Por: Jorge Luna Ortuño
Pocas veces la vida sonríe con tal intensidad como cuando estoy con mi pequeño hijo cruzando el parque para comprar unos jugos de lima. Mi hijo no vive conmigo, pero hemos construido un mundo entre los dos. Con él aprendí que una gran parte de ser padre consiste en construir un plano de encuentro con el hijo. Ese plano está compuesto por unos cimientos que son los valores que se desea transmitir, pero el vehículo, la materia prima de ese plano son los juegos. Es jugando que los niños aprenden, que logramos entrar en el mecanismo de sus cabecitas y entender qué es lo que los mueve, lo que los lleva hasta el cielo, lo que no los deja dormir, la ilusión secreta que guardan en sus ojos luminosos. Con Tiago comenzamos por los dinosaurios, al principio jugábamos con peluches. Él hacía de bebe-dino y a mí me bautizó de papá-dino. Juntos defendíamos la aldea de otros monstruos que buscaban llevarse algo en la oscuridad de la noche, juntos nos cobijábamos de las lluvias torrenciales que imaginábamos. El sonido del viento soplando, el aullido de un lobo resoplando a la distancia, cualquier sonido que nos hablara del afuera, de lo que ocurre fuera del espacio seguro que era ese pequeño techo que nos construíamos con una frazada, servía para darnos una idea de que había un juego, algo en riesgo. Inmediatamente él salía para encargarse del asunto, yo pasaba a ser el intruso, y bebé-dino le daba una buena paliza, con sus cuernos delante llegaba para dar un cabezaso proverbial. Esa la maniobra preferida de mi hijo, ponerse de cuatro, y llegar gateando muy rápido para de un choque de cabeza en mi estómago voltearme. Luego el bebe-dino volvía reconfortado a la villa, cerca de su papi, a cobijarse de nuevo en la seguridad, y a contar cómo había vencido al lobo que acechaba. En otras ocasiones los intrusos eran sus peluches más grandes, les daba verdaderas palizas, deseando desde tan chiquito que no exista ningún tipo de amenaza a los buenos, que eran los otros pequeños peluches de la aldea a los que cuidaba.
El sonido de un relámpago es mágico, evoca algo inexplicable en el hombre, es un contacto de la tierra con el cielo, anuncio de una lluvia, una interferencia en el normal desarrollo del día en la ciudad, ni qué decir en los campos donde no existen muchos lugares para cobijarse. En nuestro juego era sinónimo de emoción, la lluvia anticipa una sensación de fragilidad, es necesario protegerse más, cerrarse en la base o en la cueva, así el pequeño monito de mi hijo reforzaba su sensación de seguridad a mi lado. Le hablaba de compañerismo, de cuidar a los menores, de la valentía, de la precaución a veces, de esperar para salir de la cueva, por supuesto que no le hablaba a él directamente, era papa-dino el que dialogaba con bebe-dino, pero el mensaje le quedaba a él desde luego. Así como se ha dicho que la lectura de algunos libros nos enseña a vivir, o nos preforma la vida por venir, la manera en que reaccionamos, así también pienso que funcionan los juegos para nuestros hijos, de una u otra manera.
Mientras mi hijo y yo nos sumergimos en el mundo de los transformers cada día que estamos juntos, algo nos acompaña, al menos rodea el panorama del pequeño departamento en el que lo recibo; me refiero a los libros, también los papeles y cuadernos de anotaciones, además de las hojas de exámenes y pruebas de mis estudiantes en la universidad: son una presencia constante en el panorama de mi casa que debemos sortear, hacer a un lado o en otros casos usar como apoyo o como obstáculo en nuestros mismos juegos. Creo que esto se me ocurrió mientras graneaba el aróz ayer. Desde la óptica de la relación con mi hijo, los libros pueden ser vistos como transformers en sí mismos. Los libros son otro tipo de juguetes con los que nos obsesionamos, somos abducidos, asaltados y en ellos nos perdemos o encontramos muchas veces. Me explico: cuando un autor(a)escribe un libro, lo que hace es compartir sus formas de leer otros libros. Pero él, o ella, no comparten esa manera de hacer en modo directo, o sea, ellos no nos dicen "mira yo leo así..." Lo que ellos hacen es poner en la página lo que tienen para decir, mientras que los detalles de su forma de leer están impresos en su escritura casi de modo subterráneo, tanto como en su forma de organizar el libro, en sus citas, en los mismos apartados, si usan pies de página o no, si tienden a buscar el hipertexto o se encierran en la unidad de un solo texto, etcétera; es decir, hay algo que está ahí que el autor no dice, que le toca