Tener un hijo es un privilegio que desborda cualquier expectativa. Yo también he sido bendecido con la llegada de un hijo, que está a unos días de cumplir cuatro años. Se llama Tiago Giuliano y es la porción más traviesa de mi sonrisa. Voy a contarles aquí algo sobre nuestra amistad con los dinosaurios. Todo comenzó con el gusto que fue adquiriendo por los animales desde muy pequeñito, algo que se estimulaba también con las visitas al zoológico. Cierto día en la más tierna edad su mami le mostró libros con ilustraciones fantásticas de dinosaurios y le despertó así de golpe el asombro por esos enormes animales. Cuando yo volví después de meses él ya tenía un gran interés en los dinosaurios, tenía varios juguetes de goma con distintas formas de dinos. Ahí retomé yo el asunto. Pienso que existe una especie de complicidad en los juegos que un niño sólo puede tener con su papá, y tal vez con sus hermanos mayores, es algo así como una conexión de camaradería, lo que no descuenta que el hijo tenga sus propias zonas de conexión única con la mamá.
Y así fueron pasando los días, poco a poco en nuestros juegos nos fuimos internando en el mundo de los dinosaurios. Curioso es que cuando uno crece, aquellas obsesiones y gustos de niñez son en cierto modo desarraigadas de nuestras vidas, como por ejemplo este popular gusto por los dinosaurios. Pero puede suceder que seas como el personaje Ross en la serie Friends y te dediques a la paleontología, prolongando esos afanes de la niñez. (¿Serán los dinosaurios para los niños algo similar a lo que la filosofía es para algunos de nosotros?).
Al principio jugábamos a los dinos con Tiago imaginando un montón de cosas, el juego era físico, a los niños les encanta dar manotasos, andar de cuatro, rugir, subirse sobre sus papás, chocar la cabeza llevándote por delante... y pocas cosas son tan lindas en la vida como enrollarte con tu pequeño hijo en una de esas batallas en que el dino te está comiendo los cachetes. Luego llegó un día especial, fue cuando descubrimos un museo donde tenían un alosaurio impresionante, de algo más de 1,80 m. Fue en el museo del CBA de Santa Cruz, y el hecho de que después pasaran una película sobre dinosaurios en la sala de cine terminó de desatar la fiebre por los dinos, iniciándolo también en la amistad con un nuevo amigo: el cine. Esa fue la primera vez que mi nene entraba a una sala oscura con todo lo que representa, desde los sonidos amplificados, la pantalla gigante, el compromiso de empezar y terminar la película... el gusto de comer unas galletas y papas a oscuras sin despegar la vista de las imágenes... Y salió complacido, deseoso de volver, rebosante de energía. Así, esta se volvió una de nuestras actividades de ritual papá-hijo.
Y así fueron pasando los días, poco a poco en nuestros juegos nos fuimos internando en el mundo de los dinosaurios. Curioso es que cuando uno crece, aquellas obsesiones y gustos de niñez son en cierto modo desarraigadas de nuestras vidas, como por ejemplo este popular gusto por los dinosaurios. Pero puede suceder que seas como el personaje Ross en la serie Friends y te dediques a la paleontología, prolongando esos afanes de la niñez. (¿Serán los dinosaurios para los niños algo similar a lo que la filosofía es para algunos de nosotros?).
Al principio jugábamos a los dinos con Tiago imaginando un montón de cosas, el juego era físico, a los niños les encanta dar manotasos, andar de cuatro, rugir, subirse sobre sus papás, chocar la cabeza llevándote por delante... y pocas cosas son tan lindas en la vida como enrollarte con tu pequeño hijo en una de esas batallas en que el dino te está comiendo los cachetes. Luego llegó un día especial, fue cuando descubrimos un museo donde tenían un alosaurio impresionante, de algo más de 1,80 m. Fue en el museo del CBA de Santa Cruz, y el hecho de que después pasaran una película sobre dinosaurios en la sala de cine terminó de desatar la fiebre por los dinos, iniciándolo también en la amistad con un nuevo amigo: el cine. Esa fue la primera vez que mi nene entraba a una sala oscura con todo lo que representa, desde los sonidos amplificados, la pantalla gigante, el compromiso de empezar y terminar la película... el gusto de comer unas galletas y papas a oscuras sin despegar la vista de las imágenes... Y salió complacido, deseoso de volver, rebosante de energía. Así, esta se volvió una de nuestras actividades de ritual papá-hijo.
