Por: Jorge Luna Ortuño
Hay algunos en el panorama teórico actual que ven con muy malos ojos a los intelectuales que aparecen con demasiada frecuencia en los medios, peor si es la televisión siendo entrevistados. Michel Onfray, filósofo francés, responde con sarcasmo: "también existen los intelectuales que se quejan porque nadie los invita a un programa y sus libros no los leen más que sus amigos en la academia y colegas, también existe eso, yo elijo a qué programas quiero ir, no acepto cualquier invitación, eso no está tan mal".
Onfray, que a sus 28 años sufrió un paro cardíaco, nos ofrece una especie de filosofía novelada, aunque él no la presenta así ni tiene necesidad de hacerlo. Escribiendo sobre el Jardín de Epicuro como modelo para la Universidad Popular -que fundó el 2002 junto a sus amigos colegas en Caen-, utiliza el denominativo de personaje conceptual. Así es, el Jardín aludido funcionaría como una especie de personaje conceptual en sí mismo, siguiendo la propuesta de Deleuze y Guattari en Qué es la filosofía. Sería una "oportunidad de filosofía y de filosofar", "una casa destinada a la idea". Así Onfray avanza y nos hechiza, conjuga la capacidad de entusiasmarnos con un estilo vigoroso y de escasas citas, su prosa es encendida, no se contiene, dispara por ráfagas, párrafos cortos, y de vez en cuando se da tiempo para abundar en el uso de adjetivos y descripciones sensoriales.
Sus libros son best sellers, al menos algunos de ellos, tiene publicados más de 50 y cuenta menos de 55 años. No es un cínico como lo era Diógenes de Sinope, ni es un escéptico como lo fue Pirrón, y tiene especial afecto por Epicuro. Sin ser como ellos, logra un impacto demoledor, llama la atención y es leído por públicos muy amplios. ¿Cómo? No es un gurú de autoayuda, no no, pero entra en ese circuito que tan bien aprovechan las multinacionales como las marcas de ropa americana, que mediante sus productos invitan a la individualidad, a la originalidad, a la rebeldía, a cierta construcción de uno mismo, liberalismo democrático mal entendido. Onfray utiliza la filosofía para contradecir en ese circuito. Entiende que la filosofía de la época helenística se preocupaba por teorizar en función de efectos prácticos para la vida, que tiene conexión todavía con las preocupaciones actuales de la gente en Europa. Robert Kiyosaki logra un éxito editorial con su serie de libros "Padre Rico Padre Pobre", porque cuenta su historia mientras enseña nociones de economía con la promesa de que te ayudará a volverte financieramente independiente. Jurgen Habermas en cambio escribió un libro junto al penúltimo Papa, sabemos que le interesan temas relacionados con la comunicación, pero vaya a saber cuál es el público que lo lee. Michel Onfray se destaca en este campo, sabe ventilar sus ideas, sabe construir sus canoas para decorar el envoltorio, y ofrece algo que cultiva a los que lo leen, o lo van a escuchar en sus clases magistrales en la Universidad Popular.
