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lunes, 25 de mayo de 2015

DON DRAPER, O UN YOGUI EN MADISSON AVENUE



ATENCIÓN: Este texto no es recomendable para los que no vieron aun el último episodio, contiene muchos spoilers.



A mi querida Susy


Conocí la serie de televisión Mad Men cuando ya habían transmitido cinco temporadas, que se podían encontrar en los mercados de DVD pirata en nuestro país. Transcurría el mes de septiembre del 2014, había ingresado a una universidad privada a dictar clases de dirección creativa, mi interés entonces era muy práctico respecto de la serie: interiorizarme en el mundillo de la publicidad y el marketing, con el plus de que el aprendizaje vendría acompañado de la narración de una historia, lo cual lo hacía más divertido. 

Como les ha ocurrido a tantos televidentes en el mundo, me enganché desde la primera escena. Década de los 50, Estados Unidos, y un personaje impecablemente vestido, humo de cigarrillos y música que invitaba a remontarse a otras épocas. El resto es historia. La pasada semana se emitió por HBO, en estreno para latinoamérica, el último episodio de la serie (EP. 14), luego de siete temporadas brillantes. 

La sensación final fue de nostalgia, también de satisfacción, por haber sido parte y haber llegado hasta ahí, como cuando se gradúa un familiar muy cercano. El episodio cumplía también el deseo de Matthew Weiner, el creador, de que sus personajes fueran un poco más felices de lo que eran al empezar la serie. Así sucede con Peggy, Joan, Roger Sterling, Pete Campbell, pero también con Don Draper, el que sufría el drama más prolongado y sin visos de solución. No es un final de película al estilo Hollywood, tampoco es una demolición descarnada como nos hacía presentir las pinceladas de Scott Fitzgerald por aquí y por allá.


Excelente análisis del último capítulo en el canal "Sillón naranja"

Algo genial en la serie ha sido la manera en que nos fue mandando falsas señales respecto del destino que le esperaba a Draper, señales que podíamos verlas desde la sexta temporada. De hecho, la idea de un final desastroso para Draper está incrustada en nuestro subconsciente desde que vemos la silueta del hombre cayendo al empezar cada episodio; casi todos intuían que era el cuerpo de Don Draper, ¿sería un sueño, una premonición? Y esa imagen parecía conectarse a veces con otras señales aisladas dejadas por ahí, como por ejemplo las alusiones constantes a la muerte, o la temática del suicidio discutida en algunas publicidades, o ver a Don leyendo un libro titulado "El infierno", además de su tendencia a desplomarse en recaídas existenciales sobre su pasado y su vida, un desorden de sucesos y deseos que correspondían también al enterrado Dick que llevaba dentro. 

Podría pensarse que Weiner demostró una vez más su genialidad en la confección del último episodio, porque no fue complaciente con lo que todos esperábamos, o más bien temíamos (la caída definitiva de Don), como si toda la serie hubiera consistido en enterarse qué tenía que pasar en la vida de un publicista cotizado, y en ese país de las oportunidades, para que termine tirándose de su oficina desde un piso muy elevado. No fue ese el final, ni involucró ningún tipo de suicidio. El final fue muy digno para todos los personajes, incluso en la actitud de la malcriada e inmadura Betty (una de las menos queridas por los fans según he podido ver), pues ella asume su enfermedad mortal con entereza y fuerza moral, como si la muerte de su madre en la primera temporada, y luego de su padre, la hubieran preparado lo suficiente para convivir con esa sombra. Al mismo tiempo, y esto es lo genial, Weiner sí fue complaciente, porque no pudo dejar de darles a los cínicos un final con el que pudieran encontrar un resquicio de placer para ellos. Se trata de reconocer la época en que vivimos, la historia ocurre en los finales de la década del 60, pero es narrada para un público del siglo XXI, y Weiner calibra esto magistralmente. 

Con un acercamiento de cámara sobre el rostro de Don Draper lo vemos finalmente sonreír, después de tanto abatimiento. Sonríe con los ojos cerrados en su sesión de meditación guiada, y esto nos hace entender que ha encontrado la paz en su interior, al menos tiene esa aura de calma que es propia de los que ven otras cosas. Pero luego en la siguiente escena se muestra lo inesperado y con ella termina la serie: se engancha una publicidad conocida de 1971, "quiero comprarle una Coca al mundo." Con ese producto archi-conocido se empieza a enlazar la idea de mundo unido, paz, juventud, hermosura, hippie style, diversidad étnica, multiculturalidad, pero diciendo además que Coca Cola es el punto de encuentro, aquello que trasciende todas esas fronteras. ¿Podemos entender ahora por qué sonreía el Don?

Claro está que los cínicos encuentran la oportunidad de fantasear y convencerse de que el don no ha cambiado, de que volverá a las suyas, se presentará en la oficina otra vez como alguien que retorna de la muerte, y llegará con esa idea ganadora, que lo encumbrará probablemente a otro premio Clio como mejor publicidad. En ese sentido Weiner dejó abierta la cuestión, y eso es ideal, es la única manera en que se puede terminar una historia o se puede pintar un cuadro en nuestros tiempos, donde se busca tanto la interactividad, el empoderamiento del receptor, la participación del lector, etc. Polisemia antes que transmisión de mensajes significativos cerrados. 




