No se puede alardear de saber mucho de box sin haber entrado nunca a un ring. Y sin embargo existe también una comprensión no-boxística del box que en ocasiones nos ilumina y resulta de lo más atractiva. Los grandes fanáticos del box pueden dar cuenta de ello, muchos de ellos grandes coleccionistas de gloriosas peleas en vhs. También están los que lo disfrutan desde otra vereda, quizá porque su mirada viene calibrada por intereses de otra índole, como por ejemplo la mirada atenta de aquel que observa el box para convertirlo en una analogía con la literatura. Charles Bukowski tenía algo de esto, aunque era algo muy visceral, nada de pose, se tomaba la vida como una pelea, y sus sentadas frente a la máquina de escribir como lo propio.
De una pelea de boxeo, de esas grandes peleas clásicas grabadas en nuestras retinas, se puede aprender un montón de cosas incluso cuando el que observa ni siquiera se haya calzado unos guantes en su vida. En mi caso practicaba Jeet Kune Do, creía hacerlo, pero mi habilidad con los puños no terminaba de ser buena; fue de la mano de los grandes que comencé a mejorar, casi por ósmosis, viendo a De la Hoya, Roy Jones Jr, Mike Tyson, las titánicas y furiosas peleas de Marco Antonio Barrera con Erick Morales, pero siempre hubo un antes. Mi gusto por el boxeo se hizo mucho más devorador cuando me introduje en las peleas de Muhammad Alí, esas de sus dos títulos de 1964 y la siguiente diez años después contra Foreman. También me maravilló el estilo sistemático de Sugar Ray Leonard, verdadero estilista, siempre cabía pedirle un k.o al final de la pelea que se había extendido, incluso después de habernos regalado ya una serie de artilugios y proezas técnicas en el ataque y en la esquiva, sin medir fuerzas se lanzaba por la terminación contundente del pleito cuando veía la oportunidad. Así lo dejó desinflado a Tomas Hearns contra las cuerdas, que en el round 14, rendido, se veía como una cobra exhausta despojada de su veneno. En su primer encuentro, Hearns le había estampado el puño izquierdo buena parte de la noche a un felino como Leonard que extrañamente no alcanzaba a medir el ritmo de ese jab engañoso y punzante. Sólo no pudo lograr esa terminación dramática con Marvin Hagler y con Durán, entre sus peleas de campeonato sonadasm si mal no recuerdo. A Hagler era muy difícil tumbarlo, más porque Leonard volvía después de un retiro de años a otro peso, a enfrentar a un león que hacía desaparecer a sus rivales. A Hagler no pudo finiquitarlo como se despela una plátano de poquito a poquito, pues Hagler era una máquina tan temible como lo había sido Sonny Liston en su categoría en otro tiempo, pero con mayor técnica. Sin embargo Leonard se alzó con el título, aquella victoria fue ante todo estratégica, mucho juego de pies, robando puntos aquí y allá, deslumbrando con ráfagas de velocidad, y sobre todo preocupado ante todo de no perder, y sólo después en la posibilidad de ganar. Antes que acertar mucho con su golpe, Leonard se enfocó en hacer fallar mucho a Hagler, lo hizo ver como un torpe camión en persecución de una liebre. Esta sola es una lección para cualquiera que desea extraer enseñanzas para la mochila que lleva en su camino.
Otra cosa es observar y desmenuzar una rola de jiu jitsu. La fluidez y la capacidad de adaptación son de otro nivel. Acabo de encontrarme en youtube una antigua pelea en un torneo entre Rigan Machado y Rickson Gracie, dos luminarias de la disciplina. Ambos agresivos, ambos afectos a controlar más o menos los mismos ítems, ambos jóvenes y fuertes. Pero Rickson siempre un paso más adelante en su mente, que parece ni siquiera actuar precediendo a su cuerpo, su cuerpo se mueve y piensa solo. Sorprende cómo Rickson combina en menos de lo que canta un gallo no solo una raspada, también un pase de guardia y una mejora en su posición arriba, y puesto ahí ya tiene tres movidas más disponibles en su cabeza. Pero esto lo hace sin pensar mucho, apenas se ve en una posición de desventaja, si no se mueven las cosas por un ángulo, inmediatamente gira todo por la puerta de atrás. Así se ve a Rigan y Rickson dando vueltas uno sobre el otro, sin que se establezca recién hasta el final quién es el que domina la posición de arriba. Norte-sur, montada 100 kilos, norte-sur... Al final no se observa cómo somete Rickson a Rigan, es claro que se trató de una estrangulación, pero no se alcanza a ver cuál. Lo interesante es apreciar el encadenamiento de esos movimientos tan rápidos, con tal muestra de dominio del arte, son dos leones puestos juntos y no sabes que van a provocar, chispas entre espadas, un tercero surge entre los dos, que llamamos jiu jitsu, y una sensibilidad corporal extraordinaria que pone los pelos de punta.
