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jueves, 9 de febrero de 2012

LOS WHEELERS, O UN DEVENIR REVOLUCIONARIO QUE FUE TAPONADO



“Si en mi obra hay un tema, sospecho que es uno simple: que la mayor parte de los seres humanos están irremediablemente solos, ahí es donde reside la tragedia (…) Al final ¿qué nos hace perdernos? ¿Qué dejamos que la sociedad haga con nosotros?”
Richard Yates


La influencia de Fitzgerald
Un fenómeno interesante sucede cuando se tiene oportunidad de leer algunos pasajes de Revolutionary road (1961), la primera novela escrita por Richard Yates (1926-1992). Se ha producido un encuentro a nivel de la escritura, pues Yates ha escrito de golpe algunas páginas maravillosas que de repente uno dice: es Scott Fitzgerald. No se trata de que sea una copia ni una imitación, sino de que existen fuertes resonancias, y entonces da la sensación de que sin Fitzgerald esas páginas no hubieran podido ser escritas. Cualquier lector que tenga esta impresión podrá experimentar después una agradable sensación cuando descubra lo que cuenta Blake Bailey, el biógrafo de Yates: "hubo dos cosas que nunca le abandonaron: una timidez casi mórbida y una veneración sin límites por Scott Fitzgerald".

Saltan a la vista en esta historia las famosas líneas de la escritura (y de la vida) de Fitzgerald. Él decía que estamos todos hechos de líneas, distintas líneas que nos atraviesan y componen nuestras vidas. A saber, son por lo menos tres: La primera es una línea dura, la línea horizontal en el Zen, línea rígida, aunque igualmente necesaria en la vida, en la que transitamos día tras día: colegio-universidad-maestría-beca-trabajo-familia-retiro, etc.; esta es la línea en la que vale el más: más dinero, bienes, reconocimiento, éxito, etc., la “carrera de ratas”, la vida que los orientales denominan “maya”, la ilusión, la única línea en la que el famoso “sueño americano” enseña a vivir. Pero luego existe una segunda línea que sería la línea de corte, que no está tan clara y es mucho más flexible, sucede a otro nivel, de manera simultánea, y en ella se producen las agitaciones, los desmoronamientos y cuando uno entra en ella de repente algo se produce y todo puede cambiar en la primera línea; es casi un lugar de paso, una preparación que puede desembocar en la tercera línea, la vertical, la que Deleuze denominaba línea de fuga, que es en la que se experimentan las verdaderas rupturas. La tercera es la línea de ruptura, ¿quizás la línea vertical del Zen?, en ella la vida crece no en cantidad sino en cualidad, y al ser el "menos" lo que cuenta, se pasa a vivir la operación del escultor: pulir, reducir, ¿editar?, ser cada vez más sencillo, sobrio y económico; ésta última es también la línea más peligrosa, puesto que es una línea de escape que latiguea a grandes velocidades, es siempre experimental, apta para cada uno según lo que puede soportar, y en la que las cosas pueden terminar mal si no se avanza con mucha precaución.




Revolutionary road
Con el mismo título, esta novela de Richard Yates fue llevada al cine por Samy Mendes el 2008 y distribuida en Latinoamérica como Solo un sueño. Libro y film retratan la historia de una pareja que vive enclaustrada en el sueño americano, e intenta una fuga. Cuenta la aparentemente feliz vida que mantienen Frank (Leonardo Di Caprio) y April (Kate Winslet), los famosos Wheelers, una pareja que a los ojos de los demás ya lo tiene todo. Son jóvenes, atractivos, tienen dos hijos sanos, una casa confortable, un ingreso estable, vida social, etc. Se han trasladado a la Calle Revolutionary y la mujer que los llevó ahí, la señora Gibbens, está encantada con ellos. Pero el problema de los Wheelers es que, a pesar de que siempre se creyeron especiales, distintos al resto, han caído en la misma vida rutinaria del resto, es decir, se han estancado en una sola línea de vida, en la horizontal, han dejado de crecer, sus días perdieron el brillo, el sabor, la magia. Olvidaron la promesa.



