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miércoles, 22 de marzo de 2017

ENRIQUE VILA MATAS, DIFERENCIA Y REPETICIÓN

Introducción
No existe material suficiente para completar una biografía satisfactoria del escritor catalán Enrique Vila-Matas. A lo mucho, lo que alcanzamos a imaginar, por la textura de los personajes en los que habla en primera persona, es un ser meditativo, experto en fugas, que ve literatura en todo y que goza con la mutabilidad de las identidades. Se ha dicho que hace “metaliteratura”, “autoficción”, pero él se declara inocente de ambos dictámenes. Su forma irreverente de trabajar con las citas es el asunto más controvertido de su obra. En este artículo me limitaré a sugerir que los procedimientos que usa Vila-Matas, siguen un trayecto paralelo con los que utilizó el filósofo francés Gilles Deleuze (1925-14995) al interior de la historia de la filosofía.

Contexto
Enrique Vila-Matas es un autor poco comentado en nuestro país, pero su obra heterodoxa guarda múltiples afinidades con más de un autor boliviano, entre ellos con nuestro querido narrador Jesús Urzagasti (1940-2013), especialmente respecto del género híbrido de novela ensayística o ensayo novelado, que constituye En el país del silencio. (¿Y acaso Tirinea no es un doblez de las meditaciones metafísicas de Descartes, pero con otro final más feliz?)
Antes de entrar en materia, habrá que contextualizar. Vila-Matas nació en Barcelona-España, ronda los 68 años, es uno de esos escritores que te devuelve la confianza en la escritura y en la ficción cuando más lo necesitas. Sin duda, es uno de los autores más traviesos e inclasificables del panorama mundial. Destacan en su producción Historia abreviada de la literatura portátil, Bartleby y compañía, El mal de Montano, Doctor Pasavento, Kassel no invita a la lógica, entre otros. Recientemente este año, bajo el sello de Seix-Barral, presentó su última travesura: Mac y su contratiempo.

En esta última incursión, el autor catalán saluda explícitamente a Gilles Deleuze por su libro Diferencia y repetición (1968). Lo mencionó en varias ocasiones, como en este extracto de una entrevista para El País de Madrid:

“[…] el protagonista quiere producir el efecto de una novela póstuma incompleta, para apuntarse a la moda de estas novelas. Al mismo tiempo, Mac lucha por que la novela no invada su diario de debutante. Es también un ensayo sobre la repetición y la diferencia, como decía Gilles Deleuze, y también es un libro de cuentos. Este trasvase de géneros es bastante sencillo. La cuestión es que sea cuatro cosas al mismo tiempo. Vengo de una trayectoria en la que he manejado mucho esos trasvases”.[1]

Es un encuentro afortunado en el que se cumple lo que Deleuze postulaba: la filosofía debe ser como la música, no se necesita ser un estudioso de la música para escucharla, para sentirla o disfrutarla. Con mucha lucidez, Enrique Vila-Matas efectúa una comprensión no-filosófica de un planteamiento filosófico. Más que a Deleuze, lo que le interesa es recuperar su concepción sobre las categorías de repetición y diferencia. Søren Kierkegaard, Nietzsche, Bergson, son varios filósofos que se reúnen en esa línea, catalogados por Deleuze según ese criterio en ese libro Diferencia y repetición de 1968.

Para el autor de Mac y su contratiempo se trata de una cuestión de escritura, o de re-escritura, porque en literatura, considera, no se hace otra cosa que repetir sobre lo que ya se hizo, para afirmar algo diferente. “Toda la historia de la literatura es modificar los textos ya escritos y esto es lo que intento explicar en el libro”. Por ello, seguramente, abundan en internet los estudios del palimpsesto en la obra de Enrique Vila-Matas.

Sin entrar en profundidades con el palimpsesto –conocida categoría literaria– mi teoría es que la obra de Enrique Vila Matas se alumbra de modo inaudito leyéndola desde el pensamiento de Gilles Deleuze. Entre ellos resuenan varios intereses compartidos. Alguna vez se dijo que si Fernando Pessoa hubiera hecho filosofía, sería la de Gilles Deleuze. Ahora yo diré que si Gilles Deleuze hubiera hecho novelas, hubiera sido Enrique Vila-Matas. Por supuesto que esto es mucho más un ejercicio lúdico, pues cada uno de ellos es un Original.