decodificar al lector(a) de turno. En este sentido, existen algunos autores que escriben para ciertos públicos lectores más atentos que otros. Puedo pensar en Luis H. Antezana si hablamos de nuestro medio local. Otro ejemplo es Ricardo Piglia, el crítico y novelista argentino, que es un lector muy atento, desmenuza los libros y sus referencias internas, nos hace sentir su goce a tiempo que se manifiesta como un lector minucioso. Pues bien, es válido suponer que cuando escribe espera dialogar con ese tipo de espíritu de lectura, y un buen ejemplo de ello es su libro "El último lector", publicado con Anagrama. En él Piglia dialoga imaginariamente con Borges y con Kafka, aunque en el lenguaje formal debamos decir que "ha escrito sobre ellos en esas páginas". Lo que hace ahí en realidad es ponernos como testigos mientras dialoga con ellos, se hace cómplice del ánimo obsesivo que emana de esas obras, se sumerge en la mecánica que sostiene la escritura de estos autores que admira, Piglia es una especie de relojero amable que observa y precisa. En tanto que lector, algo que hace muy bien Piglia es desdoblar los textos, opera con agilidad, de modo que da testimonio de su modo de desplegar aquello que los autores habían dejado replegado en sus obras. Aquí no basta con decir que los libros están vivos, de algún modo esto lo intuye cualquiera que se ha relacionado con un libro y ha llegado a amarlo. Decimos además que los libros están a la espera de ser transformados, son susceptibles de ser transformados, de hecho esperan que eso suceda, pues sólo así preservan su actualidad y pertinencia. Por supuesto, el libro no se transforma por sí solo, precisa del lector atento para ser transformado, en un proceso que llamamos "lectura", en el que tanto el libro como el lector se transformarán en modos íntimos y no siempre percibidos por el ojo distraído y ordinario. Un libro es un transformer, porque contiene en sí múltiples planos que lo habitan, planos que cohabitan como en una vecindad, junto con estados de deseo enganchados con un exterior siempre contemporáneo. No nos referimos sólo al contenido, principalmente a esa composición interestelar que reposa entre las palabras. La reordenación de esos planos en un libro, la capacidad para hacer de unos la superficie y de otros la profundidad, la manera en que se enfatiza algo, se selecciona un enfoque, o se le resta importancia a esa faceta, todas esas son operaciones que configuran la transformación de un libro por medio de la lectura. Virginia Wolf era la que decía "¿quién habla de la escritura?, el escritor no, a él le interesan otras cosas..."; lo mismo podríamos decir de los libros, a ellos no les interesan ni el libro ni las bibliotecas, ellos están ahí para formar parte de un proceso extraliterario que tiene mucho más que ver con la Vida, los flujos impersonales que recorren la atmósfera, los deseos desatados sin rumbo aparente, la música que emana de los mil orificios de la Tierra.
He dicho antes que Tiago y yo nos sumergimos en el mundo de los transformers. Para la gran mayoría de jóvenes de mi edad que vieron la serie animada de los Transformers en su niñez, no es nada difícil relacionarse con lo que expreso. Existe en muchas partes del mundo toda una generación de fans de la serie, de los personajes sobre todo, y de alguna manera esa antorcha se está pasando ahora a los menores de esta nueva época. Mi hijo tiene 5 años y ya convierte a sus robots en automóviles y viceversa con pericia, tiene la habilidad que yo creo haber tenido a los 7 u 8 años. No recuerdo haber tenido tan temprano la calidad de los juguetes que él tiene hoy, ni eran de la misma complejidad, lo cual me hace recordar que los tiempos son otros y que todo ello está bien. En su cumpleaños le regalé un Stegosaurus Dinobot, de los originales de Hasbro, no fui el único, su madre y sus abuelos hicieron lo mismo, de modo que todo su afán esos días fue el de relamerse pensando en la colección completa que iba a tener. Se había encargado ya con semanas de anticipación de hacer pactos con todos para saber cuál le iba a regalar cada uno, así, a mí me había tocado el Perodactylus. Llegando a la tienda sin embargo ambos quedamos medio desencantados, el robot se veía bastante simple, falto de chiste, y la transformación en dinosaurio era medio rara, con esas dos cabezas y dos colas que le han impuesto en la película de Michael Bay. Después de sopesar las diferencias se decidió por el Stegosaurus, y al sacarlo después de la caja estuvimos seguros de que era la mejor decisión.
