Para efectuar una crítica y pensar el levantamiento de un espacio que amplíe nuevas prácticas de lectura, no es necesario desacreditar por completo al enfoque que siguen las ferias del libro en Bolivia. El descontento ya existe y siempre va a existir porque el descontento es parte de la idiosincrasia del boliviano. No obstante, esto no nos libra de la necesidad de pensar esta sensación de inconformidad. Me sorprendió encontrarme con manifestaciones de varios internautas que muestran su inconformidad por distintos medios, desde los tradicionales hasta las redes sociales. Sin embargo, noto que la mayoría de los comentarios adversos se centran en la cuestión de los no tan amigables precios de los libros en las ferias, y luego en el hecho de que gran parte de la oferta sean libros de superación personal. Otros, los menos, se quejan de que ofrezcan libros de segunda mano en algunos stands.
La crítica que me planteo se centra en otros aspectos que considero más "centrales", por así decirlo, y evito aquí usar la tan mentada expresión "temas estructurales", pues en el raquítico mundo de la política boliviana esa noción se ha devaluado. Digo en cambio centrales porque tienen que ver con el enfoque alrededor del cual se rayan los radios de la circunferencia que llamamos feria del libro. No se le puede pedir a un caballo de carga que sea un excelente competidor en la pista; con la feria del libro pasa algo parecido, no es un espacio que se caracterice por una exigencia de criterios que sirvan para idearlo, es más bien un espacio de "acceso democrático", "exposición popular", lo cual, se cree equivocadamente, otorga licencias de organización débil en cuanto a la propuesta.
La crítica que me planteo se centra en otros aspectos que considero más "centrales", por así decirlo, y evito aquí usar la tan mentada expresión "temas estructurales", pues en el raquítico mundo de la política boliviana esa noción se ha devaluado. Digo en cambio centrales porque tienen que ver con el enfoque alrededor del cual se rayan los radios de la circunferencia que llamamos feria del libro. No se le puede pedir a un caballo de carga que sea un excelente competidor en la pista; con la feria del libro pasa algo parecido, no es un espacio que se caracterice por una exigencia de criterios que sirvan para idearlo, es más bien un espacio de "acceso democrático", "exposición popular", lo cual, se cree equivocadamente, otorga licencias de organización débil en cuanto a la propuesta.
Breve rodeo
El mes de octubre de este año se llevó a cabo la Feria Internacional del Libro de La Paz, y la Cámara del Libro de esa querida ciudad me invitó a una mesa donde se conversaría sobre la relación entre periodistas y el libro. En la ocasión conocí a Ernesto Martínez, gerente general de la librería Martínez Acchinni, hombre atento e inquieto; era él quien coordinaba nuestra mesa, en la que también fueron invitadas las periodistas Liliana Carrillo y Mabel Franco.
Dicho y hecho, fue de ese modo que pude participar de la feria de este año, realizada en el nuevo campo ferial Chuquiagomarca. Aquel sábado por la mañana, 12 de octubre, a medida que el día se iba entibiando con la salida del sol la temperatura de nuestra conversación también iba subiendo en interés y en deseo de participación. Nadie hizo una ponencia ni tampoco nos sentamos en una mesa en la testera, en realidad todo fue espontáneo, aprovechando la buena onda de Ernesto sugerimos sentarnos en un círculo con los pocos asistentes que habían al principio, y poco a poco ese círculo se fue ensanchando con los que llegaban. Se terminó un nutrido grupo. Estaba presente el presidente de la cámara del libro, Jorge Luis Rodríguez, además de una representante del área de bibliotecas en Sucre, lástima que no alcancé a saber su nombre; entre los entusiastas también más de un profesor de colegio, periodistas, algunos estudiantes, y gente afecta al libro.
Dicho y hecho, fue de ese modo que pude participar de la feria de este año, realizada en el nuevo campo ferial Chuquiagomarca. Aquel sábado por la mañana, 12 de octubre, a medida que el día se iba entibiando con la salida del sol la temperatura de nuestra conversación también iba subiendo en interés y en deseo de participación. Nadie hizo una ponencia ni tampoco nos sentamos en una mesa en la testera, en realidad todo fue espontáneo, aprovechando la buena onda de Ernesto sugerimos sentarnos en un círculo con los pocos asistentes que habían al principio, y poco a poco ese círculo se fue ensanchando con los que llegaban. Se terminó un nutrido grupo. Estaba presente el presidente de la cámara del libro, Jorge Luis Rodríguez, además de una representante del área de bibliotecas en Sucre, lástima que no alcancé a saber su nombre; entre los entusiastas también más de un profesor de colegio, periodistas, algunos estudiantes, y gente afecta al libro.
Aquel día llevé un ejemplar de la Revista Ñ, de Clarín, que toca temas de filosofía, arte contemporáneo, libros, cine, danza, y todo el mundo relacionado con la cultura. Me interesaba plantearla como modelo de trabajo. Aunque no me lo había propuesto al aceptar la invitación, me incliné por remarcar que hace falta un elemento aglutinante de cohesión en el sistema que rodea ese producto que llamamos libro. Me explayé en algunas ideas y no tardaron en aparecer algunas resistencias, que fueron de lo más útiles.
