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martes, 15 de enero de 2013

AUNG SAN SUU KYI, LA HISTORIA DE UN AMOR A PRUEBA DE DISTANCIAS



El film dirigido por Luc Besson



Aung San Suu Kyi

Por: Jorge Luna Ortuño

Realizada por el cineasta francés Luc Besson, y escrita por Rebecca Frayn, la película The Lady (2012) –distribuida en Latinoamérica como “Amor, honor y libertad”–es un ejemplo de cómo se puede leer afectivamente una historia. El film narra la historia de Aung San Suu Kyi (1945), una extraordinaria dama de Birmania que fue la figura emblemática de la lucha contra la dictadura militar en su país, la cual había ocupado el poder entre 1962 y 2011. Recién liberada de la detención domiciliaria el 2012, después de haber sido aislada de su familia durante 24 años, Aung San Suu Kyi pertenece a un linaje de lucha política que reivindica la resistencia pacífica, en el cual está emparentada con el líder africano Nelson Mandela, con Mahatma Gandhi, Stephen Biko y Martin Luther King, y el filósofo Henry David Thoreau, desde que escribiera su ensayo Desobediencia civil.   

Se puede embanderar de mil maneras a ésta valiente activista birmanesa, de hecho, Besson no disimula su admiración, pues busca que el/la espectador(a) se relacione emotivamente con su lucha, y lo antes posible, sin brindar mayores detalles sobre su discurso político. En su crítica, Pedro Susz apunta como falla la simplificación de los antagonismos en la película, diciendo: “malos –malísimos–, y buenos –buenísimos–, contienden sin que la narración aclare en ningún momento los desacuerdos ideológicos de fondo, ni se sepa cuáles fueron las desaveniencias filosóficas, salvo que unos oponen la libertad al regimen dictatorial”.  Si bien es una observación válida, cabe preguntar: ¿qué tanto se necesita entrar en detalles para comprender que una dictadura militar es inaceptable desde todo punto de vista como forma de gobierno, independientemente de cualquier discurso que la sostenga? La cuestión es simple, la democracia, sin ser la forma de gobierno ideal, es lo menos a lo que puede aspirar un país en cualquier parte del mundo. Esa, nos parece, es la posición que asume el director Luc Besson. Reclamar por filosofías de trasfondo es un regodeo de intelectualoide, es dejar el cuerpo y el corazón en el baño, y apreciar la película sólo con el cerebro, puntabola y hoja a la mano. Se puede leer intelectualmente, por ejemplo, el extenso filme de Alexandre Kluge, Noticias de antigüedad ideológica Marx - Eisenstein - El Capital, pero una película como The Lady, ¡pues vamos!, debe ser leída afectivamente. Fíjense: Aung San Suu Kyi sufre el arresto domiciliario en Birmania mientras su esposo, Michael Airis, agoniza de cáncer en Inglaterra. Los represores le dan la opción a Suu Kyi de que viaje a estar con él, pero sabiendo que una vez salida de Birmania nunca más la dejarán entrar, resolviéndose así la permanencia de la dictadura. Se murmura en las salas de cine, el clamor generalizado parece ser: “¡vé a ver a tu esposo!” “¡La familia es lo primero!” Pero ella no va, su mismo esposo, por teléfono, le insta a continuar. Agrupando las escazas fuerzas que le quedan susurra: “Estamos siendo puestos a prueba al más alto nivel ahora. No hemos llegado hasta aquí para caer en la recta final”. Evidentemente la cuestión de la lucha política ha pasado a un segundo plano aquí, de repente todo lo que queda es un acto de amor que rompe los moldes.

¿Por qué no va? ¿Dónde encuentra Aung San Suu Kyi la fuerza para no derrumbarse en un momento tal?  Cierto que lee a Gandhi, y que se da fuerzas escribiendo a modo de recordatorios unos carteles con las frases de esos luchadores que sufrieron antes que ella. Pero si bien es una parte de su alimento, es sólo mínima. ¿De dónde extrae la sustancia que forma su voluntad inquebrantable? La película nos plantea que quizá sea del espacio intemporal y portátil que construyeron con su esposo en base a amor y devoción. Esta faceta es la que Luc Besson acentúa en su lectura, pues The Lady no es, como muchos piensan, una historia sobre la agitación política de Birmania, donde el amor entre Suu Kyi y su esposo sería el telón de fondo; es a la inversa, The Lady es una historia acerca de ese lugar incorrompible que habita en el ser humano, que se alimenta con el amor, siendo el trasfondo la desigual lucha por la democracia en Birmania.