Desde hace más de un año juntos nos hemos dedicado a explorar en el mundo de la serie animada. Por su cuenta en el cable Tiago disfruta de los estrenos de RescueBots, pero cuando está conmigo lo llevo siempre un poco más hacia los orígenes, la Generación 1. Optimus Prime tiene un montón de características para encantar a cualquier niño: es un flamante camión con carrocería, de colores vivos, rojo y azul, es el más grande de los autobots, al menos porque generalmente se rodea de otros más pequeños como Bumblubee, Jazz, Cliff Jumper, Mirage, o los mismos Iron Hide y Ratchet. Cuando yo era un niño alucinaba tanto como los otros mozalbetes de mi generación con esos juguetes, resulta que la serie de televisión es un poderoso instrumento de marketing para la colección de juguetes Hasbro. Terminado cada capítulo lo que sigue es la idea de coleccionar los autos nuevos que van apareciendo, o el tanque (Warpath), tal vez el bombero (Inferno), el cohete que los lleva a Sivertron (Omega Suprime), o un avión de perfil heroico (SkyFire).
Mi hijo se ha tomado bien la ruptura que significa la película animada que salió en 1986 si no me equivoco, en la que muchos de los autobots de la G1 perecen a manos de los Decepticons; uno de los momentos traumantes para un niño y hasta para un adolescente tiene que haber sido presenciar la muerte de Optimus Prime, pues lo que hacen los nuevos realizadores de la serie en ese periodo es presentarla con demasiados paralelos a la muerte de un humano, con todo el sufrimiento inherente de un niño, Danny, su amigo, llorando a los pies de la plataforma donde ya descansa inerte el viejo líder. Confieso que por un buen tiempo salté esa escena en la película para que mi hijo no la viera y evitarle el impacto, o al menos el desencanto. Sólo cuando me dí cuenta de que podía asimilarlo bien, pues en la película de Michael Bay también han sucumbido a la tentación de hacer morir a Optimus Prime y revivirlo, pasé a explicarse que se trataba de un descanso que se iba a tomar Optimus. Cuando lo ve, ayer sábado 20 de diciembre lo volvimos a ver, se reconforta inmediatamente diciendo "pero sólo es un descanso, porque necesita descansar". La serie de cuatro películas de Michael Bay tiene puntos rescatables, sobre todo en la primera entrega, pues además de cierta fidelidad en el argumento, ofrece puntos de contacto entre generaciones, une a los padres con sus hijos en cierto sentido, sin ese paso por el cine de Hollywood no se habría reanimado en tal modo el movimiento en torno a los juguetes, eso hay que reconocerlo. Sin embargo para mi hijo el puente directamente fueron los juguetes que le mostré, los que tenía guardados en una caja grande para dárselos a él. Esto fue un día de octubre del 2013, su mamá estaba con nosotros. Saqué la caja con más ansias que él seguramente, había imaginado ese momento varias veces, tal vez incluso de que él naciera. Desempolvar los viejos juguetes de la niñez es comunicarse con puntos emotivos de nuestro pasado. Los juguetes son paquetes sensibles, aglutinan bloques de espacio-tiempo, de alguna manera te retrotraen hacia otro tiempo dentro del presente en el que te encuentras. En esas condiciones, lo que hace falta es un interlocutor, alguien a quien contarle los detalles de la transmisión, de dónde vienen esos juguetes, cómo jugabas tú con ellos, cómo los guardaste, qué hacías tú de niño, y ese interlocutor ideal es tu hijo, que te mira con ojos luminosos, sonriente, sorprendido, sabiendo en su corazoncito que está presenciando su paso a un nuevo mundo mágico, se inaugura un nuevo lenguaje que compartirá con su papá. Sivertron, ¿qué es eso?, y ¿qué me dice de energón o de chispa suprema? Una mamá o unos abuelos difícilmente podrán hablarle de ello a un niño, pero el padre sí. Así que comencé a mostrarle a mi pequeño las bondades de esos juguetes, de robot a volqueta, a peta, a jeep, a bombero, camioneta, coche de carreras... ¡Qué niño no se sentiría maravillado! Al mismo tiempo, claro está, le enseñaba del cuidado, cosa todavía algo difícil cuando tienen menos de cuatro años, pero igual, inculcarle que maneje con cierto cuidado las trasnformaciones, saber conservar las piezas. Su mamá me atacaba en alguna que otra ocasión diciéndome que eran chinos, que se rompían sólo por eso. Se lo grabó a mi hijo en la cabeza, y hasta el día de hoy él tiene ese argumento, que comparto cuando corresponde, pero que es rebatido cuando comprueba que varios de esos juguetes imitados, no necesariamente chinos, se mantuvieron sanos hasta el momento presente, casi 20 años, y que si no los pisa, si no los deja caer en pavimento, si no los aplasta al caerse en su cama, podrán todavía sobrevivir un tiempo más para engrosar su colección.
