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jueves, 23 de enero de 2014

A PARTIR DEL MITO DE LA CAVERNA DE PLATÓN


Un video elaborado por Bruno Gómez, así se identifica el autor, sobre el mito de la caverna de Platón, me ha dado cuerda para anotar un par de líneas al respecto en este inicio de jornada. 

Como muchos sabrán, el mito aparece en el séptimo libro de La República, uno de los libros más ambiciosos de Platón. Se suele invocar a partir de este filósofo una perniciosa división: la del mundo sensible respecto del mundo de las ideas. La primera sería la aparente, la que nos engaña y nos mantiene viviendo en un mundo de ilusión, mientras que al segundo se accedería gracias al uso de la razón, y este sería el mundo emancipado, donde el hombre se libera de sus ataduras, las ataduras de la experiencia sensible. Por supuesto que esta visión choca de frente con las teorías materialistas en el mundo de la filosofía, se trata de una especie de guerra de guerrillas al interior de la filosofía: idealismo vs materialismo. Michel Onfray levanta mucho polvo al respecto, levanta el polvo y también el tono de su voz, se estrella contra Platón siempre que puede, y reivindica el hedonismo, el cinismo, el epicureísmo. Pero Platón es mucho más que esa división. 


La idea de la alegoría a una caverna tiene que ver con el encierro y la privación de la libertad de desplazamiento físico. ¿Qué otra cosa podría hacer que se explique de manera fácil la esclavitud de unos hombres que no salen de la caverna por su propia voluntad? Tienen que estar encadenados, atados con cadena de hierro hacia una pared. Al frente sólo puede contemplar el reflejo de las sombras, figuras de hombres y de animales pasan ante ellos, y ellos se acostumbran a no ver otra cosa que sombras, y no oír otra cosa que rumores, ecos de las voces que se escuchan a lo lejos. Así, con talento pedagógico, Platón explica de manera accesible la condición del ser humano, la limitación de su conocimiento, y las posibilidades que se abren para aquel que se hace filósofo, es decir, aquel que de alguna manera sale a la intemperie y se encuentra con el brillo cegador de la luz al aire libre, y el resplandor de todas las cosas, muy diferente a la imagen seca y oscura que se capta en una sombra. Platón dice "si alguien fuera arrastrado hacia afuera, o forzado de alguna manera", dejando ver que no concibe muy fácilmente otra posibilidad que la de un forzamiento externo para que esta liberación tenga lugar. En última instancia, parece no importar mucho si fuerzan al que está atado a salir o él sale liberándose por su propia cuenta, lo importante es que llegue a ver toda la belleza que reside afuera de la caverna, toda la iluminada verdad que se está perdiendo en el mundo de las sombras. De la doxa a la epísteme. Que sólo vea todo lo que hay afuera bastará -esa parece ser la consigna-, el cambio se operará irremediablemente en el individuo, se trasfigurará su visión y saltará lleno de regocijo en su corazón, antes o después volverá a la caverna para contarles la buena nueva a sus antiguos compañeros de prisión. 

Me pregunto qué habrá sentido Nelson Mandela cuando finalmente fue completamente liberado después de haber pasado veinte y siete años como prisionero. Su libertad externa le había sido quitada, pero en algún punto del viaje interior que tuvo lugar debió haber descubierto la verdadera naturaleza de la libertad. No parecía que estuviera en manos del gobierno opresor que lo había encarcelado el definir el estatus de libertad de Mandela, al menos no al final de sus días en prisión. Pero si incorporamos este comentario intempestivo para hablar del mito de la caverna es porque se plantea una duda respecto de esa visión: ¿acaso se trata de una libertad de desplazamiento y de simplemente ser expuesto a una verdad que se nos oculta? El tiempo en el que vivimos, desde la misma caída del Muro de Berlín, con la entronización de los medios masivos de por medio, nos muestra que la verdad no es necesariamente lo que empodera a los individuos y los hace libres. "La verdad os hará libres" recita Jesús en algún pasaje del Nuevo Testamento, pero esta frase tiene sus bemoles. Por ejemplo, hace tiempo que se conocen pruebas contundentes de que la bala que asesinó a John F. Kennedy provino en realidad de adelante, y no de atrás como se había afirmado para incriminar al solitario asesino Lee Harvey Oswald. ¿Pero qué cambió eso a los ojos del gran público que se desliza indiferente por las llanuras de su día a día? Comprar la leche en el mercado, recoger a los niños de la escuela, pagar los servicios de luz en el banco, atender a un par de clientes premium en el consultorio, escuchar buena música pop en el reproductor del automóvil, poco tráfico, vuelta a casa para la cena y refugiarse en el cálido regazo de la esposa mientras se hace zapping en la televisión, ¿qué más se puede esperar de un día normal de la semana? ¿Cierto? No me cabe que exista tanta indiferencia ante los temas que parecen más decisivos en la vida colectiva e individual. 

