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martes, 3 de enero de 2012

Acerca de cómo un cuadripléjico formal pudo fugarse de su cautiverio


Reseña del libro La escafandra y la mariposa, pero sobre todo de la hazaña de su autor, la cual fue llevada al cine diez años después por Julian Schnabel.


El 8 de diciembre de 1995 Jean-Dominique Bauby, jefe editor de la revista francesa Elle, sufrió una apoplejía masiva que lo dejó en coma. Despertó veinte días después y se enteró de que había dejado de ser un paciente cuyo diagnóstico era dudoso para convertirse en un cuadripléjico formal. Quedó, por decirlo de alguna manera, enterrado en vida. Los médicos le explicaron que padecía una anomalía denominada “síndrome de cautiverio”. Su cuerpo, la superficie de contacto con la que debía relacionarse con el mundo, quedó reducido a un manojo de nervios inertes, como una asfixiante campana de buzo, una escafandra que lo sumergió en la más profunda y aterradora soledad. Bauby contaría después en su libro: “Para mí fue como una sentencia a cadena perpetua. La terrible verdad fue fulminante: enceguecedora como una explosión nuclear y más afinada que la guillotina”. (Le scaphandre et le papillon, publicado por Robert Laffont, Paris, 1997)[i].


Náufrago en la escafandra
En el cuarto 119 del Hospital Naval de Berck, en la costa francesa, Jean-Do Bauby quedó exiliado como un cangrejo ermitaño que reposa en su concha. Rígido, inmóvil, mudo y medio sordo yace en su cama al fondo de un pasillo. Podía sonreír a medias, pero como la boca le quedó chueca, la suya era más una mueca. Lo único que podía mover normalmente era el párpado de su ojo izquierdo. Sandrine, Terapeuta del lenguaje, fue la que ideó una forma de comunicación que protegió a Jean-Do de quedar completamente aislado de los que le rodeaban. “Vocales y consonantes danzan para mí en una farándula […]. Con manos abiertas, ellas atraviesan el cuarto, giran alrededor de la cama, abren la ventana, trepan por la pared, van hasta la puerta y salen para dar una vuelta. Más que un alfabeto, es un hit-parade en que cada letra está clasificada en función de su frecuencia de uso en la lengua francesa”. Según el manual de uso, el interlocutor de turno va recitando una versión especial de alfabeto, que Sandrine ha confeccionado, hasta que Jean-Do, con un parpadeo, lo detiene en la letra que necesita. Luego comienzan de nuevo la operación, pacientemente, hasta que poco a poco se van formando palabras y a veces hasta segmentos de frases más o menos entendibles. Es algo así como escribir a punta de guiños un mensaje de texto en el celular.

En París algunas voces del mundo de la farándula, y también de la competencia, ya dan por perdido a Jean-Do, se apresuran en redondear su reducida existencia a la completa nada. En un café parisino, el publisher de una importante editorial sentencia con una pregunta: “¿Sabían que Bauby está hecho todo un vegetal?”. Aquellas impresiones crudas llegan a oídos de Jean-Do en la forma de rumores. Pero él no reacciona. El verdadero problema es que se basta solo para sentirse miserable, seguro de que su vida ya ha terminado, y limitándose a soportar los angustiantes minutos de prórroga que le quedan.

En las tardes suele cerrar sus ojos y viajar a/con su memoria para revisar su pasado, pero es un ejercicio que sólo sabe hacer para castigarse con el reproche. “Hoy mi vida parece una sucesión de pequeños fracasos, mujeres que no supe amar, oportunidades que no supe aprovechar, momentos de felicidad que dejé escapar. ¿Habré sido ciego y sordo, o hacía falta un desastre para que hallara mi verdadera naturaleza?”. Se lamenta por el buen padre que no fue, por su matrimonio roto, y los incontables días que malgastó pensando que retornarían cualquier momento. Ahora gasta sus días en un hospital, donde lo atormentan el silencio y la soledad, dos compañeras que siempre rehuyó. La pasada semana lo paseaban por el otro pabellón, y al encontrarse repentinamente con su imagen reflejada en el cristal de una vitrina experimentó el espanto en todo su esplendor. Llegado a un punto de extremo abatimiento, dicta estas palabras a su doctora: “Quiero morir”. Ante tal sugerencia, ella le contesta afligida: “Está vivo, no diga que quiere morir. Es irrespetuoso. Es obsceno”. Es un corto tiempo pero casi todos en el hospital ya se han encariñado con ésta ave de alas rotas. Sin embargo, él ya sólo tiene una voluntad de nada. ¡Tiene que haber una salida!

