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lunes, 30 de enero de 2012

Entrevista al filósofo Tomás Abraham

“EL MAESTRO NO TIENE DISCÍPULOS,
LOS DISCÍPULOS TIENEN MAESTRO”

 Jorge Luna Ortuño

Este es un trabajo de edición en el que se reúnen expresiones del filósofo en conversaciones grabadas en su hotel, pero también en su disertación, con motivo de su visita a La Paz para el I Encuentro para no-filósofos  El devenir-filosofía del arte, de agosto del 2010.



Organizado por el Goethe-Institut, y editado por el que escribe, el I Seminario de filosofía para no-filósofos titulado El devenir-filosofía del arte, realizado los primeros días de agosto, ofreció un espacio diferente, abierto a la posibilidad de encuentros y conexiones entre personas provenientes de campos diferentes,  pero reunidas en base a ciertas afinidades a nivel de los intereses y las inquietudes. El filósofo argentino Tomás Abraham, el invitado especial, captó la atención de todos los presentes a partir de una elocuencia, claridad, capacidad de síntesis y sentido del humor, francamente formidables. Conversamos con este personaje en los tiempos muertos que pasaron a ser oportunidades de trabajo. Dejamos aquí desparramados algunos trozos de su modo de pensar para que sean recogidos a gana y gusto por el lector:


El descubrir es algo que me pasa casi todos los días. No necesito entrar en un terreno virginal como si nada hubiera pasado para descubrir lo nuevo. Cuanto más meto sedimentos en mi memoria más frescos tengo los ojos para ver cosas nuevas. No es que el cúmulo de lecturas filosóficas me cansa la vista; me la renueva.

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La filosofía me enseñó a decir que no. Eso para mí es la filosofía: es un modo de pensar el NO. La vida de un adolescente, como yo lo era, en sí misma era una obligación; se llamaba obediencia, respeto, cumplimiento, decir la verdad, no cuestionar aquello que se ve y lo que no se ve… Y así yo me estaba muriendo, estaba engordando, y no hablaba, era tartamudo. Tenía mucho miedo al castigo. La filosofía me enseñó a decir que no. Vi un diálogo de Platón y ahí estaban discutiendo todo el tiempo. ¿Qué era eso de discutir? No entendía eso de no estar de acuerdo. Después vino el mundo de Sartre –que es una novela en sí– en el mundo de París, era un mundo de aventuras, de libros, de escritura, de amores, de independencia y rebeldía, entonces yo entré a un mundo ahí; ese fue el primer contacto que tuve con la filosofía y me sedujo para ya no salir más de ella.

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Tanto Deleuze como Foucault me enseñaron a decir que SÍ. Deleuze por la imagen del pensamiento que se diagrama con conexiones. Rizomas. Y Foucault por su modo de expresarse sin censura, de hacer un pensamiento de combate. Es el SÍ de la afirmación. Para nada es contradictorio con el otro NO. Son dos caras de una misma moneda. El SÍ de la libertad necesita del NO. Hacer filosofía implica decirle que NO a aquellos que te piden antecedentes, una identidad bien delimitada, y el deber de conocer todo, antes de pensar algo. Hay que decir que NO a todos aquellos que te quieren encasillar en alguno de los lugares previstos, controlables, tanto en la universidad como en la vida pública y en general. Uno tiene que hacer su camino de pensamiento, y este camino se hace siendo propietario de tu propia página. Tienes que ser dueño del soporte material en el que vos estas expresándote. Si alguien entra y te corta las alas, bueno estás trabajando para otro. El pensar no tiene otro. Y el SI se refiere a un abrirse a todas las posibilidades de conexiones. La imaginación teórica necesita de lo inesperado, de lo imprevisto. Tanto es necesaria la disciplina del trabajo, del compromiso y la constancia, para poder pensar, como de lo imprevisto. Ese camino debe ser tan riguroso como loco.

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Nadie le puede decir a otro que diga que NO. No hay un maestro ni una autoridad que vaya a decirle al otro que diga que NO. Los problemas en los que vive cada uno los resuelve cada uno. Esa función delegativa y autorizada del intelectual que sabe lo que los otros no saben, o que deberían querer… esa es una figura tradicional del siglo XIX que está bastante puesta en tela de juicio. Nadie le puede decir a otro. Uno puede conectarse con otra gente a través de los intereses que uno tiene, si hay conexión con los intereses que otro tiene, y esto va a producir algún espacio, que no se sabe bien cuál es. En todo caso, yo estoy hablando del NO y del SI que me tocó a mí en mis circunstancias. Y eso me abrió un camino hacia el mundo. Pero no es un camino en el que yo les voy a decir a los otros lo que tienen que hacer. Es un camino en el que yo siembro lo mío y en el que encuentro a otros sembradores, y se van produciendo cosas. 

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Un maestro es alguien que te ilumina, que con un pensamiento suyo te abre un camino, porque vos vas a transitar mucho tiempo. ¿Qué vas a hacer en ese camino? Es cosa tuya. Pero te abre caminos, te sorprende con algo que dice, con algo que piensa, con una asociación, una conexión que hace. Por algún lado te reafirma en algo que de alguna manera vos andabas buscado. Y le da un nombre. Y eso a vos te marca el terreno de algo indeterminado, indefinido que andabas buscando. Porque algo andabas buscando. Nunca podrías encontrar a un maestro si no estuvieras buscando algo. El maestro, Foucault, por ejemplo, no tiene discípulos. Los discípulos tienen maestro pero los maestros no tienen discípulos. Él no tiene idea de quién soy. Un maestro hace su camino, y hay otros que de su camino se inspiran. ¿Qué hacen con esa inspiración? Cualquier cosa.

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El profesor es una figura que deposita saber en el ignorante. En cambio el maestro no le transmite un saber al discípulo; lo que le transmite es un modo de hacer. Lo que uno aprende es en qué modo hace las cosas. El modo, la práctica, cómo lo hace. A un maestro hay que mirarle cómo hace lo que hace.

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La filosofía es para cualquiera, pero ese cualquiera se tiene que romper el alma, tiene que estudiar. Se necesita de rigor, disciplina, constancia, compromiso, como en cualquier arte. En la filosofía no hace falta don, son cosas de la vida que te pasan, que te empujan. Cualquiera puede ser filósofo, porque hay una distribución equitativa de la inteligencia, pero va ha serlo al final aquel que trabaja. El acceso al conocimiento filosófico está abierto.

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El corazón caliente no sirve para pensar. Lo que sirve es la observación, la sensibilidad, la malicia, la irreverencia. El corazón te vuelve tonto. La admiración es una forma de amor filosófico. Hay que tomar distancia con respecto a los propios sentimientos, tener sentido del humor. Cuando uno habla mucho de corazón habla de desahogo, pero no pasa nada. Pensar es otra cosa. Pensar en sí es olvidarte un poco de vos, porque de otro modo es un lamido de heridas. Para pensar hay que salir de sí. El corazón te retiene, te reterritorializa en Edipos, quejas, identificaciones, lamentos.


TOMÁS ABRAHAM
Es profesor titular de filosofía de la UBA. Director del Colegio Argentino de Filosofía. Creador del Seminario de los jueves, un grupo de aficionados a la filosofía con el que trabaja desde hace 28 años y con el que ha producido cinco libros. El 2010 publicó  Historia de una biblioteca. De Platón a Nietzsche, y más recientemente Richard Rorty, el amigo americano, libros que se suma a su ya importante bibliografía. Para el que quiera saber más le aconsejamos visite su página web: http://www.tomasabraham.ar/

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