnos o bien para aplacarnos en nuestras tomas de decisiones. Infortunadamente, sólo después de que se han desarrollado los hechos podemos decir con certeza que Senna no debía haber corrido. Es fácil decirlo después, lo peor es que Senna no pudiera estar ahí para tomar nota de la enseñanza, para saber cuánto su instinto contaba. Desde luego que habían intereses económicos gigantes de por medio, él se había colocado en una posición de tal visibilidad que el foco de atención estaba sobre su rendimiento. Esa era una de sus desventajas, Senna no podía permitirse una carrera mediocre, estaba de algún modo demasiado atado a su imagen vencedora. Aunque el 92 y 93 no había ganado los campeonatos, sí había ganado carreras singulares, fueron triunfos puntuales, algunos de ellos grabados como momentos memorables en la historia de la Fórmula 1, auténticas cátedras acerca de lo que es pilotar un carro fórmula 1 en la lluvia.

Pero veo estos documentales en YouTube, como uno producido por la Rede Globo, "Ayrton Senna do Brasil", y me asaltan sentimientos encontrados. Por un lado tienen un poder hipnótico fuerte, apelan al lenguaje emocional, no es difícil hacerlo con Senna de por medio, un hombre intenso de temperamento caliente, que evoca las cúspides del vértigo y la vida al límite. Al principio uno tiende a contagiarse de esa visión, se convierte en otro fan incondicional del piloto brasileño, no se puede menos que empezar a obsesionar con algunos temas, con algunas preguntas, como por ejemplo ¿qué pasó aquel día del accidente? ¿Fue la barra de dirección del volante la que ocasionó la falla al romperse segundos antes de llegar a la curva? Sientes algo de furia o de frustración, se psa, luego vuelves a ello, ¿por qué tuvo que irse con sólo 34 años, no había forma de que se le perdone aquella ocasión, que un golpe del azar lo salvara del final inminente? Eso pasa, lo dejas reposar, escucho The sound of speed de Coldplay, también he estado escuchando algunos temas de Moby y Radio Head. Te ayudan a templar algunas exageraciones.

Ayrton Senna me habla de la realización, del espíritu competitivo, de una fuente de inspiración enorme, de un hombre enigmático que estaba por delante de sus rivales en muchos aspectos, era algo más que un piloto de carreras. Pero Senna también me habla de un país como Brasil lleno de mucha gente dependiente, adicta a los ídolos, sean estos de papel, de verdad o simplemente inventados por el marketing y la publicidad. En los documentales se escucha testimonios de brasileños dolidos diciendo que la alegría de Brasil era Senna, que frente a los problemas sociales del país él era la única esperanza, que era lo único bueno, que era la representación ideal... Y la verdad es que me causa cierto rechazo ese tipo de relaciones de apego tan intenso, esa dependencia neurótica respecto de un tipo que era admirable sin duda, pero que no era un héroe, simplemente alguien de carne y hueso que hacía con excelencia lo suyo. A Senna lo adoptaron como héroe apenas empezó a ganar, ni la gente, ni el pueblo, ni el gobierno hizo nada por creer en Senna cuando no era nadie, cuando no tenía plata para irse a Europa, cuando vivía en Inglaterra comiendo huevo frito, huevo cocido, huevo revuelto, para sostenerse allá y luchar por su oportunidad. ¿Cuántos creían en él cuando estuvo a punto de retirarse porque pensaba que nunca conseguiría patrocinio? Fueron sus padres los que decidieron apoyarlo, lo empujaron con un colchón económico para que fuera tras su sueño, y él se comprometió entonces para ser el mejor. No le interesaba el segundo puesto, ni el tercero ni el cuarto, su mentalidad era ser el primero o nada. Dicen que esa era su manera de negociar, o blanco o negro, no veía muchos grises en su vida. Por ello, resultaba muy fácil decir tiempo después "somos campeones del mundo" cuando Senna ganaba, sólo por el hecho de que ese hombre tan veloz tenía tu misma nacionalidad. A mucha gente que no encontraba ni fuego, ni placer, ni locura, ni peligro en su vida, Senna le resultaba funcional para mantenerse en su mediocridad voluntaria, vivir el éxito y la sombra de la alegría del triunfo aunque de manera indirecta, a través de otro brasilero que los representaba a ellos.

Pero nadie representa a nadie, los que son grandes o aspiran a serlo por derecho propio no aceptan ser representados por nadie, o al menos lo niegan con todas sus fuerzas. Los grandes, los que tienen un reservorio cultivado con sus propias riquezas interiores, tienen mucho que decir y hacer por su cuenta. ¿Pero quiénes pueden ser grandes en un país donde se educa para seguir e idolatrar, donde se cree que el 90 por ciento de la gente es simplemente gente ordinaria y común, no destinada para nada especial, a la que se le ha reservado el lugar de público espectador? No te interesa hacerte agua la boca por el goce del triunfo de los otros cuando sabes que tienes mucho para dar, cuando tienes que realizar tus propios movimientos porque te sabes un ser singular con aspiraciones gigantes y propias. La gente que no disfruta de crecer en rebaños se niega a convertirse en seguidora, se aleja de los fanatismos, escapa a los estados de ceguera colectiva. Otra cosa es admirar. Admirar es entrar en un estado de conexión. Conectarse con Senna es algo diferente, es atender a su genialidad, entrar en su zona de vibración, encontrar o crear una zona compartida, una zona de vecindad donde fuerzas de ti y del otro se intercambian. Entonces te interesa estudiar cómo Senna lidiaba con momentos de máxima presión, qué ideas lo animaban, qué valores representaba, qué lo hacía único frente a una generación llena de pilotos con temperamento, Mansell, Prost, Berger, Piquet... Y te interesa entender, aunque sea de manera intuitiva y aproximada, qué fue mal aquel día 1 de mayo del 94, qué hizo diferente, qué dejó de hacer. No se trata de identificarse, como si esa fuera la única manera de relacionarse con algo querido. Se trata de agenciar, tener algo que ver, como decía D.H.Lawrence con los esquimalitos. Deleuze y Guattari dirán ni imitación, ni mímesis ni fusión. Se trata de una simbiosis, momento de twinlight, devenir Senna de otro. En palabras de mi propia investigación, diría que admirar es conectarse inalámbricamente con el otro. Admirar es abrirse a un nuevo campo de posibles, un circuito de energía entre ambos que tiene ida y venida, es algo vivo, tomas algo de Senna para hacer algo con ello en otra parte. ¿No es acaso la mejor manera de homenajear?


