Balance
Justo Pastor Mellado junto a los jurados del Siart 2011 |
Parte
I: El personaje
El año pasado el chileno Justo Pastor
Mellado fue el curador general de la VII Bienal Siart 11. Su calidad humana y
su trabajo como artífice intelectual de la propuesta confirmaron la reputación que se ha ganado en el circuito internacional:
una “referencia ineludible del arte contemporáneo latinoamericano”. Es cierto
que la cosecha de su paso por La Paz no fueron sólo elogios, también hubieron críticas,
como es normal, aunque fueran en voz baja, o en la forma del aislamiento
voluntario de algunos actores del campo artístico local. (Esto era también por
la penalización que ha sufrido en Bolivia el arte contemporáneo en tanto arte
colonial). Cabe decir que ésta última versión del SIART (Salón Internacional de
Arte) fue la que más deseos tuvo de dar el paso para convertirse en una Bienal
de Arte, pero el intento naufragó en algunos puntos centrales, como veremos a
continuación.
Allá por el mes de julio del 2011, en
una entrevista para la revista chilena artishock, Justo aconsejaba que no se
valore a la bienal boliviana con los mismos parámetros que sirven para analizar
otras bienales de arte contemporáneo del continente –como la de Sao Paulo, la
de Santiago o la del Mercosur–, y adelantaba este criterio: “La Bienal SIART es una aspiración de bienal
concentrada en las características de la escena local, que no calificaría de
periférica, porque la perspectiva de nuestro trabajo no consiste en entrar a
circular en los circuitos. Si se quiere, es una bienal fuera-de-circuito,
porque se piensa de otro modo. Lo primero, es que el nombre es un eufemismo. Se
llama bienal porque se realiza cada dos años. En su origen, se trata de un
Salón Internacional que adquiere rasgos bienalizantes, pero que se organiza en
torno a un concurso”. (http://www.artishock.cl/2011/08/justo-pastor-mellado-siart/)
En las versiones pasadas el Concurso Internacional había sido el punto neurálgico en la organización del SIART, ya que respondía todavía a criterios de gestión cultural, de difusión y no de problematización. De modo que cuando Justo puso su proyecto en la mesa estableciendo que el Concurso se iba a desactivar, y que su importancia se debía reducir drásticamente, saltaron voces de protesta en nuestro medio; éstas provenían principalmente de un sector conformado por algunos de artistas bolivianos más consagrados, o legitimados, los cuales ya no pueden concebir otro motivo de organización de un SIART que no sea el de favorecer sus propias carreras, o el de agilizar un poco el mercado local. Justo decía en esa misma entrevista: “La bienal no ha sido formulada en esta versión para facilitar el desarrollo de una carrera, por importante que ésta sea, ni para obtener mejores posiciones de un grupo en un circuito incierto. La bienal se justifica como un dispositivo de lectura de la propia complejidad del campo de arte, en el que se incluye tanto la fronteridad de sus prácticas como las procedencias no artísticas de manifestaciones que ponen el dedo en la llaga de otra crisis; que es una crisis de visibilización de los problemas del campo”. En ese sentido, Justo consideró siempre al Concurso como una instancia inviable y contradictoria dentro de una Bienal de Arte; si hubiera sido posible la habría erradicado del SIART. Pero en un país tan tradicionalista como el nuestro, donde es muy difícil pelear contra aquello que la costumbre y los hábitos han arraigado, tuvo nomás que aceptar que se mantenga, a condición de modificar su formato. El sólo hecho de que la escena artística boliviana sea tan endeble, que la cooperación entre sus agentes sea prácticamente nula…, ya todos esos factores planteaban varios problemas, había mucho trabajo por hacer. ¿Para qué gastar recursos y energía en un Concurso cuyo sentido no tiene ningún interés en fortalecer la escena local, que no trastoca nada, y no deja nada más que un reconocimiento efímero e individualizado que se pierde en el tiempo?
