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martes, 3 de abril de 2012

LOS AGENTES DEL DESTINO Y EL AMOR COMO ANOMALÍA



Un texto que funciona como lectura de una película a partir de otras

The adjustment bureau (2011), inspirada en un cuento de Phillip Dick, y traducida para Latinoamérica como Los agentes del destino, explora levemente algunos temas filosóficos como el bien y el mal, la subjetividad, el libre albedrío, la causalidad, lo contingente y lo necesario... Critica la esterilidad de la vida cuando ciertas mentalidades la convierten en un asunto de hábitos y rutinas confortables, mientras reivindica a los seres imprevisibles, impulsivos a veces, y espontáneos que intentan restaurarle un aire de novedad y de locura a la experiencia cotidiana de la vida en el mundo capitalista de hoy. El director debutante George Nolfi nos presenta un inicio digno de un thriller de suspenso-horror, pero termina conformándose con la exitosa receta hollywoodense de las historias de amores imposibles. En esto no está lejos de la mediocre saga Crepúsculo, donde se monta toda una batalla entre vampiros (descafeinados) y hombres-lobo, pero sólo como pretexto para contar la historia de amor conflictiva entre Isabella y Edward. En Los agentes del destino la pareja de turno está compuesta por el siempre ameno Matt Damon y la sensual Emily Blunt, siendo su relación el soporte de la película. El título es engañoso puesto que la oficina de ajustes y los mismos agentes no pasan de ser un elemento decorativo en la trama; más apropiado hubiera sido titularla: “Amor a toda costa”, “Dos contra el destino”, o algo por ahí… Finalmente, por la idea que le sirve de trasfondo, la de unos entes que manipulan secretamente las mentes humanas, sentimos la tentación de conectarla con otras cintas que podrían considerarse sus predecesoras: El embajador del miedo (2004), El show de Truman (1998), El eterno resplandor de una mente sin recuerdos (2004), la trilogía Matrix (1999), Vanilla Sky (2001), El abogado del diablo (1997), La Firma (1993), Destino final (2000), El origen (2009), y hasta El resultado del amor (2007), de Eliseo Subiela, entre las que nos vienen primero a la mente. 

I

La idea inicial es auspiciosa: un departamento secreto se encarga de monitorear las acciones y controlar las mentes de los seres humanos en función de un destino prefabricado, pero dejándoles creer que toman libremente sus decisiones. Inducimos que existe una especie de ideología dominante en el sentido de un tejido invisible que preforma la experiencia de la realidad; algo que no se sabe que no se sabe. Los oficiales secretos son los encargados de controlar, mediante ciertos ajustes, que nadie logre pensar por fuera de esa ideología o ese diseño mental. ¡Qué idea opresiva! Aquí la película nos recuerda a otras donde –a mayor o menor escala– se intenta explicar al mundo moderno a partir de teorías de la conspiración. Es así que en la primera media hora se lanza una idea paranoica que podría presentarse como “el último horror”, aunque no sea novedosa, puesto que ya está presente desde los años 50, siendo la gran amenaza del comunismo; nos referimos a la posibilidad de manipular la mente humana mediante un lavado de cerebro. Según Slavoj Zizek[1], la película de la Guerra Fría que mejor lleva ésta idea a la pantalla es The Manchurian Candidate, con Frank Sinatra, donde un funcionario americano, capturado por los norcoreanos en la guerra de Corea,

sufre un lavado de cerebro que lo convierte en un asesino a merced de órdenes externas sin que él sea consciente de ello. Luego, en El embajador del miedo, la nueva versión con Denzel Washington, la idea es adaptada a los tiempos del capitalismo tardío y de la democracia liberal; aquí el lavado de cerebro se le ha realizado clandestinamente a todo un pelotón del ejército de los EEUU durante la Guerra del Golfo en Kuwait. Detrás de esto se encuentra un inescrupuloso científico sudafricano que, financiado por la Compañía Manchurian Global, una gigantesca transnacional, realiza una serie de experimentos de manipulación mental; años después, las cabezas de esta Compañía lograrán que uno de estos soldados “teledirigidos”, el más condecorado del pelotón, llegue al Congreso como Senador, facilitándose así la firma de diversos contratos multimillonarios. Ésta era la idea que parecía retomarse en Los agentes del destino, y que le hubiera prevenido de caer en varias de las inconsistencias que sufre al final.


