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sábado, 6 de octubre de 2012

Perdido en el Aeropuerto Barajas de Madrid

Por: Jorge Luna Ortuño


El ticket electrónico, la prueba del delito, por así decirlo

Existe un placer muy intenso en la experiencia de aparecer en un lugar en el que no se suponía se debía estar. Me explico: El pasado 29 de mayo me encontré colgado en el  Aeropuerto de Barajas en Madrid, y fue maravilloso. Retornaba al país, mi ruta era desde París hasta el Aeropuerto Viru Viru de Santa Cruz, con trasbordo en Madrid, donde debía cambiar a un avión de Aerosur, vuelo 5L 544, 21:30 horas; acótese que un día antes el mismo aparecía confirmado en la página www.ebookers.fr, donde Susy, mi hermanita, me había comprado el boleto. Ya habrá intuido el lector lo que viene. Aquella tarde calurosa con 26° C en tierras madrileñas me sumé a la larga lista de pasajeros perjudicados por Aerosur, y quedé parado como un papanatas en medio de la vertiginosa circulación de aquel enorme aeropuerto. 
La oficina de AeroSur en Madrid, paralizada
 Corriendo inútilmente de una terminal a otra en busca de una pantalla o punto que informara sobre mí vuelo, me enteré de que el vuelo 5L no existía, que Aerosur había dejado de operar en Madrid hace casi dos meses, que no había ni señas de un funcionario de la compañía, y que nadie, ni siquiera Air Europa –que me había llevado hasta Madrid– se hacía responsable de mi ticket de vuelo, que a esas alturas parecía de alasitas. Volvía solo al país después de haber pasado tres semanas en Paris y de haber viajado con mi familia por el Sur de Francia, no tenía más de 60 Euros en el bolsillo, no tenía ni tarjeta de crédito ni un celular con número de Europa –graves errores. Pero tenía de mi lado energía y optimismo, además de una extraña filosofía de vida, así que decidí convertir la experiencia en una aventura. Eran ya más de las 9 de la noche, había aceptado la cruda realidad. En las oficinas de información eran atentos, me preguntaban todo, y siempre terminaban deseándome suerte. “Vale, fuerza tío”. Solamente Rosa, una gentil funcionaria de Aena, se agitó conmigo y me ayudó a recuperar mi maleta de 22 kilos que, al no haber existido trasbordo, había quedado guardada en un depósito. Me dejó su número para cualquier eventualidad y se fue. Su imagen en mi memoria es la de un ángel. 



 Me mantuve sereno. Lo que cabía era adentrarse en el aeropuerto, familiarizarse y hacer buenas migas. Me podía mover a mis anchas de una terminal a otra. Cintas corredizas, elevadores, escaleras eléctricas, letreros, cafés y tiendas desfilaban a mí alrededor, el tráfico de gente iba disminuyendo y afuera, desde una gran ventana, se divisaba la noche madrileña. Dado mi presupuesto, me quedé a dormir en el aeropuerto; después de escribir un par de mails avisando de mi situación, hice como cualquier animal, busqué por ahí hasta encontrar mi territorio, y así llegué a “Salidas” de la Terminal 2, segundo piso, donde me acomodé para pasar la noche. Encontré placenteros los asientos especialmente diseñados para que la gente no se pasara mucho tiempo en ellos. Conocí a un potosino radicado en Palmar, que hacía hora para su vuelo de retorno al país,  exhausto después de cuatro años de trabajo en la construcción, pero afectado como tantos por la crisis. 
El espacio se llenó, a media noche los asientos faltaban, mucha gente se desparramaba en el piso en algún rincón. Ofrecí caballerosamente a una joven mujer que parecía Penélope Cruz que se sentara a mi lado, pues veía que no encontraba donde refugiarse. Nabilia se llamaba, de Mokesha, Marruecos, una modelo en tránsito a Suiza; nos entendíamos en inglés, pero la piropeaba en francés, con las pocas frases que conozco. Era tan linda que me la hubiera llevado plastificada. Nos apegamos en todo lo posible para combatir el frío que empezaba a sentirse en la madrugada. Algo logramos dormir.
Horas después, temprano, cuando todo volvía a la vida en el aeropuerto, salimos a fumar un pucho y después la acompañé a tomar su vuelo en EuroJet. 