Comienza la década de los 50’, todavía los escritores beats no han hecho su aparición, pero aquel impulso energético está latiendo en el ambiente, y la vida de April será de una sus tantas manifestaciones. Ella es una actriz frustrada que no encuentra en esa ciudad un espacio para el teatro que quiere hacer, es una mujer amargada que ya no se contenta con jugar su papel en la vida “real”, es decir, el de la típica madre ama de casa que hace la merienda para los niños y los despacha al colegio, que prepara el almuerzo, sonríe, se muestra solícita; luego sonríe otra vez, conversa en la mesa interesándose en cómo les fue a todos en su día, lava los platos, para después volver a sus quehaceres domésticos hasta que llegue la noche, y luego el siguiente día tenga que ponerse nuevamente el mandil y preguntar a todos: ¿cómo quieren sus huevos: revueltos o fritos? Los quehaceres de la madre por su familia tienen una grandeza absoluta, una grandeza a la que no le falta nada, pero April quiere vivir como mujer (y como ser) también sus otras líneas. 


Por su parte, su esposo Frank trabaja en Knox, la misma compañía en la que trabajó su padre por casi treinta años; de la noche a la mañana, con menos de 25 años en sus hombros, se ve casado y con dos hijas, y ya está embarcado en aquella vida que en otros tiempos veía muy remota y se mofaba de los que vivían así. He ahí cómo otro idealista aventurero que ha luchado en la guerra, y ha soñado una vida bohemia en su estadía en París, termina mesurando sus pasos, apagando sus bríos, creyendo que el costo del amor deber ser la vida hogareña como morada final. 




Los Wheelers tienen todo lo que demanda la sociedad para una buena vida, pero ninguno de los dos está feliz. Neurosis humana. Él vive hastiado por un trabajo que no soporta, un jefe que odia, y una esposa insípida, igualmente infeliz, que ya no duerme con él y que destila frustración en su mismo aliento. Para Frank no hay nada que se pueda descubrir en el octavo piso de Knox. Incluso sus tres amigos-colegas son prototipos, parecen extraídos de esas oficinas que se describen en las novelas de Kafka. Pero al mismo tiempo su trabajo representa estatus, le aporta autoestima, y le permite "asumir" sus responsabilidades, dándole a su esposa una vida que se supondría deseable para cualquier mujer. Lo cierto es que ambos se sienten postergados y confortablemente dormidos en el sótano de sus vidas.

Montado así el escenario, Revolutionary road retrata el inesperado intento que los Wheelers se plantean para deshacer esa vida y crearse una nueva. El asunto de April en la historia es abrir una puerta. ¿Cómo se debe actuar en aquellas situaciones en las que sentimos que no podemos irnos, pero tampoco podemos quedarnos? Ese es el dilema de April, y él de Frank también, la diferencia es que ella llega a un momento en que deja de lado la resignación. 


[Paréntesis: En una escena de la maravillosa película Sueños de fuga (1994), un anciano que ha pasado 50 años viviendo en prisión, se ve de repente libre; pero a esas alturas no se trata de que está siendo liberado sino de que la prisión lo arroja a la intemperie. Las opciones del viejo, viéndose en medio de una ciudad que no veía desde su adolescencia son dos: o bien volver a la prisión o bien quedarse afuera. Él decide "no quedarse". Se cuelga de una viga en su habitación. (Red, el personaje de Morgan Freeman, lo entiende así: "él ya estaba demasiado institucionalizado")]. 


En Revolutionary Road el movimiento de fuga es inverso. Una vez que el devenir que los arrastraba se ve taponado, se ve traicionado, April decide "no irse". Lo que se cuenta aquí son las peripecias de un viaje fallido, los peligros de una fuga, y un trazado de nuevas líneas de vida que no llega a cuajar...




El taponamiento
Entonces los Wheelers se rayan un nuevo mapa, y así buscan escaparle al “vacío sin esperanza” de su vida. Estamos cansados de negar la vida y de negarnos. En saber afirmar lo que somos y lo que soñamos, a pesar de la sociedad, es donde reside el desafío. Devenir revolucionarios en lugar de teorizar la revolución. Pero el devenir de los Wheelers es taponado. La maquinaria de la sociedad utiliza sus viejos recursos para re-absorberlos: un nuevo hijo en camino, la tentación de un aumento de sueldo, y el dueño de la compañía que utiliza el viejo truco: “quédate por honrar a tu padre, él hubiera estado orgulloso”; más dinero, por tanto mejor vida, supone Frank. Sus vecino y otra gente les dice: "Pero Paris no tiene gran cosa”, “Europa no se va ha ningún lado, pueden ir después”. April suspira frustrada en el desenlace: “No tenía que ser París”. De lo que se trataba era de salir de la línea horizontal, atravesar una verdadera ruptura, devenir revolucionario, abrir paso a una nueva manera de vivir, a su manera, irrealista quizás, pero que por un momento sintieron como lo más real en mucho tiempo.