Hace unos minutos acaban de jugar Federer y Del Potro en el abierto Masters en Londres. Ver un partido de tenis es otro placer a parte, sobre todo entre los grandes de este tiempo, Federer, Nadal, Djokovic, Murray un poco, algo de Ferrer, Songa a veces, el gran Del Potro, y otro más por ahí. El caso es que Federer remontó un partido que parecía se le iba por la cornisa Me gusta cómo en el tenis se prepara la jugada final un golpe a la vez. Primero una bola esquinada con el revés luego a mismo lado con el slice, y luego lo mismo, hasta que el oponente se ha recorrido y jugado su cuerpo hacia un lado; luego los hábiles jugadores emplean con acierto la bola rápida al otro lado, o mejor aún, el engaño, la bola a contra-pie cuando el que está al otro lado creyó adivinar la jugada y es encontrado a medio camino. En el tenis no existe la posibilidad de jugar como lo hace España en el fútbol, porque no existe posesión de bola, la única manera de aligerar el ritmo es con esas bolas profundas y cortadas con efecto que Roger tira tan bien con su revés. La bola viaja más lenta, rebota menos en el césped y en el cemento, obliga al adversario a agacharse un poco más para recogerla y hacerla pasar por encima de la red. Si la jugada era rápida, con ese efecto se desacelera, el que la aplica gana un tiempo, es una buena manera de contener un ataque del oponente o defenderse estando jugado a un lado. En el partido de hoy, la magia de Federer en los puntos finales estuvo en la manera en que acostumbró a Del Potro, el cómo le jugó mucho esa bola de revés, y en puntos cruciales le cambió la velocidad y el tipo de pegada, le tiró la pelota plana al mismo punto, lo que hacía que Del Potro tuviera que cambiar su hábito de respuesta en el instante, era algo que no esperaba. El tenis es una especie de juego de parabrisas, mientras más tiras al oponente a un costado más arriesgas tú también uno de tus costados para ser contraatacado. La clave también está en mantener el justo medio, ser agresivo un poco como lo es Nadal, pero aprender también lo que él sabe intercalar mejor ahora, y es resistir el temporal, jugar a defender, no buscar la bola perfecta ni el tiro angulado, sino evitar la equivocación, evitar perder el punto y si se pierde ese punto, que sea porque el rival lo gane con un gran acierto, pero no perderlo por errores innecesarios en bolas fáciles o por ansiedad. El cuerpo no puede jugar con fuego todo el partido, por eso los campeones regulan su intensidad. Existen momentos en que el marcador les es adverso, no parece haber vuelta al juego sin recovecos que presenta el rival, ahí solamente les queda perseverar, esperar, jugar con entereza porque así lo demanda la contraseña personal, a la espera de que la luz retorne como siempre el día le sigue a la noche. Y eso pasa, y de repente se observan los ojos dilatados del rival nervioso, no pudiendo acertar nada cuando media hora antes le salían finos hasta los pedos. Es la variabilidad constante de la vida que se observa desnuda en una cancha de tenis mucho más de cerca que en otros deportes.
Por ahora Djokovik y Nadal lideran los podios, pero Federer resiste, los fans lo seguimos todavía con atención, ¿habrá todavía un soplo más para ganar un Wimbledon u otro Grand Slam? Lo sabremos el año que viene, por ahora está en semifinales y eso nos entusiasma.