Jorge Luis Rodríguez defendió la idea de que la feria del libro tal como la realizan en Santa Cruz es muy exitosa y positiva, y basaba su argumento en el dato de que una empresa a la que habían contratado les había hecho un estudio, que resultó en la halagadora cifra de más de 100000 visitantes registrados en la última feria de este año, un nuevo récord decía con orgullo. Rodríguez señalaba además que tenían comentarios muy satisfactorios de los diferentes expositores, dada la cantidad de libros que vendieron, y que al parecer colmó las expectativas de varios. Me parecía necesario marcar una diferenciación: una cosa es que se registren visitantes, incluso que se vendan libros, y otra es que dicha feria sirva realmente para potenciar la lectura en una ciudad. No son los métodos cuantitativos los que pueden decirnos cuánto se aprovechan los libros vendidos de un año para el otro, o si generan algún nuevo tema de interés en la agenda política, si conmueven, si levantan algún polvo, o llaman la atención sobre temas olvidados.
Aquí es donde arranco, porque una Bienal de Lectura, como la planteamos, se debe a la ciudad que la acoge. En esto es similar al enfoque que Justo Pastor Mellado postuló para la Trienal de Arte Contemporáneo de Santiago hace ya unos buenos años. Una Bienal de Lectura es un espacio de trabajo con ideas, desea intervenir una escena determinada. Intervenir es afectar, irrumpir, modificar un estado de cosas existente, como diría Reinaldo Laddaga. Intervenir también es conectar necesariamente.
Pero el riesgo de algunos eventos ferias y festivales es que no tienen conexión con la ciudad en la que se realizan, no se vinculan con los problemas de la escena, repiten lo que se hace afuera, y terminan siendo una especie de carpas postizas. (¿Acaso el Siart 2013 no ha caído también en esta debilidad a favor de su gusto por la animación cultural?) Se ocupan demasiado de cuidar el ego de algunos autores conocidos de la ciudad, los convierten un poco en invitados de piedra por haber publicado algunas cosas con relativo éxito en el pasado. Y las editoriales ya consolidadas hacen lo que ya saben bien, exponer sus estrenos, hacer un par de charlas...
Para evitar este carácter postizo me gusta retomar el concepto de Campaña de Vacunación, es siempre interesante trasladar algunos términos de la jerga médica al campo de la lectura. Una Bienal de Lectura, que es un espacio temporal que se instala en la ciudad, no va a cambiar definitivamente aquello que se mantiene gracias a la idiosincrasia recelosa de la gente de cada lugar. Pero al menos buscamos proveer de una nueva inmunidad, antídotos para virus específicos, desarrollo de ciertas capacidades puntuales y de una resistencia en lectores. En última instancia, cuando se dice que una feria del libro debería estar construida alrededor del lector, lo que decimos en el fondo es que debe ante todo estimular la existencia del escritor, la curiosidad por la escritura... No es una equivocación, pues el mejor lector de todos, es decir, el más atento y creativo, es al final de cuentas el que escribe. No hablamos de escribir bien o mal, simplemente escribir. Como decía Jesús Urzagasti, se escribe o no se escribe, esas son las dos posibilidades. El escritor nace como posibilidad en el trayecto de sus lecturas. Ponerse a escribir es el siguiente paso. ¿Qué harían las editoriales y las imprentas si no hubieran más escritores? Volver a publicar a los clásicos, esa siempre es una opción popular. Pero como en toda industria, acá también se mueven en torno a la novedad, necesitan de ella para tener alguna relevancia.
Una Bienal de Lectura se debe al lector. Está compuesta por más de un bloque. Por un lado existe un bloque de exposición de obras, ese espacio donde uno necesita curiosear, ver qué hay de nuevo, qué sigue, hojear, dejarse llevar. Luego existe otro bloque de transferencia. ¿Qué se busca transferir en última instancia con la lectura? No es la lectura por la lectura misma solamente. Se trata de lo que viene con ella. En este bloque problematizamos algunas cuestiones, como por ejemplo que no hay necesidad alguna de darle un trato privilegiado al libro. Cuando decimos "lector" no nos referimos al que lee el texto escrito solamente. También se leen imágenes en movimiento, sin que esto convierta a nadie en crítico de cine necesariamente; se lee cuadros de pintura, que gozan de su propio movimiento inmóvil, por así decirlo; se lee también juegos, partidos de fútbol, momentos específicos de una situación, pues de lo que se trata es de aprender a estar presente en el momento, conectado. En este punto un gran estímulo ha sido el libro Prácticas de lectura, dirigido por Roger Chartier.
La crítica
Volvemos, como si se tratara de un avance en círculos, a lo señalado en el inicio. Deseamos esbozar una crítica que toque temas centrales. Es cierto que rebajar el precio de los libros por efecto de la nueva Ley del Libro y la Lectura es una medida positiva para los lectores. No es una medida decisiva sin embargo, solamente es una arista dentro de una estrategia de incentivo de la demanda. Si ese fuera el caso nuestras bibliotecas municipales estarían repletas de lectores de escasos recursos, pero no es ese el caso; la mayoría sólo van a leer el periódico del día. Por otra parte, el internet ya es una herramienta al alcance de un amplio público, las lecturas y la información están a nuestro alcance más que nunca. Pero lo que falta es guiar la lectura, enseñar a cada uno a crearse un mapa, líneas de orientación, qué es lo puede valer la pena y qué no en esta inmensa cantidad de información disponible para ser descargada. La cuestión no es tanto acceder a los libros ni buscar conocimiento, sino comprender más lo que se conoce o lo que se lee.
