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domingo, 7 de abril de 2013

Desvaríos a partir de películas románticas



No hemos dejado de ser unos novatos en cuanto al amor. Pero el amor nos ha enseñado a escribir. Desde tiempos remotos las almas se han encontrado en lugares insólitos, espacios recónditos del universo, y aquello que comenzaba como la posibilidad de un romance sin visos de compromisos se convertía antes de lo pensado en una necesidad vital. ¿Por qué tantas veces la distancia, traicionera y obligatoria? Prueba de fuego de las verdaderas almas gemelas; todas ellas derramaron lágrimas de hierro y de plata, suspiraron en tierras y océanos, lanzaron gritos que se fueron con la arena, vidrios rotos, y sólo atinaron a coger el papel y desembarazarse ahí del gran caudal que hacía cansar sus corazones. Una vez que has amado a alguien a la distancia estás listo para ser un escritor.  
Casablanca. "We'll always have Paris"

No sabemos por qué las películas románticas se repiten por lugares comunes una y otra vez y de todos modos nos gustan. Tal vez porque el amor y las relaciones giran siempre en torno a unos ciclos más o menos conocidos. De modo que llega una historia de esas que sigue todos esos ciclos, y nos atrapa, o capta nuestra atención y nuestros deseos esperando un final justo. Nos gusta creer que la vida es justa, o que puede ser justa con los que se aman. El amor viene de la mano casi siempre con la separación, con las largas esperas, los viajes a carroza por lagunas negras de sosiego interior y tormentas externas. Oímos los pasos renegados caminar sobre los charcos, vendaval de sonidos y colores nos envuelven en sus estados primigenios. Escucho en el fondo tocar el piano a la rubia Taylor Swift, tiene puestas unas botas negras, las piernas desnudas y los labios color rojo carmesí, la cubre una capa, no sé porqué, ella sólo atina a explicarse a su público, como haciendo un prólogo a la canción que va a tocar: All too well. Entiendo poco de lo que dice, no porque lo diga en inglés, sino porque tiene que ver con los viajes por los abismos de su corazón, algo de lo no tengo registro alguno. Lo cierto es que su voz es una ballena que se sumerge entre las frazadas. Es cierto sin embargo que cuando algo muy querido se ha ido, o la magia de una persona, con su piel y sus olores únicos han dejado de ser parte de nuestra vida, sentimos la necesidad de organizarlo todo en una letra y arrojarlo al viento de los tiempos que giran como hojas secas de otoño. En busca del viejo yo, o de un nuevo yo que se resiste a abrirnos la puerta. La letra es todo un viaje de la memoria. Ella se lo dedica a Jake Gyllenhaal; yo por mi parte pienso en ella, la otra, mirándome con sus ojos azules desde una costa brasilera. 



Fue la tarde de un domingo de pocas bullas y mucha lluvia que me encontré con esa película, Dear John (2010), co-protagonizada por Channing Tatum y la preciosa Amanda Seyfried. Es la historia de unas cartas, marcada por las huellas que nos dejan historias que escribió Hemingway en noches de cigarros y muchos alcoholes, a la vuelta de una resaca, en la espera de la viajera que no podía traicionar a su carrera de reportera. Dear John es la historia de un soldado de los EEUU y una chica conservadora, de unos giros inesperados, algo más forzados de lo pensado, siendo que ésto sólo depende de nuestra apertura respecto de lo sabemos ver y sabemos esperar, nuestro pequeño registro de experiencias que nos traen certezas. Se atraviesa en todo ello el 11/S, fecha idílica, cuántas personas en el mundo sintieron aquel día un golpe a la moral, y tuvieron que revisar de nuevo lo que habían planeado para sus vidas. John, en el film, es uno de ellos, su alma no está sujetada por otra cuerda que no sea la que lo une con Amanda; pero no sabe si seguir en el ejército o volver a su país para tomar las riendas de su amor. Es peligroso cuando se confunde amor con obsesión, o se hace de una persona el punto de equilibrio de una vida. Algo puede pasar, un chasquido, el giro de una llanta en la esquina, el maullido de un gato furioso, luces prendidas en la noche y llantos de bebés, el cosmos sumergido en el pánico. Taylor Swift todavía canta en el fondo y las chiquillas gritan de fondo, es como si un cable de emociones las recorriera a todas y las uniera en una fila de sueños rotos. 
No me cabe la menor duda de que somos diminutos, y que tal vez el amor nos haga por segundos esplendorosos sentirnos tan colosos como la luna o el país de los chocolates con besos amarillos descarnados. 

Era sólo una opinión, no sé de qué diablos estoy hablando. Debo volver a los brazos de ella que me ama en el tiempo sin distancias.


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