Por ahora quisiera cerrar esta entrada comentando algo que me llamó la atención respecto de la serie de televisión, de la transición que se opera de la Generación 1, protagonista en las dos primeras temporadas, hasta el momento en que deciden hacer la película y llevar el argumento por otros derroteros. Cuando termina la película se ha producido una especie de limpieza, como si la vieja idea debiera ser reanimada. Optimus Prime y varios de sus acompañantes claves fueron muertos. Megatron es ahora Galvatron, se mueve junto a otros soldados azules que en poco se diferencian unos de otros. Rodimus asume la lideranza en los autobots, acompañado por el otrora candidato a ese puesto, UltraMagnus. De los dinobots ya no se ve lo mismo, a GrimLock le dan un toque más caricaturesco, algo ridículo, en sus diálogos. La gran variante es que la trama ya no se desenvuelve en la Tierra, es decir, ya no se trata de un guerra en la que los autobots protegen a los humanos de la amenaza de los decepticons, que buscan fuentes de energía a como de lugar para exportarlas a su planeta destruido Sivertron. Ahora la trama se desenvuelve en lo largo y ancho del universo, con visitas a planetas desconocidos, con la inclusión de otros robots y personajes de lo más raros, algunos demasiado humanizados (manía Walt Disney), robots a los que les han agregado barba, bigote, e incluso bigotes estilo francés, como si fueran unos Rene Descartes mecánicos que se alisan el bigote en sus meditaciones a la luz de una chimenea. ¿Y los labios? Los labios en la autobot mujer, además de sus formas, tan humanas cuando es robot, todo ello le da un toque burdo a la serie.
Pero eso no es todo. Cuando era niño, ya en tránsito a la adolescencia, todavía no habían las empresas de cable televisivo en Bolivia, años 92, 94, 95. La serie se transmitió de manera continua en Cadena ABC, que recuerdo con cariño, incluso sus espacios de comerciales. De pronto, después de la creación de los Stunticons y Aelialbots, sin ningún aviso, el salto a la nueva Generación liderada por Rodimus. Ya no me gustó para nada, paré inmediatamente de ver la serie, y pocos días después ya ni siquiera se volvió a transmitir, pasaron a poner otros dibujos animados como Casafantasmas, Johny Quest, y creo que hasta Tortugas Ninja. Eso era mejor que ver cómo arruinaban la idea original de la serie. En esos años recuerdo que no me gustaba para nada los nuevos personajes, el cambio radical en el trasfondo de la serie, los dibujos de los nuevos robots, ni la forma en que mostraban sus transformaciones, de una manera tan cortada que perdía ese mínimo de credibilidad, y esos bigotes, incluso en algunos la forma de un sombrero tejano, todo ello era idiota, tenía 13 años y me daba cuenta perfectamente.
Hoy, 20 años después, cuando veo ese paso de la serie, ese salto abrupto, mejor entendido con la visualización de la película animada, puedo observar otras razones y entender porqué se esfumó el encanto. Aquellos años, la decepción de ese cambio contribuyó a que se sumara un sentimiento más al de la admiración que teníamos a esos personajes, Optimus Prime, Perceptor, Power Gly, Megatron, Sound Wave..., junto a todos sus aliados Combiners, y es que habíamos pasado a sentir además nostalgia por la atmósfera y familiaridad de esos capítulos. Así, para muchos representó el fin de un ciclo en la niñez, se siguió coleccionando los juguetes mientras llegaron, sobre todo imitaciones, sólo en base a la reserva de admiración y cariño que le teníamos a la serie en sus primeras temporadas, a la idea original. Luego pusimos todo ese cariño en una cajita, cerramos con llave, y lo dejamos en las cajones de la niñez, listos para dar otros pasos en la vida que se abría de par en par ante nosotros. Y así como revive Optimus en algún punto de la historia, así como lo encuentran los Primales en Beast Wars, en una especie de museo autobot, así también vuelven en nosotros una serie de flujos cuando reabrimos la cajita para compartirla a brazos abiertos con el hijo amado.