Hace un tiempo que se me vino a la mente la idea de escribir historias para niños partiendo de las experiencias que tengo con mi hijo. Revisé en internet un par de cuentos sobre dinosaurios. Puede encontrarse en la red blogs excelentes que tienen todo al respecto (revisen este link). Sin embargo, todavía no encontré un cuento donde se plantee la magia de esta relación entre niños padres y dinosaurios tal como la vivimos mi Tiago y yo semana a semana. Todos esos cuentos plantean una relación muy exterior a los dinosaurios, como ellos y nosotros, pero no grafican esa camaradería que los niños sienten con los dinosaurios. En un número de la revista Selecciones Reader´s Digest, de agosto de 1996, me topé también con un breve relato, escrito por Dave Berry, que comienza diciendo: "hace tiempo ya que los dinosaurios están por todas partes". El relato de Berry es simpático, cuenta algo que le pasó con su hijo en la calle. Pero tampoco terminé de sentirme relacionado. En realidad se trata de cómo su hijito le pedía en la calle que le diga a una pareja de desconocidos que estaban cerca que él era un dinosaurio..., no iba más allá de eso. Sin embargo me recordó algo a tener presente si hago un cuento: todo papá debe saber que el primer dinosaurio es su propio hijo. A ellos les encanta jugar con dinosaurios, al menos a Tiago, pero sobre todo le gusta que sepan que él es el dinosaurio. En su caso, es un triceratops, ya saben, de esos agachados que tienen dos cuernos y arremeten contra árboles y lo que tengan en frente, regios adversarios de los tiranosaurios rex. Desde que un día Tiago vio cómo estos formidables dinosaurios podían arremeter con sus cuernos y hacer volar un montón de cosas se quedó entusiasmado con la idea de ser un triceratops. Desde entonces reconocemos ese movimiento como "choque de cabezas", es casi un grito de guerra que se toma muy en serio. David Berry interpreta en su relato que los niños deben disfrutar de los dinos porque ellos les transmiten una sensación de poder, que les gusta imaginar un poder mucho más grande que el de sus papás y mamás, que les dan órdenes durante el día. No lo había pensado en ese sentido, que sea una especie de línea de fuga. En mi caso mantenemos una relación bastante flexible con mi hijo, no suelo imponerle cosas, pero trato de que a la larga termine haciendo por sí mismo lo que le inculco entre juego y juego, sobre todo en cuestiones de su cuidado y de orden. Existe una especie de camaradería natural entre padre e hijo cuando hay fuerte amor de por medio, y esa camaradería se manifiesta tarde o temprano, los niños son mucho más inteligentes de lo que imaginamos. Por ejemplo, él suele aguantar mucho para ir al baño a hacer pis, prefiere jugar y decir que no tiene ganas. Entonces le digo que los dinos también hacen pis, le digo que el dino debe ir a descargar dentro del mismo juego, no le digo que debemos hacer un alto en el juego, y lo voy llevando al baño con su consentimiento. Si uno se mantiene cerca del esquema del juego hay más chances de que quiera hacerlo por su propia voluntad.
Tiago con su papi y con su abuelo |
Para mí la magia de dejarse llevar por el mundo de los dinosaurios es que nos permite a los padres instaurar un plano común de encuentro y un lenguaje compartido con los hijos, al menos con los varoncitos. (Aun no tengo la experiencia de una hija mujer). Nos lleva juntos a una tierra desconocida sin importar dónde estemos, ya sea en la sala de la casa, en la terraza, en la plaza o caminando por una calle donde los huecos en la tierra inmediatamente son relacionados con huellas de dinos. Rugimos, caminamos de cuatro patas, alzamos cosas con la boca, hacemos volar almohadones por aquí y por allá... No sólo por hacer reír a nuestro nene, que ríe y se asombra al principio, sino por meterse en el papel del juego con autenticidad, no hay mejor manera de estar totalmente presente y compartir así, lo que se llama tiempo de calidad.
En las noches inventé canciones que me salían espontáneamente mientras él pretendía dormir en su aldea de dinos. Con Tiago descubrí que los dinos roncan, y muy fuerte, también que su cola es muy poderosa cuando la agitan, vaya que más de una vez el dulce dino del que les hablo hizo volar a su papá al agitar su cola como aspavientos (simulando con su pie y dando un medio giro en posición de rodillas). También cuando simula dormir en el juego le canto que cuando los dinos se enojan hacen así... y él ruge con gran emoción; luego cantamos que el dino ronca así: inmediatamente estalla un ronquido atronador mientras frunce su naricita y mantiene los ojos cerrados, con una expresión que parece contener una risilla. Luego cantamos que los dinos tienen unas garras así, y él muestra al tiro sus manitos con dedos curveados en señal de amenaza; finalmente cantamos sobre sus dientes afilados, y no tarda nada en hacer una mueca y mostrar sus dientes de leche y fruncir el ceño. Finalmente, le digo que la tormenta ya pasó, el dino bebé despierta y está listo para una nueva misión, o para ir a comer unas ramas de árbol por ahí con su papá dino. Ingenuo error sería llamarle a tu hijo por su nombre en alguna parte de ese interín, él mismo te corregiría y te diría en voz baja, como si no quisiera que se enteren los otros personajes en el juego, que él no es un niño, ¡él es dino bebé! Y tú eres papá dino. Concéntrate.