Una invocación al espíritu de Senna a través del sonido de los motores, tecnología del equipo mecánico de Honda. Reminiscencia de una carrera de 1989


El pensamiento inalámbrico exige constantemente un esquizoanálisis, un análisis de líneas de vida, ver qué formas de relación se están promoviendo en tal o cual acción, qué se estanca o qué se prolonga, si aparecen ataduras y dónde se ramifican, si existe manera de cortarlas sin provocar una desestabilización muy fuerte. Por todo esto es difícil hablar de pensamiento inalámbrico sin mencionar de una u otra manera a Gilles Deleuze, sobre todo a él, y un poco a Guattari. En el caso de Senna, de la admiración y la pasión por Senna, lo que veo en los testimonios son homenajes decididos, se muestra a un pueblo brasileño que tenía una conexión especial con su héroe, como decía Galvao Bueno, "Senna representaba al Brasil que termina saliendo bien", el Brasil que tiene suceso. Pero yo iría más lejos, alejado del pensamiento de la representación. Senna era el caso de aquellos que juegan con fuego para ir más allá de sí mismos, para explorar en su ser, tanto que atraviesan por momentos experiencias míticas, como aquella carrera en Interlagos en 1991 que Senna venció con la caja enganchada en sexta velocidad, y que terminó primero pero con espasmos musculares muy dolorosos por toda la tensión que había soportado en su cuelllo, los hombros y los brazos. Da la impresión de que en su amor por Senna muchos mostraban su fijación en el triunfo, admiraban la capacidad de tener éxito a nivel mundial, la vida de nuevos lujos, de mujeres bellas, de autos, helicópteros, aviones y lanchas privadas. Pasa lo mismo con el fútbol, Brasil parece más fanático del triunfo que del fútbol mismo. La muerte de Senna, conectada después con el tetracampeonato de Brasil en el fútbol, le recordó a todo un país de la vulnerabilidad de la vida, pero también de sus ídolos, no está bien hacer ídolos, sean de barro o de verdad, sólo sirven para tapar huecos y dejar de ver realidades. Cuando el ídolo se ha ido las cosas vuelven a tirar su olor enmohecido con mayor fetidez, siguen como estaban, y había que asumirlas antes o después. La admiración es una fuerza que anima una relación de modo que incentiva el movimiento, la acción, la mejor comprensión, al contrario del fanatismo, que promueve la pasividad, la imitación, el quedarse en el mismo lugar reconfortado por la imagen del que logra lo suyo, y nos hace sentir que lo hemos logrado también nosotros como experiencia indirecta, a través de él o de ella. Que pilotos, actuales campeones de hoy como Hamilton o Alonso, nos cuenten que en 1994 eran chiquillos e idolatraban a Senna, que lo tenían en poster por todas partes, eso es normal, parte de una relación adolescente y hasta infantil con su ídolo, una relación obsesiva hasta cierto punto. Pero adquiere su verdadero sentido cuando sirve de combustible para comenzar a hacer tu propia carrera, a construirte como piloto, eso es lo que hicieron ellos, esa no es una relación por atadura, no es cableada, es una relación de antena, por captación de señal, lo que les permite movilidad e independencia de pensamiento, eso es otra cosa, la mejor manera de saludar a un brasileño de la mejor cepa, un brasileño que trajo consigo el sonido de la luz, y también de la tempestad.



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domingo, 30 de noviembre de 2014

MAD MEN, MIRADAS


Por: Jorge Luna Ortuño

MAD MEN ha ocupado mi centro de atención en el mes de noviembre de este año. La serie llegó como un regalo de cumpleaños, me puse a verla para averiguar si podía encontrar elementos para mi clase de Dirección Creativa en la Carrera de Publicidad y Marketing. Resultó ser bastante más, la historia es atrapante porque está diseñada para seducirnos. Es una serie sobre la ciencia de la persuasión que sabe muy bien cómo persuadirnos para volvernos adictos a ella. Ambientada en la tumultuosa década de los 60, muy rica culturalmente para los EEUU, este drama de época tiene como centro a un personaje central que ya es icónico, Don Draper, interpretado por John Hamm a gran altura. De hecho, John Hamm se ha convertido una pieza tan clave para el éxito de la serie, que su figura humana es paralela a la del inalcanzable Draper en la agencia de publicidad Sterling Cooper Draper and Pryce. 

Hasta que vi la serie no tenía una idea completa de cuál es el trabajo de un director creativo. Después comprendí que se trata de una figura que ya nos han mostrado en filmes como Sweet November, con Keanu Reeves y Charlize Theron. Un Director Creativo trabaja y vive para poder ser poseído por ideas nuevas que cambien la forma de ver las cosas. Un Director Creativo trabaja en la tarea de hacer ver a las cosas más importantes y deseables de lo que realmente son. No creo que en esas épocas, en los años 60, existiera la carrera de publicidad a nivel universitario, principalmente era un oficio que requería de saber vender, pero sobre todo de saber vivir, de haber rodado por la vida, conocer algo de esto y de lo otro, de ser entrador y codearse con los que manejaban los hilos en alguna parte. Volviendo a la referencia lateral, en el drama romántico Sweet November nos presentan a un publicista que vive como un verdadero frívolo, que responde sólo a las leyes del dinero, resuelve sus problemas con dinero, ha perdido la sensibilidad para comportarse como ser humano, es un cínico consumado y goza del éxito que le procuran sus ideas en las campañas publicitarias. Se siente alguien en ese mundo laboral, que es casi toda su vida. La mujer rubia que viste como una hippie sobreviviente de la generación de las flores y el amor libre, aparece en la historia como la contra parte, el polo opuesto, el ser que está conectado con el centro secreto de la vida, respira pureza y alegría, tiene el rostro de un ángel y las maneras libres de una persona que ha trascendido ciertas prerrogativas de la sociedad. Ella será la encargada de devolverle al publicista desconectado una sensación de pertenencia diferente con el mundo que lo rodea, en base a una relación que no estará basada en el progreso como acumulación material ni gratificación por medio del dinero. 

Se ha dicho en repetidas ocasiones que el mejor cine de la actualidad en los EEUU se está realizando en la televisión. Mad Men es una de las responsables por haberle robado el foco de atención al cine de Hollywood, junto a otras series como Los Soprano, porque tienen una calidad a nivel de guión y de producción que es notable. Mad Men es heredera del glamour y la fascinación con la que se presenta la vida en otra época, desde la vestimenta hasta la forma de dialogar y de sentirse en el mundo, me recuerda en esto a El Padrino de Coppola, que nos hace deleitar con su visión de las familias italianas, aunque la historia sea sobre la Mafia en los papeles. Mad Men se presenta con esa fascinación por la vida de estos publicistas en la agencia fictica, la historia de Don Draper no es tan melosa como en Sweet November, no existe una redención ni un despertar, en la serie nos divertimos con su perfecta frialdad frente a ciertos asuntos, no se inmuta ante la materialidad que domina su mundo, no es un sentimental, disfruta su inmoralidad, sabe separar las cosas, es dueño de su vida permisiva sin dejar de cumplir con su hogar, su centro de equilibrio está en el éxito en su trabajo, si bien es una especie de dios, se muestra privadamente como un ser en conflicto, algo dividido, que no termina de sentirse a gusto en su piel, parece tenerlo todo pero vive una especie de drama existencial. Los flash-backs ocasionales a su vida pasada nos muestran de dónde viene y qué pasó, es el pasado que lleva consigo, del que no puede hablar y que ha clausurado para los otros, aunque no pueda terminar de quemarlo interiormente.


