Por: Jorge Luna Ortuño
Después de un silencio de algunos meses respecto de mi propio trabajo, me encuentro con la necesidad de hacer un ordenamiento respecto de lo que he estado haciendo. Dos libros me han tenido ocupados, y era muy difícil que haga cualquiera de ellos por separado; en cuanto a modos de expresión, y a las demandas de exposición que requería y que me permitía cada uno, se hizo necesario avanzarlos juntos, casi como cuando se teje una chompa y se avanza desde dos puntas. Yo no sé tejer, pero al menos es lo que veía hacer de niño a mi madre y a mi abuela. Los libros, en concreto, se titularon a sí mismos gracias a las vivencias que sirvieron como trasfondo para su elaboración; el primero titula "Pensamiento inalámbrico", un libro escrito desde las certezas del precipicio. El otro, que incluso podría ser anterior, se titula "Fomento a las prácticas de lectura no-filosóficas de la filosofía" -en realidad suena más complicado de lo que en realidad es. Ambos libros me aportaron un gran placer en su escritura, los días de desvelo, las tardes encerrado en un cuarto, la sensación de tener el cuerpo abombado en ocasiones, o de los ojos casi sangrantes por el contacto con la computadora, son apenas detalles anecdóticos que no opacan el goce de escribir algo que se siente casi como si fueran tus dos hijos, dos mellizos.
¿Dónde reside su relación? Debo explicarlo a partir de una conversación que tuve con mi papá. Muchas veces sus contrapuntos, que suelen llegarme desde muy lejos, me sirven para alumbrar mejor un problema o el planteamiento de una cuestión. Hablábamos de las gentes empujonéandose en los mercados, haciendo colas y peleando por un chancho, en vísperas de año nuevo, con la misma determinación con la que uno hace una fila para entrar a ver jugar a Brasil en el Hernando Siles, o disfrutar de un concierto de Scorpions en el Teatro. ¿Qué las motiva? La creencia de que sólo si comen chancho tendrán un año próspero, de oportunidades en todo sentido y éxitos. "Si comes pollo en la noche de año nuevo te irá mal, porque la gallina camina para atrás todo el tiempo" - eso dicen. Alguien dirá que si alguien le demuestra que por ir a rezar a Urkupiña y pagar bendiciones para sus posesiones materiales puede al año siguiente aparecer con una nueva casa, entonces no dudará en ir a hacer lo mismo y probar. Desde luego, esto funciona al nivel de la creencia, no existe nadie que te pueda garantizar nada, es parte del chiste. Lo interesante es ver cómo la mayoría de la gente está dispuesta a discutir por estas creencias populares que tiene tan arraigadas, el cómo puede pelearse y empujonearse con cualquiera que la contradiga, como si fuera un tema de seguridad nacional. En esos casos la creencia no es sólo algo mental, es una especie de tronco interno, que yace dentro del cuerpo de la persona, desde la nuca hasta los pies, y la mantiene en pie, le provee de certezas a su mundo. Arriba, en la azotea de la cabeza, el cerebro, que es ya una especie de copa de árbol. Aquellos creyentes son tributarios de un pensamiento arbóreo, con centros inamovibles y raíces endurecidas por el paso del tiempo, lo que más fácilmente podríamos llamar pensamiento con cables. Esas gentes se juegan su vida en la permanencia de las raíces que conforman su pensamiento, cortarlas sería como jalar el enchufe de una computadora estacionaria, inmediatamente todo se apaga.
En contraposición a este pensamiento con cables, o por cables, se encuentra el pensamiento inalámbrico, no es del todo una palabra nueva, pero aspiramos a plantearlo como un concepto nuevo. (Ni duda cabe que es tributario del concepto de Rizoma de Deleuze y Guattari). Su novedad es difícil de explicar en unas líneas. La imagen es clara, la alusión a la tecnología inalámbrica que se utiliza para conectarse a internet nos ahorra ya mitad de la explicación. Un pensamiento con cables alude a una computadora estacionaria, pesada, dependiente de unos enchufes y de unos cables que permitan ponerla en funcionamiento. Por su parte, el pensamiento inalámbrico alude a las computadoras portátiles que permiten captar la onda vibratoria wifi de un recinto, para conectarse a internet, siendo además que estos artefactos pueden funcionar sin necesidad de cables y son móviles, permiten desplazamientos en toda el área de señal del recinto. (labtops, I-phone, tablets, android, etc.). Se contraponen entonces estatismo frente a movilidad; rigidez frente a flexibilidad; pesadez frente a ligereza; además una computadora estacionaria te impone cierta reclusión, cierto aislamiento, en la sala de tu casa o en el cubículo de tu oficina, mientras que lo inalámbrico abre la posibilidad de que trabajes un poco más en contacto con la ciudad, con la gente, al menos en un café, en la Monseñor Rivero de Santa Cruz, en el Alezander de La Paz (espacio de chismeo preferido por la aristocracia paceña), y respirar otro aire, sentir que formas parte del movimiento de tu ciudad. Fue Mario Vargas Llosa, en su discurso de apertura de la Feria del Libro de Buenos Aires (2011) quien me hizo caer en cuenta de esta ventaja; él dice que trabaja en las mañanas en casa la parte creativa, anotando las ideas frescas que salen, mientras que en la tarde sale a los cafés a trabajar, para evitar sentirse aislado, y dado el cambio de escenario se dedica a editar, a reescribir, hacer el trabajo operativo.