Norma Campos junto a los jurados del Siart 2011 |
En las versiones pasadas el Concurso Internacional había sido el punto neurálgico en la organización del SIART, ya que respondía todavía a criterios de gestión cultural, de difusión y no de problematización. De modo que cuando Justo puso su proyecto en la mesa estableciendo que el Concurso se iba a desactivar, y que su importancia se debía reducir drásticamente, saltaron voces de protesta en nuestro medio; éstas provenían principalmente de un sector conformado por algunos de artistas bolivianos más consagrados, o legitimados, los cuales ya no pueden concebir otro motivo de organización de un SIART que no sea el de favorecer sus propias carreras, o el de agilizar un poco el mercado local. Justo decía en esa misma entrevista: “La bienal no ha sido formulada en esta versión para facilitar el desarrollo de una carrera, por importante que ésta sea, ni para obtener mejores posiciones de un grupo en un circuito incierto. La bienal se justifica como un dispositivo de lectura de la propia complejidad del campo de arte, en el que se incluye tanto la fronteridad de sus prácticas como las procedencias no artísticas de manifestaciones que ponen el dedo en la llaga de otra crisis; que es una crisis de visibilización de los problemas del campo”. En ese sentido, Justo consideró siempre al Concurso como una instancia inviable y contradictoria dentro de una Bienal de Arte; si hubiera sido posible la habría erradicado del SIART. Pero en un país tan tradicionalista como el nuestro, donde es muy difícil pelear contra aquello que la costumbre y los hábitos han arraigado, tuvo nomás que aceptar que se mantenga, a condición de modificar su formato. El sólo hecho de que la escena artística boliviana sea tan endeble, que la cooperación entre sus agentes sea prácticamente nula…, ya todos esos factores planteaban varios problemas, había mucho trabajo por hacer. ¿Para qué gastar recursos y energía en un Concurso cuyo sentido no tiene ningún interés en fortalecer la escena local, que no trastoca nada, y no deja nada más que un reconocimiento efímero e individualizado que se pierde en el tiempo?
Recuerdo que unos días antes de la
inauguración del SIART acompañé a Justo a una entrevista que le había
concertado con Mario Castro de Radio Cristal. La cita se fue desarrollando con
normalidad; fiel a su estilo, el radialista esgrimía sus preguntas con voz
solemne y pausada, nada de nuevo hasta que en un momento la linealidad se
rompió y surgió una pregunta que podría tocar fibras sensibles en nuestro medio:
“Refiriéndonos a algo muy práctico, ¿qué opinión le merece la organización del
SIART?”. Justo se tomó un par de
segundos y luego respondió con una sonrisa: “Ah
bueno, esa es una pregunta muy perversa… y muy clave. [Risas]. Muy perversa
porque me obliga a hablar de cosas que son duras y dolorosas en términos
institucionales. No me voy a referir a la organización, que creo que está hecha
a pulso por gente maravillosa que está dejando las cejas y el sudor. Me refiero
a que una instancia como ésta, una bienal, tiene que tener un compromiso
institucional mayor, porque si no está condenada a vivir permanentemente en la
fragilidad. Hay que producir la bienal de manera que sea menos frágil cada vez,
porque es importante para la visibilidad internacional del arte boliviano, por
un lado, pero eso no es todo, esto es como una política de doble régimen: uno
tiene política exterior sólo cuando tiene una ficción interior. Entonces,
existe visibilidad internacional porque se tiene una ficción interna. Y lo más
interesante es esa ficción interna”. (Programa La revista cultural, de
Radio Cristal - 7 de octubre del 2011).
Parte II: El SIART y sus
falencias
Habiendo formado parte del equipo de
organización del SIART, en algún tramo del recorrido pensé que todo nuestro
trabajo debía ser el de producir una “bienal de transición”, una
bienal-bisagra, que mantendría elementos del antiguo formato (como el Concurso,
la famosa inauguración), a la vez que incorporaría nuevos (como los
Laboratorios); esto en vista de que el movimiento no podía ser vertiginoso, los
cambios de concepción debían llegar gradualmente. En la propuesta curatorial se
trataba de superar la visión moderna del arte, que privilegia el modelo de
exhibición de cuadros colgados en una pared, en pro de la construcción de
nuevas plataformas de visibilidad para los artistas, del tipo formulación de
proyectos, acorde a las exigencias de un arte contemporáneo más de punta. Un
curador de museo como José Bedoya no podía nunca querer llevar esta propuesta
hasta sus últimas consecuencias. Así que vi a Justo algo solo, él decía cosas
del tipo: “Una Bienal de arte debe ser un
dispositivo de lectura, una plataforma de aceleración de transferencias
informativas”. Todo eso era estimulante. Su énfasis estaba en que en que veamos
la bienal como un aparato editorial
contemporáneo. (Así se planteó también mi trabajo de organización de la
página web www.bienal-siart.com). Había que pensar exactamente igual que en la confección de un
libro, cuando el editor plantea un tema, un problema, o una red de problemas, y
elije a los autores que podrían trabajar esos temas; el editor piensa el
espacio-libro, su formato, su materialidad, su orden, sus divisiones, sus
tiempos, su público, etc. Bienal/libro; curador/editor. Pero en el trajín de
las últimas semanas fui percibiendo que aparecían otras fuerzas antagónicas tirando
en otros sentidos, según una visión de divulgación del arte (“el arte para
todos”, “el arte para la familia”), y por ello el SIART tuvo al final tuvo un
dejo de Feria de Arte (p.e. en la inclusión de actividades anexas de Cuenta
cuentos, de danza, conciertos, etc.). La cuestión del aparato editorial quedaba
así algo relegada. El día de la inauguración finalmente se reveló la verdad en
toda su desnudez: No estábamos organizando una bienal de transición, ni
siquiera nos habíamos acercado a ese punto, seguíamos naufragando en las aguas
del SIART. ¡Habían demasiados editores, demasiados jefes! Ahí descubrí por qué
es tan difícil erradicar el concurso. Si sacas el Concurso de la figura
prácticamente pierdes el 80% de los recursos de financiamiento que te han dado.