La pregunta básica sería: ¿De qué trata Mad Men? Es acerca de cómo influir en las personas y ganarse el respeto de los otros. La serie tiene un despliegue de psicología muy profunda en la resolución de diferentes problemas de relaciones humanas que van surgiendo en los capítulos. En la agencia de publicidad que tiene como referente central a Don Draper, la cuestión del ego y de los celos está a la orden del día, lo que abundan son seres frívolos e hipócritas que sólo piensan en su ganancia, están al acecho de cualquier oportunidad para mejorar su situación, se desaniman cuando sus iguales ascienden, se inquietan cuando algo cambia en la atmósfera de la oficina, viven con una sonrisa plástica para agradar a las piezas clave, son envidiosos y adictos al cigarrillo, así como a la vida superficial que llevan. Al escribir estas líneas he pensado en seres como Peter Campbell, una especie de ser despreciable, pero también en Roger Sterling, en Joan Harris, en el viejo zorro Cooper, en la famila de Trudy... Peggy Olsen ingresa como una secretaria, es una mujer ingenua, con enormes deseos de hacer las cosas bien, va comprendiendo cómo funcionan los juegos y las trampas en ese lugar a medida que se interioriza, no es una ambiciosa del mismo tipo, es modesta y respetuosa, sensible, temerosa, pero tiene agallas. La parte de vulnerabilidad conecta con la audiencia a través de su personaje, la otra parte de carisma y una templanza magnética se conecta con el personaje de Don Draper. Se diría que este hombre alto, bien trajeado, de quijada cuadrada y mirada penetrante, no le debe temer a nada, y si le teme a algo no lo demostrará nunca. Sólo los espectadores sabemos que oculta su verdadera identidad, y que nada lo inquieta tanto como la posibilidad de que se revele su deserción del ejército, habiendo tomado la identidad de otro, lo cual significaría el riesgo de perder toda su nueva vida ganada palmo a palmo. 

Draper tiene estilo con las mujeres, es un jugador, sabe tratarlas y sabe ponerlas en su lugar cuando es necesario. Las seduce en base a la posición y actitud de poder que refleja, sin embargo nunca es brusco con ellas, se mueve poniendo el encanto por delante, difícilmente se podrá ver que una mujer dirija o manipule a Draper. Incluso ante la figura mandona e inmadura de su esposa Betty, vemos a un Don sereno, como si la cosa no fuera con él, lo que tiene como premisa principal es dejar que ellas sientan el placer de tener lo que quieren. Le gusta complacer a su mujer, sabe medir entre lo que es banal, lo que es pasable, aquello en lo que no se hará lío, pues lo considera poca cosa para discutir, y en lo que tiene que dejarse claro en ese mismo momento para que no se repita en el futuro. Cuestiones de dinero no suele hacerse problema, es de mano abierta, quiere comodidad para su  mujer e hijos y es generoso con su amante ocasional. También es severo cuando se trata de temas más importantes, como la crianza de sus hijos y la seguridad de su casa. Sobre sus hijos, Draper es algo distante, no los ve lo suficiente, llega cansado en las noches, apenas habla con ellos, se confía en que Betty es la dueña de la casa y quien lleva las riendas de su educación y cuidado, él la respalda e intenta hablar calmadamente cuando hay necesidad. En partes es una posición inteligente, en partes es una posición cómoda, en su mente le libera de pensar en ello, no puede preocuparse también por eso, él debe enfocarse en el trabajo, su trabajo consiste en dar vida a nuevas ideas, desarrollar otras, idearse las formas necesarias para complacer a sus clientes. Draper trabaja en el negocio de complacer, de contentar a los que ponen los billetes, es como una puta con labia, tal vez eso influye en su psicología a la hora de tratar a sus mujeres. En raras ocasiones su paciencia y temperamento terminan siendo decisivos, no soporta algunas idioteces, en más de una vez ha mandado por el caño a un cliente en ciernes que se mostraba indeciso ante la propuesta de la firma para uno de sus productos. Draper sabe muy bien valorar en cada situación su grado de poder y sus opciones, a tiempo que valora el poder del que tiene en frente y sus justas potestades. Respeta las convenciones de una tratativa de negocios pero no le gusta que le vean la cara de tonto, no acepta que lo pongan en situación de rogar nada, es directo y cortante cuando se trata de hacer respetar su trabajo. 

Rara vez se verá a Don Draper sin un cigarrillo en las manos, o a punto de prender uno. Las mujeres lo desean aunque sea secretamente, y los hombres a su alrededor lo respetan, muchos de ellos lo admiran, y está claro que nadie quiere cruzarse en su camino, a menos que tenga decidido jugarse su empleo. Draper es un hombre de influencias, que no titubea a la hora de defender sus principios, no actúa siempre en persecución  por el dinero, entiende que hay ocasiones en que es preferible que el negocio sufra, antes que ponerse en una situación de pobreza moral frente a la competencia o a un cliente abusivo. Puede jactarse de ser leal, no es de los que mueve las cosas a espaldas de los otros, maneja a su equipo en base a presión, y se muestra él mismo como la inspiración que ellos necesitan, el líder al que observan y que resuelve los peores escenarios cuando las papas queman. Le pagan un dineral y no tiene contrato, nunca lo quiso, porque así, en sus palabras, "ellos pueden tenerlo pero no les pertenece". No está condicionado ni atado, trabaja en esa firma por afinidad, por compatibilidad de intereses, no necesita encadenarse a esa empresa, esa es su guía de vida en cuanto a lo laboral. Aunque no tiene planes de irse a otra compañía, prefiere saberse libre de tomar sus cosas y seguir sus pasos en caso de tener que hacerlo algún día. Así, como ha dicho John Hamm, lo que se puede decir de Don Draper es que es un hombre complicado, o al menos complejo, y esta es la base de una receta que le ha funcionado muy bien a Weiner, el creador de la serie, premiada con los Grammy en repetidas ocasiones por cada una de sus temporadas. La séptima y última, en su segunda parte, se estrena el año que viene. 