El pensamiento con cables se aferra, su unidad es la creencia. Al pensamiento inalámbrico le interesa primordialmente la creación, opera por medio de conexiones que rompen patrones y normas de ligazón. Además, el segundo permite observar, analizar y valorar desde diversos puntos, como si de una plataforma de 360 grados se tratara. Ejemplo: Se nos dice desde la escuela que robar es algo malo, que está prohibido, que es un pecado, que está castigado, etc. Pero la rigidez de estas definiciones no permite pensar las circunstancias: ¿cuándo?, ¿dónde?, ¿bajo qué premisas?. Esto lo que enseña primordialmente la filosofía, de ahí que la filosofía deba reivindicarse como la disciplina inalámbrica por excelencia, por su incansable lucha contra el dogmatismo y las jerarquizaciones. ¿Robar es malo? ¿En qué circunstancias es positivo y hasta necesario? No justificaremos a los pobres que lo hacen por sobrevivir. Véase el caso de una escena de "November rain", aquella película protagonizada por Charlize Theron y Keanu Reeves. Sara le pide a su noviembre que la lleve a un lugar. Ella roba unos perritos de una casa donde iban a ser víctimas de experimentos de gente inescrupulosa. Irrumpe en la casa y toma propiedad de otra persona y seda a la fuga. Es la definición de robar, pero en ese caso ¿no era acaso lo único que cabía hacer? Todo depende de una manera de sentir la vida, del grado de sensibilidad que uno tiene hacia los acontecimientos, y el cómo le afecta o no que sucedan alrededor cosas que están mal desde cualquier punto de vista. ¿Es justo que niños de 5 años para arriba trabajen vendiendo mermeladas de durazno en Tupiza a medianoche a los pasajeros de las flotas que pasan por ahí y hacen sus descansos? No, no hay manera de justificar aquello. ¿Quienes hacen algo al respecto? Los que sienten que eso es algo intolerable, que no se debería consentir. El resto sigue sus vidas. Es esto lo que diferencia a un político burocrático de un Che Guevara, de una Aung San Suun Kyi, o de un Marthin Luther King. Es lo que diferencia al verdadero artista de aquel técnico que tiene un edificio en la cabeza. (Tal vez esto es lo que hizo que dejara la Carrera de Ingeniería Civil en el tercer año y prefieriera licenciarme en Filosofía y letras).
¿Y dónde está relación con el otro libro? De aquí es mucho más fácil plantearla. Filósofo es aquel que se reconoce perteneciente a una tradición del pensamiento, la socrática, que encuentra sus fuentes iniciales en la Antigua de Grecia, en la polis. Es el punto de partida de la filosofía occidental. Pero el filósofo puede devenir no-filósofo cuando deja de estar limitado por los temas típicos y por los medios aprobados que le imponen la historia de la disciplina, y pasa a realizar una especie de actividad híbrida, posfilosófica se diría, pues se sirve de artefactos de la cultura popular, de herramientas provenientes de otras disciplinas, de respuestas que se encontraron a problemas similares en otros campos (pintura, arquitectura, matemáticas, artes visuales, etc.). En suma, el filósofo deja de estar constreñido a las limitaciones del molde llamado filosofía (profesional-académica), se sale de aquella imagen del pensamiento llamada filosofía que impide pensar. No deja de hacer filosofía, por eso se llama posfilosófica, su tarea no niega su ligazón con la tradición filosófica, pero se multiplica, se expande, se enriquece gracias a las posibilidades que le proveen las otras disciplinas a las que acude. Claramente la descendencia tiene un hilo que lleva a la filosofía, pero el pensamiento que se produce es posdisciplinario, no cabe colgarle ninguna etiqueta. En el fondo la cuestión de los términos no sirve para nada más que para evitar confusiones. La consistencia ahora depende de la producción de una comunidad en devenir, donde se juntan diversos registros para producir un efecto, el efecto que le interesa desde siempre a la filosofía: que se piense de otro modo, instaurar un nuevo modo de pensar, aunque sea mínimo y a un nivel muy local y determinado. Lo que se logra así es un pensamiento posfilosófico, un arma para leer innovadoramente los entresijos de la realidad, de una situación, de una coyuntura.
Lo inalámbrico aquí radica en las posibilidades de libertad y emancipación. No interesa en este enfoque defender la pureza de un tratamiento o de un tema tratado. La academia con su aparato universitario está demasiada interesada en ponerle paredes y marcarle aceras a la casa de la filosofía, mantener una pureza que le asegure su espacio institucional. Pero lo propio de nuestra época es la transdiciplinariedad, ninguna puede mantenerse activa en base a un encierro sobre sí misma. Un no-filósofo es inalámbrico porque mantiene relaciones de genealogía con la filosofía, pero no permite que ésta lo encasille ni que lo restringa en cuanto a sus métodos, ni sus tratamientos ni los temas que elige para pensar. El aporte de Reinaldo Laddaga con su libro “Estéticas de la emergencia” (Adriana Hidalgo editores, 2006) es particularmente decisivo.