Entonces, lo que se pregunta es ¿cómo, a pesar de las largas separaciones y de la incomunicación a la que estaban sometidos, se puede mantener un amor tan intenso? ¿Cómo se comunican a pesar de todo? El poder del gobierno es realmente estúpido cuando se confronta a la voluntad de los seres libres, pues pretende que podrá doblegarla, eventualmente, sin considerar la existencia de ese lugar en el espíritu al que no puede llegar ningún poder, y donde se atesora aquello que nadie le puede quitar; algunos lo llaman música, otros esperanza, y otros amor. Todos estos elementos mantienen viva y fuerte a Aung San Suu Kyi, mientras permanece encerrada en una casa 24 horas día. La estrategia de los dictadores, sabiendo de la amenaza que representaba, había sido la de incomunicarla del mundo. El dictador decía: “un árbol al que se le corta las raíces, eventualmente se termina cayendo”; por ende, creían que podían cortar sus vínculos con su familia y sus compañeros, como si se trataran de unos cables, sólo por el hecho de encerrarla sola en esa casa, sin teléfono ni salidas. (Ni skype, ni chat, ni celulares existen ahí, algo impensable para nuestras generaciones). Pero la figura del árbol sólo es buena para explicar las estructuras del poder: jerárquicas, verticales y estáticas. Ellos desconocen que todo lo que hay de prodigioso en la vida, el amor, la música, el pensamiento, sigue otro modelo que se extiende en planos horizontales, sin fijaciones, como las hileras de una planta áerea, o como el mundo de la worl wide web: por conexiones ilimitadas. No hay cables que cortar en un amor sin apegos, porque el amor es inalámbrico. Ellos se mantienen comunicados porque pueden entrar en ese espacio, propio de los enamorados, en el que ambos se difuminan y se hacen uno. Ahí comparten un sueño común por Birmania, y después del apaleo del día a día, pueden retornar a ese espacio donde todo adquiere sentido. Es como si se tratara de una comunicación inalámbrica, pues están conectados aunque no hayan cables de teléfono ni internet de por medio. Curioso, pues hoy en día se piensa que las relaciones amorosas pueden sobrevivir a las largas separaciones de la distancia gracias a los nuevos medios electrónicos que permiten una comunicación instantánea multimedia. Ahí es donde la historia de Aung San Suu Kyi nos recuerda: la distancia es mucho más una cuestión intensiva que extensiva o de desplazamiento físico. A la conexión no le interesan los kilómetros, y esto se entiende cuando ella le cuenta a su esposo en la última vez que se reencontrarían después de una larga separación: “Tú sabes que nunca estoy lejos… A menudo hablaba contigo, a veces en voz alta. Siempre era tranquilizador, y me recordó de tu inquebrantable amor”.       

Quizá fue esa la única razón por la cual ella no necesitó volver a Inglaterra, mientras su esposo agonizaba, para “estar” con él. Había que seguir luchando por lo que construyeron entrambos, algo que los trasciende, y se queda impregnado en el aire de los tiempos, como la sonrisa incorpórea del gato en Alicia en el país de las maravillas. ¿Qué otra cosa nos dejan los verdaderos revolucionarios y artistas? Son esos paquetes sensibles que soplan los vientos, risas de un gato, ideas, clamores, burbujas, que cada uno puede hacer suyas para luchar contra lo que reprime lo vital en su presente.

Aunque este artículo no se deshace lo suficiente de las amarras de la mente, hemos querido transmitir una emoción a flor de piel. Pues con este film pasa como con algunas canciones que no se les entiende ni la letra ni se sabe qué provocó su creación, y sin embargo nos llegan como una puñalada, nos llenan de gozo o nos transportan a la nostalgia. Luc Besson parece decirnos que no son necesarios más datos, no importa si la película no es perfecta, de lo que se trata es de ver si esas emociones nos pueden tocar o no. Cierra el film llamando a la complicidad con palabras de Aung San Suu Kyi: “Por favor, utilicen su libertad para promover la nuestra”.


Dedicado a: A.K.S.



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