Deleuze-Vila-Matas

No soy el primero en relacionar a Enrique Vila-Matas con Gilles Deleuze, y recomiendo entre otros el bello artículo de Luis Reguero “Los Bartleby no se acaban nunca”[2]. La diferencia es que aquí me intereso por el procedimiento de escritura. En ese sentido, Vila-Matas es una radicalización del filósofo francés. En su libro Conversaciones, Deleuze explica cómo, desde sus primeras monografías sobre Nietzsche, Bergson, Hume, usó las citas de un modo controversial, aunque siempre fue exacto y riguroso en ese sentido. “Era necesario que el autor haya dicho efectivamente lo que le hacía decir”. Sin embargo él usaba esas citas para que se piense algo diferente de lo que se decía del autor en cuestión. El mundo académico no entendía que usaba las citas como sintaxis, porque lo que estaba haciendo era evocar una presencia, había algo vivo, eléctrico, ocurriendo ahí. Una cita es un conector de párrafos, como trampolín del pensamiento; a veces sirve para reforzar algo que se ha dicho, pero los grandes autores utilizan la cita para ingresar algo nuevo que va subiendo el tono del texto en general, y dispara nuevas posibilidades de conexión. Afecta en la prosa general de todo el texto, eleva la exigencia, irradia su belleza. Es un pensamiento hipertextual, de las multiplicidades, abierto a las múltiples conexiones, el que les da lugar.   

Vila-Matas es Deleuze llevado a las últimas consecuencias, no cualquier Deleuze, sino el de sus primeras dos etapas, el de Lógica del sentido o Diferencia y repetición, antes de su encuentro con Guattari. Vila-Matas introduce citas, o hace guiños constantes dentro de su prosa, algo que le han criticado, pero lo hace como sintaxis o ejercicio de estilo. Tanto es así que, para dejarlo claro, muchas veces inventa citas que atribuye a autores imaginarios, en otras modifica citas de autores conocidos, y otras les atribuye frases que en realidad no son suyas. De mil formas desdobla su voz polifónica, y deshace la figura del sujeto del enunciado. Para explicarse ha utilizado otra cita: “Sólo se puede citar lo que uno mismo piensa, aunque haya sido dicho en palabras de otro y en otros contextos”. Y esto es cierto: ¿cuántas veces no le habrá pasado al lector que se encuentra con algo que pensaba pero que otro autor ha puesto en palabras exactas? Con todo lo discutible que podría resultar este procedimiento, es plenamente coherente con su ímpetu de escritor de “ficción-radical”.



[1] “La autenticidad me parece el santo grial de la mala literatura”. Diario El País, Madrid. Entrevista de Ferrán Bono, 13 febrero 2017.
[2] Disponible en http://www.culturamas.es/blog/2015/09/05/los-bartlebys-no-se-acaban-nunca/

DE BARTLEBY A ENRIQUE VILA-MATAS

¿Cómo empezar a hablar de Enrique Vila Matas? Digamos que lo encontré gracias a la cadena invisible que se forma entre los grandes escritores, y que provoca que el lector pase de un libro a otro, de un autor a otro, en una seguidilla imprevisible que ya nunca puede acabar. A Vila-Matas llegué cuando me enteré de su novela Bartleby y compañía, en la que juega en torno a la figura de este extraño personaje.

Cabe decir que Bartleby es un personaje secundario salido de un relato corto de Herman Melville (“Bartleby, el escribiente”, 1856); llamarlo secundario es sólo un decir, puesto que pocas veces un personaje en su lugar puede concentrar tan avasalladoramente la atención sobre sí, y definir así el clima de toda la lectura.

Ahora, a Bartleby no se llega por cualquier parte, es un carácter minoritario, casi subterráneo, en la historia de la literatura; la gran mayoría asociará a Melville, el autor, con la titánica novela Moby Dick, pero quedará perplejo al oír el curioso nombre Bartleby. Algunos afortunados como yo lo conocimos gracias al filósofo francés Gilles Deleuze, que en su libro Crítica y clínica (1993) le dedicó un ya célebre ensayo titulado “Bartleby o la fórmula”. En este ensayo desmenuza detalles en torno al poderoso enunciado de Bartleby, “I would prefer not” (preferiría no), que daba por respuesta a cualquier pedido que le hiciera su jefe en el despacho de trámites legales en el que trabajaba. Este enunciado descolocaba irremediablemente a todos.