Retomo la serie junto con Tiago y noto algunos elementos en los que perdieron el toque los que pasaron a encargarse de los capítulos de la serie después de la muerte de Optimus. Bajó la calidad de los dibujos, pero también de las transformaciones, como ya hemos dicho. Pero principalmente se volvió más oscuro, más violento, dirigido a un público un poco más grande, en sus mismos diálogos y argumentos, no por complejos, sino por lo que daban por sentado, hablaban de engaño, de maniobras para engatusar a la víctima, o mostraba escenas algo fuertes para un niño, como por ejemplo en la serie de cinco capítulos titulada "Las cinco caras de la oscuridad", donde no tienen problemas en mostrar cómo trituran en pedacitos a uno de los héroes, el helicóptero verde que acompañaba a Rodimus; es una descuartización, probablemente algo chocante para los niños que estaban encariñados con ese autobot. Sin embargo los nuevos productores de la serie no supieron mantener esos lazos emocionales de los espectadores con los personajes de la serie, ahora eran demasiados elementos en cada capítulo, galaxias y planetas en una misma sopa, monstruos de cinco cabezas o robots con cabezas giratorias, pulpos monstruosos, salamandras asesinas robóticas, además del fantasma del planeta devorador Unicron, viajes espaciales por aquí y por allá, todo ello era más difícil de absorber, la trama se abría y abría, en algún momento llegaba el cansancio, la dispersión, no había el encanto tampoco en la trama, algo más seria, algo más adulta, como si hubieran olvidado que se trataba de una serie de dibujos animados para los niños, ahora querían captar la atención de los niños que ya había crecido un poco, tal vez hasta de los chicos de quince años.
Mientras mi hijo y yo nos sumergimos en el mundo de los transformers cada día que estamos juntos, algo nos acompaña, al menos rodea el panorama del pequeño departamento en el que lo recibo; me refiero a los libros, también los papeles y cuadernos de anotaciones, además de las hojas de exámenes y pruebas de mis estudiantes en la universidad: son una presencia constante en el panorama de mi casa que debemos sortear, hacer a un lado o en otros casos usar como apoyo o como obstáculo en nuestros mismos juegos. Creo que esto se me ocurrió mientras graneaba el aróz ayer. Desde la óptica de la relación con mi hijo, los libros pueden ser vistos como transformers en sí mismos. Los libros son otro tipo de juguetes con los que nos obsesionamos, somos abducidos, asaltados y en ellos nos perdemos o encontramos muchas veces. Me explico: cuando un autor(a)escribe un libro, lo que hace es compartir sus formas de leer otros libros. Pero él, o ella, no comparten esa manera de hacer en modo directo, o sea, ellos no nos dicen "mira yo leo así..." Lo que ellos hacen es poner en la página lo que tienen para decir, mientras que los detalles de su forma de leer están impresos en su escritura casi de modo subterráneo, tanto como en su forma de organizar el libro, en sus citas, en los mismos apartados, si usan pies de página o no, si tienden a buscar el hipertexto o se encierran en la unidad de un solo texto, etcétera; es decir, hay algo que está ahí que el autor no dice, que le toca decodificar al lector(a) de turno. En este sentido, existen algunos autores que escriben para ciertos públicos lectores más atentos que otros. Puedo pensar en Luis H. Antezana si hablamos de nuestro medio local. Otro ejemplo es Ricardo Piglia, el crítico y novelista argentino, que es un lector muy atento, desmenuza los libros y sus referencias internas, nos hace sentir su goce a tiempo que se manifiesta como un lector minucioso. Pues bien, es válido suponer que cuando escribe espera dialogar con ese tipo de espíritu de lectura, y un buen ejemplo de ello es su libro "El último lector", publicado con Anagrama. En él Piglia dialoga imaginariamente con Borges y con Kafka, aunque en el lenguaje formal debamos decir que "ha escrito sobre ellos en esas páginas". Lo que hace ahí en realidad es ponernos como testigos mientras dialoga con ellos, se hace cómplice del ánimo obsesivo que emana de esas obras, se sumerge en la mecánica que sostiene la escritura de estos autores que admira, Piglia es una especie de relojero amable que observa y precisa. En tanto que lector, algo que hace muy bien Piglia es desdoblar los textos, opera con agilidad, de modo que da testimonio de su modo