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lunes, 27 de febrero de 2017

BILLY LYNN, CONTANDO UNA HISTORIA POR CONTAR




Por: Jorge Luna Ortuno

"Escribir es tratar de saber qué escribiríamos si escribiésemos".       Marguerite Duras.

"Es muy extraño que te honren por el peor día de tu vida", confiesa el soldado Billy Lynn en uno de los pasajes de intimidad del film Billy Lynn´s Long Halftime Walk, del director asiático Ang Lee. La cinta no fue premipada en la reciente gala de los Óscar, lo cual no le quita nada. De todos modos, no será el foco central de este artículo referirse a los temas técnicos del film, tarea que harán los buenos críticos de cine, y más bien preferiré abundar sobre algunos temas que esta historia nos evoca e invita a pensar. 

De inicio, casi contradiciéndose, hay que resaltar lo dinámica y atrapante que es la forma de narrar la historia del soldado Billy Lynn y el pelotón Bravo, gracias al sobrio trabajo de dirección y de edición, que equilibran muy bien los diálogos algo profundos con la parafernalia del espectáculo, las situaciones cómicas con los dramas vividos en plena batalla, y las temporalidades, a través del estado psíquico del soldado Billy, que rememora y se desconecta del lugar donde está, haciendo que cada reacción tenga su contexto. Es un tránsito de pasado a presente y viceversa, incluso hacia la añoranza de unas vivencias que nunca ocurrieron, y que quizás nunca ocurrirán, como cuando se canta el himno de los Estados Unidos en el stadium y la cámara se cierra en un primer plano en el rostro dividido del soldado Billy.

El marco de la narración es que el pelotón Bravo, tildado de heroico, se encuentra en su último día de gira por los Estados Unidos, en Dallas, tras su triunfante retorno de Irak. En verdad no son más que jovencitos que retornan con un conocimiento de primera mano que está vedado para los civiles. Se sienten más fuertes, han elegido en la vida una ruta dura para la maduración del espíritu y la mente. A algunos de ellos no les quedaba otra opción que alistarse en las fuerzas militares en orden de tener algún tipo de futuro, como le sucede a muchos de sus compatriotas.



Cuando vuelven a su país están un poco descolocados, no sólo porque entrar en acción en el campo de guerra y confrontarse al enemigo les ha dejado secuelas de inseguridad, de cierta tensión extrema, algo de una hipersensibilidad ante la brusquedad de los sonidos, de las apariciones bruscas, a los estallidos y las luces fuertes, es decir, todos aquellos elementos que se explotan en el mundo del espectáculo yanqui. Lo que los descoloca también es la enfermedad propia de la vida en las megas ciudades, la distorsión con la que se mira las cosas desde la distancia, la visión comercial de la guerra, el banalismo incesante con el que se vive para alejar de la mente de las masas lo que realmente se debería estar meditando a nivel colectivo en las ciudades. Es un mal viaje para ellos, no por la maldición de la guerra en la que participan, no porque vuelvan traumados -como casi todos aseguran con extraña certidumbre- no sólo por eso, sino porque las cosas en su propia casa, en su país, en el mundo, están ya puestas de cabeza. Por ello al volver le dicen al chofer: llevenos a un lugar seguro, llevenos de vuelta a casa: la guerra es su lugar conocido, el lugar donde los valores que han adoptado encuentran algún sentido. 

Una de las cuestiones interesantes del modo en que se concibió esta película es la experimentación de lo posible, es siempre una espera de algo que podría pasar. Los soldados están entusiasmados con la idea de que su historia sea llevada al cine, pagada por algún estudio gigante de Hollywood, -ante todo por los beneficios económicos que les significaría-; al final esa posibilidad no se dará, aunque nosotros, los espectadores, ya hemos estado asistiendo a un relato bien tejido de su historia. No es un "detrás de escenas", ni un film con corte documental, ni un "reality show", aunque tenga algo de cada uno de ellos, sino que se trata de una película de acción y drama en la que el desarrollo va averiguando cómo se contaría esta historia si se contase. El paralelo con la cita del epígrafe, de Marguerite Duras, no sólo es adecuado, de hecho es más que divertido, parece redondear la fórmula que Ang Lee eligió para contar esta historia: "escribir es tratar de saber qué escribiríamos si escribiéramos". Aquí se trataría de ensayar cómo se contaría visualmente una historia mientras se la está contando. El buen cine también es inacabado y provisional, proviene de la incertidumbre y se alimenta de ella, avanza con ella, hasta el punto en el que no le cabe el deseo de ostentar que algo se ha logrado.