Véase por ejemplo que el Goethe Institut no hubiera financiado tres de los
laboratorios si estos mismos no se hubieran convocado en la forma de concurso.
Pero esto fue una distorsión, porque los laboratorios eran proyectos de obra,
eran obras cuya finalidad central no era ya la exhibición en una sala.
Sin embargo, aquel día de la mentada inauguración
descubrí(mos) que no teníamos entre manos una bienal, sino todavía un concurso
bi-anual al que le han dado el nombre de bienal. Esto es lo que resulta
doloroso reconocer en términos institucionales. Es cierto que al final se cumplió
el objetivo de montar al SIART como
dispositivo de lectura de lo que pasa en La Paz, pero fue para leer su propia
imposibilidad de superación. El Concurso simplemente terminó de evidenciar su
ineptitud (un mínimo número de obras seleccionables, y entre ellas pocas
rescatables), dejando claro que juntar un salón con un concurso y llamarlo
bienal no puede ser otra cosa que un contrasentido. No se malentienda, esta
autocrítica no es contra el sacrificado trabajo desplegado por el equipo de
Visión Cultural –a la cabeza de una mujer emprendedora e incansable como Norma
Campos– con el que tuve el placer de trabajar. Ese trabajo tuvo sus méritos,
pero es necesario cuestionar algunos lineamientos que desde su concepción errónea
delimitaron ya el sentido y alcance de todos los esfuerzos acumulados. Estos
lineamientos pasan necesariamente por las políticas culturales de nuestro país,
o por su ausencia. Una próxima organización tendría que plantearse de entrada:
1) ¿Con qué espacios de arte contamos realmente en La Paz? ¿Cuáles de ellos
pueden ser cooperantes con una mentalidad flexible que no le corte las piernas
al arte contemporáneo? Aglomerar a todos los museos, galerías y salones de la
ciudad no es nada conveniente, no mientras cada uno de esos espacios esté
pensando mucho más en sus intereses institucionales, y no conciba el SIART como
otra cosa más que una oportunidad de variar la oferta de su agenda anual de
exposiciones. La estrategia muy típica de la gestión cultural en La Paz es la
de los casamientos: “te doy este apoyo pero me dejas meter también esto en tu
evento”. Y se casa una cosa con la otra, y así es posible que un artista alemán
aparezca en La Paz entre los artistas invitados, y que el curador de la bienal
sea el último en enterarse. 2) No se vislumbra las posibilidades de una bienal
en Bolivia mientras las relaciones de patrocinio, de auspicio y de intercambio
de servicios con instituciones locales no pasen a ser más profesionales (firmas
de contratos que la protejan del condicionamiento, y no como favores
circunstanciales ni como pedidos que se deben casi mendigar hasta última hora).
3) No hay por qué pretender que una bienal de arte debe organizarse para los
públicos masivos; la famosa Noche de Museos en La Paz puede ser “exitosa”
porque congrega a miles de visitantes, pero al estar concebida con criterios de
turismo cultural y entretenimiento cultural no hace nada por fortalecer el arte
local, es un ejercicio de banalidad, esos criterios no deberían servir nunca de
sustento en la organización de una bienal de arte. Con el arte contemporáneo las
exigencias son completamente distintas, no basta con la presencialidad, la
firma de un libro de visitas... 4) Una bienal de arte no puede ser el proyecto
de una Fundación que está más interesada en gestionar acciones culturales.
Cultura no es igual a Arte; Justo dice que el arte es la consciencia crítica de
la cultura, esto hay que demostrarlo, bueno, esa es una tarea de la bienal.
Todos estos elementos deberían tomarse en cuenta a
la hora de afrontar una próxima organización, y una posible
institucionalización de la Bienal, que para ser tal debería dejar de llamarse
SIART.