II
La historia se mueve al menos en dos planos que se entrecruzan: Uno es el que forma la pareja “inconvenientemente enamorada”, David Norris –candidato a Senador– y Elise Sellas –una talentosa bailarina profesional. El otro es el que perfilan escasamente los misteriosos hombres de miradas serias y sombreros elegantes, entidades omnipresentes que no se sabe bien quiénes son, pero que parecen estar al tanto de todo; se infiere que son seres sobrenaturales de otra dimensión que obedecen a una inteligencia superior; o quizás sean agentes contratados por una poderosa transnacional (como la Manchurian); ¿tal vez ángeles guardianes? (como en Angel-A de Luc Benson), o por último funcionarios de una oficina de escasos recursos, puesto que se movilizan o bien a pie, o bien corriendo por la enorme ciudad de Nueva York; además no cuentan ni con una pistolita, visten medianamente bien, y al igual que cualquier ser humano, pueden quedarse dormidos en la banca de un parque cuando la falta de horas de sueño les cobra factura. Así le sucede al agente Harry Mitchell, el encargado de seguirle los pasos a David Norris; después él mismo explicará que no son ángeles sino “oficiales de caso que viven más que los humanos”, y son los encargados de controlar que nadie se salga del “Plan” o el destino que una entidad superior (El Presidente) ha escrito. Una mínima variación en cierto lugar en lo planificado, podría provocar un efecto dominó de consecuencias lamentables en otra parte, una especie de “efecto mariposa”. Ahora, los oficiales no saben en qué consiste “el Plan”, son burócratas que se limitan a hacer su trabajo. Por su función nos recuerdan un poco al agente Schmitt y sus acompañantes en Matrix, los cuales podían asumir cualquier forma humana dentro del mundo virtual; también relacionamos con los vigilantes del cuento de Stephen King “Hampones con chaquetas amarillas”, seres atemorizantes que rondaban por el pueblo a la caza de unos prófugos a los que debían robarles sus pensamientos. La diferencia radica en que los “agentes del destino” resultan ser al final mucho menos inteligentes y temibles de lo pensado, son algo así como una mezcla entre villanos medio tontos y vigilantes versión Disney.

Un día cualquiera, David Norris llega a su oficina para participar de una reunión. Distraído en sus cavilaciones, no observa que las pocas personas con las que se cruza en el edificio han sido congeladas. Al entrar a la sala de reuniones se encuentra con una imagen desconcertante: Charlie, su socio, yace petrificado en un costado, mientras unos sujetos le están “recalibrando” el cerebro. Es obvio que ha presenciado algo que no estaba en el guión, es una experiencia similar a la de Truman Burbank[2] cuando la farsa en el supuesto ascensor de un Banco le hace descubrir que todo lo que conoce como su vida es una actuación que lo rodea, y que dicho Banco no es más que una escenografía. La variación en Los agentes del destino es que el show no es alrededor de una persona, sino que la vida de todo el planeta es un show dirigido y editado por seres sobrenaturales. 


Luego David irá descubriendo que estas intervenciones se vienen haciendo desde hace siglos para administrar el libre albedrío de la humanidad, demasiado inmadura, demasiado humana. También tomará consciencia de que la única anomalía es él, puesto que al no renunciar a la mujer que ha cautivado su corazón –tal como se lo ordenan los oficiales– está cuestionando los designios de todo un “Plan” que debe respetarse doctrinalmente. El oficial Richardson le explica lo que pasó:

“No es tu culpa. Tu camino por el mundo debió haberse ajustado esta mañana. Se suponía que tenías que haber derramado tu café cuando entraste al parque; te habrías ido a cambiar y hubieras perdido el tren, y no nos hubieras visto. A esto le llamamos “un ajuste”. Verás: a veces cuando alguien derrama su café, o el internet falla, o no encuentras las llaves en su lugar…, la gente cree que es accidental. A veces lo es, a veces somos nosotros arreando a la gente de vuelta al Plan. A veces cuando arrear no es suficiente, la administración autoriza una recalibración. Llamamos a nuestro equipo de intervención y ellos hacen que cambies tu manera de pensar, como hicimos con tu amigo Charlie”.