En el papel del soldado Billy Lynn veremos a un actor debutante, Joe Alwyn, que cumple con la transmisión de inocencia, rebeldía y pureza que el personaje requiere, por lo que emerge a la escena internacional de cine con letras grandes. Kirsten Stewart, con sus ya conocidas dotes dramáticas, personifica a la hermana desafortunada que ha perdido una buena porción de su alegría en un accidente automovilístico que la dejó marcada. Por ese episodio trágico del que sale viva pero llena de cicatrices y traumas psicológicos, es que se conectan con Billy de un modo muy profundo; ese episodio, y las repercusiones que tienen sobre su hermano, ocasionan que el papel de la hermana sea también un poco el de una madre, que protege, que coloca sus ilusiones en la realización de su protegido, y que se pone a la espalda la culpa de cualquier cosa mala que podría pasarle en el campo de batalla.

La familia es lo más dulce y lo más tierno, pero es también lo más duro y lo más complejo, en la vida de un guerrero. No se sabe bien en qué momento exacto, a cuál edad, el ser humano adquiere la mayoría de edad, pero con todas las letras, y asume su vida y su mundo. En ese momento lo que corresponde es llevar las riendas de la propia vida. Pero la familia, mientras más amorosa, mientras más unida, será también siempre un faro que se alza al otro lado de la vida, con sus propias expectativas y sus propias demandas, aunque fueran por debilidades del espíritu, por instantes de elevada carga emocional, o por el juego al que nos someten las dulces memorias y todo aquello que algún día los seres queridos planificaron para nosotros en su imaginario ficticio, en el más íntimo fuero interno. Traicionar esas proyecciones es algo duro, ponerse en riesgo, estar dispuesto a llevar batallas que otrora fueron impensadas, escoger una ruta de crecimiento que no parecería ser la más económica, ni las más inteligente, ni siquiera la más sensata. Hay momentos en la vida de un hombre en los que las decisiones ya no pueden conciliarse con los deseos expresos de todos los seres queridos. Ningún hombre puede escapar a su destino. En ese momento le corresponde cruzar la noche por su cuenta ante la indiferencia de las luces momentáneas que lo pasan por encima y le zumban los oídos. Ser un hombre es seguramente hacerse cargo de esas elecciones, sin ensayar el menor atisbo de excusa o de descargo, desde ese momento todo recae en él, para bien o para mal. Billy Lynn se encuentra ante una situación imposible. El karma de la acción, como le diría el fallecido sargento Bremer, lo ha encontrado, es el karma del guerrero. No ha venido él a ser un hombre de negocios, no le ha tocado la fortuna de conformarse con la persecución del dinero y la búsqueda del placer, no se lo verá en los supermercados comprando agitado unos kilos de jiba y de filete para el churrasco del fin de semana. Las historias de estos hombres transitan por otros rumbos, más ásperos, más esforzados en muchos momentos, y no le hacen caso a aquella frase que reza "la vida más fácil es la mejor vida". 

Su hermana se lamenta en el coche, porque sabe que cuando su hermano se ha hecho una idea no hay manera de sacarlo de ella. El volverá a la guerra. Impotencia, la frustración de los seres queridos. El abrazo en el que se encuentran, cargado de lágrimas de ambos, a pesar de que la realidad apeste en ese momento, es finalmente el momento más emotivo de la película. A los soldados que participan de esta guerra, que se debe perder para que el flujo de dinero continúe moviéndose, sólo les queda reconocer que juegan el papel de unos muñequitos de fantasía en el imaginario de la gente, que son amados, y respetados, pero sólo mientras estén allá, lejos, porque en el país no hay nada para hacer por ellos. La misma porrista que parece haberse enamorado a primera vista de Billy, lo saca de su ensueño cuando le dice: "tú eres un héroe, no puedes escaparte, tienes que estar allá". A pesar de que le confiesa su amor y su deseo de pasar cada minuto de la vida con él, también le dice que lo que ama es la imagen de un joven soldado que se ha portado como un héroe, y que ama más esa imagen, que debe mantenerse en la distancia cuando él se vaya, ama más la imagen que a la persona misma; en su mente, se ha construido un ídolo, un fetiche, alguien por quien rezar, el amor platónico que deseaba incluir en su mundo. Lo real es otra cosa. Billy se despide de aquella incursión en un diálogo imaginario con su mentor, que aparece como una presencia serena, y le dice algo así: "nosotros conocemos la guerra, pero ellos, los civiles, el país, son los que manejan, es su guerra, es su show". 

Ningún hombre puede escapar a su destino. Esto es quizá lo que su sargento y mentor le quiere hacer ver cuando le cita los pasajes de Arjuna en las enseñanzas del Gita sobre la guerra, cuando Krishna le instruye a que realice sus actos con total desapego, pero con cercanía hacia lo absoluto, y concluye con una frase: "Descuida, si has de morir por un disparo, la bala ya ha sido disparada". ¿Qué podrías tú hacer al respecto?