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sábado, 13 de junio de 2015

JULIO BARRIGA DESDE EL HORIZONTE

Julio Barriga es una máquina disparadora de frases poéticas, y entiéndase por poéticas a las frases que te rompen un poco la lógica acostumbrada, te inyectan otro clima o te botan de espaldas con la mayor consideración. Lo vi afuera del salón, luego de que Alex Ayala presentara su último libro de crónicas con El Cuervo. A la salida los asistentes se comenzaron a agrupar en pequeños círculos dispersos, pero Julio se quedó a un lado sin tener prisa de acoplarse a ninguno de ellos. Como yo mismo andaba también en una desintonía similar ante tantos desconocidos, los dos aparecimos a un lado, comenzamos a charlar. Alex Ayala había hecho bromas en torno a su tartamudez durante su presentación, con el mayor desenfado y soltura. Fue algo que comentamos después, pues habían momentos en los que Alex se embarcaba de manera tal en lo que estaba diciendo, que parecía olvidarse de esta tartamudez asumida; de un tiro le salían ráfagas de palabras hasta completar oraciones sin baches. Nos recordaba a un equilibrista que se sube a la cuerda y entiende que su oportunidad radica en avanzar de prisa hasta el otro lado, como quien desea apresurar el fin de la faena. Alex se lanzaba así, y Julio me dijo que le había encantado la teatralidad implícita en su exposición de sus crónicas. "Siempre he pensado que la tartamudez tiene más que ver con seguir el hilo de la idea, no es un problema de lenguaje. Cuando pierdes la idea por un momento te pierdes y otra vez vuelve la tartamudez." No lo cito de manera exacta, pero me dijo algo así con voz suave y como si estuviera compartiendo un caramelo entre tantos que le sobran.   

"La muerte es la que sostiene a muchos seres con vida", me soltó de impreviso Julio Barriga en otro momento, fue cuando le quise hablar de la subterraneidad y la flotabilidad de dos personajes. Luego me confesaría sin disimulos que Enrique Vila Matas le resulta "excelente", citó sin perder tiempo su impresión sobre los portátiles, y hasta me planteó una relación con una novela de Jaime Saenz, pero no me quedó impresión de ello en la memoria.

Julio Barriga habita otro plano, se nota que viene de otra parte donde es muy feliz. Sus tratos con el mundo son de tipo más silencioso, es un hombre de mucho respeto que sabe apreciar el cariño. Comenzamos a lanzar frases a la noche como dos perros atolondrados, me sorprendía que salía de rato en rato con frases como si las llevara guardadas. Luego me dijo eso que Fernando Barrientos cita en el prólogo al libro El hombre que amaba a Amy Winehouse; Julio cuenta que su madre le dijo que se dedicara a la alta cultura, porque era su única forma de hacer algo, ya que no era ni inteligente ni pintón ni tenía dinero. Es una especie de broma, de todos modos ni siquiera estoy seguro de citarlo bien. A veces una palabra es una gran diferencia, porque te abre las puertas al lugar correcto. Las palabras son llaves del viento, ni qué vuelta que darle. No podemos asumir la potencia ni el efecto de las palabras que le dedicamos a otra persona, sólo somos conscientes de una parte de lo que provocan. Me ha pasado en muchas ocasiones que una mujer, un amigo o un familiar me hacía notar algo que le había dicho, y en ese momento caía en cuenta de que lo dicho podía también entenderse en ese sentido. Entonces me disculpaba. Alguna ocasión llegué a sentir que las palabras nos sobrepasan, o más bien los sentidos sobrepasan nuestra comprensión de los sentidos posibles de esas palabras. Por eso ha de ser que el ser humano necesita acompañar tanto a la comunicación de la expresión corporal y la dinámica de los gestos, para convencerse de lo que se está diciendo. En facebook y otras redes sociales se han hecho un agosto con las caritas, los íconos, todo eso que resume los estados de ánimo, como cuando estábamos en kinder y nos ponían esas caritas al hablarnos de nuestras emociones. 


