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domingo, 25 de mayo de 2014

EL LIBRO "CONTROL REMOTO" DE CARA AL LECTOR



Por: Jorge Luna Ortuño*


Hace poco leí un sugerente tweet, con motivo del día del periodista, donde se saludaba con ánimo fraterno tanto a periodistas de medios “paraestatales” como a los que llamaba “paraopositores”. ¿Una definición de estos últimos?: los que, llamándose independientes y/o privados, supeditan su línea editorial a fuerzas ideológicas de oposición.

La terminología aludía al libro Control remoto, de Raúl Peñaranda, que ya va por la cuarta edición, pero que ha originado más maleza que claridad a su alrededor.  ¿Quién auspicia ahora a quién?, esta parece ser su pregunta rectora. Pero pasa de un tranco a las afirmaciones y denuncias. Dado que ofrece escazas fuentes con nombres, uno siente la tentación de pensar que es un libro que sólo se podía haber confeccionado en La Paz, concretamente en el café alexander de Sopocachi, espacio donde circulan periódicamente un montón de personajes de los medios y la política; sentados con un café cortado a la mano y expresión algo inquieta, todos ellos miran de reojo a diestra y siniestra, ¿qué conocido está con quién?, ¿qué pasa?, ¿qué se dice?… ¿quién se tiró un pedo?, ¿cuál es el nuevo rumor?… ¿y el chisme de la semana?… No existe un espacio idéntico ni en Cochabamba ni en Santa  Cruz, es un fenómeno interesante, un lugar de cotilleo que también alimenta a la prensa.  

La puesta en escena

En el citado libro el autor no acaba efectuando un trabajo de periodista, realiza más una labor de intelectual que busca intervenir con una postura en su entorno. Tampoco es verdaderamente un trabajo de investigación, es más una aproximación al género de ensayo, con pasajes de crónica y relato autobiográfico. Podrá resultar arbitrario para algunos categorizarlo en tal modo, pero es bueno recordar que al final del día es siempre cada lector quien define al texto. El ensayista argentino Alberto Manguel lo pone así: “desde el momento en que se inventó la escritura, el lector es el protagonista principal. Y el lector sigue decidiendo qué es un texto: el autor no puede hacer nada más que resignarse”. [1] Empero, entiéndase ésta resignación como gozosa, puesto que el que escribe un libro entrega sus dones al mundo, no con deseo de reclamar algo para sí, antes bien con la satisfacción de haber hecho una modesta devolución a la morada que lo cobija.

Sucede sin embargo que el caso de Control remoto no es tan así. Por el contexto mediático, el reciente pasado de su autor, el tono en que fue presentado, y la escasa presencia del don de la pregunta en sus páginas, fue natural que se produjera una recepción bulliciosa pero poco comprensiva y equilibrada de su valor. La posición del gobierno consistió en girar su ofensiva contra el sujeto del enunciado, como diciendo “no importa mucho lo que dice sino ¿quién lo escribe y qué móviles tiene?” La cuestión devino política en su sentido peregrino,  pues se redujo a una discusión sobre vínculos y pasados. El autor podría haber aclarado, al mejor estilo de El Padrino, que “no era nada personal, sólo negocios…”, pero en realidad todo fue muy personal, y cuando se puso a señalar con el dedo a los amigos de la Vicepresidencia aceptó exponerse para dar y recibir.

Probablemente el mismo gobierno se haya decepcionado con el tratamiento tan endeble que se le da al tema en el libro (no importa cuántos cuadros incluya), de modo que no pareció preocuparle mucho, se limitó a definir el tema principal de discusión al respecto: la doble nacionalidad de Peñaranda. Se trataba de una descalificación idiota, pero lanzada con esa torpeza de manera premeditada. Mientras Peñaranda pretendía “desenmascarar” a algunos medios privados, la Ministra de Comunicación hablaba como si hubieran “desenmascarado” finalmente al autor del libro y la cosa debía zanjarse con ello. Aquella discusión sobre disfraces nos recordaba al Joker de Christopher Nolan forzando a Batman a que revele su verdadera identidad… Lo concreto es que surgieron encendidas defensas a favor del autor del libro, constituido en víctima de un atropello antipopular. Podrán haberse vendido muchos libros como producto de la indignación que despertaron las declaraciones oficialistas, pero lo que hizo el gobierno fue estratégico, reguló las energías de sectores adversos hacia un tema de completa irrelevancia, donde se diluyó el efecto de novedad del tema que proponía.

Claro que mientras existan lectores que sepan prolongar los temas cruciales que nos provoca a pensar un libro, todo estará bien. La gran pena es que Control remoto, como muchos best sellers, no se sostiene por sí solo. Se nos antoja una oportunidad desperdiciada de hacer una crítica contundente. Hay varias razones para señalar la debilidad del libro. Primero, revisando los anexos, llama la atención que Peñaranda se valga de cartas enviadas con cuestionarios en febrero de este año a la directora de La Razón, al Vice, a la ministra Dávila, y que publique el libro ya en los primeros días de abril, ni dos meses después. Y es hasta cómico que le adelante en su carta a la directora Benavente que ya llegó a la conclusión de que su medio es controlado por la Vicepresidencia del Estado, para luego preguntarle si esto es así.