Convengamos que cuando se expone libros no es lo mismo que se plantea para una feria de ropas o de maquinaria; los libros no vienen con manuales de uso ni se confeccionan por tallas. La Feria del Libro debería servir cada año para incentivar la demanda de lectura, producir más lectores, estimular los usos creativos del libro. Pues cabe preguntarse ¿qué hacemos con lo que leemos al final de cuentas? ¿Qué impacto creativo logran en el transcurso del año las 15 novelas fundamentales del país insertadas a los contenidos escolares? Las Cámaras del Libro se equivocan en tomar como centro de sus operaciones al libro en tanto que producto cerrado en sí mismo, pues el libro es un artefacto engañoso: pese a verse como algo acabado y completamente autónomo, con bordes bien delimitados, la realidad es que funciona en red, no tiene principio ni fin, es un engranaje textual dentro de una maquinaria extra-textual mucho más grande. Bastante de aquello que da lugar a un libro está fuera de él, y al alcance de todos, pero es como si unos ojos perezosos se empecinaran con observar el dedo que apunta a la Luna.
Pensemos lo siguiente: ¿para qué sirve una universidad de artes marciales por internet? El ejemplo concreto es la Gracie University. Los detractores le critican que no puede enseñar realmente un arte de combate a través de vídeos dentro de una curricula diseñada gradualmente, pues el practicante debe ante todo aprender en el contacto con otros en el gym. Pero lo que no todos ven es que la Gracie University capta la atención de un público que está más habituado a frecuentar el internet antes que visitar gimnasios, y que muchas veces los internautas viven en ciudades donde no existen clases presenciales de Gracie Jiu Jitsu. Se trata entonces de una compensación frente a una falta de algo. La plataforma sirve para hacer llegar una información de excelente calidad a un lugar desprovisto de esa información. Pero además, gracias a su formato ágil y perfeccionado, incentiva demanda, la Gracie University produce nuevos estudiantes, que después de interesarse en aprender el arte van en busca de un profesor para tener clases presenciales paralelamente. En otras palabras, la plataforma por internet sirve para aumentar la población de practicantes de artes marciales, sin importar si beneficia a un gimnasio local en particular más que a otro.
Lo mismo debería pensarse para una Feria del Libro. Los expositores se reúnen porque aceptan la idea de que entre todos pueden generar un mayor interés entre la población, logrando un momentum más grande del que lograrían por sí solos. Pero entre ese aglomeramiento hacen falta criterios de conexión que den sentido. La organización se confunde al olvidar que cada libro vale y tiene relevancia en función de sus conexiones con el afuera, lo que está fuera de su marco, lo Actual. Estas conexiones deben ser exploradas, y esto se hace en espacios de trabajo que ofrecen referencias al lector, debe exigirse algo del lector en lugar de promover la complacencia, pensar también en otro tipo de públicos que no se conforman con decir "ey soy un tipo cualquiera y sólo quiero distraerme un poco". Existen en nuestro país una serie de lectores bastante atentos y exigentes, que ya están hartos de los típicos espacios, no crea nadie que acá nos estamos metiendo el dedo a la boca.
Aquí viene la segunda observación que le hice a las impresiones del presidente de la Cámara del libro de Santa Cruz y sus representantes. Ellos basan su respaldo en un balance cuantitativo de la feria, no preguntan realmente si se lee o no se lee después de la feria, y si el evento produce resonancias. Le dije ¿qué gana el estado de la literatura en la ciudad si el libro más vendido de la feria termina siendo un recalentado de superación personal para adolescentes? Desde el inicio de la feria se anuncia este libro, Manjar para el corazón del adolescente, como el próximo best seller, y terminada la feria, según su propio conteo que El Deber difunde con buena fe, ha sido el título más taquillero. El libro en cuestión es un producto colectivo de la editorial Comunicarte, básicamente es una copia del modelo de presentación de otros best sellers extranjeros de la línea "Como chocolate caliente para el alma", "Sopa de pollo para el alma" e "Historias de jóvenes exitosos".
Ante esta observación Jorge Luis Rodríguez le restó importancia a la cuestión, me decía que no se trataba de datos oficiales, eran los números que cada stand hacía conocer, pero no necesariamente se trataba de una información dada a conocer por la Cámara del Libro. Sin dejar que se diluya el asunto, sugerí que no nos tomemos tan a la ligera el dato. ¿Qué significa? ¿Cómo interpretarlo? Mi posición era que deberíamos tomarlo como un síntoma: quizá nos dice más de lo que imaginamos acerca del público al que realmente convoca una feria del libro. ¿Hemos formado un público más cooperante de una feria anterior a la última? Mucha gente que acostumbra irse en familia con los chicos pequeños al zoológico a tirarle motes a los monos y las tortugas, cambia de lugar de visita y se desplaza a la feria del libro, muchos de ellos están tranquilos con distraerse, salir, pasear, comer algo en la plaza de comidas, y tal vez comprar un libro, en ese caso de lo que más escucharon, de los que conocen vagamente por el bombardeo mediático o la presencia en los puestos de libros piratas en la calle: un libro de Dan Brown, "ese que escribió El Código da Vinci, de ese documental que vimos en History Chanel ¿te acuerdas?..."; otro se pregunta ¿qué podrá encontrarse en el nuevo libro de cuentos eróticos de Carlos Valverde?; no se imagina muy bien qué podría decir sobre el tema el pelado, tan inmerso en el análisis político, y probable es que si lo compra en ese caso no sea sólo el libro que termine de convencerlo, sino más un tema de prestigio o de exposición ya previa del autor, leer algo de un conocido de la radio y la Tv que nos agrada, eso es otra cosa. Luego está el libro de superación personal, cosas prácticas, Cómo hablar bien en público, Los 13 secretos de la felicidad conyugal, El secreto, El queso sin queso, o con mucho queso... cosas por el estilo.
