Existe un
placer muy intenso en la experiencia de aparecer en un lugar en el que no se
suponía se debía estar. Me explico: El pasado 29 de mayo me encontré colgado en
el Aeropuerto de Barajas en Madrid, y
fue maravilloso. Retornaba al país, mi ruta era desde París hasta el Aeropuerto
Viru Viru de Santa Cruz, con trasbordo en Madrid, donde debía cambiar a un
avión de Aerosur, vuelo 5L 544, 21:30 horas; acótese que un día antes el mismo
aparecía confirmado en la página www.ebookers.fr,
donde Susy, mi hermanita, me había comprado el boleto. Ya habrá intuido el lector
lo que viene. Aquella tarde calurosa con 26° C en tierras madrileñas me sumé a
la larga lista de pasajeros perjudicados por Aerosur, y quedé parado como un
papanatas en medio de la vertiginosa circulación de aquel enorme aeropuerto.
Corriendo inútilmente de una terminal a otra en busca de una pantalla o punto
que informara sobre mí vuelo, me enteré de que el vuelo 5L no existía, que
Aerosur había dejado de operar en Madrid hace casi dos meses, que no había ni
señas de un funcionario de la compañía, y que nadie, ni siquiera Air Europa
–que me había llevado hasta Madrid– se hacía responsable de mi ticket de vuelo,
que a esas alturas parecía de alasitas. Volvía solo al país después de haber
pasado tres semanas en Paris y de haber viajado con mi familia por el Sur de
Francia, no tenía más de 60 Euros en el bolsillo, no tenía ni tarjeta de
crédito ni un celular con número de Europa –graves errores. Pero tenía de mi
lado energía y optimismo, además de una extraña filosofía de vida, así que
decidí convertir la experiencia en una aventura. Eran ya más de las 9 de la
noche, había aceptado la cruda realidad. En las oficinas de información eran
atentos, me preguntaban todo, y siempre terminaban deseándome suerte. “Vale,
fuerza tío”. Solamente Rosa, una gentil funcionaria de Aena, se agitó conmigo y
me ayudó a recuperar mi maleta de 22 kilos que, al no haber existido trasbordo,
había quedado guardada en un depósito. Me dejó su número para cualquier
eventualidad y se fue. Su imagen en mi memoria es la de un ángel.
Me mantuve sereno. Lo que cabía era adentrarse en el aeropuerto, familiarizarse y hacer buenas migas. Me podía mover a mis anchas de una terminal a otra. Cintas corredizas, elevadores, escaleras eléctricas, letreros, cafés y tiendas desfilaban a mí alrededor, el tráfico de gente iba disminuyendo y afuera, desde una gran ventana, se divisaba la noche madrileña. Dado mi presupuesto, me quedé a dormir en el aeropuerto; después de escribir un par de mails avisando de mi situación, hice como cualquier animal, busqué por ahí hasta encontrar mi territorio, y así llegué a “Salidas” de la Terminal 2, segundo piso, donde me acomodé para pasar la noche. Encontré placenteros los asientos especialmente diseñados para que la gente no se pasara mucho tiempo en ellos. Conocí a un potosino radicado en Palmar, que hacía hora para su vuelo de retorno al país, exhausto después de cuatro años de trabajo en la construcción, pero afectado como tantos por la crisis.
La oficina de AeroSur en Madrid, paralizada |
Me mantuve sereno. Lo que cabía era adentrarse en el aeropuerto, familiarizarse y hacer buenas migas. Me podía mover a mis anchas de una terminal a otra. Cintas corredizas, elevadores, escaleras eléctricas, letreros, cafés y tiendas desfilaban a mí alrededor, el tráfico de gente iba disminuyendo y afuera, desde una gran ventana, se divisaba la noche madrileña. Dado mi presupuesto, me quedé a dormir en el aeropuerto; después de escribir un par de mails avisando de mi situación, hice como cualquier animal, busqué por ahí hasta encontrar mi territorio, y así llegué a “Salidas” de la Terminal 2, segundo piso, donde me acomodé para pasar la noche. Encontré placenteros los asientos especialmente diseñados para que la gente no se pasara mucho tiempo en ellos. Conocí a un potosino radicado en Palmar, que hacía hora para su vuelo de retorno al país, exhausto después de cuatro años de trabajo en la construcción, pero afectado como tantos por la crisis.