Por otra parte, y ya terminando, hay algunos logros que se pueden
destacar, de ello hemos escrito y publicado bastante en la cobertura de
aquellos días, pero le corresponde principalmente al lector de la bienal valorar los logros de esta reciente
organización. A grosso modo, los laboratorios fueron una introducción clave, casi
todos los talleres rayaron a gran nivel, y el diagrama de artistas invitados
fue en mi criterio de lo mejor, especialmente entre los nacionales: Claudia
Joskowicz, Ricardo Pérez Alcalá, Ligia D’Andrea. El premio arte joven de Santiago
Contreras fue quizás el más merecido. Es posible que Justo Pastor Mellado no se
haya ido del todo contento con la forma en que se terminó desarrollando la
bienal, pero esto no representó ningún drama para él. “Se hizo lo mejor que se pudo hacer en estas circunstancias” –me
dijo una vez. Se le quedó la idea de que la solución para nuestra escena
artística se encuentra en las experiencias editoriales y experiencias formales
estrictamente plásticas, que se gestionen a partir de una nueva forma de
relación con las embajadas y con las instituciones de apoyo.
Parte III: El
diagrama-Justo
Pero hemos hablado demasiado del SIART
y el arte. Llegué a ver que a Justo algunas conversaciones sobre arte se le
hacen empalagosas. Terminaremos hablando de Justo y algunas de sus ideas. Justo
es ante todo un escritor, y después un editor, incluso de sí mismo. Él tiene
eso que admira en otros, por ejemplo en Kenneth Kemble, y es que trabaja con
espíritu de sistema. En el taller de crítica y pintura dictado junto a Carlos
Leppe dentro del SIART se refirió a su manera de trabajar: “Uno trabaja para satisfacer su propio esquema, su esquema mental, de
tal manera que no me interesa ni el arte chileno, ni el arte boliviano, no, no,
lo que interesa es, cómo puedes encontrar una obra cuyo diagrama a ti te hace
funcionar. Por ejemplo, hemos hablado de la transferencia de la letra. Eso es
un diagrama. Luego lo segundo para mí es la filiación. Entonces: cuántas obras
me movilizan a mí para hablar de filiaciones”. Todo ello sería un diagrama de
trabajo, la rendija por la que pasan todas sus investigaciones. El arte es su
forma de entrar al mundo, pero es también una especie de materia prima que le
sirve para trazar puentes al exterior. En el fondo, su trabajo consiste en
idear formas para salirse del arte. “Yo
estudié filosofía pero nunca me consideré un filósofo profesional. Tuve el raro
privilegio de salir de Chile en 1974, a Francia, y no como refugiado eh, logré
conseguir una beca, etc., bueno, salí a Francia, estuve cinco años allí, y ahí
me di cuenta de que uno podía ser filósofo de otra manera. Cuando regresé a
Chile el único espacio de trabajo que me quedaba eran mis antiguos compañeros
de militancia política, natural, como una especie de izquierda clásica
chilena”. (En la entrevista en Radio Cristal). Si utilizó en aquellas
épocas al arte para dibujarle una puerta de salida a la filosofía, ahora con
ambas a su alcance se abre periódicamente ventanas hacia el aire libre. Alguna
vez le pregunté cuál era su motivación para trabajar en el proyecto de una
bienal en Bolivia. Él dijo: “porque me
permite salir de Santiago”. En otra ocasión, en uno de esos almuerzos de
trabajo nos comentó: “En el fondo no es
el arte lo que más me interesa, lo que me interesa es La Paz, comer uno de esos
pescados del Mercado Lanza, subir a la Feria del Alto, conocer a la gente
interesante de acá…”. Recuerdo también que en aquel taller en el SIART le
recomendó a un artista brasileño: “Si alguien
en Brasil te pregunta qué es lo nuevo que trajiste de tu visita a La Paz, tú
dile que trajiste el concepto de aparapita de Jaime Saenz. Ya con eso valió
todo tu viaje”. Pero también había una razón más afectiva, que no era un
secreto, pero que la hizo pública en su discurso en la inauguración, contando que
su principal motivación para venir a trabajar a La Paz había sido la de saludar
a un personaje boliviano que en vida llegó a ser su amigo y con quién se había
sentido en deuda hasta esa noche en la que podía dedicarle su trabajo como
curador en tierras paceñas. Él no vino tanto a tomar algo, él vino a devolver. Son
estas singulares maneras de encontrar una razón y de observar, provenientes de
una percepción extraordinaria, las que hacen de Justo un tipo genial, del que
siempre caben esperar las sorpresas y también los silencios, un ser humano que a
veces enseña sin que uno se dé cuenta hasta un tiempo después.
De la obra de Claudia Joskowicz |