Entonces, si una buena parte de los visitantes registrados en los días que se monta la feria del libro son estudiantes de colegio, muchos de ellos del ciclo de primaria, no extraña que el libro más vendido sea también un libro producido para ese público cautivo, que asiste por convenios con los mismos colegios, y al que se le dan clases de moral a diestra y siniestra sin necesidad de que sea sólo en la clase de religión.
Se habla también de otros libros como Inferno y Cincuenta sombras de Grey. Son libros que vienen precedidos por una publicidad más fuerte, como por ejemplo que se vendieron muy bien en la reciente feria del libro de Buenos Aires. Tienen una mayor exposición en las mismas librerías locales que trabajan con cierta seriedad. Además son la apuesta principal de algunas de ellas, así lo anuncia El Ateneo días antes del arranque de la feria en Santa Cruz.
En ese contexto, el trabajo de generar conexiones entre el libro recién publicado de un autor nacional con sus lectores potenciales es prácticamente nulo. Más si se trata de un autor joven nuevo y peor si no escribe novela. Los mismos dueños de las editoras más importantes como Plural, El País, Gente Común, te dirán que no conciben un presupuesto especial para un departamento de marketing. Organizan una que otra presentación del libro eso sí, pero actuar de intermediarios no es su fuerte, no saben pasar la voz muy bien, no tienen presencia especial en los medios escritos, se conforman con aprovechar de los canales de exhibición ya establecidos, es decir, dejar los libros en librerías para que éstas expongan las novedades que les pasan en consignación. Pero las librerías tienen sus propios itinerarios y prioridades. La librería El Ateneo de Santa Cruz por ejemplo está mucho más involucrada en distribuir y exponer su colección de libros sobre Grey antes que mostrar los libros que le pasa Plural u otros sellos editoriales locales, tal como se evidencia revisando rápidamente sus anaqueles. Los medios de prensa por su parte publicitan lo que le canta las pelotas al coordinador de la sección cultural, no existe realmente un trabajo serio, interviene mucho el azar y lo que llega a las manos del periodista. Por si fuera poco, escasos espacios se destinan a las reseñas en suplementos culturales como Brújula, el único en Santa Cruz, y la mayoría sólo publican notas informativas, no hay mayor tratamiento.
Entonces, la gran falla es que existe un eslabón perdido en esta llamada cadena del libro. Las editoras no efectúan su trabajo de exponer la existencia de un libro a los públicos lectores, no se preocupan por incentivar la demanda del tipo de lectores que pueden interesarse en tal o cual libro. Pero le achacan al mismo lector boliviano la idea de que lee poco, alimentan la creencia de que en Bolivia se lee muy poco. Es difícil si el producto no llega, no se expone, y más allá, si no se crea un marco que estimule las condiciones mínimas de recepción de un libro. El escritor no puede decir algo y al mismo tiempo pasársela explicando qué ha dicho. Eso debe gestionarlo el editor, debe construir las condiciones de lectura de ese libro. Un seminario tal vez, un espacio de interacción, un conversatorio, una puesta en escena de ciertos problemas tocados en el libro, una intervención en los medios de tv, todo aquello que genere el clima de recepción adecuado, que sea como el aperitivo con el que los franceses preparan su estómago antes de un almuerzo. Dar por sentado el hambre del lector, entendido éste como una generalidad, es una pisada en falso; hay que buscar medios creativos para producir apetito, despertar el paladar y el sentido del olfato antes de presentar un plato. Eso no se entiende bien en Bolivia, y se achaca las bajas cifras de consumo de libros a los hábitos de la población. Existen muchos Poncios Pilatos en la cadena del libro en nuestro país.
Por tanto, ese espacio vacío y de escasa acción, debe ser ocupado por una Bienal de Lectura, pero conectada con otros dispositivos aledaños que se realicen a lo largo de la gestión. Cursos de lectura, de producción de ensayo, talleres de filosofía, de literatura, de cine... Luego una revista cultural y artística de calidad, que circule a nivel nacional, por ejemplo, intentando unificar la disgregación existente entre librerías y editoriales, editoriales y bibliotecas, autores y bibliotecas, etc. La revista es un espacio editorial a su vez, genera contacto entre los actores, promueve sinergias, sirve como espacio anterior y posterior para una feria del libro, promueve la continuidad, al análisis, el tratamiento de la noticia, la difusión de nuevos autores, de libros que deben retomarse.
¿Qué de malo con los libros de autoayuda?
Cuando quise insistir en aquella mesa en la feria del libro sobre la cuestión de que no deberíamos creer que lo importante es leer por leer cualquier cosa, un profesor de colegio muy joven y aparentemente dinámico me refutó diciendo que procura que sus alumnos lean lo que les de la gana. No soy un pedagogo ni un especialista en trabajo con niños y adolescentes, pero en mi corto entender pienso que debe enfocarse la enseñanza de la lectura con responsabilidad. Al principio somos responsables del tipo de lecturas a las que exponemos a nuestros niños y jóvenes, también de los espacios en los que hacemos que lean, las poses que fomentamos al leer, y si relacionamos la lectura con un buen hábito, como el de cepillarse los dientes y tender la cama... o más bien si relacionamos la lectura con el juego, algo que requiere de creatividad y que es divertido. Entonces, somos responsables del gusto que ellos puedan desarrollar si hacemos leer diez libros a un curso de sexto de primaria y seis de ellos son de superación, de autores como Cuathémoc Sánchez, Paulo Coelho, Og Mandino, y otros. Esa es una lectura a la que ya están expuestos todos los días en las calles, los mercados y otros lugares. Lo interesante es exponerlos a libros que muy probablemente no habrían escuchado de otra manera en mucho tiempo, como aquellos que nos ha regalado Dickens, las obras de Tolstoi, Balzac, Kazantazakis, Zweig, Kundera, Melville, u otros más recientes como Miller, Beauvoir, luego Piglia, Onfray, Abraham...