Pero habíamos dicho que buena parte de su propuesta consiste en escribir una filosofía novelada. Entendemos aquí la novela de una manera muy simple: un género literario en el que se narran las peripecias de unos personajes. Onfray nos narra las peripecias de ciertos personajes dentro de la historia de la filosofía, por supuesto que en la página que escribe los héroes tienen que tener buenos tratos con la inmanencia. Para Onfray los buenos de la película son Epicuro, Demócrito, Nietzsche, Montaigne, Deleuze, entre los que más rescata y utiliza como "filósofos de cabecera". El gran villano en su novela siempre es Platón, a quien no le tiene la menor misericordia; ocasionalmente Kant y Descartes juegan también ese papel poco honroso. El personaje del malo en Onfray es bastante plano, no tiene matices, no se permite el mínimo grado de admiración, o los quiere o los odia por completo, no admite medias tintas. De modo que su villano es siempre un personaje plano, muy cercano a esos villanos truchos que se encuentran en una película de acción de clase B. Ahora, si se trata de un uso adecuado de lo que es un personaje conceptual, lo que hará Onfray, pese a la dureza de sus palabras, no será decirnos que le cae mal Platón, o que tiene casi un problema personal con él. Lo que pasa es que en la construcción teórica de su plano, el que cumple el rol de frontera, aquel que devuelve todo a la cochina trascendencia, es Platón, porque la misma historiografía oficial se ha encargado de ponerlo en ese lugar referencial. Es una cuestión de ser consecuente en su forma de ver las cosas. El personaje cercano es un amigo del concepto, ayuda a rayar los vértices del problema al que remite, y al mismo tiempo existe el otro, que Deleuze llama el personaje antipático, el que señala los peligros propios del plano, las malas percepciones, las distorsiones, aquello que invoca un carácter repulsivo, y que sin embargo es también parte de la trama del plano que se está construyendo. El gran antipático para la generación precedente en Francia, conocida por algunos como los posestructuralistas, había sido Hegel con su dialéctica devoradora. En la lectura de Onfray parece darse por sentado que la batalla contra el idealista Hegel ya fue superada por sus antecesores. Foucault, Lyotard y Deleuze, principalmente, prolongando el proyecto nietzscheano, ya lograron cavar una serie de salidas para el pensamiento filosófico frente a la hegemonía que ostentaba el autor de La ciencia de la lógica. Pero necesitaban de esa inercia en contra para dar vida a sus proyectos, y lo mismo pasa con Platón en la construcción de una Contrahistoria de la filosofía, la colección de más de 10 tomos que Onfray viene trabajando como sostén teórico de la Universidad Popular. De modo que Onfray concentra el furibundo poder de su pluma para descargarlo contra Platón y su edificio teórico desde distintos ángulos; avanza en bloque, sentando bases para una erótica, una dietética, una ética y una política.
Curiosamente, no es muy fácil toparse con lectores interesantes de la obra de Onfray: o lo leen para responderle, cayendo en el juego, o lo leen para seguirlo de manera fanática. Sin embargo, Luis Diego Fernández, filósofo argentino radicado en Buenos Aires, es el caso privilegiado de un lector cómplice. Él nos hace notar con acierto que "Onfray no es un gran creador de conceptos, como sí lo era Deleuze, pero en cambio es un gran sistematizador de tradiciones". Esto es muy interesante porque existen una serie de filósofos interesantes a los cuales la definición de D-G no les acomoda. Por ejemplo, sin ir muy lejos geográficamente, a Tomás Abraham; el rumano-argentino no es un aficionado a la creación de conceptos, él prefiere hablar de ideas y no complicarse la vida. Pero vaya que Abraham es una compañía invaluable a la hora de ponerse el casco y lanzarse a los campos de follaje verde de la filosofía, y teniéndolo cerca como guía y mano amiga. En este sentido, Onfray funciona de una manera parecida, es un hacedor de brújulas. No se propone crear, no es un innovador. Se autodenomina como hedonista, nietzscheano de izquierda, pero me parece que es, ante todo, un ecléctico, reivindica aquella corriente poco retomada de la época helenística. ¿En qué sentido? Porque elige y selecciona lo mejor, pero no lo mejor en sí, sino lo mejor para su proyecto, lo que le permite avanzar en su propio proyecto. Esto requiere que él tenga muy claras las cosas, y las tiene, por ello otra característica que Luis Diego Fernández también resalta en su corpus filosófico, y es la coherencia.
La primera tarea, por tanto, es cartografiar estos territorios. Enseñar a practicar relevos, identificar los pasajes, anotar los callejones sin salida. Aquí se subraya el obstáculo, el imposible flujo; allá se descubre la línea de paso. [...] Así, la filosofía se enseña a la manera de como se hace un mapa. Luego se entrega una brújula y se invita a cada uno a dibujar su ruta, a inventar su propio camino.
(Michel Onfray, La comunidad filosófica, p. 117. Gedisa editorial.