Enrique Vila-Matas es un escritor Bartleby al interior de la literatura, y más que ello, es una radicalización de Bartleby. El copista Bartleby cortó todos los cables que lo podrían atar a un significante social o sujetar a una identidad cristalizada, se hizo indiscernible y quedó flotante en un espacio sin referencias, ejerciendo una lívida e inquietante libertad. Pero una vez que logró soltar todas las amarras, no le dieron el tiempo para crear algo nuevo desde ahí; como es sabido, su muerte ocurrió en una cárcel donde lo llevaron porque no sabían dónde recluirlo. Según la lectura de Giorgio Agamben, se podría decir que Bartleby fue una pura potencia que no se llegó a efectuar. En cambio, Enrique Vila-Matas, que presentó este año su última novela Mac y su contratiempo (Seix-barral), es la efectuación prometida, cortó casi todas las amarras que le delinean un camino conocido al escritor, para luego inventar un plano insólito, disparatado, hecho a su medida, la de la ficción radical.

Del plano Vila-Matas emergen fácilmente dispositivos adecuados para extraños usos minoritarios (El mal de Montano, Kassel no invita a la lógica, Viaje vertical…). Sus libros conllevan siempre algún riesgo, un giro propio de su talante, aunque el paso del tiempo y las mañas del oficio hayan asentado en alguna medida la pólvora que mostró en dos de sus más grandes creaciones: Historia abreviada de la literatura portátil, donde relata las peripecias de los shandys, curiosos personajes que llevaban nombres de artistas y escritores conocidos; y la otra travesura, Bartleby y compañía, donde hace un catálogo de más de ochenta escritores, algunos de ellos ficticios, que por una u otra razón decidieron dejar de escribir (caso Rimbaud, Rulfo y otros). A esos escritores les llama Bartlebys, porque en el relato mencionado, un buen día Bartleby se niega a cotejar las copias que había hecho, y luego deja de escribir, lo que en realidad, en su labor de amanuense, era transcribir. Bartleby es el que deja de transcribir, el que abandona la copia.

Vila-Matas es un Bartleby si se entiende que lo que Bartleby quería era escribir, que estaba preñado, pues presentaba todos los síntomas del que se encuentra en plena etapa de gestión y resulta interrumpido. Así de exótico es el escritor cuando está gestando algo y necesita parir, como lo son casi todos los artistas, es complicado estar en la misma casa con ellos, es difícil entenderlos, hablan como si habitaran otro plano, se aíslan, como si la soledad fuera un baño de sol, y vuelven de esos viajes con los ojos enrojecidos, menos pelos y algo malogrados, pero relucientes finalmente cuando han completado la faena y parido al libro. Enrique Vila-Matas es pues un Bartleby que logró parir, aunque su afán primero fuera el cine y su interés inicial no hubiera estado en la literatura.   

Incluso como personaje Vila-Matas es particularmente pintoresco, mayormente da la impresión de haber saltado de las páginas de una de sus novelas. Dice cosas exquisitas, otras eruditas, algunas tremendamente graciosas, pero él las dice con una seriedad absoluta, como si fuera ajeno a su humor travieso, tanto así que ha confesado que esta situación le ha llegado a preocupar un poco, puesto que apenas empieza a hablar en estos actos literarios alguna gente ya está riendo, como si estuviera atenta al chiste inminente. Lo cierto es que escuchar a Enrique Vila-Matas en los espacios donde es invitado es casi tan placentero como leerlo. Después de todo, se trata de ejercicios paralelos, puesto que conversar con alguien es escucharlo, y en cambio leerlo es también escucharlo aunque esto sea con los ojos. Recomiendo al respecto una conversación disponible en youtube, “Ciclo de la palabra: Enrique Vila-Matas”, como una buena introducción.  

El lector que aquí me acompaña podrá quemarse la vista buscando en internet, y no encontrará otra pieza donde se diga que Enrique Vila-Matas es un escritor Bartleby. Esto se debe a que el mismo Vila-Matas, con su maravillosa novela, ha canonizado lo que se debe entender por Bartleby: la interrupción abrupta de la escritura. Y en cambio el español es un escritor muy prolífico, que publica casi a razón de un libro por año. ¿Pero cuándo se puede decir que se ha dejado de escribir? Él mismo comenta que esto puede ser un tormento, puesto que sólo habiendo pasado mese que no se sepa algo nuevo escrito por Vila-Matas, ya especulan algunos con la idea de que estaría dejando de escribir. Lindo sería afirmar que no se necesita escribir todo el tiempo para ser escritor, como la flor de loto sigue siéndolo aunque nadie la vea. Pero aquí reluce otra lección que aprendió Vila-Matas, y es que para ser escritor hay que escribir, escribir y escribir.