Esta es una de esas películas que debe hacerle a uno preguntarse: ¿de qué sirve verla si no logra conmovernos en alguna íntima fibra de nuestro ser? Ver cómo nos fuerza a preguntarnos: ¿en qué línea estamos viviendo nosotros mismos?; ¿qué líneas nos ha predeterminado ya nuestra sociedad?; ¿qué otros modos de existencia podríamos inventarnos repentinamente? Esta historia nos invita a dibujar nuestros propios planos, a identificar las líneas negativas y mortíferas en nuestras vidas, a no convertirnos en agentes de propagación o a ser conscientes de lo que reproducimos con nuestras maneras de vivir, desear y soñar. Lo que interesa es abrir nuevos pasos, ser propensos a nuevas circulaciones. La historia no es sobre los Wheelers, sino sobre lo que nos puede pasar a todos, y es por eso que cada uno verá si quiere comenzar a trazar sus líneas inéditas mientras recorre las líneas establecidas, o prefiere limitarse a opinar sobre la película y archivar el DVD.



Por: Jorge Luna Ortuño


lunes, 6 de febrero de 2012

PROGRAMA DE AMPLIACIÓN DE LA FILOSOFÍA (II)

El devenir-filosofía del arte



Se trata de una primera experiencia que, al ser novedosa, afronta también los desafíos de toda iniciativa que camina sus primeros pasos. Desde un comienzo nos planteamos la tarea de abrir la filosofía, al contrario de lo que hace la academia, que consiste en cerrar, cerrar, especializar y producir esa suerte de relaciones incestuosas que no salen de las mismas cuatro paredes. En las reuniones con los más amigos, con Ramiro Majluf y Jaira Rivera, luego con Fernando Iturralde, y ya después con Joseph Oblitas, siempre surgía la necesidad de rasgar la tela, y convencernos de que no habíamos estudiado solamente para entrar en la carrera de ítems como profesores escolares de filosofía.


La idea siempre fue trazar líneas diagonales desde la filosofía hacia su afuera, y en mi caso este trabajo ha estado más dirigido hacia el campo del arte y la cultura. Producir relaciones de amistad entre la filosofía y el arte, es decir, afinidad, simpatía, convergencia creadora. Amar=Crear un plano compartido. Hacer filosofía=crear un plano. Escribir=trazar un plano. Todos los verbos en la vida implican la confección de un plano. Nosotros queríamos construir un plano con la filosofía para escaparnos a los espacios predeterminados que en La Paz ya nos condicionaban, o bien a meternos en la carrera por ser ayudantes, profesores y luego docentes, o bien al desempleo. O bien a trabajar como secretarias de biblioteca.




En nuestro plano siempre hay espacio para los cantos y para los gritos, incluso ahora que nos vemos menos por la distancia, pero no porque nos juntemos solo con los que nos dan la razón, sino más bien porque nuestras complicidades son lo suficientemente lejanas. La mayoría de las veces nos encontramos con una idea, un video o un libro, y le pasamos el dato inmediatamente al otro. Facebook lo ha hecho muy fácil en ésta época. Cada uno se encuentra primero con una idea, antes que con una persona. No necesitamos que nos pase lo mismo que le pasó, por ejemplo, a Fernando Diez de Medina, que terminó admirando a un Franz Tamayo idealizado, que era el que había dibujado su pluma, y terminó sufriendo al hombre, que resultó ser una frustración cuando lo miró más de cerca. (Léase Franz Tamayo Hechicero del Ande). En otras ocasiones nos encontramos con gentes que trabajan en otros campos, y más bien parecen venir de muy lejos, y la sintonía no siempre se presenta de entrada. Luego cuando sucede es algo mágico. Fanny, la esposa de Deleuze, tiene una bella expresión: como si fueran dos linternas que se encuentran a contrapelo en la noche de una carretera... Ella lo dice mejor, creo que la cito mal. Pero eso sí, lo que nos une a todos es el deseo de hacer algo. Que algo pase, o que algo salte en medio de la noche, cuando menos se espera. Por un lado hacer, pero por el otro saber abandonarse, estar a la espera de los devenires que no habremos espantado. Jaira en Uyuni, Fernando en los colegios, o Ramiro con el suspenso del tigre que acecha por su presa desde las tierras bajas.