Más de uno pareció sentirse algo contrariado con la discriminación hacia los títulos de superación personal. Todo es lectura al final de cuentas, decía otra señora, a mí me encanta leer esos libros, sentenciaba. Claro que nadie puede decirle a otro lo que mejor le conviene. Pero si tenemos necesidad de diferenciar entre lecturas pobres y lecturas de alto vuelo no es por un afán elitista. Una Bienal de Lectura se maneja según ciertos criterios de discriminación que van en protección de su misma producción como evento. Si no tiene reparos en aplicar una operación de cernir con los títulos comerciales de superación es porque tiene objetivos formativos que determinan su eje. Una Bienal de Lectura no se organiza para fomentar los hábitos de lectura pobre ya enraizados en una escena local, al contrario, busca formar alianzas con los otros sectores que promueven ejercicios de lectura y de participación ciudadana mucho más interesantes y beneficiosos para la escena misma. Sucede que muchas veces lo que falta no son actores, sino el empuje para conectarlos; es la conexión entre diversos sectores que pechean su lucha a solas, y entonces una Bienal de Lectura aparece como espacio de convergencia.
Lo cierto es que si alguien quiere ser mejor jefe, si necesita técnicas para no estresarse en el trabajo, si quiere ganar más plata en su negocio, si quiere aprender a seducir a una mujer, o volverse un líder, todo ello puede estar a su alcance sin que medie el cuidado y el amor por la palabra. No hay nada de literario en ello, se escriben manuales del éxito con el mismo estilo que se usa al redactar manuales de cocina, leer eso no es interesarse por el legado de la literatura universal, un cofre de riquezas que siempre se actualizan cuando un nuevo lector las apropia y aprende a leerlas. En cambio es posible que después de leer a Kafka incorporemos otras actitudes que favorezcan nuestra serenidad, o que la lectura de Platón nos produzca un placer inimaginable, haciéndonos más seguros de nosotros mismos ante la discusión de ideas, o que un Jesús Urzagasti narrando su En el país del silencio nos contagie de un irresistible sentido de humildad y aceptación frente a lo que se presenta la vida. Pero todo esto sucede de manera indirecta, no existe un lenguaje prescriptivo predominante, no hay nadie tan idiota como para dar lecciones de vida usando un lenguaje directo. El lenguaje más rico es indirecto, se busca maneras de decir cosas, pero es un acto creativo el que se impone, no el afán silvestre de decir "haz esto para tener esto".
Seguiremos...
Jorge Luis Rodríguez defendió la idea de que la feria del libro tal como la realizan en Santa Cruz es muy exitosa y positiva, y basaba su argumento en el dato de que una empresa a la que habían contratado les había hecho un estudio, que resultó en la halagadora cifra de más de 100000 visitantes registrados en la última feria de este año, un nuevo récord decía con orgullo. Rodríguez señalaba además que tenían comentarios muy satisfactorios de los diferentes expositores, dada la cantidad de libros que vendieron, y que al parecer colmó las expectativas de varios. Me parecía necesario marcar una diferenciación: una cosa es que se registren visitantes, incluso que se vendan libros, y otra es que dicha feria sirva realmente para potenciar la lectura en una ciudad. No son los métodos cuantitativos los que pueden decirnos cuánto se aprovechan los libros vendidos de un año para el otro, o si generan algún nuevo tema de interés en la agenda política, si conmueven, si levantan algún polvo, o llaman la atención sobre temas olvidados.
Aquí es donde arranco, porque una Bienal de Lectura, como la planteamos, se debe a la ciudad que la acoge. En esto es similar al enfoque que Justo Pastor Mellado postuló para la Trienal de Arte Contemporáneo de Santiago hace ya unos buenos años. Una Bienal de Lectura es un espacio de trabajo con ideas, desea intervenir una escena determinada. Intervenir es afectar, irrumpir, modificar un estado de cosas existente, como diría Reinaldo Laddaga. Intervenir también es conectar necesariamente.
Pero el riesgo de algunos eventos ferias y festivales es que no tienen conexión con la ciudad en la que se realizan, no se vinculan con los problemas de la escena, repiten lo que se hace afuera, y terminan siendo una especie de carpas postizas. (¿Acaso el Siart 2013 no ha caído también en esta debilidad a favor de su gusto por la animación cultural?) Se ocupan demasiado de cuidar el ego de algunos autores conocidos de la ciudad, los convierten un poco en invitados de piedra por haber publicado algunas cosas con relativo éxito en el pasado. Y las editoriales ya consolidadas hacen lo que ya saben bien, exponer sus estrenos, hacer un par de charlas...
Para evitar este carácter postizo me gusta retomar el concepto de Campaña de Vacunación, es siempre interesante trasladar algunos términos de la jerga médica al campo de la lectura. Una Bienal de Lectura, que es un espacio temporal que se instala en la ciudad, no va a cambiar definitivamente aquello que se mantiene gracias a la idiosincrasia recelosa de la gente de cada lugar. Pero al menos buscamos proveer de una nueva inmunidad, antídotos para virus específicos, desarrollo de ciertas capacidades puntuales y de una resistencia en lectores. En última instancia, cuando se dice que una feria del libro debería estar construida alrededor del lector, lo que decimos en el fondo es que debe ante todo estimular la existencia del escritor, la curiosidad por la escritura... No es una equivocación, pues el mejor lector de todos, es decir, el más atento y creativo, es al final de cuentas el que escribe. No hablamos de escribir bien o mal, simplemente escribir. Como decía Jesús Urzagasti, se escribe o no se escribe, esas son las dos posibilidades. El escritor nace como posibilidad en el trayecto de sus lecturas. Ponerse a escribir es el siguiente paso. ¿Qué harían las editoriales y las imprentas si no hubieran más escritores? Volver a publicar a los clásicos, esa siempre es una opción popular. Pero como en toda industria, acá también se mueven en torno a la novedad, necesitan de ella para tener alguna relevancia.