Es cierto que los niños disfrutan de una especie de poder y fortaleza cuando se convierten en dinos. Mi Tiago cambia su voz, camina de cuatro patas, lentamente, y se predispone a embestir al peluche que representa al malo dentro del juego. Con los peluches aprendí que se pueden enseñar muchas cosas importantes a los niños, y de manera indirecta. Se trata de una transferencia, y es algo que no se hace con la gravedad del padre inculcando algo al hijo, en realidad le enseñas al peluche, a través de tu hijo. `Pero quien lo asimila es tu hijo, lo verás la próxima vez que jueguen lo mismo, es impresionante todo lo que se les graba a los niños según el medio que se usa. Cada niño aprende para sí mismo al enseñarles a sus peluches más queridos. Aprende por ejemplo del cuidado de los otros: en la aldea de peluches todos deben estar a salvo, si uno cae al agua inmediatamente mi hijo dino lo rescata; ya con los peluches aprende a hacer diferenciaciones entre los pequeños, los más débiles, y los fuertes. Si viene una tormenta dino bebé se encarga de cobijarlos a todos debajo de una frazada, sabe cuáles están en desventaja, trata de mantener las cosas justas dentro del juego, como por ejemplo no dejar que un grande moleste a un pequeño. Si en la noche se agazapa la figura de un animal intruso, dino bebé sale inmediatamente a encargarse del asunto y tomarlo por el cuello hasta tirarlo muy lejos. Si un mono o un gato se perdió en la aldea dino sale en su búsqueda, hasta encontrar dónde puse a ocultas al mencionado peluche. Y dino bebé está preparado para luchar con otros dinos de cuello largo, rescatar a los perdidos, y traerlos de vuelta a la aldea. Él es el protagonista, el fuerte, el que arregla todo y tiene las cosas en orden.
Debo recalcar que cuando mi hijo es dino bebé inmediatamente yo paso a ser papá dino. Esto fue idea suya desde el principio. Cuando ambos somos dinos me parece que le encanta confirmar que los papás están para cuidar a los dinos bebés, que los hacen dormir, los cobijan para protegerlos del frío, y les traen comidas, en este caso pedazos de árboles y otras pedazos de carnes. Cuando ambos somos dinos mi gordo se viene inmediatamente muy cerca mío, como para refugiarse, y desde ahí encuentra la seguridad de su base. En el fondo, el mundo de los dinos nos sirve para acentuar nuestra unión. Luego cuando debo irme volvemos a ser el niño y papá, o papá y su nene, y nos sentimos naturalmente más cercanos. Tiaguito entiende naturalmente que lo que le dice su papá es para cuidarlo, justo como papa dino cuida a su bebe dino. Y Tiago entiende que debe comer muy bien y tomar mucha agua para estar sano y recargar sus energías.
Es difícil imaginar siempre un capítulo nuevo, una nueva aventura, como ya sabemos a los niños les encanta la repetición. Si algo les gusta quieren hacerlo de nuevo y de la misma forma varias veces. En ocasiones me permito una variante en el siguiente juego que sorprende a mi gordo, le hace reír o pedirme que repita ese nuevo gesto. Esto los pone en contacto con la imaginación, estoy seguro, así de a poco aprenden que existe un mundo fantástico, el mundo de los juegos, en el que ellos son los dueños, pueden elegir la trama que deseen, pueden cambiarla o desarreglarla a su antojo, los muñecos que prefieran, si gana el bueno o si gana el bueno... En el mundo de mi Tiago no existen los malos, si aparecen es muy brevemente y sólo para ser despachados en un 2x3.
Estos días mi nene está de viaje con su mamá, probablemente ya hayan visitado ese museo de dinos en la nueva ciudad que los acoge por unos días. Lo espero, con ansias, pero lo espero investigando, leyendo cosas, buscando en las viejas revistas que guardé de la época de colegio, como por ejemplo Chaski, la gran colección. Alimento mi imaginación, todo lo que puedo. Encontré un juguete que estoy seguro hará las delicias en su mente tan inteligente. Por ahora aguardo. En el siguiente post me referiré al siguiente nivel, el día en que descubrió a los autobots, y estos a su vez lo llevaron a los dinobots, el nivel más alucinante para un niño de 3 años tan lleno de amor como el mío.