El espacio se
llenó, a media noche los asientos faltaban, mucha gente se desparramaba en el
piso en algún rincón. Ofrecí caballerosamente a una joven mujer que parecía
Penélope Cruz que se sentara a mi lado, pues veía que no encontraba donde
refugiarse. Nabilia se llamaba, de Mokesha, Marruecos, una modelo en tránsito a
Suiza; nos entendíamos en inglés, pero la piropeaba en francés, con las pocas
frases que conozco. Era tan linda que me la hubiera llevado plastificada. Nos
apegamos en todo lo posible para combatir el frío que empezaba a sentirse en la
madrugada. Algo logramos dormir.
Horas después,
temprano, cuando todo volvía a la vida en el aeropuerto, salimos a fumar un
pucho y después la acompañé a tomar su vuelo en EuroJet.
Descubrí que
tanto los teléfonos como las máquinas de internet al paso eran un verdadero
robo, que una dona costaba el equivalente a unos Bs 40, y que al sistema
wireless del aeropuerto sólo se accedía mediante un prepago por tarjeta.
Mientras mi familia me ayudaba a ver por internet si conseguíamos el reembolso
del ticket, me lancé a las calles de Madrid, gracias a que la estación de metro
se conecta con el aeropuerto. Y así llegué a Plaza Sol, donde conocí el
fantástico bar “Cien montaditos” (cualquier piqueo o cerveza costaba 1 euro),
luego El Prado, el Palacio de Cibeles, Parque de Retiro, donde se llevaba
adelante la Feria del Libro de Madrid… gente muy simpática, colorido, verano,
caos ordenado, Europa a pié.
Mi cama |
La salvación a medio día, en los miércoles de "Euromanía": todo a un dólar, un buena caña con sus sandwiches |
La Feria del Libro de Madrid, impecable y atractiva |
Aquella noche también la pasé en el aeropuerto.
El tercer día las tripas ya resonaban. Gracias a la ayuda de Ricardo pude ir a la ciudad nuevamente, esta vez al Consulado de Bolivia. Hablé con la Vice Consul, Eva Chuquimia Mamani, una persona nula, me informó que no brindaban ninguna ayuda, con la única excepción de que podían ayudar a volver a un boliviano una vez que había fallecido, para repatriar el cuerpo. (¿?) Risas. El aroma que se respira en esas oficinas es el de la incompetencia y la indiferencia, así lo denotan los rostros de cincuenta bolivianos en un hall esperando a ser atendidos. Los que me hicieron sentir orgulloso de mi tierra fueron los paisanos que ofrecían sus servicios a la salida del Consulado: ellos me dieron ánimos, consejos, direcciones, y Janett, una cochala de enorme corazón, me invitó una salteña y una linaza, además de ofrecerme generosamente que me quede en su casa por un tiempo, hasta que pudiera conseguir un medio de ingreso.
Otra vida más
desesperada se divisaba, pero los caminos se bifurcaron, mi familia, y una amiga de agencia de turismo, me
consiguieron un vuelo con descuentos para regresar a Bolivia vía Buenos Aires en Aerolíneas
Argentinas. Suerte la mía, sentí pena por aquellos compatriotas desesperados
que han debido corretear por ahí como yo sin contar con la misma salvación, y
que se han perdido como el humo del cigarro en la noche del anonimato.
Aquella misma
noche a las 21 despegamos rumbo a Buenos Aires. Habiendo viajado casi tres
horas el jefe de cabina nos informó que debido a una grave descomposición de
uno de los pasajeros el piloto había decidido retornar a Madrid para que el
susodicho fuera atendido de emergencia. La aerolínea se haría cargo de
hospedarnos en un hotel en Barajas con desayuno y almuerzo incluidos; el vuelo
sería a las 18:00 del siguiente día.
Nos hospedaron
en el Hotel Auditórium, de cuatro estrellas, habitaciones ejecutivas, dormí
como bendito, me duché, gran noticia, y al igual que los demás comí las
suculentas opciones del menú buffet casi como si no existiera un mañana.
El resto es
historia. Salimos de la crisis de España para reacomodarnos dentro de la ya familiar crisis boliviana, algo así como llegar a casa y ponerse las pantuflas.
Con paisanos bolivianos en el retaurant |
mi nueva cama |
tres bolitas en el Aeropuerto de Buenos Aires, esperando conexión a Santa Cruz |
La salida, hasta una próxima oportunidad |
Nota: Este artículo fue escrito por invitación de la revista Miradas, del matutino paceño Página Siete, y publicado en junio del 2012