viernes, 28 de noviembre de 2014

LÍNEAS, CORTES Y FUGAS



"Así actuamos nosotros, los brujos, no según un orden lógico, sino según compatibilidades o consistencias alógicas. (...) Nosotros conocemos muy bien los peligros de la línea de fuga, y sus ambigüedades. Los riesgos siempre están presentes, pero siempre existe una posibilidad de escapar a ellos: en cada caso se dirá si la línea es consistente, es decir, si los heterogéneos funcionan efectivamente en una multiplicidad de simbiosis, si las multiplicidades se transforman efectivamente en los devenires de paso”.
Deleuze-Guattari, Mil mesetas


Desearía poder escribir un libro utilizando el esquizoanálisis de Deleuze y Guattari, sospecho que me podría resultar especialmente útil para pensar productos culturales masivos de nuestro tiempo, y al decir esto tengo en mente las series televisivas norteamericanas, como por ejemplo Mad Men, o una telenovela mexicana, como El abuelo y yo, y tal vez un melodrama coreano como Escalera al cielo. Si hablamos de cine hay historias sobre las que podría iluminar bastantes temas desde ese pivote, y estoy pensando en el filme argentino El secreto de sus ojos, o en la película de Sam Mendez La revolución de los Wheeler, basada en la novela de titulo homónimo de Richard Yates.

Con Deleuze y Guattari aprendí mucho del deseo, la potencia y la fuga. Trazarse una línea de fuga es algo que se hace por necesidad. Fugarse es diagramarle una salida a un territorio, desterritorializarse, teniendo en mente que no se refiere por territorio simple y llanamente a un espacio físico, y tampoco se trata de algo meramente simbólico. Tomemos el caso de "El abuelo y yo". Análisis de líneas. Un muchachito de la calle, casi adolescente, llamado Daniel, que encuentra un hogar en la casa de un viejo amargado como lo era Don Joaquín, otrora un pianista notable. Por otro lado se encuentra su amiga Alejandra, una muchachita de la edad de Daniel, que se hace su íntima en base a juegos y conversaciones donde hablan de lo que les pasa en sus vidas tan disparejas, donde ella convive con todas las comodidades mientras él se mueve en un mundo de limitaciones y falta de protección. Ella no tolera la situación de su casa, donde sus padres, Gerardo y Fernanda, mantienen en ruinas su matrimonio. Con el avance de los capítulos a Daniel lo terminan separando de su abuelo (postizo), las instituciones que velan por el correcto desarrollo de los menores se lo llevan a un hogar para niños, mientras Don Joaquín, imposibilitado de oponerse, ya solo y sin mayor fuerza para seguir soplando, elige encerrarse en un asilo de ancianos, donde sólo espera por el último día. Así están las cosas cuando llega ese día en que empiezan a moverse algunas fichas misteriosamente, algo está por sacudirse en ese mundo, Daniel escapa del hogar para niños huérfanos, una especie de correccional, y después de ir a la fiesta de la Yoya van junto a Alejandra a recoger a su abuelo para que se salga del asilo. Alejandra, que sin querer ha escuchado que su papá se divorciará y que su madre está con otro hombre, tiene repulsión respecto de la vida en su casa, sólo piensa en huir, aunque no le cuenta a nadie cuál es su razón. Juntos los tres, cada uno más desesperado por moverse y dar un paso hacia algo desconocido donde puedan seguir unidos, se ponen a correr por la calle, observando cómo el asilo comienza a quedar detrás suyo, junto con la vieja sensación del encierro. 

Las peripecias de estos cuatro personajes, junto al perro Anselmo, son varias y de corte aventurero, los eventos se van amontonando sobre sí, no planean nada muy bien, no saben bien por donde seguir, lo único que tienen es el hambre por avanzar, por no detenerse, simplemente son una especie de víctimas de las circunstancias, responden ante el apuro, no quieren ser atrapados nuevamente. La escena simbólica de la novela es la huida en un globo aerostático, después de que hicieran nuevos amigos en su paso por un circo donde pusieron de su parte para las funciones. Aquí recuerdo a Ricardo Piglia, literato argentino, que escribe respecto de la experiencia del Che en sus "Diarios de viaje", que el sujeto se constituye en el viaje, al menos así funciona para Guevara, un sujeto que no se reconoce a sí mismo del todo cuando debe después ordenar los apuntes tomados en el viaje, "Yo ya no soy Yo, al menos no ese mismo Yo, este vagar por nuestra América Latina me ha cambiado más de lo que pensaba", palabras enigmáticas de un joven aspirante a médico argentino, que escribe, pero que se imagina como un explorador que puede curar otro tipo de enfermedades del continente. El caso de El abuelo y yo es algo similar, sujetos buscando reconstituirse a partir del viaje, el desarreglo de sus vidas, o la reorganización de sus experiencias a partir de la fuga. La razón está bien explicitada, los escritores de la novela no dejan lugar a dudas, queda claro para el televidente que los personajes reunidos en el globo escapan porque no pueden tolerar lo que la sociedad les hace esperar en sus vidas. Se convierten en unos outsiders de algún modo, los que van por fuera, no lo había reparado en todos mis días de seguidor de la novela, era un chiquillo, ni lo había hecho hasta hoy, estas ideas fluyen en el mismo acto de sentarme a escribir sobre el tema. Supongo que ya desde esos años me interesaba la desviación, la conducta desviada como llaman en sociología, esa que no tiene que ver con la locura, simplemente es una respuesta afirmativa frente a la locura de la sociedad que necesita modular las energías sociales. 




Alejandra (Ludwika Paleta) vive en una familia pudiente, de la clase alta, su madre es la típica mujer con nariz algo respingada que se maneja con cierta dejadez respecto de su hija, le interesa más su propia vida, y en este escenario la nana Sofía es la que más cuida y vela por Alejandra. Su padre es una especie de abogado, no recuerdo bien, tiene la pinta de un hombre de negocios. No sé qué queremos decir cuando decimos eso, supongo que tiene que ver con el traje bien cortado, las maneras estudiadas, el dominio de sí, eso de poner primero los intereses, moverse por ciertos círculos... Gerardo, el padre, tiene una amante, su secretaria, una pelirroja de piel pálida con pocos escrúpulos, que a su vez tiene su novio a ocultas. Alejandra es víctima de los efectos de un hogar que se resquebraja, ahí cada uno busca algo de aire fuera de la atmósfera apremiante de esa casa descolorida, pero Alejandra, que no tiene más de 13 o 14 años, es la que menos posibilidades tiene de salirse y anestesiarse frente a esa realidad. Su salida y una de sus alegrías mayores es su amigo Daniel, el marginal, que en cierta forma es como su primer enamorado. Tienen una relación muy inocente, ambos son cautivantes frente a la cámara, ella es rubia, de ojos azules, tiene una sonrisa que le desbarata los sueños a cualquier adolescente, los diálogos son entretenidos, la novela se sostiene en gran parte sobre su amistad, al menos a los ojos del público infantil que la siguió. 