En toda la historia de la filosofía no ha habido ningun gran filósofo que no haya tenido que construir su plano sin tener que ir al mismo tiempo contra una imagen del pensamiento preestablecida. Cuando Pascal filosofa sobre la existencia de Dios tiene que dar un giro que hace que su problema sea completamente otro, no pregunta ya si Dios existe, sino saber cuál es el modo de existencia más conveniente: el de aquel que apuesta por Dios o de aquel que no cree en su existencia. Esa era una nueva forma de pensar, que se salía, que rompía, que no entraba en la vieja discusión precedente. Escapaba a la imagen.


Pasa casi en todo, los espacios ya están predeterrminados, la universidad lo está, el libro lo está, la hoja en blanco que le espera al escritor no está nunca en blanco, pues una serie de líneas ya se le han prefijado, "está lleno de clichés" dirá un pintor al asomar su lienzo nuevo. Bueno, mi amigo Justo Pastor Mellado lo diría así: hay que desorganizar para organizar algo nuevo. Nosotros quisiéramos hacer todo lo posible por derribar esa vieja imagen de la filosofía, al menos en nuestro medio, aquella que la pinta como una disciplina inservible, poco aplicable, y obsoleta para el mercado laboral de nuestro tiempo, en el que se impone la velocidad y el pensamiento rápido, además de la escritura en formatos pequeños y desechables: Twitter, e-mail, text message, facebook, ya ni siquiera la velocidad que producía el telegrama, muchas veces ya solamente la transferencialidad de la nada.
Del arte hacia la filosofía
¿Y cómo le podría servir toda esta cháchara a un artista? Un artista se aproxima siempre a la filosofía, aunque sea por su cuenta y en silencio, y aunque él mismo muy poco pueda racionalizar de todo ello. ¿Cómo puede hacer uso de la filosofía un cineasta para su película? El cineasta bolivano Marcos Loayza decía en su ponencia que la relación se da a partir de la escala de valores, de las decisiones que el cineasta toma en lo que muestra y lo que corta. ¿Un problema de ser y de valor? En otro caso, cuando vi la película Zona Sur de Juan Carlos Valdivia sentí que se había aproximado en algo. Él mismo cuenta (en un documento que nos obsequió en la premier a todos los de la prensa) que estando en un barco de viaje a Europa estuvo tumbado por días leyendo la trilogía Esferas de Peter Sloterdijk, el genial filósofo alemán. Claro, es muy posible decir que ¡no entendió nada!, pero al mismo tiempo podríamos decir que su lectura fue no-filosófica, que es, como diría Deleuze, una lectura a la que no le falta nada.  De modo que el director boliviano se apropió de la idea de las esferas vitales en la construcción estética de su film, cargado de largas tomas circulares, y en eso Joaquín Sanchez lo secundó muy bien. Ese fue un atisbo... 