de desplegar aquello que los autores habían dejado replegado en sus obras. Aquí no basta con decir que los libros están vivos, de algún modo esto lo intuye cualquiera que se ha relacionado con un libro y ha llegado a amarlo. Decimos además que los libros están a la espera de ser transformados, son susceptibles de ser transformados, de hecho esperan que eso suceda, pues sólo así preservan su actualidad y pertinencia. Por supuesto, el libro no se transforma por sí solo, precisa del lector atento para ser transformado, en un proceso que llamamos "lectura", en el que tanto el libro como el lector se transformarán en modos íntimos y no siempre percibidos por el ojo distraído y ordinario. Un libro es un transformer, porque contiene en sí múltiples planos que lo habitan, planos que cohabitan como en una vecindad, junto con estados de deseo enganchados con un exterior siempre contemporáneo. No nos referimos sólo al contenido, principalmente a esa composición interestelar que reposa entre las palabras. La reordenación de esos planos en un libro, la capacidad para hacer de unos la superficie y de otros la profundidad, la manera en que se enfatiza algo, se selecciona un enfoque, o se le resta importancia a esa faceta, todas esas son operaciones que configuran la transformación de un libro por medio de la lectura. Virginia Wolf era la que decía "¿quién habla de la escritura?, el escritor no, a él le interesan otras cosas..."; lo mismo podríamos decir de los libros, a ellos no les interesan ni el libro ni las bibliotecas, ellos están ahí para formar parte de un proceso extraliterario que tiene mucho más que ver con la Vida, los flujos impersonales que recorren la atmósfera, los deseos desatados sin rumbo aparente, la música que emana de los mil orificios de la Tierra.
He dicho antes que Tiago y yo nos sumergimos en el mundo de los transformers. Para la gran mayoría de jóvenes de mi edad que vieron la serie animada de los Transformers en su niñez, no es nada difícil relacionarse con lo que expreso. Existe en muchas partes del mundo toda una generación de fans de la serie, de los personajes sobre todo, y de alguna manera esa antorcha se está pasando ahora a los menores de esta nueva época. Mi hijo tiene 5 años y ya convierte a sus robots en automóviles y viceversa con pericia, tiene la habilidad que yo creo haber tenido a los 7 u 8 años. No recuerdo haber tenido tan temprano la calidad de los juguetes que él tiene hoy, ni eran de la misma complejidad, lo cual me hace recordar que los tiempos son otros y que todo ello está bien. En su cumpleaños le regalé un Stegosaurus Dinobot, de los originales de Hasbro, no fui el único, su madre y sus abuelos hicieron lo mismo, de modo que todo su afán esos días fue el de relamerse pensando en la colección completa que iba a tener. Se había encargado ya con semanas de anticipación de hacer pactos con todos para saber cuál le iba a regalar cada uno, así, a mí me había tocado el Perodactylus. Llegando a la tienda sin embargo ambos quedamos medio desencantados, el robot se veía bastante simple, falto de chiste, y la transformación en dinosaurio era medio rara, con esas dos cabezas y dos colas que le han impuesto en la película de Michael Bay. Después de sopesar las diferencias se decidió por el Stegosaurus, y al sacarlo después de la caja estuvimos seguros de que era la mejor decisión.
Desde hace más de un año juntos nos hemos dedicado a explorar en el mundo de la serie animada. Por su cuenta en el cable Tiago disfruta de los estrenos de RescueBots, pero cuando está conmigo lo llevo siempre un poco más hacia los orígenes, la Generación 1. Optimus Prime tiene un montón de características para encantar a cualquier niño: es un flamante camión con carrocería, de colores vivos, rojo y azul, es el más grande de los autobots, al menos porque generalmente se rodea de otros más pequeños como Bumblubee, Jazz, Cliff Jumper, Mirage, o los mismos Iron Hide y Ratchet. Cuando yo era un niño alucinaba tanto como los otros mozalbetes de mi generación con esos juguetes, resulta que la serie de televisión es un poderoso instrumento de marketing para la colección de juguetes Hasbro. Terminado cada capítulo lo que sigue es la idea de coleccionar los autos nuevos que van apareciendo, o el tanque (Warpath), tal vez el bombero (Inferno), el cohete que los lleva a Sivertron (Omega Suprime), o un avión de perfil heroico (SkyFire).