Hay que tener imaginación para saber recordar
Los críticos dicen que Jean-Do inventó un mundo ficticio para evadirse a la realidad, pero decir esto es insuficiente, puesto que reduce el poder de la imaginación a la producción de fantasía: percibir todavía aquello que no existe más, o no existió nunca. Ignoran que la imaginación, cuando está poseída por fuerzas activas, no es una negación de la realidad, sino una negación de una manera predominante/trivial de ver la realidad. El empirista Hume decía que la imaginación es la facultad que organiza nuestra experiencia de la realidad; asocia las ideas y les da la forma de causa y efecto. Creemos que estas asociaciones son la realidad definitiva porque quedan retenidas en nuestras vidas en la forma de hábitos de pensar, de ver, de oír, de oler… Pero todas las ideas pueden ser separadas mediante la imaginación para ser después nuevamente enlazadas en la forma que a ésta le plazca. El día que Jean-Do descubre que ésta capacidad de (re)conexión está a su alcance se produce una fiesta en su interior. Ensaya rápidamente una reorganización de su experiencia de la realidad, es decir, utiliza su imaginación para efectuar nuevas asociaciones. Aprende a imaginar más allá de lo que sus hábitos le habían permitido durante toda su vida. Aprende además a identificar qué fuerzas están animando su facultad de recordar y de imaginar; cuando está poseída por fuerzas reactivas, la imaginación suele acudir a la memoria para prolongar el sufrimiento. Si vuelve al pasado es solamente para atormentar con arrepentimientos o para hacer regresiones dolorosas. ¡Hay que saber usar la imaginación para volver al pasado! Es de este modo que el pasado pasa a ser un territorio impredecible. Solemos relacionar exclusivamente el uso de la imaginación con el tiempo futuro, olvidando que también nos puede servir para otorgar nuevos sentidos al pasado que, en sí mismo, es incompleto, reclama nombres y formas de ser usado. Por sí solo no es más que el desvanecimiento de una colección de imágenes que continuamente se reducen a las cenizas de la memoria. El momento que Jean-Do decide hacer un uso activo de éstas dos facultades vuelve a sentir la alegría de estar vivo. Es más, planea su escape.

La fuga de la mariposa
“He decidido dejar de quejarme. Fuera de mi ojo hay dos cosas que no tengo paralizadas: mi imaginación y mi memoria”. Comienza por darle un sentido alegre al uso de su memoria: “Si deseo placer, tengo que recurrir a mis vívidos recuerdos de olores y sabores. Según sea mi estado de ánimo me agasajo con una docena de caracoles, un plato de salchichón alsaciano con col agria y una botella de vino blanco…”. Luego cae en cuenta de que si antes había podido viajar con su mente para sentirse miserable a su vuelta, ahora aprendería a viajar en una forma que potenciaría su felicidad presente. “Mi mente remonta el vuelo como una mariposa. ¡Hay tanto que hacer! Puedo perderme en el espacio o en el tiempo, ir a la Tierra del Fuego o al palacio del rey Midas. Puedo descubrir la Atlántida, visitar a la mujer que amo, hacer realidad mis sueños de infancia y mis ambiciones de adulto…”. No reniega de su existencia, inventa un nuevo estilo de felicidad. Finalmente, adopta la aceptación como estado mental, lo que cambia radicalmente su manera de ver las cosas. Confía en lo que la vida le depara, abraza lo que aparece, toma lo que se le da. “Una cosa me queda bien clara: he comenzado una nueva vida, y esa vida está aquí, en esta cama, en esa silla de ruedas y en aquellos corredores. En ningún otro sitio […]. Yo no era el hombre glamoroso, elegante, peligrosamente atractivo… ¡Ese es Marlon Brando, no soy yo! Me recordaré como era”. Comunicado de esta manera con la vida, está listo para escribir.