Una “recalibración” sólo genera ligeros giros de razonamiento en las personas –explica Harry–, no afecta las emociones ni el carácter porque sería “muy intrusivo”. Lo más temible es que, en un caso extremo, te practiquen una lobotomía, es decir, borren las memorias de tu cerebro. Esa es la amenaza que afronta David. Análogamente, en El embajador del miedo, gracias a experimentaciones en el campo de la biogenética, el Dr. Atticus Noyle contrarresta ciertos efectos de la posguerra en ex combatientes de la Guerra del Golfo “implantando memoria o ajustando las conexiones sinápticas”, liberándolos así “de la temible carga de un pasado comprometido emocionalmente”.  Reprogramación, o el cerebro como ordenador. Operación de reiniciado. RESET. En El eterno resplandor de una mente sin recuerdos se ofrece esta salida como cura contra el dolor de las decepciones amorosas para vivir de nuevo el presente: a Joel le borran de su memoria todos los recuerdos de su tumultuosa relación con su ex novia Clementine (Kate Winslet).

Escena de la película "Eterno resplandor de una mente sin recuerdos"

III

Pero desde que David conoce a Elise, una serie de anomalías y puntos de inflexión comienzan a dispararse. Richardson no entiende, todo sale mal en ese caso, algo pasa, el azar comienza a cobrar protagonismo, hay una fuerza que los vuelve a encontrar inevitablemente, David y Elise comienzan a hacer por su cuenta cosas que normalmente no harían, y el mismo agente Harry, que confronta remordimientos interiores por la naturaleza de su trabajo, los ayuda a ocultas. La anomalía es todo aquello que no se veía venir, lo que sale del patrón de conducta de una persona, lo imprevisto, lo que no estaba anotado en los cuadernos de control. La anomalía es al amor. Avanza la historia y da la sensación de que no son los dos enamorados los que actúan en contra del destino fijado, sino que son los mismos agentes los que lo están obstaculizando. ¿Qué otra cosa es el destino si no es el puente que cada uno traza hacia la persona que ama? 
 Por eso es tonto rivalizar lo planificado con el amor; si todo tuviera que ser tan calibrado siempre, el amor romántico nunca hubiera podido existir. Es decir, si uno tuviera que actuar siempre de la misma forma que lo ha hecho en el pasado, si siguiera los mismos patrones de acción, nunca estaría preparado para encontrarse con lo nuevo. No somos especialistas, pero sabemos que cuando se ama se hacen cosas que uno mismo no se imaginó antes poder hacer. Es justamente cuando se sale de lo rutinario que conforma lo que llamamos un “yo”, y se tiene las agallas de romper la cuerda para dar el salto, cuando se abre una posibilidad de que la persona añorada llegue a nuestras vidas. Elise es un ventarrón de aire fresco que arranca raíces por donde pasa, no es un ángel, ¡pero qué divinos problemas trae!, es una chica “peligrosa” para David –piensan los agentes– puesto que ella alimenta el lado impulsivo y no-domesticado que hay en él. En pequeñas dosis ella fue una cura, no obstante en grandes dosis podría provocar estragos. Pero la mujer no es aquello de lo que hay que cuidarse para alcanzar el propio paraíso, al contrario, ¡ella es la llave idiotas! Algo así debía gritarles David. Al final le confiesan los agentes: “no puedes estar con Elise porque ella es suficiente. Con ella ya no sentirías la necesidad de lograr todo lo que está planeado para ti”. Esa línea le puede pertenecer lo mismo a los padres, los curas o los psicoanalistas. El mensaje que nos deja la película: el amor es la anomalía que sostiene el equilibrio de la existencia. Funciona igual que las “tensintengridades” –a las que alude Peter Sloterdijk– en esas arquitecturas en las que el conjunto se aguanta por la sinergia de elementos que en el fondo no están juntos, y “las fuerzas que quieren crear el hundimiento del sistema son las que, de alguna manera, lo mantienen en pie”[3].