Mi hijo se ha tomado bien la ruptura que significa la película animada que salió en 1986 si no me equivoco, en la que muchos de los autobots de la G1 perecen a manos de los Decepticons; uno de los momentos traumantes para un niño y hasta para un adolescente tiene que haber sido presenciar la muerte de Optimus Prime, pues lo que hacen los nuevos realizadores de la serie en ese periodo es presentarla con demasiados paralelos a la muerte de un humano, con todo el sufrimiento inherente de un niño, Danny, su amigo, llorando a los pies de la plataforma donde ya descansa inerte el viejo líder. Confieso que por un buen tiempo salté esa escena en la película para que mi hijo no la viera y evitarle el impacto, o al menos el desencanto. Sólo cuando me dí cuenta de que podía asimilarlo bien, pues en la película de Michael Bay también han sucumbido a la tentación de hacer morir a Optimus Prime y revivirlo, pasé a explicarse que se trataba de un descanso que se iba a tomar Optimus. Cuando lo ve, ayer sábado 20 de diciembre lo volvimos a ver, se reconforta inmediatamente diciendo "pero sólo es un descanso, porque necesita descansar". La serie de cuatro películas de Michael Bay tiene puntos rescatables, sobre todo en la primera entrega, pues además de cierta fidelidad en el argumento, ofrece puntos de contacto entre generaciones, une a los padres con sus hijos en cierto sentido, sin ese paso por el cine de Hollywood no se habría reanimado en tal modo el movimiento en torno a los juguetes, eso hay que reconocerlo. Sin embargo para mi hijo el puente directamente fueron los juguetes que le mostré, los que tenía guardados en una caja grande para dárselos a él. Esto fue un día de octubre del 2013, su mamá estaba con nosotros. Saqué la caja con más ansias que él seguramente, había imaginado ese momento varias veces, tal vez incluso de que él naciera. Desempolvar los viejos juguetes de la niñez es comunicarse con puntos emotivos de nuestro pasado. Los juguetes son paquetes sensibles, aglutinan bloques de espacio-tiempo, de alguna manera te retrotraen hacia otro tiempo dentro del presente en el que te encuentras. En esas condiciones, lo que hace falta es un interlocutor, alguien a quien contarle los detalles de la transmisión, de dónde vienen esos juguetes, cómo jugabas tú con ellos, cómo los guardaste, qué hacías tú de niño, y ese interlocutor ideal es tu hijo, que te mira con ojos luminosos, sonriente, sorprendido, sabiendo en su corazoncito que está presenciando su paso a un nuevo mundo mágico, se inaugura un nuevo lenguaje que compartirá con su papá. Sivertron, ¿qué es eso?, y ¿qué me dice de energón o de chispa suprema? Una mamá o unos abuelos difícilmente podrán hablarle de ello a un niño, pero el padre sí. Así que comencé a mostrarle a mi pequeño las bondades de esos juguetes, de robot a volqueta, a peta, a jeep, a bombero, camioneta, coche de carreras... ¡Qué niño no se sentiría maravillado! Al mismo tiempo, claro está, le enseñaba del cuidado, cosa todavía algo difícil cuando tienen menos de cuatro años, pero igual, inculcarle que maneje con cierto cuidado las trasnformaciones, saber conservar las piezas. Su mamá me atacaba en alguna que otra ocasión diciéndome que eran chinos, que se rompían sólo por eso. Se lo grabó a mi hijo en la cabeza, y hasta el día de hoy él tiene ese argumento, que comparto cuando corresponde, pero que es rebatido cuando comprueba que varios de esos juguetes imitados, no necesariamente chinos, se mantuvieron sanos hasta el momento presente, casi 20 años, y que si no los pisa, si no los deja caer en pavimento, si no los aplasta al caerse en su cama, podrán todavía sobrevivir un tiempo más para engrosar su colección.
Por ahora quisiera cerrar esta entrada comentando algo que me llamó la atención respecto de la serie de televisión, de la transición que se opera de la Generación 1, protagonista en las dos primeras temporadas, hasta el momento en que deciden hacer la película y llevar el argumento por otros derroteros. Cuando termina la película se ha producido una especie de limpieza, como si la vieja idea debiera ser reanimada. Optimus Prime y varios de sus acompañantes claves fueron muertos. Megatron es ahora Galvatron, se mueve junto a otros soldados azules que en poco se diferencian unos de otros. Rodimus asume la lideranza en los autobots, acompañado por el otrora candidato a ese puesto, UltraMagnus. De los dinobots ya no se ve lo mismo, a GrimLock le dan un toque más caricaturesco, algo ridículo, en sus diálogos. La gran variante es que la trama ya no se desenvuelve en la Tierra, es decir, ya no se trata de un guerra en la que los autobots protegen a los humanos de la amenaza de los decepticons, que buscan fuentes de energía a como de lugar para exportarlas a su planeta destruido Sivertron. Ahora la trama se desenvuelve en lo largo y ancho del universo, con visitas a planetas desconocidos, con la inclusión de otros robots y personajes de lo más raros, algunos demasiado humanizados (manía Walt Disney), robots a los que les han agregado barba, bigote, e incluso bigotes estilo francés, como si fueran unos Rene Descartes mecánicos que se alisan el bigote en sus meditaciones a la luz de una chimenea. ¿Y los labios? Los labios en la autobot mujer, además de sus formas, tan humanas cuando es robot, todo ello le da un toque burdo a la serie.
