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jueves, 7 de noviembre de 2013

PARA HOJEAR DOS FERIAS DEL LIBRO EN BOLIVIA (I)




Cread y compartid! Y si bien a primera vista la lectura podrá no parecer un acto de creación, en un sentido profundo lo es. Sin el lector entusiasta, que en realidad es el equivalente del autor y muchas veces su más secreto rival, el libro moriría. El hombre que propaga la buena palabra, no solamente aumenta la vida del libro en cuestión, sino también el acto de creación mismo. Insufla espíritu a los demás lectores. Sostiene el espíritu creador en todas partes: lo sepa o no lo sepa, lo que está haciendo es cantar loas a la artesanía del Cosmos. Porque el buen lector, así como el buen autor, sabe que todo surge de la misma fuente. 
Henry Miller


Las enseñanzas que verdaderamente marcan en la vida son las que se aprenden por vía de los porrazos. Y no nos referimos a los coscorrones que nos propinan las personas adultas en la edad de la niñez o la adolescencia, más bien hablamos de esos golpes secos que ofrece la vida cuando se equivoca el camino, latigazos sordos, pruebas que calibran nuestro vínculo con la tierra. Son momentos de extraña y rutilante luminosidad que dejan quieto y con cara de cojudo hasta al más vivo.

En épocas de Feria del Libro se tiende a glorificar demasiado al libro, también a la lectura. Pero no es ni el libro ni tampoco cuánto se ha leído lo que vale al final del camino, sino cuánto se ha aprendido en el tránsito. El afecto por el libro marca nuestro inocente apego por las palabras, pero a no olvidar que el libro es solamente uno de tantos vehículos que porta la vida. Es un engranaje dentro de una serie de enseñanzas puestas en la ruta para quien sabe andar su camino. No hay necesidad alguna de reverenciar a los libros por ellos mismos (menos a los autores), pues son parte integrante de lo real tanto como lo son los árboles, las nubes, el estiércol y el dióxido de carbono. 

Oficiales mayores de cultura, ministros, editores, gerentes de cámara, pueden montarse sobre el prestigio del antiguo hechizo de la lectura para organizar sus Ferias, y utilizarlo como un eslogan, pero los hechos revelan año tras año su único interés, y es que presentan al libro como mera mercancía, producto encapsulado en sí mismo. 

En Buenos Aires se produce un interesante fenómeno: la ciudad es ya la feria del libro los 365 días del año. Sus espacios de descanso en todas partes, la manera que tiene el porteño de ocupar metros, cafés y plazas siempre con un libro a la mano, además de la impresionante oferta disponible en sus librerías, por ejemplo en la Av. Santa Fé, donde se concentran las más notorias, da cuenta de una ciudad lectora por excelencia. Conversando con libreros, editores, gente en las plazas, lectores en los metros, pude entender que la Feria del Libro de esa rutilante ciudad se organiza principalmente para la gente que no vive en Buenos Aires, sus mismos habitantes lo dicen: ¨todo lo que está en la Feria ya está en las librerías antes, ¿para qué voy a venir hasta Palermo al campo ferial si puedo pillar el mismo libro novedad al mismo precio en el centro?¨ No sea esta comparación motivo para sentir inferioridad alguna. Hay que decir a contramano que nuestras Ferias todavía gozan de cierta tranquilidad, están lejos de ser la arena política que se arma en Buenos Aires con motivo de cada Feria. 

Es importante leer las situaciones desde varios ángulos. Conozco del arduo trabajo que se realiza en varias casas editoriales, obligadas a luchar a contracorriente en un país que lee poco. Así luchan todos, desde los que le sacan el jugo a la imprenta hasta el editor que dirige los hilos de la empresa, sin olvidar a los operarios que compaginan los libros y diagramadores. Es un trabajo que alguien tiene que hacer. No es fácil trabajar en el rubro editorial en nuestro país, pues encima de que poco se lee, lo que se lee más son libros piratas de sospechosa procedencia. Sólo aquellas casas editoras que tienen como mercado al público cautivo de los niños en edad escolar pueden respirar algo más aliviados. Y así, cada mes que se avecina una Feria representa una especie de examen para las editoriales. ¿Qué es lo que vamos a poner en el mercado?¿Qué hemos hecho este año? He conocido gente estupenda en editoras de La Paz y Santa Cruz, es una razón más por la que desearía que esta visión crítica encuentre asideros en vista de una mejora. Porque lo que necesitamos no es ir en contra entre nosotros, sino empujar para crecer entre todos.

Pero eso sí, evitemos la condescendencia, más aún entre bolivianos. Una cosa es estar en silencio y otra muy distinta es quedarse mudo. En nuestro país existe demasiada gente callada, se quedaron mudos por el susto o la indiferencia, dudo que hayan llegado así de fábrica. Escribir es a veces un intento ingenuo por equilibrar las fuerzas entre los que hablan, los que han sido callados y los que no tienen posibilidades de expresarse.  