El mito de la caverna nos ayuda a explicar muchas de estas incomprensibles realidades. En el mencionado pasaje de La República, Sócrates dialoga con Glaucón sobre los efectos reales de las sombras, pues los que se mantienen atados llegan a creer con el tiempo que esas sombras son la realidad. Se trata de una figura clara, salir del hoyo. Esta imagen nos recuerda a una escena decisiva en Batman el caballero oscuro asciende, del director inglés Christopher Nolan. Se trata de una película en clave que nos permite conectar varios elementos. Primero la alegoría al mito de la caverna, en el momento en que Bruce Wayne logra salir del hoyo del que todos ahí adentro creen que es imposible salir, pues nadie lo ha hecho excepto un niño y de esto hace muchos, pero muchos años. La urgencia externa por salir tiene que ver con el riesgo que afronta Gótica, está a punto de ser atacada y los mercenarios dirigidos por Bane están a punto de tomar el control de la ciudad. Un afán de pura destrucción amenaza la seguridad de sus habitantes, y Wayne se desespera por salir y hacer algo. Wayne no vive ahí adentro, en su encierro, desconociendo la realidad externa, no es esa su ilusión, pues lo que él busca más bien es volver. Pero no se trata de volver a la intemperie de lo real, se trata de volver a sí mismo, de recuperar una confianza y una fortaleza hace largo rato perdidas, incluyendo una voluntad por hacer las cosas que la sentía desvanecida desde la muerte de Rachel y la conversión maligna de Harvey Dent, que pudo ver con sus propios ojos. Aquello debió haberle hecho reflexionar profundamente sobre la naturaleza relativa del bien y del mal. ¿A quién no le afectaría observar semejante cambio de accionar y de visión en un hombre que representaba el lado puro y blanco de esa corrupta ciudad? 

Aquí es donde empiezan las claves del film que cierra una trilogía. La primera está ligada a la idea con que termina la segunda entrega, según la consigna de que se preservará la imagen de Harvey Dent, aunque sea una mentira. El comisionado Gordon y Batman se harán cargo de sepultar la verdad, que dependiendo de cómo se lea, no es tan terrible. En realidad el fenómeno de Dent es el de un hombre imbuido de principios, que no transa, pero que sufre un total desequilibrio de sus convicciones cuando de la noche a la mañana se encuentra así mismo partido en dos, y sin la compañía de su difunta prometida, la adorable Rachel. Lo inundan la impotencia, el dolor, pero antes que nada, una intensa y titánica ira. Rencor, resentimiento, odio, todas esas pasiones tristes (usando una figura de Spinoza) pasaron a animar el cuerpo de Harvey Dent. ¿Por qué no tratar de comprenderlo, acaso borraba eso todo lo bueno que había logrado como fiscal? Tal vez era muy difícil esperar que los grandes públicos de la ciudadanía lo entendieran, y todo se hundiera en un mar de frustraciones y desencantamiento. Así, se fabrica una verdad, el traidor había sido Batman, quién le rompió el cuello a Dent y huyó del lugar. ¿No repararon en la policía acerca del rostro quemado por la mitad de Dent? ¿No notaron que ya lucía como un monstruo por sí solo? Pero se creía lo que se había querido que se crea, no había manera de imaginarse un Dent villano, incluso en esas condiciones sólo cabía consternarse e izar una bandera en su nombre creyéndolo víctima y mártir. La opinión pública sólo conoció esa versión de los hechos, pero la verdad quedaba archivada en los Expedientes X de algún aparato de gobierno. ¿Acaso no son estas las sombras que se ofrecen al público mayoritario? 


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