El hecho es que después de todo el drama acumulado se escapan, y siempre me han fascinado los que logran escapar, los que reivindican lo prodigioso de la fuga. No es necesario el desplazamiento físico, el apartarse o irse muy lejos, no es carácter indispensable, pero en la mayoría de las ocasiones son un elemento infaltable de las historias que nos presentan como fugas. Recuerdo aquí el relato de Giacomo Casanova sobre su escape de la Prisión de Los Plomos en Venecia, o el film de Paul Haggis Los próximos tres días, protagonizado por Rousell Crowe, vertiginosa historia de un hombre que hace lo que tiene que hacer, en silencio, para rescatar a su esposa de una vida oscura que injustamente se le había condenado. En El abuelo y yo la cuestión es mucho más modesta, es una problemática familiar y sobre la amistad, una lección acerca de lo que es casarse, los daños que se pueden hacer a los hijos, y todo lo que involucra la posibilidad de fugarse de lo real a través de un viaje, un devenir loco donde se conectan territorios compatibles. En su viaje, Alejandra, Daniel y Don Joaquín, acompañados por el cómico Don Lucas, conocerán a un enano, a un hombre forzudo, y a una bruja en el circo, luego a un chamán en el desierto, la niña que no puede caminar desde que vio morir a su madre en un acto acrobático, los niños de Puerto Sonora, y la sombra del despreciable Fonseca que los sigue junto a un mercenario, Roque, un garabato de rufián que sólo podría asustar a los niños. Si se hubiera tratado de un cuento tal vez nos hubieran contado que Alejandra se encerraba en su cuarto a leer, y en la lectura podía fugarse por la fantasía a la dura realidad de una casa que se desmorona. La aventura de leer sería así presentada como un viaje donde se conocen seres de otras culturas, seres fantásticos, tesoros escondidos, ciudades perdidas y otros. Pero la telenovela nos presenta la posibilidad de que ese viaje que parece imposible sea real, una serie de eventos poco usuales se mezclan, como por ejemplo que Alejandra y Daniel se encuentren en el festejo del cumpleaños de la Yoya, que puedan salirse de ahí para ir a recoger a Don Joaquín, mientras la noche los agazapa en su huida rumbo a un destino que ni se imaginan. 

MAD MEN


Tengo guardados estos apuntes sobre la serie creada por Mathew Weiner desde hace unos días, los llevo conmigo, algunos han sido anotados en un cuaderno y el resto circula en mi sangre. No debo ser el primero en reparar una peculariedad en la construcción de las temporadas de esta tan premiada serie: el inicio siempre deja un rastro de un problema o de una fijación que se repetirá en el capítulo final de cada temporada. Así por ejemplo, en la primera temporada Don Draper inicia agobiado porque la nueva idea que debe tener para complacer a sus clientes de la empresa tabaquera Lucky Strike está perdida en la nebulosa de su mente, se siente bloqueado y algo asfixiado. Mientras, nos cuentan en el resto del capítulo piloto quién es Don Draper, o lo poco que se sabe de él, también nos muestran la hermenéutica de su oficina, los personajes que lo rodean, su vida permisiva con el alcohol, el tabaco y su relación de katarsis con su amante. Cuando se le ocurre en la presentación que los Lucky Strikes son tostados, y que puede usarse esa línea como eslogan para distinguirse de la competencia, todo parece salvarse, sólo después de ello nos enteraremos de que en las noches retorna a una casa donde lo espera una muy atractiva esposa y una pareja de dos pequeños hijos. Luego, en el capítulo décimo tercero de esa sesión, el último, la tónica se repite, Don Draper debe encontrar una idea ingeniosa para su campaña de las nuevas máquinas fotográficas de Kodak. En la ocasión Draper sufre igualmente hasta el final, hasta que la idea desciende en él, apelará al discurso emotivo, referirse al lazo emocional que un objeto físico puede establecer con el cliente, por ser una máquina que permite volver en el tiempo a esos momentos inolvidables que ya no pueden retornar. Esa presentación le hace repensar su propia relación con su esposa y sus hijos, sus pocas ganas de participar en la actividad familiar del día de gracias, de pronto, al ver esas imágenes de la vida que se ha creado, la de un Don Draper del que ha asumido la identidad, siente necesidad de ver a su esposa y sus hijos, pero al volver a casa se encontrará con el hogar vacío, ellos ya partieron rumbo a casa de los suegros. 

Esta misma repetición o el guiño entre capítulo inicial y final de cada temporada puede verse también en la segunda y en la cuarta temporadas. En la segunda comienzan con un personaje leyendo el libro "Meditations in an emergency", de O´Hara, como trasfondo a la situación de resolución traumática que vive el país frente a la a uno de los episodios más paranoicos de la Guerra Fría: la crisis de los misiles en Cuba. La serie se supera en sus alcances y ambiciones en esta segunda temporada, y la manera en que hilan la historia de los personajes, varios de ellos atravesando crisis personales, que se combinan con la crisis política que vive el mundo, la amenaza de una guerra nuclear, la confrontación con la muerte colectiva, a gran escala, algo nunca antes vivido en el mundo. Al ver la serie yo mismo vivía mi propio conflicto, lo hacía en silencio, era una pugna por poder, por respeto, debía hacerse con frialdad, ambos bandos debían mostrar sus armas hasta forzar una situación de negociación, la situación estaba congelada, algunas cosas se decían y otras no, comencé a mover algunas cosas para incitar presión. Todo se resolvió bien, por fortuna, hubo que integrar algo de diplomacia al asunto, justo como sucedió con la resolución del conflicto entre rusos y americanos, las partes siempre desean salvar su prestigio moral, el tira y afloja se había ganado de otra manera, según ese modelo de gestión que es el ganar-ganar. 

La clave secreta de Mad Men es la historia de Dick Whitman, que estuvo en los campos de batalla como soldado y encontró ahí su ticket de retorno a la sociedad pero con otra identidad. Internamente él sería el mismo, pero para los demás asumía la identidad de Don Draper, gracias a una confusión provocada después de una explosión y un intercambio de cadenas donde se identificaba a los cuerpos. Whitman aparece así en la ciudad como un Bartleby, un desconocido, sin pasado ni familia ni referencias, un hombre que se debe reinventar...