Volvamos a la imagen de Onfray como "sistematizador de tradiciones". Su trabajo consiste en extraer y conectar, uniendo cabos para dar una figura de mosaico, donde teorías filosóficas que mantienen una amistad silenciosa por su vocación afín se pueden finalmente encontrar juntas. Por ejemplo, en Las sabidurías de la antiguedad, la manera en que raya un territorio y pone juntos a los filósofos hedonistas que deben ser recuperados para su mundo no canónico. Se trata de una radicalización de una intuición que ya se hallaba en el trabajo de Gilles Deleuze. Si uno lee las palabras de Deleuze en libros como Diálogos o Conversaciones -ideales para aprender a leerlo- se verá que él ya se refería a la existencia de un linaje subterráneo dentro de la historia de la filosofía, una especie de linaje lateral, contracultural, marginal si se quiere, donde colocaba a Lucrecio, Duns d´Scotto, Bergson, Spinoza... Sentía que había una especie de conexión eléctrica entre ellos. En su obra se hallaron los vínculos para entender esa secreta filiación.
En el caso de Onfray el trabajo de hacer esas filiaciones se efectúa sin la misma profundidad. Su caso no es el de una ballena que se interna en lo más hondo de los mares, más bien se trata de un pez saltarín que no puede estar quieto ni a gusto demasiado tiempo en un solo lugar, vive de la variación, de la velocidad, de la producción obsesiva. Escribe como máquina, un flujo de escritura con vida propia -como atestigua después de su infarto- apenas pasa los cincuenta años y ya tiene algo así como sesenta títulos publicados. Es una barbaridad, es como si Onfray no se limitara a meterse al baño con un libro para leerlo, ¡él prefiere meterse con su computadora portátil para escribir!. Dejando la broma de lado, lo cierto es que una deficiencia de la publicación frecuente se nota cuando un escritor escribe más de lo que lee. Onfray es prolijo y exitoso editorialmente, pero esto nos deja dudas. Existe muchísimo que leer, posturas nuevas, reactivaciones, giros interesantes, trabajos que ya han sido hechos por otros. A Onfray parece no importarle si se repite, tiene un coraje de producir que por otra parte es notable. Juega según sus reglas, es un egoísta en más de un sentido, pero también habla del contrato hedonista, "gozar y hacer gozar al otro". Me resulta algo chocante su manía de encontrar siempre alguien contra quien estrellarse para poder dar rienda suelta a su admiración por el otro bando. Cuando escribe su libro sobre Camus tiene demasiada necesidad de denigrar a Sartre, de hacerlo papilla de algún modo, o de vengar las duras palabras que éste le había dedicado al argelino en una correspondencia muy agitada. Sartre le había dicho a Camus, entre otras cosas, que sus lecturas de filósofos no eran de primera mano, que su lectura era débil, que no había entendido a Hegel, que era un filósofo clase B... Onfray responde con malicia lo que Camus prefirió callar en su momento. Según él sólo se limita a exponer los hechos, poniendo al descubierto una incongruencia política que pocos supieron perdonarle al autor de El ser y la nada. Entonces, y ya finalizando, lo que choca en Onfray es su gusto por la polémica, por las palabras subidas de tono, su necesidad de ahondar en detalles de la vida privada, de cómo vivía tal o cual, descartarlo, hacerlo quedar mal, y luego comenzar a afirmar su propia vena productiva. En este sentido se puede decir que Onfray esboza un antirelato radical. No es "contra", es "anti". La diferencia es grande, la contracultura por ejemplo en los 60 no se definía como algo opuesto, sino como una compensación, "contra" era más algo así como equilibrar del otro lado, compensar. Pero Onfray es anti, y es el filósofo anti-Platón, sin la menor pena. Reduce toda crítica posible a su propia altura, no se toma el tiempo de encontrar algo admirable en aquellos con los que no está de acuerdo. Es amigo de las simplificaciones, mejor evitar los rodeos antes que dar oportunidades. ¿Será correcto decir que Onfray escribe a veces con el hígado, que es un escritor algo visceral?
No importa. Nosotros a la vez podemos también ejercer el eclecticismo al leerlo. Hay mucho para tomar de Onfray, hay líneas de intersección en las que se puede trabajar a su lado, o al menos con la sensación de su enfoque. Destaco sobre todo su reivindicación, muy justa, al saber poner una distancia entre los temas y los tratamientos filosóficos. No es ya lo que caracteriza a la filosofía el objeto del que se ocupa; antes bien, lo que garantiza su singularidad son los procedimientos que pone en marcha, la manera de leer, de abordar sus temas. No es que lo haya dicho antes, pero le ha insuflado una energía desbordante a esa posición, y esto origina nuevos campos de trabajo, como por ejemplo, lo que denomina la "gastrosofía".