El mítico equipo de Brasil tricampeón mundial en México 70 |
¿En qué se parece el fútbol a Dios? En su libro Fútbol a sol y sombra, Eduardo Galeano responde: “en la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que le tienen muchos intelectuales”. Recuerden a Borges, que en un acto de extrema indiferencia dictó una conferencia sobre la inmortalidad el mismo día y a la misma hora en que debutaba la selección argentina en el Mundial de 1978. No sorprende que una gran mayoría de eruditos y de intelectuales no se haya sentido atraída por la magia del fútbol, pues es un juego que está animado por fuerzas misteriosas, que no se pueden captar desde la reflexión. En todo caso, sería como fumarse un buen pucho: los que viven el fútbol con pasión lo saborean, los que lo reflexionan se quedan con las cenizas. Fútbol=pasión, estado de ánimo, danza de emociones, sentimiento, en fin, una manera de vivir. Jorge Valdano escribe: “Sin el auxilio de los intelectuales, el fútbol creó su propio lenguaje, de modo que uno puede oír, sin escandalizarse, que un jugador saca un corner corto con pierna cambiada. Si no les gusta, se lo merecen por habernos dejado solos durante tanto tiempo”.[1] Pero luego inmediatamente uno tiene que corregirse y exclamar ¡que tontería!, ¿cómo no se interesaron antes los intelectuales si en una cancha de fútbol están puestas a la luz todas las claves para entender cuestiones como el fortalecimiento de las identidades, el sentido de pertenencia, el orgullo comunitario, y hasta del choque entre lo local y lo global?
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El
fútbol y el pensamiento evocan más espacios en común de los que se cree. En Cuentos de los años felices, Osvaldo
Soriano reivindica esa habilidad de “pensar con los pies” que el fútbol nos ha
enseñado. Futbolistas-artistas como Garrincha, Pelé, Cruyff, Maradona, Zidane, Ronaldinho y ahora Messi, llevaron y llevan al fútbol a otro umbral, nos hacen
saber que pensar con los pies es algo que está inscrito en la potencia del
hombre: dentro del campo de juego, el pie reclama y ejerce una autonomía para
pensar en medio de problemas urgentes que no dejan tiempo para consultar al
lejano cerebro. (Habría que citar a Valdano al infinito). Es por eso que un gran futbolista puede llegar a actuar a
partir de dos y hasta tres formas de pensar, según sea con la cabeza, con el
corazón, o con los pies. En una entrevista con Ariel Sacher, Valdano cita unas
reflexiones del músico ruso Igor Stravisnski: “No hay que menospreciar a los dedos, son grandes inspiradores y, en
contacto con un instrumento musical, con frecuencia sacan a la luz ideas
inconscientes que de otro modo nunca habrían llegado a nacer”.[2]
Zidane hacía saltar ideas cuando sus pies se juntaban con la bola, y lo mismo se
aplica a un escritor cuando se confronta con la máquina de escribir para dar
vida a ideas que no hubieran aparecido de otra manera. Escribir, jugar,
meditar, hacerse un bote vacío. Garrincha, el futbolista taoísta, jugaba en estado de meditación, era
un perfecto vacío indescifrable, sin preferencias, marcarlo era tarea
quijotesca pues no era él el que trepaba en zig-zag con la bola por la banda
derecha sembrando rivales; más bien era algo que pasaba a través de él, eran
sus piernas chuecas eligiendo los caminos, su cintura eligiendo la torsión, y su cuerpo
todo mandando por sí solo las señales mentirosas. Se cuenta que en una ocasión
le preguntaron cómo hacía para gambetear de esa forma a las defensas, y él respondió sin agitarse:
“ellos se descuidan y yo paso”.
“Mané” Garrincha, encarnación de la gambeta, estafador elegante, aviso de una elección que nunca llega; el
jugador-imperceptible por excelencia, siempre en fuga, siempre por fuera,
indescifrable, inclasificable, clandestino del fútbol.
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Los tres mosqueteros del Barza |
Luego
existe por debajo una segunda línea que es flexible, subterránea, y nos remite
a movimientos, deslizamientos, fuerzas que nos impulsan o que al contrario nos pueden
hacer caer en crisis, en agujeros negros. Para el fútbol, es una línea en la
que se marcan los saltos, las caídas, los progresos imperceptibles, las
innovaciones de estilo, las fuerzas que animan a un equipo y otras cuestiones
inconmensurables: creatividad, velocidad mental, coraje, espíritu, música
interna... Del 3-5-2 al 4-4-2, así lo marca el Mundial de EEUU 94.