Escalera al cielo 



Comencé a ver este drama de manera increíble, me lo había recomendado una amiga muy especial, ella estaba fascinada, pero todavía no termino de recordar cómo me vi tentado de comprar los discos y comenzar a verlos. En fin, sucedió, fue el 2008. Lo comenzamos a ver con mi hermana y curiosamente no pudimos soltarlo. Pegaré a continuación el análisis que había escrito ese año y que obsequié a mi amiga Pamela, como una retribución para compartir miradas. Creo que intentaba seducirla, no resultó del todo. Fueron también mis primeros pasos tratando de escribir sobre cómo veía estos análisis de líneas por todas partes, y la serie fue un buen caso de estudio. Lo único que tenía leído en ese punto era Crítica y clínica de Deleuze y los cursos en Vincennes AntiEdipo y Mil Mesetas, que fueron realmente adictivos. Aquí va lo que salió, les aviso que es un poco largo:

El amor romántico
Desde “Casablanca hasta “Titanic", pasando por “Lo que el viento se llevó”,  nos encontramos con un persistente tono de tragedia que envuelve la idea del amor. Parejas que se separan, despedidas dramáticas, viajes inevitables a lugares lejanos, a otros continentes, y también a otras vidas. En suma, se trata de una idea que ha pegado muy bien a lo largo de la historia, la del amor concebido como algo inseparable de una fatalidad del destino. No hay finales felices para Tristán e Isolda, ni para Romeo y Julieta, y dentro de esta tradición, tampoco lo podía haber para Song-ju y Jeong-su, dos personajes que seguramente quedarán grabados también en la galería de las célebres historias románticas.

En el exitoso y reciente melodrama coreano “Escalera al cielo” (2004), el romance de esta pareja se bambolea entre desgarradoras separaciones y fugaces reencuentros, como las aguas del mar que van y vienen, meciendo y embriagando. En una primera instancia hay que notar que los productores de este drama han sabido usar muy bien algunos elementos tradicionales para una historia de amor romántico. Primero, partir de un fuerte vínculo de amor construido desde la niñez, luego, un intercambio de objetos para consolidar la relación emocional, y una promesa infantil casi
a modo de profecía: “el destino de los que se aman es volver a encontrarse”. Luego, una heroína que oculta su enfermedad y que carga con su desafortunado destino en silencio; un héroe que tiene que superar todos los obstáculos que le pone la vida para recuperar a su amada y, por último, dos escenarios de fuerte sentido simbólico como son el carrusel y la casa a orillas del mar.

Si nos dedicáramos a hacer un análisis puramente racional, podríamos decir que ésta novela esta construida en torno a elementos demasiado repetitivos. Recordemos “Memorias de una Geisha”, que trata de la vida de Sayuri, una mujer maltratada por la vida que se enamora -a muy temprana edad- de un empresario que le consuela al verla llorar en la calle. Este acontecimiento marca en su vida un recuerdo celestial que la lleva a decidirse por guardar su corazón para ese gentil extraño, hasta el día en que vuelva a verlo y ella se haga una mujer. Otro gran referente es la clásica novela brasileña “La morenita”[1] (1844), que utiliza varios de estos elementos: una relación que nace en la niñez y que marca en su pureza lo que es el verdadero amor, y luego el reencuentro, con toda la idea de que hay un único amor que es hasta la muerte. Si repasamos muy brevemente todo esto, podemos ver que el éxito de “Escalera al cielo” no pasa por sus innovaciones, sino al contrario, por su capacidad para volver a utilizar con frescura estos elementos, y hacerlo en torno a una historia creíble, de manera tal que se presenta como una tragedia de la vida cotidiana a los ojos de la mayoría.

Dicho todo esto, es necesario tomar cuenta de los riesgos que implican un análisis puramente racional, a saber, que es posible perderse lo que sucede en otros niveles, quizás, la esencia misma de la historia, la esencia de ese amor extraño que en realidad tiene un final muy feliz (lo demostraremos más adelante) En ese otro nivel, -afectivo, musical, líquido-, si uno se deja afectar por la historia puede captar algunas cosas muy bellas por detrás de la aparente seguidilla de tragedias que nos presenta.

En primer lugar, la novela parte de un deseo que nos toca a casi todos, parte de una especie de sueño colectivo que consiste en trazar escaleras que nos lleven al cielo, a un lugar sin dolor, sin sufrimiento, y sin despedidas. Ahora, en este trazado, observamos dos escenarios que se repiten a lo largo de la historia. El primero es el carrusel, donde los dos protagonistas, Cha Song-ju y Han Jeong-su, suelen reunirse desde niños. En una escena, cuando saben que ya no viajaran juntos a Europa para terminar la secundaria, Jeong-su le cuenta que cuando se subió por primera vez al carrusel, su mamá la veía desde un costado, y algo singular le pasaba: “cuando ella desaparecía, yo lloraba y cuando aparecía, me reía”. Es una especie de metáfora y adelanto de lo que será su romance con Song-ju, y de alguna manera, de lo que es la vida en general: un carrusel que no para de dar vueltas, que varía constantemente, mostrándonos a veces lo que nos gusta y queremos, y en otras lo que no nos gusta y despreciamos. Por otro lado, es la historia misma de la novela, un carrusel de infortunios, alegrías y desgracias que se van desenvolviendo como una serpentina, a momentos de manera predecible, y en otros, sorprendiéndonos en gran manera. Y así también son los amores de Jeong-su, que recorren a su alrededor mientras ella gira sentada en el carrusel. Primero esta Song-ju, que es el que más la hace reír, y llorar, porque aparece y desaparece continuamente en su vida. Y luego el hermanastro Tae-hwa, que no se separa de ella, y que es capaz de correr a su lado en el carrusel con tal de no desaparecer en ningún momento y verla así sonriente todo el tiempo. 

El otro escenario es la casa a orillas del mar, donde vivío Han Jeong-su casi hasta la muerte de su madre. En esa casa permanecen vivos los mejores recuerdos de su infancia, incluidas las tardes en las que disfrutaba tanto escuchar a Song-ju tocando el piano. Esto es algo muy bello en la historia, y es que esta muy relacionada con el arte, que les sirve a los personajes para trazarse sus “líneas de fuga”[2]en sus momentos más difíciles.

La música esta presente en la novela a partir de Song-ju que es, en lo más íntimo de su ser, un pianista con mucho talento. Y la pintura tiene un rol protagónico a través de Han Tae-hwa que es un extraordinario pintor. Ambos siguen caminos diferentes. Cha Song-ju es hijo único, heredero de un gran futuro en la compañía de su familia, lo que le hace verse obligado a seguir los pasos de su padre, dejando el piano como una simple afición. Enamorado de Jeong-su, sólo toca para ella, o para recordarla. Tae-hwa en cambio no le da la espalda a su vocación, y pinta hasta el final de sus días. Él es uno de esos seres tímidos de naturaleza introvertida y misteriosa. Al principio es solo una copa llena de odio contra su madre -Tae Mi-ra-, y hasta se puede pensar que tiene la mala fortuna de enamorarse de Jeong-su, quien aparece como la fruta prohibida por ser su hermanastra, pero en realidad ella es su salvación, la persona que lo aleja de la muerte, o de la locura, porque le permite vaciar su copa y llenarla de un profundo amor.