Una Bienal de Lectura se debe al lector. Está compuesta por más de un bloque. Por un lado existe un bloque de exposición de obras, ese espacio donde uno necesita curiosear, ver qué hay de nuevo, qué sigue, hojear, dejarse llevar. Luego existe otro bloque de transferencia. ¿Qué se busca transferir en última instancia con la lectura? No es la lectura por la lectura misma solamente. Se trata de lo que viene con ella. En este bloque problematizamos algunas cuestiones, como por ejemplo que no hay necesidad alguna de darle un trato privilegiado al libro. Cuando decimos "lector" no nos referimos al que lee el texto escrito solamente. También se leen imágenes en movimiento, sin que esto convierta a nadie en crítico de cine necesariamente; se lee cuadros de pintura, que gozan de su propio movimiento inmóvil, por así decirlo; se lee también juegos, partidos de fútbol, momentos específicos de una situación, pues de lo que se trata es de aprender a estar presente en el momento, conectado. En este punto un gran estímulo ha sido el libro Prácticas de lectura, dirigido por Roger Chartier.
La crítica
Volvemos, como si se tratara de un avance en círculos, a lo señalado en el inicio. Deseamos esbozar una crítica que toque temas centrales. Es cierto que rebajar el precio de los libros por efecto de la nueva Ley del Libro y la Lectura es una medida positiva para los lectores. No es una medida decisiva sin embargo, solamente es una arista dentro de una estrategia de incentivo de la demanda. Si ese fuera el caso nuestras bibliotecas municipales estarían repletas de lectores de escasos recursos, pero no es ese el caso; la mayoría sólo van a leer el periódico del día. Por otra parte, el internet ya es una herramienta al alcance de un amplio público, las lecturas y la información están a nuestro alcance más que nunca. Pero lo que falta es guiar la lectura, enseñar a cada uno a crearse un mapa, líneas de orientación, qué es lo puede valer la pena y qué no en esta inmensa cantidad de información disponible para ser descargada. La cuestión no es tanto acceder a los libros ni buscar conocimiento, sino comprender más lo que se conoce o lo que se lee.
Convengamos que cuando se expone libros no es lo mismo que se plantea para una feria de ropas o de maquinaria; los libros no vienen con manuales de uso ni se confeccionan por tallas. La Feria del Libro debería servir cada año para incentivar la demanda de lectura, producir más lectores, estimular los usos creativos del libro. Pues cabe preguntarse ¿qué hacemos con lo que leemos al final de cuentas? ¿Qué impacto creativo logran en el transcurso del año las 15 novelas fundamentales del país insertadas a los contenidos escolares? Las Cámaras del Libro se equivocan en tomar como centro de sus operaciones al libro en tanto que producto cerrado en sí mismo, pues el libro es un artefacto engañoso: pese a verse como algo acabado y completamente autónomo, con bordes bien delimitados, la realidad es que funciona en red, no tiene principio ni fin, es un engranaje textual dentro de una maquinaria extra-textual mucho más grande. Bastante de aquello que da lugar a un libro está fuera de él, y al alcance de todos, pero es como si unos ojos perezosos se empecinaran con observar el dedo que apunta a la Luna.
Pensemos lo siguiente: ¿para qué sirve una universidad de artes marciales por internet? El ejemplo concreto es la Gracie University. Los detractores le critican que no puede enseñar realmente un arte de combate a través de vídeos dentro de una curricula diseñada gradualmente, pues el practicante debe ante todo aprender en el contacto con otros en el gym. Pero lo que no todos ven es que la Gracie University capta la atención de un público que está más habituado a frecuentar el internet antes que visitar gimnasios, y que muchas veces los internautas viven en ciudades donde no existen clases presenciales de Gracie Jiu Jitsu. Se trata entonces de una compensación frente a una falta de algo. La plataforma sirve para hacer llegar una información de excelente calidad a un lugar desprovisto de esa información. Pero además, gracias a su formato ágil y perfeccionado, incentiva demanda, la Gracie University produce nuevos estudiantes, que después de interesarse en aprender el arte van en busca de un profesor para tener clases presenciales paralelamente. En otras palabras, la plataforma por internet sirve para aumentar la población de practicantes de artes marciales, sin importar si beneficia a un gimnasio local en particular más que a otro.
Lo mismo debería pensarse para una Feria del Libro. Los expositores se reúnen porque aceptan la idea de que entre todos pueden generar un mayor interés entre la población, logrando un momentum más grande del que lograrían por sí solos. Pero entre ese aglomeramiento hacen falta criterios de conexión que den sentido. La organización se confunde al olvidar que cada libro vale y tiene relevancia en función de sus conexiones con el afuera, lo que está fuera de su marco, lo Actual. Estas conexiones deben ser exploradas, y esto se hace en espacios de trabajo que ofrecen referencias al lector, debe exigirse algo del lector en lugar de promover la complacencia, pensar también en otro tipo de públicos que no se conforman con decir "ey soy un tipo cualquiera y sólo quiero distraerme un poco". Existen en nuestro país una serie de lectores bastante atentos y exigentes, que ya están hartos de los típicos espacios, no crea nadie que acá nos estamos metiendo el dedo a la boca.