Pero eso no es todo. Cuando era niño, ya en tránsito a la adolescencia, todavía no habían las empresas de cable televisivo en Bolivia, años 92, 94, 95. La serie se transmitió de manera continua en Cadena ABC, que recuerdo con cariño, incluso sus espacios de comerciales. De pronto, después de la creación de los Stunticons y Aelialbots, sin ningún aviso, el salto a la nueva Generación liderada por Rodimus. Ya no me gustó para nada, paré inmediatamente de ver la serie, y pocos días después ya ni siquiera se volvió a transmitir, pasaron a poner otros dibujos animados como Casafantasmas, Johny Quest, y creo que hasta Tortugas Ninja. Eso era mejor que ver cómo arruinaban la idea original de la serie. En esos años recuerdo que no me gustaba para nada los nuevos personajes, el cambio radical en el trasfondo de la serie, los dibujos de los nuevos robots, ni la forma en que mostraban sus transformaciones, de una manera tan cortada que perdía ese mínimo de credibilidad, y esos bigotes, incluso en algunos la forma de un sombrero tejano, todo ello era idiota, tenía 13 años y me daba cuenta perfectamente.
Hoy, 20 años después, cuando veo ese paso de la serie, ese salto abrupto, mejor entendido con la visualización de la película animada, puedo observar otras razones y entender porqué se esfumó el encanto. Aquellos años, la decepción de ese cambio contribuyó a que se sumara un sentimiento más al de la admiración que teníamos a esos personajes, Optimus Prime, Perceptor, Power Gly, Megatron, Sound Wave..., junto a todos sus aliados Combiners, y es que habíamos pasado a sentir además nostalgia por la atmósfera y familiaridad de esos capítulos. Así, para muchos representó el fin de un ciclo en la niñez, se siguió coleccionando los juguetes mientras llegaron, sobre todo imitaciones, sólo en base a la reserva de admiración y cariño que le teníamos a la serie en sus primeras temporadas, a la idea original. Luego pusimos todo ese cariño en una cajita, cerramos con llave, y lo dejamos en las cajones de la niñez, listos para dar otros pasos en la vida que se abría de par en par ante nosotros. Y así como revive Optimus en algún punto de la historia, así como lo encuentran los Primales en Beast Wars, en una especie de museo autobot, así también vuelven en nosotros una serie de flujos cuando reabrimos la cajita para compartirla a brazos abiertos con el hijo amado.
Retomo la serie junto con Tiago y noto algunos elementos en los que perdieron el toque los que pasaron a encargarse de los capítulos de la serie después de la muerte de Optimus. Bajó la calidad de los dibujos, pero también de las transformaciones, como ya hemos dicho. Pero principalmente se volvió más oscuro, más violento, dirigido a un público un poco más grande, en sus mismos diálogos y argumentos, no por complejos, sino por lo que daban por sentado, hablaban de engaño, de maniobras para engatusar a la víctima, o mostraba escenas algo fuertes para un niño, como por ejemplo en la serie de cinco capítulos titulada "Las cinco caras de la oscuridad", donde no tienen problemas en mostrar cómo trituran en pedacitos a uno de los héroes, el helicóptero verde que acompañaba a Rodimus; es una descuartización, probablemente algo chocante para los niños que estaban encariñados con ese autobot. Sin embargo los nuevos productores de la serie no supieron mantener esos lazos emocionales de los espectadores con los personajes de la serie, ahora eran demasiados elementos en cada capítulo, galaxias y planetas en una misma sopa, monstruos de cinco cabezas o robots con cabezas giratorias, pulpos monstruosos, salamandras asesinas robóticas, además del fantasma del planeta devorador Unicron, viajes espaciales por aquí y por allá, todo ello era más difícil de absorber, la trama se abría y abría, en algún momento llegaba el cansancio, la dispersión, no había el encanto tampoco en la trama, algo más seria, algo más adulta, como si hubieran olvidado que se trataba de una serie de dibujos animados para los niños, ahora querían captar la atención de los niños que ya había crecido un poco, tal vez hasta de los chicos de quince años.