Por: Jorge Luna
Ortuño
Es difícil no
esbozar una sonrisita de tonto cuando se observa el juego del Barcelona F.C. en
los recitales que ofrece en el Campo Nou. Lo menos que se puede decir es que
inauguró una nueva manera de jugar al fútbol en tiempos en que el deporte se
sentía estrangulado por el resultadismo y la preferencia por el poderío físico
antes que por la técnica. Mérito de una filosofía que considera al blaón como "el santo Grial", y que inicia con Johan Cruyff, alcanzando sus notas más altas con Guardiola. “El Pep”, el mimado del club, asumió
con autoridad y estilo, y casi todo fue a pedir de boca: catorce títulos en
poco más de tres años al frente lo acreditan como el mejor técnico en la
historia del Barca. Es claro que todos estos logros llegaron con un desgaste
físico, mental y emocional, pero que parecía administrable.
Sin embargo, fue
la llegada de Mourinho al Madrid, quiérase o no, la piedra que terminó por
acelerar el paso al costado de Pep. Mourinho es un crack, un hombre que entiende
muy bien su trabajo, y entiende que medio partido se juega a nivel de
los egos. Agita la mano derecha con desesperación, está parado cerca de la
línea, habla con los suyos, con el árbitro, con los rivales, pone cara de
póker, luego hace un gesto de mandarlos al diablo a todos, no es un teatro, él
está jugando su partido, y no deja de jugarlo en la rueda de prensa, o en una
de las pocas entrevistas que concede, pues, como dice, todos éstos son espacios
de trabajo. Toda la Liga 2011-2012 la jugó así Mourinho, y tuvo el mérito de
poner incómodo a Guardiola, de hacerle sentir que se encontraba en una guerra.
Sucede como en el boxeo, los más virtuosos como Muhammad Alí, Sugar Ray Leonard
o Roy Jones Jr han encontrado la piedra en su zapatos con aquellos adversarios
que les imponían una presión constante y los tenían contra las cuerdas (Joe
Frazier, Tommy Hearns, Antonio Tarver…), sacándolos de su juego estilístico y
colocándolos en un campo de batalla. Maurinho, aprovechándose del hambre
mediática, creó la ficción de que era una competencia entre ambos entrenadores,
entre sus récords, antes que entre sus equipos. Aquella Liga que ganaron
finalmente los madrilistas desgastó tremendamente al Barza, y al Pep mucho más.
Cuando dio la noticia de su alejamiento del banquillo culé, Guardiola dijo que había
dejado todo en esos años de dirección, y ya no se sentía lleno de todo aquello
que debe sentir un entrenador de un club de tanta jerarquía. Lo dijo con lucidez,
era tiempo de recargar baterías.
En pro de la
continuidad asumió Tito Vilanova, su amigo y ayudante de campo por largos años,
y el Barcelona no ha resentido el cambio de timón, no sólo eso sino que se ha
vuelto intratable. Ya ha batido algunos récords sólo en la primera rueda de la
Liga 2012-2013, es puntero solitario en la tabla, que muestra al Real Madrid
unos quince puntos más abajo. ¿Qué ha sucedido? Todavía Mourinho no ha
encontrado la manera de jugarle el partido, fuera de la cancha, a un técnico
completamente desconocido, que hace sus primeras armas como tal. La filosofía
del Barza sigue siendo la misma, la cultura de la alegría expresada en su juego
es idéntica, los jugadores se ven motivados. Si Pep Guardiola –como insinuaron
los seguidores en sus pancartas– era El Padrino de los azulgranas, podría
decirse que Tito Vilanova es el Michael Corleone del Barcelona, el golpe que
nadie ve venir, la mano bajo la falda de la Monalisa. Mario Puzo escribe en su
brillante novela que uno de los preceptos de Don Corleone era este: los amigos
deben subestimar las virtudes de uno, mientras que los enemigos deben
sobrevalorar los defectos, así se logra mantener una fuerza reposada oculta.
Ciertamente Tito Vilanova hace uso de éste precepto, hombre de perfil bajo, de
pocas referencias, ha asumido para ajustar cuentas con los fantasmas del pasado
reciente, las pedreras del Chelsea y del Madrid.
Ahora, sería una
tontería reducir la gestión victoriosa de Mourinho a su habilidad de generar
esta competencia en los medios con Guardiola, además del aire de hostilidad que
instaló con sus críticas a los árbitros y a la misma UEFA, acusándoles de
favorecer al Barcelona. Después de aquel humillante 5-0 que encajaron los
merengues en el Camp Nou (septiembre 2010), Mourinho intentó muchas variantes.
De aquella negra noche –la peor goleada que ha sufrido Mourinho en su carrera–
aprendió que no era conveniente pelearle la posesión de bola a los de
Guardiola; el Madrid se distinguió entonces por economizar el pase de la bola,
gestionando el tránsito rápido, vertiginoso, de una área a la otra en unos
cuantos toques. Comenzó también a afinar una estrategia de presión en campo
adversario, y en la final de la Copa del Rei (2011) pareció encontrar una
fórmula, la del trivote de presión alta: Xavi Alonso, Khedira y Pepe, a costa
de dejar a Ózil en la banca. El Madrid perdió en juego ofensivo, se dedicó a
morder y capitalizar de lo que conseguía robar. En la otra vereda, el Barza
perdió el brillo y la omnipresencia, la bola llegaba apretada a los de arriba,
sólo se le permitía tocar en zonas donde era inofensivo, las bandas ofrecían
menor resistencia, pero sólo para hacer algo que no le gusta al Barza, y es
jugar a tirar centros.