 
Descubrí que tanto los teléfonos como las máquinas de internet al paso eran un verdadero robo, que una dona costaba el equivalente a unos Bs 40, y que al sistema wireless del aeropuerto sólo se accedía mediante un prepago por tarjeta. Mientras mi familia me ayudaba a ver por internet si conseguíamos el reembolso del ticket, me lancé a las calles de Madrid, gracias a que la estación de metro se conecta con el aeropuerto. Y así llegué a Plaza Sol, donde conocí el fantástico bar “Cien montaditos” (cualquier piqueo o cerveza costaba 1 euro), luego El Prado, el Palacio de Cibeles, Parque de Retiro, donde se llevaba adelante la Feria del Libro de Madrid… gente muy simpática, colorido, verano, caos ordenado, Europa a pié. 
Mi cama


La salvación a medio día, en los miércoles de "Euromanía": todo a un dólar, un buena caña con sus sandwiches

Pleno centro de Madrid

La Feria del Libro de Madrid, impecable y atractiva


 Aquella noche también la pasé en el aeropuerto. 

 El tercer día las tripas ya resonaban. Gracias a la ayuda de Ricardo pude ir a la ciudad nuevamente, esta vez al Consulado de Bolivia. Hablé con la Vice Consul, Eva Chuquimia Mamani, una persona nula, me informó que no brindaban ninguna ayuda, con la única excepción de que podían ayudar a volver a un boliviano una vez que había fallecido, para repatriar el cuerpo. (¿?) Risas. El aroma que se respira en esas oficinas es el de la incompetencia y la indiferencia, así lo denotan los rostros de cincuenta bolivianos en un hall esperando a ser atendidos. Los que me hicieron sentir orgulloso de mi tierra fueron los paisanos que ofrecían sus servicios a la salida del Consulado: ellos me dieron ánimos, consejos, direcciones, y Janett, una cochala de enorme corazón, me invitó una salteña y una linaza, además de ofrecerme generosamente que me quede en su casa por un tiempo, hasta que pudiera conseguir un medio de ingreso. 
Otra vida más desesperada se divisaba, pero los caminos se bifurcaron, mi familia, y una amiga de agencia de turismo, me consiguieron un vuelo con descuentos para regresar a Bolivia vía Buenos Aires en Aerolíneas Argentinas. Suerte la mía, sentí pena por aquellos compatriotas desesperados que han debido corretear por ahí como yo sin contar con la misma salvación, y que se han perdido como el humo del cigarro en la noche del anonimato. 
Aquella misma noche a las 21 despegamos rumbo a Buenos Aires. Habiendo viajado casi tres horas el jefe de cabina nos informó que debido a una grave descomposición de uno de los pasajeros el piloto había decidido retornar a Madrid para que el susodicho fuera atendido de emergencia. La aerolínea se haría cargo de hospedarnos en un hotel en Barajas con desayuno y almuerzo incluidos; el vuelo sería a las 18:00 del siguiente día. 
Nos hospedaron en el Hotel Auditórium, de cuatro estrellas, habitaciones ejecutivas, dormí como bendito, me duché, gran noticia, y al igual que los demás comí las suculentas opciones del menú buffet casi como si no existiera un mañana. 
El resto es historia. Salimos de la crisis de España para reacomodarnos dentro de la ya familiar crisis boliviana, algo así como llegar a casa y ponerse las pantuflas. 




Con paisanos bolivianos en el retaurant


mi nueva cama



tres bolitas en el Aeropuerto de Buenos Aires, esperando conexión a Santa Cruz


La salida, hasta una próxima oportunidad



 Nota: Este artículo fue escrito por invitación de la revista Miradas, del matutino paceño Página Siete, y publicado en junio del 2012

Entrevista a Tito Kuramoto



La pintura anímica 

Por: Jorge Luna Ortuño



En el cielo azul y el paisaje variado de las artes plásticas bolivianas se observa cruzar como un rutilante meteorito a un pintor cruceño que entrega sobriedad y un aura de misticismo envuelto en sus cuadros. Es un hombre gentil y sereno, de extremidades cortas, es de ascendencia japonesa, bien podría pasar por el maestro de kárate kid, pero su mundo tiene mucho más que ver con Santa Cruz, su tierra amada, por ello se reconoce ante todo como un camba. Radicado en la tierra oriental la mayor parte de su vida, Tito Kuramoto es un artista que no para de moverse. En esta entrevista comenta por qué, mientras comparte varias de las inquietudes que sostienen invisiblemente su obra. De la pintura hacia el gran afuera, la vida misma. 

