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viernes, 13 de julio de 2012

BOLIVIA APARAPITA




Es llamativo el estado crítico de nuestra realidad política y social: cuando parece que todo va explotar, misteriosamente se compone otra vez, pero de una manera monstruosa. Es conocido ese refrán que considera a la política como la continuación de la guerra por otros medios, y a la guerra la continuación de la política por otros medios. Bueno, en Bolivia cuesta distinguir la diferencia, no siempre se sabe dónde estamos. En el clima del país se instalan los aires animosos y hostiles con una velocidad cada vez más prodigiosa. Invariablemente García Linera realiza lecturas de la dinámica de nuestro país, utilizando sus categorías denominadas “tensiones creativas”, con lo que alguna atención crítica generó. El problema es que lo hizo a modo de pasatiempo, y no como verdadero fundamento de práctica política en el país. Recordemos uno de los primeros encuentros “Pensando el mundo desde Bolivia”, allá por el 2007, con Toni Negri y Michel Hardt de sparrings, cuando pareció extasiarse explicando su admiración por las nuevas formas de resistencia  en el país que reorganizaba la tendencia y la manera de hacer política. Decía que en lugar de la dureza de los movimientos obreros, que funcionaban de manera jerárquica, a partir de los hechos trágicos de octubre del 2003 se terminó de configurar un modelo que funciona según redes flexibles, con centros móviles, que se forman según las circunstancias, los líderes se intercambian de sector a sector, según las necesidades del momento. Pero el problema aquí persistía, y era el siguiente: ¿cómo conciliar la existencia de esos movimientos con la permanencia del Estado en toda su dureza y con sus características jerárquicas? En todo caso, para Linera cada uno de estos movimientos tenía la característica de ser digerible por el nuevo Estado Plurinacional, todas aquellas debían ser vistas como simples oposiciones que surgían por reacción a las fuerzas que ejercía el Estado en su despliegue, y no como existencias autónomas que existieran por afuera. García Linera compartía aquellas ideas en el encuentro del 2007 con la mirada puesta en la mesa, retorciendo las manos, dándoles vueltas, como un chiquillo ensimismado con su juguete en la alfombra mientras los adultos conversan a su alrededor en la sala. En suma, lo que habría que criticarle a Linera, en tanto autoproclamado intelectual del gobierno, no es que el alcance de su lectura haya sido pobre, sino que no haya tenido el suficiente coraje de convertirlo en engranaje de la maquinaria de este gobierno en su práctica política. Se conformó con hacerlo parte de su placer individual, alimento de su tiempo de ocio, y llegar a su gran conclusión: “el camino que nos espera es vivir la contradicción”. 
 
Afortunadamente, fuera de esa mirada, por otros senderos puede uno llegar a dar con otras respuestas y formas de lectura. Sucede que fuimos afortunados de dar con una categoría que explica mucho más, como dispositivo de lectura de nuestra sociedad. Se trata de Jaime Sáenz y la figura del aparapita que, aquí en La Paz, es un modelo formal extraordinario, que no solamente arma una poética (Léase Felipe Delgado y el enseyo sobre la aparapita). Hay que ver cómo un poeta boliviano construye la visualidad de esta sociedad nuestra que se desarma, se desparrama, pero al mismo tiempo que se reestructura y se recose. Debo agradecer a mi amigo Justo Pastor Mellado por haberme conducido hacia estos derroteros en la curaduría de la Bienal Siart del año pasado. Sucede que el aparapita sirve para comprender un poco más de lo que nos pasa, la policía estalla, inicia una revuelta que inicia rumores de golpe de Estado, y unos días después lo que se escucha en las noticias es que todo pasó y la policía va normalizando sus labores. Esto en medio de la llegada de la Marcha del Tipnis modelo 2012. Seguramente Bolivia, país conflictivo si los hay, es el aparapita, justamente, el que carga, y carga con todo. Con demasiada frecuencia vivimos la aparición de hondas grietas que nos hacen sentir que ya acariciamos el precipicio, que ya no se puede caer más abajo, y de repente todo clarea y volvemos a comenzar, hasta que estalla una nueva mina. Da la impresión de que Bolivia viste un saco que se va desgastando hasta lo impensable, y tal como un aparapita lo va recomponiendo, pero sin sacárselo. Y en esta recomposición termina haciendo otro saco lleno de adjunciones cuyas costuras son visibles. Qué representa la llegada de un dirigente sindical cocalero a la presidencia si no es la nueva apariencia del viejo saco, algo más remendado, algo más gastado, pero en definitiva el mismo saco. Qué cosa curiosa cuando se habla de defender el proceso de cambio, cuando no se hace otra cosa que reforzar algunas costuras, colocar unos puntos por aquí y otros por allá, hasta que el desgaste natural requiera de una lana, una bayeta, una pita o un alambre. 

Pero si hay costura, la sutura metafórica queda siempre a la vista. El intento desesperado de nuestro país desde los acontecimientos del 2003 es el de hacerse un saco a la medida del cuerpo. El problema es que la mentalidad caudillista haya enfocado esta búsqueda en la forma de un líder, de un elegido que vendría a ser la salvación y la respuesta. Se pensó que era Evo, pero ha dejado de serlo ya hace rato, y en lugar de hacer el nuevo saco lo que se hace es seguir remendando. ¿Qué nos indica aquella nueva sutura que quedó a la vista gracias al empuje de los movimientos sociales que clamaban por una Asamblea Constituyente en el 2003? ¿Quería una Asamblea o pedía que se vayan todos? Acaso marcaba haber llegado el momento culminante en que todas las paciencias se agotan y un nuevo rugido estalla. El país se desfonda. Y todo fue un malentendido, aquellos movimientos de sublevación violentamente aplacado en El Alto el octubre negro, y las resonancias que se sucedieron alrededor del país, no pedían otra cosa que la ruptura del modelo. Pensar sin Estado. No quiere decir que el Estado desaparezca, sino que ha perdido ya su capacidad de instituir subjetividad y organizar pensamiento. Un pensamiento endurecido todavía procede en la forma del árbol, que tiene un centro, unas raíces y una organización jerárquica. Pero Bolivia clamaba por la necesidad de una organización flexible de gobierno. Todo menos la categoría de “Pluri”, ni de lo plural, que no termina de entender lo que es una multiplicidad verdadera. García Linera y el entonces grupo de la Comuna lo comprendió muy bien, y lo hicieron notaron al extraer el concepto de multitud de Negri y Hardt para hacerlo co-funcionar con el concepto de abigarramiento de Zabaleta. Pero el intento quedó en un ejercicio de vanidad intelectual, motivo de debates y lucimientos, nunca parte de un accionar político real.  Y el problema de fondo continúa azotando a la población como el látigo furioso de un cochero que castiga a su caballo. Ayer fueron los médicos y los maestros, hace unos días los policías, no existe distinción, cada uno a su turno le dice al Estado que no tiene más poder sobre ellos, que su subjetividad y su sentirse ciudadanos transcurre por otros senderos. Pero se calla, sí, se puede callar mientras al menos les suban los sueldos o les cumplan algunas condiciones básicas para su supervivencia, eso es todo, hacer política en nuestro país es al mismo tiempo la cosa más difícil y también la más simple. Bolivia sigue a la espera de su saco, mientras carga con todo.


 Jorge Luna Ortuño


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