Julio Barriga me dice que él no se ama tanto a sí mismo. Es sencillo al hablar de sus cosas. No ha vuelto mucho sobre su libro, tan comentado y elogiado en el medio boliviano. No le hace mucha gracia hablar del video que salió donde se lo observa haciendo ejercicios. No es un hombre de poses, le preocupa un poco que lo metan en el mismo saco de los que viven de las poses y las firmas. Fernando Barrientos, el director editor de El Cuervo, aprovechó la oportunidad de la presentación del libro para aclarar que la intención de juntar el libro y el video en la presentación no fue la de convertir a Julio en una vedette. Aunque no esté demás, lo tenemos claro los que apreciamos el trabajo de esta notable editorial. Luego volvemos a hablar de la modestia. Él dice que un escritor no debe tomarse muy en serio a sí mismo. Esa es una de sus señas, se toma con tranquilidad. No duda en afirmar que tiene una obra poética, por ello mismo no duda en decir que El hombre que amaba a Amy Winehouse es un libro "inseparable" de su obra poética. En otras palabras, lo que nos ha dicho es que conviene leer ese su libro en prosa desde fuera, es decir, no como un objeto cerrado sobre sí mismo, sino que comprenderlo se hará por medio de las relaciones que establece con sus temas anteriores, con sus obsesiones de siempre, con el talante de su poesía. Es un hombre triste, se podría decir de Julio, porque parece lleno de anécdotas que no lo dejan muy bien parado, o de episodios duros, pero en realidad hay muy pocos seres que caminan portando su calidad de sonrisa. Casi todo lo que dice lo acompaña con una sonrisa, en su tono suavito y carismático, a veces parece que se mira en su interior antes de soltar una de sus frases de improvisto. 


En todo caso sobra decir que me ha encantado conocerlo, no he grabado ninguna conversación entre nosotros, esas casuales conversaciones en los pubs o en descansos de la feria del libro cruceña. Tampoco me hice al peine pidiéndole una entrevista para el periódico, me parecía que lo más interesante de hablarle era la completa espontaneidad de lo que ocurría. No me las di de periodista, creo que el periodista despierta un cierto grado de desconfianza, y a seres incomovibles y puros como Barriga estoy seguro que les gusta más la anonimidad, no se cierran, pero no se abren de la misma manera. Él prefiere irse y así sabe que le hace un favor a su libro. Al no estar él hay menos fuerza de empuje que rebalse el agua del libro. No estuvo en la anterior presentación de su libro en Santa Cruz, tampoco creo que estuvo en La Paz por un buen rato, pero él mismo dice que eso ayudó al libro, porque "la mayoría prefiere escribir de los que no están, o sólo escriben de ellos cuando ya se han ido. A mí me pasó algo de eso". 

NADA DE NADA

Está muy aburrido mi blog. No sé, tal vez el blog no sea para mí. He leído hace poco en la página de Enrique Vila Matas unas consideraciones sobre la espontaneidad del blog. Él dice que a veces se pierde en corrección, por apostarle a la espontaneidad, cuando hay tanto papel que juega la reescritura dentro de la escritura. Tiene razón. Por otro lado, no la tiene en lo absoluto. Es lo interesante de la vida, que se puede decir algo con total criterio y de manera legítima, pero lo mismo se puede argumentar opuestamente como si todo fuera de más de dos caras, y pienso en una moneda siempre que llego a este pensamiento. 

Lo cierto es que no hay nada tan bello como la sensación de seguir con el hilo. Julio Barriga me ha dicho que su gran amigo difunto, Roberto Echazú, en realidad no escribía: borraba. Así de breve era el famoso Robertito, tan amigo de los diminutivos. "Es el hombre más grande que ha dado Tarija" - dice Julio, y por un segundo parece que el lenguaje le juega una mala pasada, porque aparenta ser una contradicción. Pero bien podría ser completamente cierto. Otra vez vemos que dos cosas completamente distintas se pueden decir de una misma cosa, y ambas con absoluta pertinencia y verdad. 

