Es
llamativo el estado crítico de nuestra realidad política y social: cuando parece que todo va explotar, misteriosamente se compone otra vez, pero de una manera
monstruosa. Es conocido ese refrán que considera a la política como la
continuación de la guerra por otros medios, y a la guerra la continuación de la
política por otros medios. Bueno, en Bolivia cuesta distinguir la diferencia,
no siempre se sabe dónde estamos. En el clima del país se instalan los aires
animosos y hostiles con una velocidad cada vez más prodigiosa. Invariablemente García Linera realiza lecturas de la dinámica de nuestro
país, utilizando sus categorías denominadas “tensiones creativas”, con lo que alguna
atención crítica generó. El problema es que lo hizo a modo de pasatiempo, y no
como verdadero fundamento de práctica política en el país. Recordemos uno de los
primeros encuentros “Pensando el mundo desde Bolivia”, allá por el 2007, con
Toni Negri y Michel Hardt de sparrings, cuando pareció extasiarse explicando su
admiración por las nuevas formas de resistencia
en el país que reorganizaba la tendencia y la manera de hacer política.
Decía que en lugar de la dureza de los movimientos obreros, que funcionaban de
manera jerárquica, a partir de los hechos trágicos de octubre del 2003 se terminó
de configurar un modelo que funciona según redes flexibles, con centros
móviles, que se forman según las circunstancias, los líderes se intercambian de
sector a sector, según las necesidades
del momento. Pero el problema aquí persistía, y era el siguiente: ¿cómo
conciliar la existencia de esos movimientos con la permanencia del Estado en
toda su dureza y con sus características jerárquicas? En todo caso, para Linera
cada uno de estos movimientos tenía la característica de ser digerible por el
nuevo Estado Plurinacional, todas aquellas debían ser vistas como simples oposiciones que surgían por reacción a las fuerzas que
ejercía el Estado en su despliegue, y no como existencias autónomas que existieran
por afuera. García Linera compartía aquellas ideas en el encuentro del 2007 con
la mirada puesta en la mesa, retorciendo las manos, dándoles vueltas, como un chiquillo ensimismado con su juguete en la alfombra mientras
los adultos conversan a su alrededor en la sala. En suma, lo que
habría que criticarle a Linera, en tanto autoproclamado intelectual del
gobierno, no es que el alcance de su lectura haya sido pobre, sino que no haya
tenido el suficiente coraje de convertirlo en engranaje de la maquinaria de
este gobierno en su práctica política. Se conformó con hacerlo parte de su
placer individual, alimento de su tiempo de ocio, y llegar a su gran
conclusión: “el camino que nos espera es vivir la contradicción”.
Afortunadamente,
fuera de esa mirada, por otros senderos puede uno llegar a dar con otras respuestas y
formas de lectura. Sucede que fuimos afortunados de dar con una categoría que
explica mucho más, como dispositivo de lectura de nuestra sociedad. Se trata de
Jaime Sáenz y la figura del aparapita que, aquí en La Paz, es un modelo formal
extraordinario, que no solamente arma una poética (Léase Felipe Delgado y el enseyo sobre la aparapita). Hay que ver cómo un poeta
boliviano construye la visualidad de esta sociedad nuestra que se desarma, se
desparrama, pero al mismo tiempo que se reestructura y se recose. Debo
agradecer a mi amigo Justo Pastor Mellado por haberme conducido hacia estos
derroteros en la curaduría de la Bienal Siart del año pasado. Sucede que el
aparapita sirve para comprender un poco más de lo que nos pasa, la policía
estalla, inicia una revuelta que inicia rumores de golpe de Estado, y unos días
después lo que se escucha en las noticias es que todo pasó y la policía va
normalizando sus labores. Esto en medio de la llegada de la Marcha del Tipnis
modelo 2012. Seguramente Bolivia, país conflictivo si los hay, es el aparapita,
justamente, el que carga, y carga con todo. Con demasiada frecuencia vivimos la
aparición de hondas grietas que nos hacen sentir que ya acariciamos el
precipicio, que ya no se puede caer más abajo, y de repente todo clarea y
volvemos a comenzar, hasta que estalla una nueva mina. Da la impresión de que
Bolivia viste un saco que se va desgastando hasta lo impensable, y tal como un
aparapita lo va recomponiendo, pero sin sacárselo. Y en esta recomposición termina
haciendo otro saco lleno de adjunciones cuyas costuras son visibles. Qué
representa la llegada de un dirigente sindical cocalero a la presidencia si no
es la nueva apariencia del viejo saco, algo más remendado, algo más gastado,
pero en definitiva el mismo saco. Qué cosa curiosa cuando se habla de defender
el proceso de cambio, cuando no se hace otra cosa que reforzar algunas
costuras, colocar unos puntos por aquí y otros por allá, hasta que el desgaste
natural requiera de una lana, una bayeta, una pita o un alambre.
Pero
si hay costura, la sutura metafórica queda siempre a la vista. El intento
desesperado de nuestro país desde los acontecimientos del 2003 es el de hacerse
un saco a la medida del cuerpo. El problema es que la mentalidad caudillista
haya enfocado esta búsqueda en la forma de un líder, de un elegido que vendría
a ser la salvación y la respuesta. Se pensó que era Evo, pero ha dejado de
serlo ya hace rato, y en lugar de hacer el nuevo saco lo que se hace es seguir
remendando. ¿Qué nos indica aquella nueva sutura que quedó a la vista gracias
al empuje de los movimientos sociales que clamaban por una Asamblea
Constituyente en el 2003? ¿Quería una Asamblea o pedía que se vayan todos?
Acaso marcaba haber llegado el momento culminante en que todas las paciencias
se agotan y un nuevo rugido estalla. El país se desfonda. Y todo fue un
malentendido, aquellos movimientos de sublevación violentamente aplacado en El
Alto el octubre negro, y las resonancias que se sucedieron alrededor del país,
no pedían otra cosa que la ruptura del modelo. Pensar sin Estado. No quiere
decir que el Estado desaparezca, sino que ha perdido ya su capacidad de
instituir subjetividad y organizar pensamiento. Un pensamiento endurecido
todavía procede en la forma del árbol, que tiene un centro, unas raíces y una
organización jerárquica. Pero Bolivia clamaba por la necesidad de una organización
flexible de gobierno. Todo menos la categoría de “Pluri”, ni de lo plural, que
no termina de entender lo que es una multiplicidad verdadera. García Linera y
el entonces grupo de la Comuna lo comprendió muy bien, y lo hicieron notaron al
extraer el concepto de multitud de Negri y Hardt para hacerlo co-funcionar con
el concepto de abigarramiento de Zabaleta. Pero el intento quedó en un
ejercicio de vanidad intelectual, motivo de debates y lucimientos, nunca parte
de un accionar político real. Y el
problema de fondo continúa azotando a la población como el látigo furioso de un
cochero que castiga a su caballo. Ayer fueron los médicos y los maestros, hace
unos días los policías, no existe distinción, cada uno a su turno le dice al
Estado que no tiene más poder sobre ellos, que su subjetividad y su sentirse
ciudadanos transcurre por otros senderos. Pero se calla, sí, se puede callar
mientras al menos les suban los sueldos o les cumplan algunas condiciones
básicas para su supervivencia, eso es todo, hacer política en nuestro país es
al mismo tiempo la cosa más difícil y también la más simple. Bolivia sigue a la
espera de su saco, mientras carga con todo.
Jorge Luna Ortuño
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