El juego del
Barcelona se basa en la rotación continua de posiciones y el toque de bola para
abrir avenidas de tránsito, es como una ruleta rusa, gira y gira, y en algún
momento saldrá el número premiado, momento en el que la idea se encuentra con
la oportunidad, y es el mejor ubicado quien asestará la estocada definitiva,
algo que generalmente le toca hacer a Messi. Sin embargo, aquella final la ganó
el Madrid, con un cabezazo impecable de CR 7 en el alargue. En uno de sus
excelentes análisis, Santiago Solari definió así el éxito de la estrategia
madrilista:
“Todo un arte: a
un Barca especialista en liberar zonas para luego poder ocuparlas por sorpresa
se le opuso un Madrid que ocupó zonas ya ocupadas para que luego no quedaran libres”.
De todos modos,
la subsiguiente derrota en las semis de la Champions a manos del Barza, además
de las ácidas críticas que recibió por el juego conservador, impulsaron a Mourinho
a afinar su idea. Después de todo, él lo dice, el juego de cada uno de sus
equipos depende de la idiosincrasia del club y de la misma Liga, además de la
cultura de la ciudad. En sus palabras:
“la construcción
de los equipos debe realizarse de acuerdo con la cultura y con las cualidades
que tienes para ganar. Como jugaba hace cuatro o cinco años, el Barça no ganaba
la Premier. Quizá hoy la ganaría. Por eso es imposible que un entrenador llegue
a un país y diga: "Este es mi sistema, mi filosofía de juego". Si un
día Pep [Guardiola] va a Inglaterra o a Italia, quiero ver si su equipo juega
como el Barcelona... ¿Seré capaz de hacer con el Madrid lo mismo que he hecho
con el Inter a nivel de juego? Imposible. El aspecto cultural es muy
importante”[1].
Así llegó el
cambio. Respetó la histórica obsesión por el juego ofensivo del Madrid
adelantando 20 metros las líneas, con presión total, impidiendo al portero Valdés
las salidas en corto en los saques de meta. La idea, condicionar los caminos
del balón, hacer que el barza tenga que dividir la bola en casi todas las
posiciones. Usando su 4-3-3, el Madrid poblaba el campo rival, y si perdía la
bola se replegaba inmediatamente achicando la distancia entre las dos últimas
líneas. El traslado de la bola siempre rápido y punzante, argumento que se
coronaba gracias a una eficacia descomunal adelante: de tres el Madrid metía
dos. Como lo han apuntado ya otros, el gol no siempre es hijo de la posesión de
bola, y ésta la visión que Mourinho quería reivindicar.
Fue perfecto.
Desde el cierre de Liga del 2012, el Madrid le ha ganado además la pulseada de la Supercopa de España, con un Vilanova
debutante. Todavía el Barcelona no le ha vuelto a ganar con plena autoridad al
Madrid, y debe reconocerse que el equipo de Mourinho es el único que ha sabido
ganarle y ofuscarlo jugando de tú a tú, sin utilizar la estrategia mezquina del
Chelsea, que optó por aglomerar a sus once hombres defendiendo su portería para
sostener el cero.
Debe decirse
también que es a éstas alturas de la temporada que el Barcelona se muestra
perfectamente afinado, listo para tocar otra sinfonía, con un Vilanova
consolidado, en vísperas de un nuevo clásico por la Copa del Rei (26 de
febrero). Admirable lo de Mourinho, pero no le alcanza aun para desplazar de lo
más alto del podio al juego del Barza, pues el Barcelona sigue siendo el equipo
romántico por excelencia. Su estilo de juego le da predominancia sobre
cualquier rival hoy en día, mientras que el juego del Madrid no le ofrece
muchas garantías frente a rivales de jerarquía. Su estilo acelerado no le
permite manejar con justeza los tiempos de un partido, puede meter varios goles
pero también encajar los mismos. Fue así que quedó eliminado a manos del Bayer
de Munich en semis de la Champions (2012), y otros sustos similares vivió
frente al Manchester en los octavos de la que se define este año, quedándose
con un magro 1-1.
Por su parte, el
Barza avanza imperturbable, como la temible ballena de Moby Dick, arrasando, y
la comparación es válida porque el Barza, a diferencia del Madrid, no es un
equipo que deja entrar en el partido, te tortura los 90 minutos. Si el fútbol
tuviera el criterio del K.O. y la cuenta hasta diez, muchos partidos del Barza
se darían por terminados antes de los 90 minutos. Mientras, el gran Mourinho
hace una mueca y espera tener un final más feliz que el capitán Ahab.
Los dados están
lanzados, el éxito o fracaso en la Champions League será el juez final de
ambos. El enfrentamiento de estilos y de egos entre el Barza y el Madrid nos
regala cada partido una enseñanza diferente. ¡Qué privilegio vivir en el mismo
tiempo de éstos dos monstruos!
[1] Entrevista concedida a
Juan Cruz de El País: “Jose Mourinho: en el fútbol lo arriesgo todo. En lo
personal riesgo cero”. 22/08/2010