Por eso ya no discuto mucho, ni siquiera con la madre de mi hijo, que tiene un PHD en darle a la contra a la primera cosa que observa que uno cree con convicción. A veces lo más inteligente con personas de su tipo es no dejar ver mucho interés por nada, no desear con notorio interés ningún tipo de cosa, como por ejemplo que te deje ver a tu hijo todo el día para irte a ver un partido de fútbol y llevarlo a hacer un montón de cosas que ni siquiera alcanzas a planear en tu imaginación. 

Escribo este saco deshilachado y me doy cuenta de que este blog está muy aburrido, lo siento por la mayoría de los lectores. Sucede sin embargo que me estoy divirtiendo. Hoy por hoy vivo con lo justo, como un anciano, hay días que me siento anciano, no por debilidad ni porque me falten los dientes, sino por la vibración de reposo en mi interior, no me exalto ni me conmuevo con muchas de las fantasías que seducen a la mayoría de mi generación, no salgo a fiestas salvo alguna excepción, ni me gusta trasnocharme al calor de las bebidas y la música, salvo alguna ocasión. El pasado sábado un gran amigo me llevó a un condominio bastante lujoso donde se reunían con su grupo de emprendedores y emprendedoras. Esta últimas palabras no he terminado de entenderlas en varios años, pero qué vuelta que darle. Me encantó bailar con algunas de esas bellas muchachas al pie de un piscina azul como un botón de marinero; me divertí desde luego saboreando unas copas de Fernet con la infame Coca Cola. Pero antes o después volví a sentir que soy un subterráneo y que no hay forma de que ese bloque emerja en mí con tremenda intensidad. No me agradan esos espacios más que por tiempos limitados. Soy feliz avanzando en mi proyecto vital, que tiene que ver con la empresa de poner en limpio los pensamientos enmarañados que visitan cada mañana y que este último tiempo se quedan revoloteando hasta altas horas de la noche por ahí. Anoto los que puedo en un cuaderno hasta que me duele la mano un poco. Pongo agua en mi vieja caldera eléctrica, que ya no puede ni apagarse sola, y luego vacío el agua hervida a un termo crema que suena como sonaja. Soy un subterráneo porque no me gusta la idea de vivir enterrado, me gusta la luz y las ventanas amplias, el aire fresco y la compañía de ínfimos seres desconocidos y anónimos. En la calle estás rodeado pero estás solo, pero estás menos solo porque te alegras de que existan tantos seres como tú. Cada uno se bambolea y soporta sus crisis a su manera en las aceras de la ciudad, y a veces,
sólo a veces, alcanzo a percibir el drama de algunas vidas que se me cruzan, no hace falta que tengan los ojos vidriosos, ni que exhalen un alarido, pues siento una extraña vibración que me comunica de su desazón. 

Siento que he vuelto a escribir aunque no sé bien qué. No importa, el ejercicio ha sido pleno. Leer a Enrique Vila Matas, con su "Versión disidente de Historia abreviada de la literatura portátil", me ha hecho dar ganas de sincerarme en múltiples maneras. No soy mucho más que un atorrante en ocasiones, me las doy de Don Corleone cada vez que puedo pero luego me descubro olvidando que dejé el agua en la caldera enfriándose otra vez, y que son las 12 de la noche y no he comido bien mi cena otra vez, las distracciones en cosas pequeñas le hacen a uno sentirse ínfimo, inoperante y hasta pequeño. Luego me sonrío y me acurruco de nuevo en la silla frente a la computadora. No es mucho, pero vivo tranquilo con poco, a la espera de pequeños placeres, pequeños lujos, como el gran lujo que tengo de compartir con mi hijito de cinco años. Aunque no vivo con él siempre recuerdo que tenemos un mundo entre los dos. A fuerza de cariño y constancia nos hemos hecho un mundo a nuestra medida, un mundo transformer, lleno de dinosaurios, con aventuras y diálogos de los más divertidos y hondos, es decir salpicados de la hondura cristalina que sólo puede tener un niño. 