La historia esta llena de líneas y de puntos de ruptura. Por ejemplo, el punto de ruptura en la vida de Tae-hwa se produce un día antes del concurso de pintura, cuando le da el ultimátum a Jeong-su para que le lleve al colegio su caja de acuarelas. “Si vas lo tomaré como que si te gusto” le advierte. La historia nos cuenta que, con cierta ingenuidad, ella decide aparecer y llevarle el material, aunque todavía estaba enamorada de Song-ju. En ese momento se trazan dos líneas en la vida de Tae-hwa: una es el amor obsesivo por Jeong-su, y la otra es la pintura, como un segundo amor derivado del primero.

Si bien es cierto que ya se encerraba en el desván y pintaba algunas cosas por su cuenta antes de quererla, todo eso era solo un escape, se recluía en ese cuarto movido por fuerzas pasivas. Sin embargo, desde el día del concurso las cosas cambian, cuando la ve llegar corriendo, sus ojos comienzan a ver algo nuevo en la vida, pintar deja de ser solo pintar, y pasa a ser una línea de fuga. Jeong-su le enseña a ver la vida con felicidad, y su mejor forma de agradecerle es pintarla. Tae-hwa ya no pinta para soportar su vida, pinta para ella, con la sensación de ella, y eso lo hace feliz. Es extremadamente generoso, le manda muchos aviones de papel en los que la ha retratado. Es así que, en la pintura, Tae-hwa encuentra una forma fugarse, a tiempo que la inmortaliza y la tiene presente siempre. Es su escalera al cielo, una línea de fuga que irrumpe entre todo lo triste y desafortunado de su vida. Jeong-su funciona como un portal, como un inter-conector en la vida de Tae-hwa[3], pues le presenta otro mundo, le da una posibilidad para darle sentido a su vida. Esa salida esta constituida por el arte y el amor, pero Tae-wha se concentra demasiado en el dedo que apunta, y se obsesiona con el “señalador”, sus ojos se fijan rígidamente en torno a ella. Así es que nace su amor enfermizo, y su exagerada necesidad de ella, tanto así que su vida adquiere sentido solo por ella, su vida empieza y termina en ella.

Y todo esto no es pura lata, es literal, pues Tae-hwa nace a la vida cuando Jeong-su le lleva una sopa caliente festejándole su cumpleaños, algo que nadie había hecho por él. Pero al mismo tiempo, ella representa también el fin de su vida, pues el intenso amor por Jeong-su que lo incendiaba por dentro, lo lleva a suicidarse con tal de poder donarle sus ojos y hacer que ella vea otra vez. Es la expresión de su amor llevada al extremo, o retornada al origen. Es el sacrificio más alto, el amor más grande, o más loco. Dejar de ver, para que ella vea con sus ojos; dejar de vivir, para vivir en ella. Su muerte es trágica, pero es también una elección, un momento cumbre que alcanza la cúspide del espíritu humano, pues llega a un punto que esta listo para renunciar a la vida misma. Es muy digno y esta lleno de valentía, es como Albert Camus diría, un triunfo sobre la muerte.

Por su lado el otro enamorado, Song-ju, también sigue algunas líneas extremas en su vida. Su padre le tiene bien marcadas algunas que definen sus relaciones, su trabajo, y por ende, su alegría; y luego la supuesta muerte de Jeong-su planeada por la inescrupulosa Han Yu-ri, lo lleva a cortar esas líneas en puntos que lo sumergen en la desdicha, en la soledad insípida de una tarde de domingo, en la búsqueda de algún tipo de consuelo. Siempre se lo ve caminar seguido por un montón de gente que lo acompaña o le protege las espaldas, pero nada es suficiente, todo lo que se puede captar en medio de tanta gente, es resignada soledad.

Sin embargo a pesar de estar destruido y abatido creyendo muerta a su amada, Song-ju encuentra su línea de fuga también en el arte, cuando toca el piano; esta es su fórmula medicinal a lo largo de la historia, pues siempre que necesita fugarse a su dolor se pone a revivir esas “viejas” notas musicales, y esto sucede en varios pasajes: cuando recuerda melancólicamente a Jeong-su después de su falsa muerte, cuando ella lo deja al enterarse de que va a quedarse ciega, y finalmente, cuando ya se ha ido, cuando ya no tiene donde buscarla, cuando quiere revivir por un instante su aroma, su calor y su alegría. Impotente ante la muerte, aparentemente solo le queda tocar el piano para ella, en la compañía del mar, testigo de su soledad y valiente compañero de viejas tardes inundadas por la nostalgia.

El nuevo encuentro en un plano musical o molecular


Nuestro pequeño recorrido nos lleva a percibir algunas cuestiones que no se pueden expresar con un lenguaje ordinario. Es por eso que al escarbar en el lenguaje nos encontramos con un concepto filosófico muy apropiado para entender desde otras perspectivas algunos sucesos que se dan en la trama de la novela. Se trata del concepto de territorialización[1], que fue creado por los filósofos Gilles Deleuze y Félix Guattarí. Este concepto se refiere a que todos, tanto los anímales como los hombres, pasamos por la vida haciendo nuestros territorios, trazando espacios, en una palabra: territorializándonos. Y esto no se trata de marcar la tierra con un dedo, ni de hacer viajes a lugares desconocidos, los territorios se hacen en el lugar donde se está. Los boxeadores por ejemplo, cuando entran al ring, primero dan unas vueltas alrededor, tratan de combinar un ritmo musical con su movimiento, y con el espacio, tratan de familiarizarse, están marcando un territorio. Lo mismo hacen los que se aman, marcan sus territorios juntos, se territorializan, por eso es tan duro pasar por esos mismos territorios cuando la relación se ha terminado. En ciertas ocasiones una plaza, una banca, una calle, o un tema musical resultan tan punzantes como una navaja.

En “Escalera al cielo”, la casa a orillas del mar es el territorio donde los dos protagonistas comenzaron a hilar su amor, y es el lugar en el que quedó contenido con mayor intensidad. La tranquilidad adormecedora del lugar, las notas del piano emulando caricias amorosas y la resonancia persistente de las olas al fondo, todo eso formaba su territorio, no tenía nada que ver con una cuestión geográfica. Era un lugar al que siempre podían volver, un campo magnético que contenía la energía de su amor. Aquí recordamos “Casablanca” cuando Humprey Bogart, sabiendo que tendrá que decirle adiós a su amada, le susurra a modo de consuelo: “siempre tendremos Paris”. Lo mismo pasa con Song-ju y Jeong-su, siempre tendrán ese rincón, la casa, el mar y el cielo que la rodean. Por eso, cuando ella finalmente sucumbe ante la enfermedad y se muere, él tiene que volver a ese lugar en el que construyeron su territorio, en el que la energía de su amor quedó impresa en el aire y la arena. Es el lugar que siempre les servirá como boomerang, el lugar donde “el amor siempre vuelve”.