-     En tu obra se pueden observar varias mutaciones, estás moviéndote sin que se sepa muy bien por dónde aparecerás en tu siguiente trabajo.

Así es, yo creo que el artista está todo el tiempo cambiando, y aguanta miserias o tiempos difíciles porque tiene en su mente la convicción de que su arte es lo que vale. Con el arte está descubriendo el porqué de las cosas. No sé bien cómo explicarlo, es difícil, pero yo mismo cuando estoy pintando voy descubriendo cosas al poner ese color, ese contraste, esas líneas o esa armonía de formas; me dicen algo, pero yo mismo no sé qué. Todos los artistas trabajamos un poco a ciegas, igual que los hombres de ciencia. 

-      ¿Cómo procedes cuando te sientes bloqueado, cómo haces avanzar la obra?
La verdad es que sigo insistiendo, ese mismo día y el otro y el siguiente... Mira, yo hace tres meses que no pinto. Es porque mis ideas están disgregadas, y necesito tener una cohesión. Además, otra cosa, no todas las ideas son plásticas, hay cosas que no se pueden expresar en la pintura, son demasiado abstractas, incluso para una pintura abstracta. Ahora, lo interesante del arte es que no innova nada; el arte de las cavernas fue tan bueno como el arte actual. El descubrimiento de la gravedad de Newton es algo terminado, no hay más vuelta que darle. En cambio todavía podemos gozar de un cuadro de Rembrandt tanto como gozaríamos de un buen cuadro de la actualidad. El arte está siempre vigente, no hay innovación, sólo cambio. Picasso es el ejemplo claro, él manipulaba sus cuadros, “Las meninas”, creo que le dio ochenta vueltas, le hacía trasposiciones, al estilo cubista, al estilo expresionista… Es un juego, poner las mismas fichas de una manera y luego de otra. 

-      Dices que no todas las ideas son plásticas, ¿cómo trabaja un pintor con las ideas?
Bueno, recuerdo algo de Platón, pienso en la diferencia, por ejemplo, de la idea de cama que tiene el carpintero, y luego la idea de cama del pintor. En mi trabajo lo primero que uno hace es trazar límites, porque de otro modo no podría hacer nada, es tan vasto lo que se puede hacer. Una vez que se tiene ciertos parámetros, uno se pone el paracaídas y se tira, y ya si no se abrió el paracaídas mala suerte. Uno se lanza del precipicio a pintar. Sale o no sale. Es todo anímico. Ya uno se abandona a lo que verifique el subconsciente. En ocasiones, en una exposición no hay más que un cuadro que vale la pena. Y no hablo de los otros sino de los míos; a veces hay un solo cuadro que está bien logrado. Uno no puede pensar que todo lo que hace está bien. Cuando uno ve una obra y se emociona pienso que está logrado lo que se quería. 

-    Claro, darle preponderancia a la emoción. Pero ocurre también, por ejemplo en el arte contemporáneo, que la mayor intelectualización de la obra parece ser el criterio central de valoración. ¿Coincides?
Claro, es más intelectualizado en el sentido de que tiene una idea literal, porque en lo que expresa y hace es otra cosa. Yo siempre he sido enemigo del arte literal. No veo por qué el arte tenga que expresar la idea de libertad, por ejemplo, que es una idea abstracta. Se puede pintar a un hombre rompiendo unas cadenas, pero eso para mí es una idea literaria, que la literatura se encarga de expresar. La pintura tiene otro lenguaje, de ahí por ejemplo que no me gustan los muralistas mexicanos, ni tampoco me gusta Dalí. Todos ellos dominan la pintura, pero el tema del mensaje es lo que no me va. 