Aquí viene la segunda observación que le hice a las impresiones del presidente de la Cámara del libro de Santa Cruz y sus representantes. Ellos basan su respaldo en un balance cuantitativo de la feria, no preguntan realmente si se lee o no se lee después de la feria, y si el evento produce resonancias. Le dije ¿qué gana el estado de la literatura en la ciudad si el libro más vendido de la feria termina siendo un recalentado de superación personal para adolescentes? Desde el inicio de la feria se anuncia este libro, Manjar para el corazón del adolescente, como el próximo best seller, y terminada la feria, según su propio conteo que El Deber difunde con buena fe, ha sido el título más taquillero. El libro en cuestión es un producto colectivo de la editorial Comunicarte, básicamente es una copia del modelo de presentación de otros best sellers extranjeros de la línea "Como chocolate caliente para el alma", "Sopa de pollo para el alma" e "Historias de jóvenes exitosos".
Ante esta observación Jorge Luis Rodríguez le restó importancia a la cuestión, me decía que no se trataba de datos oficiales, eran los números que cada stand hacía conocer, pero no necesariamente se trataba de una información dada a conocer por la Cámara del Libro. Sin dejar que se diluya el asunto, sugerí que no nos tomemos tan a la ligera el dato. ¿Qué significa? ¿Cómo interpretarlo? Mi posición era que deberíamos tomarlo como un síntoma: quizá nos dice más de lo que imaginamos acerca del público al que realmente convoca una feria del libro. ¿Hemos formado un público más cooperante de una feria anterior a la última? Mucha gente que acostumbra irse en familia con los chicos pequeños al zoológico a tirarle motes a los monos y las tortugas, cambia de lugar de visita y se desplaza a la feria del libro, muchos de ellos están tranquilos con distraerse, salir, pasear, comer algo en la plaza de comidas, y tal vez comprar un libro, en ese caso de lo que más escucharon, de los que conocen vagamente por el bombardeo mediático o la presencia en los puestos de libros piratas en la calle: un libro de Dan Brown, "ese que escribió El Código da Vinci, de ese documental que vimos en History Chanel ¿te acuerdas?..."; otro se pregunta ¿qué podrá encontrarse en el nuevo libro de cuentos eróticos de Carlos Valverde?; no se imagina muy bien qué podría decir sobre el tema el pelado, tan inmerso en el análisis político, y probable es que si lo compra en ese caso no sea sólo el libro que termine de convencerlo, sino más un tema de prestigio o de exposición ya previa del autor, leer algo de un conocido de la radio y la Tv que nos agrada, eso es otra cosa. Luego está el libro de superación personal, cosas prácticas, Cómo hablar bien en público, Los 13 secretos de la felicidad conyugal, El secreto, El queso sin queso, o con mucho queso... cosas por el estilo.
Entonces, si una buena parte de los visitantes registrados en los días que se monta la feria del libro son estudiantes de colegio, muchos de ellos del ciclo de primaria, no extraña que el libro más vendido sea también un libro producido para ese público cautivo, que asiste por convenios con los mismos colegios, y al que se le dan clases de moral a diestra y siniestra sin necesidad de que sea sólo en la clase de religión.
Se habla también de otros libros como Inferno y Cincuenta sombras de Grey. Son libros que vienen precedidos por una publicidad más fuerte, como por ejemplo que se vendieron muy bien en la reciente feria del libro de Buenos Aires. Tienen una mayor exposición en las mismas librerías locales que trabajan con cierta seriedad. Además son la apuesta principal de algunas de ellas, así lo anuncia El Ateneo días antes del arranque de la feria en Santa Cruz.
En ese contexto, el trabajo de generar conexiones entre el libro recién publicado de un autor nacional con sus lectores potenciales es prácticamente nulo. Más si se trata de un autor joven nuevo y peor si no escribe novela. Los mismos dueños de las editoras más importantes como Plural, El País, Gente Común, te dirán que no conciben un presupuesto especial para un departamento de marketing. Organizan una que otra presentación del libro eso sí, pero actuar de intermediarios no es su fuerte, no saben pasar la voz muy bien, no tienen presencia especial en los medios escritos, se conforman con aprovechar de los canales de exhibición ya establecidos, es decir, dejar los libros en librerías para que éstas expongan las novedades que les pasan en consignación. Pero las librerías tienen sus propios itinerarios y prioridades. La librería El Ateneo de Santa Cruz por ejemplo está mucho más involucrada en distribuir y exponer su colección de libros sobre Grey antes que mostrar los libros que le pasa Plural u otros sellos editoriales locales, tal como se evidencia revisando rápidamente sus anaqueles. Los medios de prensa por su parte publicitan lo que le canta las pelotas al coordinador de la sección cultural, no existe realmente un trabajo serio, interviene mucho el azar y lo que llega a las manos del periodista. Por si fuera poco, escasos espacios se destinan a las reseñas en suplementos culturales como Brújula, el único en Santa Cruz, y la mayoría sólo publican notas informativas, no hay mayor tratamiento.