¿Y en cuanto a la pintura? ¿Y la música? No estamos seguros de qué puede aportarle la filosofía (hoy) a la pintura. Tito Kuramoto, el destacado pintor cruceño-japonéz, me ha contado algo sobre su manera de trabajar: él dice: ¿cómo hace un pintor para crear un efecto de mayor profundidad en un cuadro? Comienza a retirar los elementos claros de adelante y pinta los oscuros en el fondo, va creando contraste para tirar la mirada del observador hacia atrás. En el teatro se puede hacer lo mismo jugando con las telas y los colores oscuros. Estos son trucos de un artista. El filósofo también puede crear estos efectos de profundidad de campo. con su escritura. La cuestión es qué es lo que tiene necesidad de omitir cuando escribe sobre otro filósofo. Badiou critica a Deleuze que su Spinoza siempre le resultó un monstruo irreconocible. Pero él no entiende aquella mirada que descarta el interés de escribir un libro que redondeee en general tooodo Spinoza, o tooodo Hegel. Se puede producir un efecto concentrando conservando la energía para hacerla explotar en un par de cuestiones. Es que para Deleuze no se trataba de reproducir un semblante fotográfico, sino de volver a producir un efecto, el-efecto-Spinoza, lo cual ni siquiera consistía en limitarse a repetir lo que dijo. Esta es la misma pugna del pintor, incluso cuando pinta la naturaleza. Kuramoto dice que un gran cuadro sobre la naturaleza siempre será superior a una fotografía a colores de veinte megapixeles del mismo paisaje. "Porque la pintura trae en sí los trucos que la cámara nunca podrá realizar". Esta diferencia es también válida entre el filósofo y el monografista licenciado en filosofía. (Jesús Urzagasti le hace decir a uno de sus personajes en Un verano con Marina San Gabriel que el filósofo es un fotógrafo sin cámara).


Y en cuanto a la música, Cergio Prudencio y la OEIN es una prueba pero también la cifra de una frustración. Él escribe en algún lado estas líneas: “Los compositores nos parecemos, sobre todo los compositores "cultos" o "académicos". Somos un poco niños: frágiles, inocentes o ingenuos (no sé), ensimismados; también sensibles y vulnerables. Por eso encontrarnos interesante descubrirnos –por ejemplo– estableciendo afinidades y complicidades, o lo contrario: desafinaciones y complicaciones. Unos con otros, somos espejos o precipicios. Es como una fiesta de cumpleaños con piñata”. Esto que dice está muy bien, pasa también entre filósofos. Él es un hombre fuerte, pensador serio, una referencia, sin duda, pero me desencantó conocer que su idea de la filosofía era tan cuadrada, casi considerándola una anti-poesía. Cuando leyó su ponencia en éste encuentro, en el que fue uno de los invitados, Tomás Abraham, que estaba presente, no pudo aguantarse, le refutó: la filosofía no es pura racionalidad, no todo está tan controlado, también existe en ella un mono saltarín, viene con locura, con juego, imaginación, de otro modo no rompería nada. Pero era un cruce amistoso, la diferencia surgida no cambiaba nada en el mundo de esos dos grandes en sus campos. ¿Y acaso toda la experimentación que ha desencadenado la Orquesta Experimental de Instrumentos Nativos que dirige Cergio no se apoya en una filosofía de la diferencia y de la pluralidad? Al parecer no, no ha necesitado de la filosofía. La música se pensó a sí misma, lo cual es perfectamente posible. El trabajo de aprovecharnos de ella nos corresponde a nosotros: hacer, como filósofos, una lectura no musical de su música. Por otra parte, nos alegra como se dio todo esto, puesto que la experiencia pedagógica descolonizadora que lleva adelante el proyecto de la OEIN es ya por sí solo un modelo de trabajo que merece seguirse, que nos confirma lo que ansiábamos saber: existe gente remando en la misma dirección ahí afuera. Nosotros tenemos necesidad de aliados, ellos, quizás, no. 
Finalmente, no podemos dejar de hablar de la amistad, que fue la primera condición en la antigua Grecia que posibilitó el surgimiento de la filosofía. Amigo es en filosofía incluso aquel con el que no coincidimos en nuestras posiciones, pero la amistad como base del pensamiento hace que la divergencia no nos exima de pensarlo, de leerlo, y de intentar dialogar con sus escritos. Tomás Abraham lo hace así cuando escribe sobre Richard Rorty y subtitula el libro "el amigo americano". El amigo es a veces el lejano. En otras ocasiones el amigo es alguien tan cercano que se ha hecho indiscernible, parte nuestra, un tono de nuestra propia risa; no es sólo por una admiración mutua, es también una sincronicidad involuntaria de afectos, de risas, y una coincidencia de fugas, la que hace que estos amigos siempre estén, desde su camino, tirando un coche que los lleva a ambos un poco más lejos, a un espacio un poco más conveniente para sus naturalezas. Es muy probable que yo no estaría aquí de no haber sido porque el estudio de la filosofía me juntó con mi cumpa, con Ramiro Majluf, filósofo chaqueño, ahora ejerciendo como funcionario en favor de la cultura en la pujante tierra de Villamontes. Le debo mucho más de lo que él a mí, porque con la filosofía trazamos el plano de la amistad, un plano  que hizo posible que disfrutara tanto de su estudio. No podría relacionar la filosofía con repentinas carcajadas de nos ser por nuestra amistad. Cómo olvidar aquellas cálidas sesiones de lectura en las que entendíamos lo que podíamos y viajábamos en el tiempo, no como en El mundo de Sofía, sino a nuestro estilo más campechano,  más casero, a punta de mateadas y coqueadas, con diccionario a la mano, codéandonos de noche o de día con las ideas de Demócrito y Epicuro, Hobbes y Rousseau, Horkheimmer y Adorno, Marx y Engels, ó ya después de Clastres y Deleuze, pero en el modo de contarnos lo que habíamos descubierto por nuestra cuenta. Él era y todavía es algo más flojo, yo escribía más, pero con el tiempo fui dándome cuenta que lo hacía para compensar la ventaja que él me llevaba. Él siempre era más rápido para comprender por qué aguas rumbeaba un filósofo. Antes éramos jóvenes y estábamos algo confundidos. Ahora somos un poco más viejos y seguimos confundidos, y lo bueno es que no hemos perdido la locura, esa locura que te protege de no acomodarte en la solemnidad, de romper la cuerda y dar un salto. Quería hablar de esto porque la amistad debería ser siempre el trasfondo buscado cuando se plantean relaciones creadoras entre las artes, cuando se gestiona una acción cultural o se cura una bienal. 