Por otra parte, se esfuerza en demostrar que existen vínculos entre ciertos medios privados y la Vicepresidencia, intenta por al menos tres frentes, pero al final depende mucho de sus mismas impresiones subjetivas para llegar a “conclusiones”. Así por ejemplo, cuando analiza titulares de medios de prensa comenta que el titular “Operativo no consigue despejar ruta a Copacabana” se consideró como el único que publicó La Razón en abril del 2013 en contra de intereses del oficialismo[2]. (p. 56). ¿Así de reductiva es su apreciación? Y en cuanto a sus análisis de contenido indica: “el eje del estudio se basó en tratar de identificar si la línea editorial de los periódicos puede ser considerada ´pro´ o ´anti´ gobierno y cuántas veces incorpora enfoques ´neutrales´”. (p. 57). Véase que manejó la cuestión como si la división habría que trazarla entre los medios que están “a favor” y los que están “en contra”. ¿A esas formas se reducen las posibilidades del periodismo? ¿Y acaso ser independiente consiste en armar tapas con titulares en contra del gobierno? ¿Ser independiente es ser “anti” – gobierno? Resulta después que la noción que tiene de “ser crítico” se limita al ejercicio de decir algo “en contra” del gobierno. Esa es una noción pobre de lo que es la crítica (concepto acuñado por Kant, reformulado por Nietzsche), malentendida por casi todo el gremio, que tiende a reivindicar al periodista como juez de los acontecimientos, papel que le sirve para aquilatar su peso político.

Un detalle más, en varios pasajes da por sentado que decir “medios opositores” es lo mismo que decir “medios independientes”, como si uno implicara lo otro. ¡Vaya tomada de pelo! Vendría bien recordar que los medios independientes son considerados como tales porque pueden elegir su manera de posicionarse frente a una coyuntura y decidir con qué línea política tienen más afinidades (invariablemente será con algún bando aunque hablen de neutralidad). Y si le concediéramos al autor que tiene algo de seriedad su clasificación de titulares y contenidos, habría igualmente que hacer notar: haber evidenciado que existen medios privados con inclinaciones “progubernamentales”, cosa que nos damos cuenta todos, no es lo mismo que demostrar que esos medios son “paraestatales”.

Epílogo
Podemos ensayar algunas conclusiones de la lectura de Control remoto. Primero que la elección de su título fue apropiada para el tema, porque remite a una comodidad de mando a distancia. También porque va en consonancia con las sociedades de control en las que vivimos (satélites, pinchado de llamadas, cámaras de vigilancia, escaneos por internet). Lo primero que nos hace pensar sin embargo es en el control de la TV. Y en ese sentido no hay que olvidar el potencial liberador que tiene el mismo control a través del zapping que nos permite hacer. Con la televisión por cable ya no estamos encadenados a ningún canal local como en otros tiempos. Estamos de acuerdo con el autor cuando señala que el peligro de que el Estado pueda controlar la mayoría de los medios radica en “la coordinación de lo que se dice y, más importante, sobre lo que no se habla”[3]. Como lo ha dicho William Burroughs en su delirante novela Nova express, el poder lucha por tomar el cuarto gris donde se proyecta la película realidad,  y acá no pasa nada diferente. Pero el autor no valora cuánta información tenemos al alcance, principalmente en las ciudades, que no depende exclusivamente de los medios de comunicación tradicionales. Por ello, una manera que tenemos de evitar esa contaminación es el zapping con el control, también el internet, y educarnos así como contraopinadores.

Para ello poner primero en perspectiva lo que informan medios nacionales. Acceder a sitios de periódicos del mundo, vendrá bien manejar más de un idioma, y navegar aleatoriamente. Mover el dial en busca de una comprensión más panorámica, no encariñarse con ninguna radio. Ser muy ligeros para moverse por la televisión, exponerse por tiempos limitados a su avalancha ideológica de la tragedia en noticieros.  Enterarse de lo que se hace en periodismo ciudadano y cyberactivismo. Es bueno también revisar de vez en cuando noticias viejas, lo que se ha dejado de tratar, ¿qué se decía sobre tal tema?, para combatir la frivolidad de la primicia siempre en boga. Además, para cultivar el pensamiento, leer libros y revistas que sirvan para alimentar una visión cuestionadora de la realidad, siendo la filosofía todavía el combo multivitamínico en este departamento. Ante el exceso de información politizada, inmunizarnos con mayor participación en espacios de formación, presenciales y virtuales, donde se estimule la existencia de seres libres, que no confundan los fines de la cultura con los fines del Estado. Al final no se descubre nada, estimular la buena formación del lector siempre será vacuna suficiente.

* Gestor cultural y docente.




[1] Revista Ñ número 553 (Clarín). “Entrevista a Alberto Manguel”
[2] Utiliza aquí estudios de universitarios que compararon La Razón y Página Siete. El ejercicio odioso que realiza en su libro consiste en descalificar a La Razón y luego pasar a destacar trabajo del diario en que él mismo hacía de director, justo en el mes que se toma como muestra, realzando su faena “variado, equilibrado, y rico”.
[3] Ibid.

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