No está mal que el Don vuelva a hacer lo que sabe hacer, que se zambulla nuevamente en su vida, como lo dice el mismo John Hamm en una entrevista. Otros creemos que sería interesante imaginar a un Don Draper diferente pero en el interior, con una variación a nivel esotérico. Muchas veces en las pasadas temporadas, este icónico personaje encontraba la manera de reinventarse y salir del atolladero, ya fuera iniciando su propia compañía y divorciándose, como en el final de la tercera, o casándose con Megan como en el final de la cuarta, o incluso concibiendo una fusión con otra agencia publicitaria al final de la quinta. De alguna manera el Don siempre encontraba una manera, pero era jugando con las piezas en el mundo externo, para sentirse acompañado, para darse un sentido de ir hacia algún lado, de crecimiento. Internamente sus viejos conflictos sólo se ocultaban con viejas frazadas, eran postergados. 

En la séptima parece que finalmente muchas cosas se están desvaneciendo en la vida de Don, personas de su pasado que se van, sus hijos lejos y ya casi sin verlos, su trabajo con nuevas condiciones, todo avanza hacia un punto de desvanecimiento, lenta demolición de lo conocido. Something is changing and you don´t know what it is.... cantaba Dylan en aquella década. 

En este punto, al verlo sentado en círculo en un grupo de terapia colectiva, recuerdo otra vez el film Fight club. La idea ahí es que todos en la vida somos peleadores de alguna manera, luchadores, estamos luchando contra algo, sea una enfermedad, la melancolía, la soledad mal entendida, la vorágine de la vida capitalista burguesa cuando te comes el cuento... El club de la pelea no es sólo una organización en red clandestina, compuesta por varones que se reúnen en sótanos desconocidos para liberarse por medio de la pelea a puño limpio entre ellos. Es otra cosa, y Mad Men nos refuerza una nueva visión. Don Draper se encuentra con una de estas formas de katarsis grupal en su estado más amable y acercado a las terapias orientales. Gracias a Stephanie, se ve envuelto en un Campus de Inmersión. Recordemos a su ex-esposa Betty en la primera temporada recurriendo a la consulta con un psiquiatra, o a Roger Sterling en el diván de un psicoanalista, o el desplome de Michael en la oficina, el judío que cree que las máquinas fotocopiadoras son sus enemigas... Paranoia de los espacios cerrados, crítica a la institucionalización que se vivía en el país, un subjetividad enfermiza que tomaba posesión... En el fondo, todos necesitan algún tipo de terapia, como si dentro de la ciénaga de ese tiempo particular se avanzara más o menos con una ceguera parecida. 

En el terminar este episodio 14 por fin cuando se le da una mayor importancia a los cambios que instauraba en los 60 la filosofía de vida de la comunidad contracultural. No eran sólo los hippies, también estaban los diggest, luego fueron los hipsters, antes se había tomado la posta de los beatniks, y en esa atmósfera había una irradiación que impulsaba hacia una nivelación libertaria como opción de salud. Al final habrán pasado incluso por el LSD en la oficina de Draper, pero la verdadera paz llega con la meditación, como si te metieras en una ducha y ésta te abriera un portal hacia un lugar de serenidad y aire puro y brisas frescas, sonidos armoniosos y sensación de expansión continua. Ya metido en la terapia de grupo, Draper se ve a sí mismo en otro hombre que se siente igual de desconectado de la vida y de los otros, no es amado, y se desploma en llanto. Draper puede decir con sus ojos: "tu sufrimiento es el mío". Se pierde en el movimiento sin ego, se levanta de su silla y va a abrazarlo, como diciendo "basta de charla sobre sentimientos, lo que este hombre necesita es un abrazo". Pero luego vemos que quien más lo necesita es Draper, que se da cuenta además que su drama no es único, que incluso que no hubiera suplantado la identidad de otro hombre en la guerra probablemente tendría esos mismos sentimientos desencontrados, de alguna manera entiende que esa desconexión es parte de su época, como lo es la música o las marcas de cigarrillos. Ver en perspectiva tus propias desgracias, a través del espejo de los otros es enriquecedor muchas veces, el mundo había dejado de ser tan inhóspito con Draper, ahora veía con claridad que él no era un caso extraordinario. Eso que le pasa también lo sienten otros.


Otra vez nuestro personaje principal estará listo para flotar por el mundo, porque ha recuperado su sentido de subterraneidad. Después de sumergirse en sí mismo se conectó con la subterraneidad del mundo, aquello que no es aparente, y que sin ser visible para todos, está ahí a la vista, como una existencia que se manifiesta en diferentes capas de vibración. Ver al Don meditando como un yogui en la última escena, y luego esbozando esa sonrisa, no tiene precio. Que siguiera luego de esa escena preciosa, a orillas del mar, una otra publicidad que buen favor le hace a Coca Cola, no dejó de ser interesante, aunque personalmente la considere ya prescindible en términos de lo que era más importante saber del desenlace. Después de todo, una vez que has descubierto tu subterraneidad, es posible que vuelvas al mundo superficial, es posible que flotes ahí con mayor levedad y pericia, porque ahora no encuentras solamente ahí los motivos que movilizan tu vida, ahora eres indiscernible en cierto modo, como un iceberg en la noche callada de un océano. Pues la idea no es alejarse en un retiro permanente en las montañas. Como diría Zarathustra, hay que volver al mundo, todo lo que aprendes ahí, en tu inmersión, debes llevarlo al mundo, y probarte tu serenidad y tu nueva paz. Otro tipo de paz que puede ser agitada o deformada por los trajines de la vida mundana no es una verdadera paz. 


¿Piensan lo mismo que yo?: wow, Peggy, wow