Sopla otra vez fuerte el viento y amenazan las gotas de lluvia, podría ser yo también el que duerme en las calles cerca de la plaza con un pedazo de cartón. Como vivo al día no me siento muy lejos de ese peligro, porque tan fuerte como soy no me veo soportando una vida así por más tiempo que unos días. Por ahora se me permite escribir y no lo doy por sentado, al final de cuentas, si todavía se me permite escribir debe ser porque algo tengo que decir. 


martes, 9 de junio de 2015

Recuerdos de Charles Bukowski II

¿Por qué cuesta tanto escribir sobre Bukowski? No sé si les pasa a muchos, a mí me cuesta un horror, admiro a los articulistas y ensayistas que le han dedicado tantas páginas. A mí me cuesta, escribirlo es de repente una tentación de repetirlo, se lo cita y se devora la página, ¿qué más puedes llegar a decir? Para mi estilo es complicado trabajar con Bukowski como plano de un ensayo. Lo que quieres decir a partir de él o con él en algún punto termina siendo aspirado por sus poderosas y cortantes líneas. 

Leerlo es una experiencia adictiva, no digo nada nuevo aquí, muchos lo han expresado antes que yo. Cuando llegué a Bukowski había leído a Rimbaud y a Henry Miller, me desesperaba por continuar encontrando ese tipo de escritores desesperados que son cataclísmicos, que se rebelan contra la cosa convencional de la sociedad, que tienen una prosa suculenta y que además te arrancan carcajadas con facilidad, no porque sean graciosos, sino principalmente porque tienen tanta razón que casi son asquerosos en sus pocos pelos en la lengua. Bukowski era mejor que todos, al menos en ese momento. Todavía conocería después a los beatniks, Kerouac y Burroughs, creo que fue inmediatamente después cuando conocí a Deleuze. Con el filósofo francés se cerró un ciclo y llegó una manera de leer filosofía a tiempo de leerlos a ellos y hacer algo con ellos. Deleuze fue un atento lector de la literatura norteamericana, aunque nunca le escuché hablar de Bukowski, creo que se lo perdió, tal vez era demasiado underground, o Francia no lo difundía como lo hacía con los otros citados. 

Bukowski es un universal, es como citar a Nietzsche, es una elección segura para muchos en sus muros de facebook, colocar una frasecilla de Nietzsche por ahí le viene bien a cualquiera, lo hace ver rebelde, complejo, travieso. Buko leyó a Nietzsche, por supuesto que lo impresionó, no tanto como a otros, pienso en Kazantzakis y cómo relata la admiración de su encuentro con un libro de Nietzsche en una biblioteca. Bukowski tomó como referencia muy fuerte a John Fante. Claridad, ir al punto, ser tan real como un bollo de manteca, la belleza se encuentra en otras cosas en una prosa. 

Siempre que leo a Bukowski recuerdo que no hace falta complicarse mucho. Como dijo Julio Barriga de Robertito Echazú, él no escribía, más bien borraba. O eso le parecería a un escritor como yo, acostumbrado a ciertas verborragias eruditas en los libros de filosofía. Buko confesó después de sus horas leyendo a Kant y Hegel que le desesperaba el cuanto les costaba dar vueltas para poder decir algo interesante. Bukowski siempre tenía algo de prisa, como si se resbalara una materia prima, no puedes andarle dando muchas vueltas, se suele perder en ese modo. 