-       Y aquel famoso cuadro de Goya, un grupo de hombres en el paredón a punto de ser fusilados, y en medio de ellos uno que da el paso al frente sacando el pecho...
En esos cuadros intervienen elementos que no tienen nada que ver con la pintura. El cuadro en sí es bello. No se puede olvidar lo que vivió España en ese tiempo, y Goya comenta el valor de la gente para afrontar la muerte. Eso es real. Es buena pintura, pero la temática, mm… Por ejemplo, para mí el mejor cuadro que se ha pintado hasta el día de hoy es “Las meninas” de Velásquez. No tiene mayor pretensión de dar un mensaje. Ese cuadro es mi paradigma. Por lo demás las ventas de ideas nunca me han gustado. Una vez le dije a Lorgio Vaca: el muralismo mexicano no hizo la revolución, simplemente comentó la revolución. Lo mismo pasó con la Revolución Francesa, la pintura sirvió para comentar e ilustrar las nuevas ideas democráticas. 

-     Bueno, pero volvamos a la emoción, ¿cómo surge de ahí el color?
Del color yo hago abstracción, porque el color es algo que no se piensa; sólo sé que el color me va salir como le dé la gana. Yo no pienso “voy a hacer este cuadro más amarillo”, ni nada. El color es anímico. Así que comienzo haciendo bosquejos con el pincel, el color de partida me pide un color a un lado, y eso se va formando, eso sale, no sé de dónde. Probablemente uno tenga esto ya organizado dentro del archivo de su mente, porque muchas veces veo en mis cuadros que utilizo analogías que ya había usado antes, pero eso vuelve involuntariamente, es ya parte del repertorio de uno. Por eso es que un pintor viejo pinta más rápido que un joven, porque tiene más repertorio. 

-       Claro, y con el mayor repertorio vienen también las trucos, ¿verdad?
Todo arte tiene una serie de trampas de las que se vale el artista para lograr un efecto. Por ejemplo, no es lo mismo ver a un tipo que está haciendo mímica de jalar algo pesado, que a aquel que realmente está jalando algo pesado. El mimo introduce elementos para hacerlo más creíble, lo exagera. En cambio el otro no tiene que hacer ninguna exageración, simplemente está jalando. En una obra de teatro al actuar no tienes que emocionarte, basta con que representes una emoción, y para eso existen recursos que el público no siempre se dará cuenta. Si un actor quiere dirigir la atención del público hacia un sitio, puede hacerlo usando el color negro; si un pintor quiere darle profundidad a un paisaje, le quita, por decir, elementos claros y luego pone elementos oscuros que hagan contraste y lleven la vista más atrás, luego otra vez claro sobre oscuro y oscuro sobre claro… Son pequeños trucos que todo el tiempo está usando el artista. Y hay algunos trucos tan ingenuos que ni siquiera el mismo artista sabe que los está usando. El artista más realista no puede lograr lo que ha hecho la naturaleza, pero un cuadro realista de la naturaleza siempre será superior a una fotografía a colores de la naturaleza. Porque está llena de trucos que la cámara no puede hacer. Ya es un truco seleccionar lo que se va a pintar y lo que se deja de lado en un paisaje. 

-        Finalmente, ¿consideras que el artista debe trabajar siempre a partir de alguna incomodidad?
Creo que hay algo de eso. No existe en la historia del arte un artista millonario. Los artistas suelen salir de la clase media, pequeño burgués –no salen de la clase obrera–, y antes la clase pequeño burgués terminaba rechazándolos, expulsándolos, así que el artista era un poco paria. Esa carencia hace que se tenga todo más trágico. Esos momentos que no hay dinero, que quedan las deudas, yo sentía eso y me refugiaba en el arte. Toda esta corriente de instalaciones, video arte y demás, es de gente con recursos, no de gente pobre, porque requiere de algunos materiales caros. Por ejemplo, ese par de artistas que hicieron una intervención con una silla presidencial de cinco metros. Eso cuesta plata. Y esa es una idea literaria. Qué le importa al arte la ecología o la sociología. Nada. El arte es formas, colores, líneas, nada más.

* Publicado en Nueva Crónica y buen gobierno (agosto 2012)