Entonces, la gran falla es que existe un eslabón perdido en esta llamada cadena del libro. Las editoras no efectúan su trabajo de exponer la existencia de un libro a los públicos lectores, no se preocupan por incentivar la demanda del tipo de lectores que pueden interesarse en tal o cual libro. Pero le achacan al mismo lector boliviano la idea de que lee poco, alimentan la creencia de que en Bolivia se lee muy poco. Es difícil si el producto no llega, no se expone, y más allá, si no se crea un marco que estimule las condiciones mínimas de recepción de un libro. El escritor no puede decir algo y al mismo tiempo pasársela explicando qué ha dicho. Eso debe gestionarlo el editor, debe construir las condiciones de lectura de ese libro. Un seminario tal vez, un espacio de interacción, un conversatorio, una puesta en escena de ciertos problemas tocados en el libro, una intervención en los medios de tv, todo aquello que genere el clima de recepción adecuado, que sea como el aperitivo con el que los franceses preparan su estómago antes de un almuerzo. Dar por sentado el hambre del lector, entendido éste como una generalidad, es una pisada en falso; hay que buscar medios creativos para producir apetito, despertar el paladar y el sentido del olfato antes de presentar un plato. Eso no se entiende bien en Bolivia, y se achaca las bajas cifras de consumo de libros a los hábitos de la población. Existen muchos Poncios Pilatos en la cadena del libro en nuestro país.
Por tanto, ese espacio vacío y de escasa acción, debe ser ocupado por una Bienal de Lectura, pero conectada con otros dispositivos aledaños que se realicen a lo largo de la gestión. Cursos de lectura, de producción de ensayo, talleres de filosofía, de literatura, de cine... Luego una revista cultural y artística de calidad, que circule a nivel nacional, por ejemplo, intentando unificar la disgregación existente entre librerías y editoriales, editoriales y bibliotecas, autores y bibliotecas, etc. La revista es un espacio editorial a su vez, genera contacto entre los actores, promueve sinergias, sirve como espacio anterior y posterior para una feria del libro, promueve la continuidad, al análisis, el tratamiento de la noticia, la difusión de nuevos autores, de libros que deben retomarse.
¿Qué de malo con los libros de autoayuda?
Cuando quise insistir en aquella mesa en la feria del libro sobre la cuestión de que no deberíamos creer que lo importante es leer por leer cualquier cosa, un profesor de colegio muy joven y aparentemente dinámico me refutó diciendo que procura que sus alumnos lean lo que les de la gana. No soy un pedagogo ni un especialista en trabajo con niños y adolescentes, pero en mi corto entender pienso que debe enfocarse la enseñanza de la lectura con responsabilidad. Al principio somos responsables del tipo de lecturas a las que exponemos a nuestros niños y jóvenes, también de los espacios en los que hacemos que lean, las poses que fomentamos al leer, y si relacionamos la lectura con un buen hábito, como el de cepillarse los dientes y tender la cama... o más bien si relacionamos la lectura con el juego, algo que requiere de creatividad y que es divertido. Entonces, somos responsables del gusto que ellos puedan desarrollar si hacemos leer diez libros a un curso de sexto de primaria y seis de ellos son de superación, de autores como Cuathémoc Sánchez, Paulo Coelho, Og Mandino, y otros. Esa es una lectura a la que ya están expuestos todos los días en las calles, los mercados y otros lugares. Lo interesante es exponerlos a libros que muy probablemente no habrían escuchado de otra manera en mucho tiempo, como aquellos que nos ha regalado Dickens, las obras de Tolstoi, Balzac, Kazantazakis, Zweig, Kundera, Melville, u otros más recientes como Miller, Beauvoir, luego Piglia, Onfray, Abraham...
Más de uno pareció sentirse algo contrariado con la discriminación hacia los títulos de superación personal. Todo es lectura al final de cuentas, decía otra señora, a mí me encanta leer esos libros, sentenciaba. Claro que nadie puede decirle a otro lo que mejor le conviene. Pero si tenemos necesidad de diferenciar entre lecturas pobres y lecturas de alto vuelo no es por un afán elitista. Una Bienal de Lectura se maneja según ciertos criterios de discriminación que van en protección de su misma producción como evento. Si no tiene reparos en aplicar una operación de cernir con los títulos comerciales de superación es porque tiene objetivos formativos que determinan su eje. Una Bienal de Lectura no se organiza para fomentar los hábitos de lectura pobre ya enraizados en una escena local, al contrario, busca formar alianzas con los otros sectores que promueven ejercicios de lectura y de participación ciudadana mucho más interesantes y beneficiosos para la escena misma. Sucede que muchas veces lo que falta no son actores, sino el empuje para conectarlos; es la conexión entre diversos sectores que pechean su lucha a solas, y entonces una Bienal de Lectura aparece como espacio de convergencia.
Lo cierto es que si alguien quiere ser mejor jefe, si necesita técnicas para no estresarse en el trabajo, si quiere ganar más plata en su negocio, si quiere aprender a seducir a una mujer, o volverse un líder, todo ello puede estar a su alcance sin que medie el cuidado y el amor por la palabra. No hay nada de literario en ello, se escriben manuales del éxito con el mismo estilo que se usa al redactar manuales de cocina, leer eso no es interesarse por el legado de la literatura universal, un cofre de riquezas que siempre se actualizan cuando un nuevo lector las apropia y aprende a leerlas. En cambio es posible que después de leer a Kafka incorporemos otras actitudes que favorezcan nuestra serenidad, o que la lectura de Platón nos produzca un placer inimaginable, haciéndonos más seguros de nosotros mismos ante la discusión de ideas, o que un Jesús Urzagasti narrando su En el país del silencio nos contagie de un irresistible sentido de humildad y aceptación frente a lo que se presenta la vida. Pero todo esto sucede de manera indirecta, no existe un lenguaje prescriptivo predominante, no hay nadie tan idiota como para dar lecciones de vida usando un lenguaje directo. El lenguaje más rico es indirecto, se busca maneras de decir cosas, pero es un acto creativo el que se impone, no el afán silvestre de decir "haz esto para tener esto".
Seguiremos...
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