Recuerdos de Charles Bukowski I

Si buscamos en el diccionario el significado de pelear, veremos algo así:

  1. Luchar contra algo o alguien, especialmente empleando la fuerza física en un enfrentamiento cuerpo a cuerpo, para vencerlo y conseguir un fin.
    "los niños jugaban cada día en la calle y alguna vez tuve que separarlos porque acababan peleándose; a pesar de pelear con la ceja izquierda rota, supo capear el temporal y terminar brillantemente el combate"
  2. 2.
    Reñir o demostrarse el enfado [dos o más personas] con palabras de desprecio u ofensa.


Pero un entrenador de boxeo como Teddy Atlas, además notable comentarista de ESPN, nos recuerda esa palabra al hablar de la pasividad de Manny Pacquiao en su derrota contra Mayweather el pasado 4 de mayo. La definición de pelear para un boxeador es además acerca de superarse, encontrar una salida, no rendirse (overcoming, gettin through, finding a way). Eso es lo que los profesionales en ese deporte tienen que hacer. Y eso es lo que no hizo Pacquiao, nos dice Teddy Atlas, pero ese es otro tema. La cuestión es que esta definición de Teddy respecto de la pelea es muy similar a lo que se puede decir del trabajo del artista. Artista es aquel que convierte los obstáculos en medios, el que hace que las imposibilidades se conviertan en medios, el que usa lo que tiene a mano. Lo difícil no los desmoraliza, lo imposible les toma un poquito más. Es esto lo que hace del artista también una suerte de guerrero en su espacio y dimensión, sin que esto implique una confrontación cuerpo a cuerpo. Tampoco se descuente que la obra de ciertos artistas o filósofos del pasado nos haga sentir el estruendo de cruentas batallas y la polvoreda de ejércitos chocando en la luz de la noche.

Si se quiere, ahí está también la diferencia entre Pacquiao y Mayweather. En la conferencia de prensa después del combate, ante la excusa del filipino de que su hombro estaba lesionado desde antes de la pelea, Mayweather respondió que él también tenía ambas manos y ambos hombros lastimados, "pero en mi caso como he dicho, siempre buscaré la forma de ganar la pelea". Y es esto lo que recuerda orgulloso en las ruedas de prensa, que él siempre viene a ganar. "No importa quién me pongan en frente, hallaré la forma de vencerlo". En algún punto, cuando un peleador de primera clase pierde el invicto, parece que pierde algo en su aura, la siguiente vez la urgencia por ganar ya no es la misma, como le pasó a Roy Jones Jr. Con Manny Pacquiao después de su derrota estremecedora con Juan Manuel Márquez ya no podía ser el mismo, dejó de intentar ganar con tal orgullo y verguenza, dejó de interesarse por pelear. Ya tenía el cheque en sus manos. Olvidó lo que es hallar la forma de sobreponerse a la dificultad, vencer el obstáculo, hacerlo razón y aliciente en lugar de excusa. Boxear con dolor, así como se escribe con sangre. 

Sí, el boxeo y el arte se parecen, tienen eso en común, y si no aceptan que se hable así del arte, al menos me darán la razón respecto de la escritura, que es una pelea, es meterse en el ring, y golpear las teclas y recibir los golpes, sabiendo que la cuestión no es si te golpean o no, pues te van a golpear. La cuestión es cómo reaccionarás cuando te golpeen, y eso hará toda la diferencia. También por eso me gusta tanto Charles Bukowski, ese viejo subterráneo. Como cuenta en uno de sus relatos, se levantó de su asiento, ahí en el bar, y le estampó un furibundo golpe al hombre de lengua suelta que lo provocaba e intentaba humillarlo desde hace un rato. "¿Por Dios qué te pasa?", le preguntaría aquel tendido en el piso, con expresión de horror ante tan fulminante reacción. Todo había pasado muy rápido. Bukowski termina el relato contando que salió del boliche, se fue a casa, entró a su cuarto y se puso a escribir frente a la máquina. "Desde entonces no he dejado de pelear" termina. Pelear aquí es lo que Teddy Atlas nos recuerda. No he podido dejar de recordar a Bukowski, esto sólo comienza.