El final de la novela es  bastante cruel y desgarrador, lo que no quita que tenga alguna dimensión de esperanza. Hay que verlo más allá de la aparente cortina trágica que lo envuelve, porque más que un final, es como un punto de ebullición, o una línea de tránsito: de lo visible a lo incorpóreo, de lo duro a lo flexible, de un estado sólido a un estado líquido o gaseoso.  Es necesario verlo con los ojos de Tae-hwa, el que se ofrece a que le trasplanten los ojos para que la afortunada Jeong-su pueda ver otra vez. Cuando sale del quirófano ella se promete: “desde ahora solo veré todo lo bello de la vida”.


No se puede ocultar el hecho de que estos melodramas están hechos para que el televidente se complazca en una especie de masoquismo, el infortunio más exagerado puede aparecer, pero luego quién puede descartar algo en la vida, que es imprevisible. Al terminar este melodrama coreano que no se cansa de ofrecer giros con noticias trágicas para sus protagonistas, presenta una idea gozosa que es la esencia misma de su historia. Es quizás la más alegre de las ideas sobre la muerte y consiste en lo siguiente: En el extremo de la vida, en su paso a lo incorpóreo, hay un último momento en el que es posible elegir un escenario placentero en el cual esparcirse y desaparecer; un lugar que se haya amado en vida, un paisaje, un instante, un perfume, o una hora que se hayan disfrutado con toda el alma. Son recintos en los cuales perderse y difuminarse para quedar impresos, y respirar en ellos por siempre. Así se despide Jeong-su de la vida, en su territorio, y en los brazos de la persona que más amaba, diluyéndose poco a poco entre la brisa y las pulsaciones soñolientas del mar. Meciéndose y agazapándose cada vez más hacia un lugar que ya no es del día a día, que no pertenece a la realidad ni al mundo de los sueños, y que quizás sea una hamaca tendida entre ambos. La frágil Jeong-su va cerrando los ojos a medida que comienza a flotar en ese espacio, se adentra en sus colores como si fuera un cuadro de pintura que adquiere vida, que la atrae hacia un lugar sin memoria, indefinido e impreciso, como el instante anónimo que comunica la noche con el día, un amanecer o un atardecer, o quizás ambos a la vez.

En la escena final, el novio descorazonado, Song-ju, no tiene más que volver al territorio de su amor, no para hablarle o para escucharla, sino para estar totalmente con ella. Sentado a la orilla del mar, con la mirada cargada de nostalgia, toca el piano con tristeza, como si estuviera perdido, pero también como si estuviera al acecho: tratando de captar algo. Sus dedos se deslizan sin darse cuenta, y las notas van surgiendo. Todo eso es lo que se ve, sin embargo por debajo, en otro plano de vibración, algo maravilloso está pasando, es un plano que construyeron juntos y que permanece flotante; se puede respirar, pero no se puede ver. Song-ju se sumerge mientras sus dedos presionan las teclas en medio de una especie de trance, se pierde y se deja ir, aunque su cuerpo todavía esté sentado en esa silla, él está viajando, y la música es el transporte; está envuelto en una travesía que ya nada tiene que ver con personas, recuerdos, o egos, sino con pulsaciones, velocidades, e intensidades. El mar, la música, la arena, el viento, y el amor que los une, todo eso es un conjunto, un bloque captado en un territorio, son una misma cosa, pues las distinciones se han ido resbalando como gotas de llovizna en una ventana; ellos se han ido difuminando, esparciendo, envolviéndose entre los sonidos y el agua, haciendo una música líquida, una música molecular. Es un lugar sin dolor, sin sufrimiento ni despedidas, verdaderamente han construido juntos una escalera al cielo.

Vistos desde afuera estos encuentros son imperceptibles, quizás duren sólo segundos, quizá no sean más que instantes, pequeños instantes prodigiosos. Sin embargo, no hay nada más dichoso que lo que se vive totalmente y sin vacilaciones en un fragmento del tiempo. Después de todo, quizás esta historia no sea más que una gran pintura realizada para expresar lo que es el amor. ¿Y entonces que es el amor le pregunta un niño a su abuelo? Y este le contesta: “un instante”.

Lo he vuelto a leer de muchos años, puedo notar ya ahí ciertas tendencias mías, cierta unilateralidad, querer verle el lado bueno a las cosas, el espíritu nietzscheano de la afirmación, o lo que comprendía de ello. Recuerdo que me gustaba la idea de un tipo tocando el piano en la playa, a orillas del mar, conectándose con la mujer que había amado, que en ese punto era una presencia del lugar, tenía la individualidad de un parque o de una lluvia, sin pronombre de persona para identificarla, pero él se conectaba si encontraba la disposición que le permitía el acto de tocar el piano. En esa experiencia de escribir este miniensayo escuchando el tema musical del melodrama fui comprendiendo cómo funcionaba la escritura cuando se contagia de los rasgos de aquello sobre lo que se escribe. Un par de años después, en mi primer trabajo en un periódico, usaría este procedimiento para escribir sobre Pink Floyd, sobre Mercedes Sosa, Gran Torino, La mariposa y la escafandra y otros fenomenales productos culturales que tengo en especial afecto. Las resonancias de aquello sobre lo que uno escribe deben verse de alguna manera esparcidas en el mismo texto, el lector debe sentir la presencia, captar el ánimo que produce aquello de lo que se habla. Eso es algo que me quedó muy grabado del procedimiento de Gilles Deleuze al escribir sus monografías sobre Hume, Espinoza, Foucault, él decía, hay que evocar una presencia, hacerla salir del papel, la repetición de algo diferente, pues no se limitaba a comentar, sino que creaba en la invocación de esa presencia, algo que pasaba entre él y esos autores. Me pasó lo mismo, experimenté de esa manera, las modulaciones de mi escritura se fueron orientando en ese tipo de ejercicios que me aportaban un gran placer. 


[1] Una vez más utilizamos un concepto creado por Gilles Deleuze. Ver: Gilles Deleuze, Claire Parnet “Diálogos”. Editorial Pretextos. Paris, 1977  

[1] “A moreninha” es un romance publicado en 1844 por el escritor brasilero Joaquim Manuel de Macedo (1820-1882), que fue después llevado al teatro y al cine.
[2] El concepto de líneas de fuga ha sido propuesto por Gilles Deleuze y Félix Guattarí. Ver: “El AntiEdipo” libro escrito por estos dos filósofos.
[3] Todo el talento de Tae-hwa para la pintura proviene de su amor a Jeong-su. De hecho, es Jeong-su la que le regala un libro de arte que su mamá había guardado como uno de sus preferidos.