IV

La película es rica en la apertura que deja para establecer conexiones con el exterior. Es muy frecuente escuchar frases como: “las cosas siempre pasan por algo”,  “eso era lo mejor para todos”, y observaciones del tipo “qué rápido pasa el tiempo”, “parece que los días duran ahora menos que antes”. La película toca estos temas y nos da algunas respuestas. Pe., si sientes que el día fue muy corto, quizás fue porque pasaste un par de horas congelado mientras unos agentes te ajustaban tu cerebro, y tú nunca lo recordarás. Es una idea escalofriante que se pasa medio inadvertida en el film. La verdadera discusión que despierta éste tipo de historias tiene que ver con los peligros del uso inescrupuloso de la biogenética, y es a nivel de temas éticos básicos. Slavoj Zizek observó ya hace años que la principal consecuencia de los últimos descubrimientos en biogenética es que los organismos naturales se han vuelto objetos manipulables.

En una conferencia que ofreció en Marburgo en el año 2001, Jürgen Habermas insistió sobre sus reparos ante la manipulación biogenética. Según él, existen dos peligros principales. Primero, estas intervenciones borran las fronteras entre lo dado y lo espontáneo, y afectan la manera como nos conocemos. Si un adolescente sabe que su disposición "espontánea" (digamos, agresiva o pacífica) es el resultado de una deliberada intervención externa de su código genético, ello socavaría la esencia de su identidad y socavaría de paso la noción de que nuestra identidad moral se desarrolla por medio de ese esfuerzo difícil por educar nuestras disposiciones naturales. En última instancia, estas intervenciones biogenéticas harían absurda la idea misma de educación. En segundo lugar, estas intervenciones darían lugar a relaciones asimétricas entre aquellos individuos "espontáneos" y aquellos cuyos caracteres han sido manipulados: algunos individuos serían privilegiados "creadores" de otros.[4]

 A pesar de que Zizek, también Fukuyama, alerten sobre los peligros de que ésta manipulación haga perder su sustancia a la naturaleza humana, que le prive de su “densidad impenetrable”, el desenlace de éstos films nos dice que no es necesario reivindicar al sujeto cartesiano, autónomo y reflexivo, pues al final descubriremos siempre que en el espíritu de cada ser humano yace algo de intocable, una llama que ninguna manipulación biogenética puede aniquilar, un espacio recóndito de libertad al que ningún poder puede llegar. Por eso es que cuando todo parece estar completamente controlado, surge una anomalía, que en Matrix es Neo, en otras cintas (El Origen, El embajador del miedo, El eterno resplandor… o Vanilla Sky), algo falla, incluso a nivel de los sueños: saltan visiones, recuerdos, respuestas inesperadas que rompen lo que estaba organizado. No importa si hay que ir contra el plan del mismo Satanás, como en El abogado del diablo, lo que importa es escaparle a la muerte, hacer lo que ella no se espera de nosotros, pues, como Subiela señala en El resultado del amor, la gente no muere por enfermedad, sino por aburrimiento: el tedio de las vidas planificadas y superficiales que ya no guardan sueños es el que provoca las enfermedades que matan en la contemporaneidad.




Jorge Luna Ortuño



[1] “Histeria y ciberespacio”. Entrevista con Slavoj Zizek. (Disponible en la red)
[2] El Show de Truman, una vida en directo (1998) Dirigida por Peter Weir.
[3] “Entrevista a Peter Sloterdijk”, de Fabrice Zimmer.
[4] Slavoj Zizek, “Quiero mi chamarra mental Phillips”.

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