Volvamos a la cuestión de las Ferias del Libro en Bolivia. Las dos más grandes son las de La Paz y Santa Cruz. La que tiene mejor calidad en sus títulos y el contenido de sus talleres es la paceña, mientras que la que goza de mejor infraestructura y mayor dinamismo es la cruceña. A diferencia de las que se realizan en Buenos Aires, Madrid o Guadalajara, las Ferias nuestras se organizan para los habitantes de la misma ciudad. Es decir, se piensa en chico. Porque para saber mostrarse hacia afuera hay que saber apostar primero por lo propio. Decía Justo Pastor Mellado, curador de la Bienal Siart en La Paz (2011), que ¨es necesario construir una ficción interna para tener una política externa¨. Pero acá no se tiene, no existe un concepto ni un eje temático por Feria, sólo la novedad de otro país invitado cada año. Quizá es el mismo formato de Feria el que se lo impide. Nosotros decimos que su formato debería acercarse más al formato de una Bienal de Arte (no al Siart), mientras la Cámara del Libro la enfoca con un espíritu más cercano al de Plaza de comidas, donde hay de todo para todos, donde la calidad no es prioridad pero sí el aglutinamiento y el consumo masivo. ¿Por qué faltan los espacios de descanso gratuito para que los lectores hojeen en los misterios de su próximo libro?

Puesto en limpio, las Ferias del Libro se plantean según un formato insuficiente, no se ocupan de las deficiencias que vive la ciudad en cuanto a su industria editorial, la escasa promoción de la escritura, ni la incomunicación que existe entre editoras y bibliotecas, periodistas y libreros o escritores nóveles aislados por los que nadie ofrece un céntimo. Se rellenan los  programas de las Ferias con lo que se puede, no con lo que se necesita según el concepto de tal o cual versión de Feria. Y así no se alcanza a alterar el estado de cosas existente. Cada Feria que llega al siguiente año se encuentra con la misma realidad adversa. Por ello la Feria es como una distracción, un cuerpo extraño, un injerto en medio de la marea de acontecimientos que tenemos mes a mes en el país. Una vez terminadas se olvidan sin mayor pena ni gloria, los mismos hábitos de lectura se mantienen en la ciudad, la primacía por la lectura barata continúa su curso. 

Para disimular este hecho evidente, los directores de Cámara del Libro siempre aparecen dando una cifra días después de la conclusión y diciendo: ¨ha sido todo un éxito, porque tuvimos más visitantes que el año pasado¨. Feria del Libro, máquina infalible para romper récords en visitas ¿pero qué se sabe después de los usos que se hace de esos libros? ¿Sube en algo el nivel de cultura y educación en la ciudad después? ¿Cuál es el nivel de los libros que se están presentando? ¿Cuántos nuevos escritores se ha promovido? ¿Y los libros que no son novedad qué?

Mientras las estadísticas nos distraen con su velo, allí siguen los micreros y taxistas comiendo y haciendo siestas en sus paradas, acaso alguno querrá agarrar un libro antes de salir a gritonearse con el mundo en su ruta apurada. Allá siguen las vendedoras en los mercados Abasto, Los Pozos y Ramada, con su periódico El Deber o El Extra en la mano, al menos enganchadas en las páginas ágiles de farándula. Y allí salen los niños cansados del colegio, sin alzar la cabeza, pero metidos en el teclado de sus celulares, rumbo a las casas de juegos en red. Allá están amontonándose seres bulliciosos en conflictos de diversa índole, casi se los ve rebalsar por las ventanas del Palacio de Justicia mientras abogados muy contentos de todas las edades suben de aquí para allá con sus cabellos engominados apretando foldersitos amarillos a su pecho. Allá están las jovencitas combatiendo en silencio su anorexia porque no es un libro el que las influye y sí la urgencia de una cultura que las quiere señoritas y misses de lo que sea. Allá están postergadas las víctimas de un terrible accidente de tránsito, privadas de consuelo incluso en la mirada fría de administradoras y enfermeras de piedra, desangrándose en el rincón de una clínica porque no pueden ser recibidos hasta que emisarios del seguro SOAT se dignen a aparecer. Allá están también los chiquillos asustados a quienes no hicieron conocer otras lecturas más que Quien se llevó mi queso o Manjar para el corazón, y están lidiando con el espanto de un problema de gravidez sin poder comunicarse con los padres que dejaron esos libros como sustitutos medio tiempo.


Ahí están... ahí están ellos, acá estamos nosotros, es decir, a su lado. ¿y los libros?, ¨los libros tienen su feria, hay que esperar la que viene al año¨. 

Bueno pero los libros no van a hacer que todos vivan mejor, me dice una voz. 

Pero si no se lee para aprender, y para aprender a aprender mejor, y sobre todo para no tener que estar leyendo siempre más y más. ¿Entonces para qué carajos habría que leer? ¿Para verse listo? El secreto -decía Henry Miller- es leer menos y menos, pues no hay nada más difícil en la vida que aprender a hacer lo estrictamente vital. La lectura es una ración necesaria como el aire, el alimento y el ejercicio, y también debe guiarse su manera más eficiente de práctica. Los colegios hacen esa tarea de manera dudosa, los hogares tambalean, y la Feria del Libro está tranquila con tener visitantes. 

De todos modos, antes o después, el buen lector gravita hacia los buenos libros, ya sea que los encuentre en un puestito en la calle o en la feria local. Para el buen lector la Feria del Libro es un espacio que amplía las posibilidades de encuentro con un libro, y por ello le está ya de por sí agradecido. Pero hay que alimentar la existencia de buenos lectores.  


Por: Jorge Luna Ortuño

2 comentarios:

  1. Es lo mejor que he leído en mucho tiempo sobre la situación de las ferias del libro. Lo comparto.
    Mil gracias.

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