Comienza a escribir el libro que tenía postergado por años, desde que aquellas lecturas de El Conde Montecristo terminaran por fascinarlo. No era la lujosa ciudad de París el escenario que lo acompañaría, sino un caro hospital, pero hospital al fin, donde Jean-Do escribía para fugarse. Lo dictaba, es cierto, pero como un alto ejercicio de escritura, pues la única salvedad era que él no tecleaba las letras con sus dedos, sino con su ojo izquierdo. “En mi mente le doy diez vueltas a cada frase, borro palabras, añado adjetivos y aprendo de memoria el texto, párrafo por párrafo”. Cómo no inducir de todo esto que escribir consiste en hacer viajes inmóviles, los más intensos, puesto que no contemplan cálculos, pronósticos, ni mallas de seguridad. Jean-Do ha aprendido la lección de Kafka en Metamorfosis, donde se cuenta que Gregorio Samsa despertó una mañana transformado en insecto, pero sólo para escapar a la opresión asfixiante de su trabajo y de su padre. Samsa halló una salida ahí donde otros no supieron encontrarla. Jean-Do despertó una fría mañana encerrado en una escafandra, así que escribió para escaparse, para abrirse una ventana, dejar que entren aire, paseos y ventilación. Jean-Do se metamorfoseó-mariposa, insecto que después de vivir por largo tiempo sobre sí mismo, un buen día abre sus alas para emprender vuelo.

“Mi tarea actual consiste en escribir las notas del viaje inmóvil de un náufrago en las costas de la soledad (…) Mi imaginación y mi memoria son las dos únicas salidas para escapar de mi escafandra”. Ahora entendemos porqué quiso dejar escrita su experiencia. Su libro nos arrastra con él hacia su pesadilla, nos estremece con su historia, y uno siente la falta de aire, caramba es una tortura, pero es al final cuando nos damos cuenta de que todo lo ha escrito para montar los detalles de su prisión y los resortes de su fuga, que nos contagia de alegría al final, cuando sabemos que sigue contenido en ese cuerpo pero ya no está ahí, y parece que escribe a gritos, gritos de júbilo. Jean-Do es un nuevo Houdini, un maestro escapista, escribe para dejar constancia del canal que abrió para fugarse. El libro La escafandra y la mariposa es una máquina de guerra –en el sentido que Deleuze y Guattari deseaban– es el diario de una fuga. Ésta fuga es una experiencia intensiva, ocurre sin que sea necesario desplazarse del lugar. Esto se resume en lo que le dice Claude Mendibil -la joven que amorosamente tomaba dictado de su libro– a Jean-Do cuando lo percibe temeroso de estarle causando sufrimiento con su constante compañía: “No me importa que me arrastres al fondo del mar porque también eres mi mariposa”. Con su historia Jean-Do abre también nuevas posibilidades de vida para todos los exiliados en la enfermedad. Representa para esos lectores postrados lo mismo que el faro –visible desde la terraza del hospital- era para él: “Ahí estaba, alto, imponente, y a la vez tranquilizador, pintado de rayas blancas y rojas. En seguida me acogí a la protección de ese símbolo de hermandad, guardián no solo de los navegantes, sino también de los enfermos: esos náufragos en el mar de la soledad”.


El 9 de marzo de 1997 Jean-Dominique Bauby salió de su escafandra para ya no volver. Vuela libre. Éste el fragmento de una canción infantil que aprendió a tararear en esos últimos días:


El canguro se ha escapado
-¡Adiós zoológico!- gritó
Salvó la cerca de un salto
Y un batacazo se dio.
 



[i] Este artículo se apoyó en la lectura de la edición digital del libro traducido al portugués: Bauby, Jean-Dominique,  O escafandro e a borboleta / Traducción de Ivone Castilho Benedetti. São Paulo: Martins Fontes, 1997, y de la película  Le scaphandre et le papillon, 2007, dirigida por el cineasta Julian Schnabel.

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