Pero muy pocos equipos juegan en esta línea. El emblema de lo pobre es la selección de Italia, la última campeona del mundo, una tecnócrata del orden, impulsora del catenaccio, adicta al 0-0, a la pobreza del juego, y una gran perdedora por dentro. Pasa igual que en la literatura: un tipo puede escribir libros que sean best sellers, pero sin que eso signifique que sea un verdadero escritor; su éxito se enmarca sólo dentro de la primera línea. Y en la historia del fútbol muchos equipos best sellers han triunfado en desmedro del fútbol. Ángel Cappa, director técnico argentino, dice que el mayor fracaso futbolístico es el de Grecia en la Eurocopa del 2004 –que fue campeona con una mediocridad espantosa–; por el contrario, uno de los mayores éxitos fue el equipo de Holanda de Cruyff, aunque no haya ganado nunca una Copa del Mundo. ¿Mundo al revés? No, percepción fina, Cappa habla de esa segunda línea que no se ve en la superficie. En ella el crecimiento es vertical, se valora ya no en años, sino en madurez, en simpleza, en oficio de vida, en “sabiduría que se lleva en la piel". El FC Barcelona es el club que más ha crecido en esta línea en las últimas décadas. Como decía Pep Guardiola en sus días de técnico del Barza: "Johan Cruyff pintó la capilla, él simplemente es un restaurador".
Pero muy pocos equipos juegan en esta línea. El emblema de lo pobre es la selección de Italia, la última campeona del mundo, una tecnócrata del orden, impulsora del catenaccio, adicta al 0-0, a la pobreza del juego, y una gran perdedora por dentro. Pasa igual que en la literatura: un tipo puede escribir libros que sean best sellers, pero sin que eso signifique que sea un verdadero escritor; su éxito se enmarca sólo dentro de la primera línea. Y en la historia del fútbol muchos equipos best sellers han triunfado en desmedro del fútbol. Ángel Cappa, director técnico argentino, dice que el mayor fracaso futbolístico es el de Grecia en la Eurocopa del 2004 –que fue campeona con una mediocridad espantosa–; por el contrario, uno de los mayores éxitos fue el equipo de Holanda de Cruyff, aunque no haya ganado nunca una Copa del Mundo. ¿Mundo al revés? No, percepción fina, Cappa habla de esa segunda línea que no se ve en la superficie. En ella el crecimiento es vertical, se valora ya no en años, sino en madurez, en simpleza, en oficio de vida, en “sabiduría que se lleva en la piel". El FC Barcelona es el club que más ha crecido en esta línea en las últimas décadas. Como decía Pep Guardiola en sus días de técnico del Barza: "Johan Cruyff pintó la capilla, él simplemente es un restaurador".
Y
todavía habría una tercera línea mucho más extraña e imperceptible. En el mundo
del fútbol se habla de ella cuando se dice que “jugar es recrear un mundo al
margen del real”; pero ojo, no se entienda este mundo recreado como una ficción o una
fantasía, sino como otro plano de vida con su propio coeficiente de realidad;
esta tercera línea hay que crearla, se traza a medida que se avanza, mientras
se vive, mientras se juega. Aunque esté amenazada por la extinción, todavía es
motivo de debate en el presente, y surge de vez en cuando gracias a tipos como
Marcelo Bielsa, a jugadores como Messi, y a equipos como el Brasil del 70, o el
del 82. Toda una contracultura dentro del fútbol. En esta línea todo es
imprevisible, no hay modo de señalizarle un camino. A fuerza de genio y humor
Garrincha la dejó trazada con fuego; Maradona le rayó otra ruta en un campo
cuando le hizo el segundo gol a Inglaterra en el 86. Ronaldinho la continuó a
su manera con su fútbol alegre e irreverente. Línea de de jogo bonito, línea quebrada,
que se tiene que prolongar, pero no de la misma manera, sino de acuerdo a los
tiempos que se viven. Por eso es tonto reclamarle a Brasil que juegue hoy igual
que hace 40 años. (Esto no le resta responsabilidades a Dunga).
En
fin, tres líneas que también se pueden distinguir en el fútbol, y todavía mucho
más que aprender si se suelta la pluma y se salta a la cancha.
¿Continuará? Esperamos sus comentarios.
Jorge Luna Ortuño