De derecha a izquierda: Ramiro, Jaira Rivera, el que escribe, y Claudia
 
La amistad es una misteriosa afinidad,  una especie de emanación que otra persona capta, y el encuentro sucede, ambas pasan a crear y habitar un terreno de indiscernibilidad donde ya no interesan los juicios ni los reclamos,  sólo la camaradería, uno empuja y el otro jala más lejos de lo que hubieran podido por sí solos. No es necesario teorizarlo demasiado puesto que todos tenemos una noción vivencial de la amistad. Así que sin un básico sentido de amistad, el pensamiento está condenado a ser abortado desde el inicio, puesto que nadie oye al otro, y cuando oye sólo piensa en refutar. ¿No se ve esto ya demasiado en los coloquios o en los congresos de filosofía que organiza la universidad?
Esto continuará

PROGRAMA DE AMPLIACIÓN DE LA FILOSOFÍA (I)

El tiempo simultáneo de la filosofía

“Yo no estudio y discuto a los filósofos para embellecer un tema, para constituir una ideología, ni para cultivar ideas, sino para ofrecerme a mí mismo y a los que me escuchan un espectro de posibilidades de la existencia humana […] Lo que necesitamos para avanzar es reflexión filosófica y producción artística..”

Paul Feyerabend, Diálogos sobre el conocimiento.


“Seguir a un filósofo es hacer algo con él, algo del propio proyecto y de existencia autónoma. No es un tema de comprensión entre intelectuales, sino una cuestión de intensidad, de resonancia, de acorde en un sentido musical”.

Gilles Deleuze, Conversaciones



“No hay filosofía técnica destinada a los profesionales de las cuestiones estereotipadas, sino pensamiento práctico susceptible de ser encarnado, puesto en escena y en acto. […]. Así, la filosofía se enseña a la manera de como se hace un mapa. Luego se entrega una brújula y se invita a cada uno a dibujar su ruta, a inventar su propio camino”.

Michel Onfray, Manifiesto por una Universidad Popular.




“Para la filosofía es inevitable salir, friccionarse, frotarse con lo que no es, fisurar el cemento que lo comprime. No es otra cosa pensar: salir y disolver”.

Tomás Abraham, La máquina Deleuze.




“Nietzsche fue el primero en definir la filosofía como la actividad que pretende saber lo que pasa y lo que pasa ahora. Dicho de otra manera, estamos atravesados por procesos, por movimientos, por fuerzas; no conocemos estos procesos ni estas fuerzas y el papel del filósofo es sin duda, ser el que diagnostica tales fuerzas, diagnosticar su actualidad”.

Michel Foucault, Estética, ética y hermenéutica.