Ocurre en ocasiones que el amor que surge entre dos personas no es precisamente hasta que la muerte los separe, como sentencia solemnemente la institución del matrimonio. A veces estas disoluciones se producen sin que esto implique un falso amor, simplemente que la pareja se separa por condicionantes complejas propias de la relación o de un tránsito que no puede acontecer para uno de ellos. A veces los mundos de ambos no están hechos para ser fusionados entre sí, pese a sus mejores intenciones. Y de estas relaciones, que se fracturan con los visos de la impotencia también quedan hijos en ocasiones, o al menos un hijo o hija, que es fruto puro y valioso, constancia viva de aquella estela amorosa que una vez existió.
Así, pienso para mi coleto que está muy bien que se defiendan a nivel de las leyes los derechos de aquellas madres que se quedan con toda la responsabilidad en sus manos cuando el padre abandona la embarcación y desaparece rumbo al olvido. ¿Pero y qué de los papás cuando ellos también quieren ejercer legítimamente su rol después de la separación?
Una lectura rápida del Nuevo Código de las Familias y del Proceso Familiar en Bolivia deja en claro otra preocupación que atañe a los papás: muy poco se modificó la antigua ley en cuanto a la protección que el Estado puede brindar a la relación papá e hijos en familias modificadas, es decir aquellas en las que los padres se separaron. De la dureza para castigar el atraso en pago de pensiones ya se conoce, pero en cuanto a la protección del tiempo papá-hijos poco se agrega, todo se maneja en torno a regímenes de visita. ¿Qué pasa con los papás que no desean un régimen de visitas y luchan porque lo favorable para los hijos es un régimen de vida? Sólo en el artículo 217 de la ley reza:
"La guarda compartida es un régimen de vida que busca estimular la corresponsabilidad de ambos padres que viven separados, en la crianza y la educación de las y los hijos comunes, mediante un acuerdo voluntario que asegure su adecuada estabilidad y continuidad."
Esto está muy bien, pero depende del acuerdo que muy bien la madre puede negar. Y luego, ¿acaso tiene el papá que someterse a la tiranía de una madre con la que eligió no hacer su vida para ver a los hijos que nunca dejó de querer?
Mucho se publican notas en los medios acerca de la violencia doméstica contra las mujeres en Bolivia, que sin duda existe, pero poco o casi nada se habla de la violencia psicológica (y a veces física) que muchas madres ejercen en el país contra los papás usando a los hijos. Pareciera que en cierto plano de la sociedad, el tema de la defensa del papá está casi vedado o es muy difícil de comprender y aceptar, pues siempre se tiende a apoyar al más débil en la ecuación, que se cree erróneamente es la mujer, cuando en realidad es el niño o niña, pero no tiene voz. La excepción a la regla es cada vez más una masa creciente de hombres que reclama alrededor del mundo derechos para los papás.
Hace poco mi abogado me comentó de la separación traumática de un matrimonio con hijos en Santa Cruz, un caso en el que la mujer, literalmente, terminó apuñalando al hombre por la espalda; fue una noche desafortunada en una temporada de discusiones por temas amorosos entre la pareja; el hombre había ido a la cocina para sacar una bebida del refrigerador, justo después de que abriera la puerta la mujer vio la oportunidad de abalanzarse por sorpresa con el arma blanca, con la suerte de que la estocada no alcanzó a herir órganos vitales del afectado. Luego de salir del hospital, sin haber presentado cargos contra ella, al padre le tocó vivir los sufrimientos de la separación de los hijos, con quienes ya no podía vivir porque les prohibió visitarlos. Cómo no quería avivar la ira de la mujer, el hombre se privó de exigir sus derechos de padre por ley en un juzgado, y así transcurrieron meses y meses hasta que conoció a un abogado que lo aconsejó. No es muy frecuente escuchar de estos casos en los medios informativos, es casi una rareza que se hable del papá como víctima, a condición de comprender que la víctima mayor es a la larga el hijo o la hija.
El discurso feminista de agrupaciones como Mujeres Creando se equivoca al partir del supuesto de que en hogares separados la culpa debe ser siempre la del hombre, padre-irresponsable-desalmado-hijo-de-puta-abusivo y quien sabe qué adjetivos más que le cuelgan aunque no siempre lo digan explícitamente. Así lo esgrime abusivamente Maria Galindo cuando se trata de buscarle defectos al Presidente Evo Morales, y así lo repitió en ocasión de una carta que publicó este año en Página Siete para discutirle su pretención de ser también feminista. A más de uno se le ha debido cruzar por la mente la certeza de que no necesitamos de las feministas para amar y respetar a las mujeres.
La defensa de los papás no viene respaldada por algún ismo convertido en grupo de choque y de interpelación a la sociedad. Lo que muchos papás organizados en las redes en Argentina, Chile, o España en Europa (por citar un país de habla castellana) están pidiendo es que se respete la ligazón natural que el padre tiene con su hijo o hija aunque tome la decisión de no continuar su relación con la madre, y reclaman la guarda compartida. Esto ya no remite a un análisis sobre la crisis a causa de los divorcios, porque estamos hablando de que más de la mitad de los matrimonios en el país terminan rompiéndose antes o después, y de que existe un altísimo número de hijos que se conciben fuera del matrimonio. Los hijos de padres son una realidad y exigen un análisis propio, fuera de los que buscan las formas de evitar las causas.
Y lo que pocos saben es que existen papás que se rigen primero por su amor hacia sus hijos, que no definen sus vidas por unas reglas que les dicta una institución que los libraría de su responsabilidad de estar presentes una vez que no existen papeles que indiquen que hubo un matrimonio antes. Algunos papás se quedan ahí, o si se van es sólo por un tiempo donde las oportunidades de pararse económicamente les permitirán estar disponibles para sus hijos, inicialmente en cuanto a la obligación de asistencia económica para ellos, que es la base para lograr entendimientos con la mujer.
Lo que pocos parecen aceptar es que existen muchos hogares que se han roto porque la responsable principal es la mujer. Es decir, la mamá también tiene su papel y su peso en la separación. Entiéndase que la disolución de un proyecto que se había querido construir entre dos no significa que se sacrifique inmediatamente la crianza ni la cercanía ni los tiempos para compartir que el niño(a), que necesita estar tanto con el padre como con la madre. Separarse de la madre no es renunciar a los hijos, aunque la separación de un ser emocional con una memoria prodigiosa como es la de la mujer, resulte en una cercanía más compleja y problemática para los papás con sus pequeños.
En el primer año la dependencia del hijo respecto de la madre es casi permanente, no existe en esos casos mucho margen para que el papá pueda compartir espacios independientes con el recién nacido, al menos si está solo y no cuenta con el apoyo de su familia. La dificultad viene ya desde el hecho de que el bebé necesita leche del pecho, es algo natural que se debe aceptar, y la tarea del papá consistirá primordialmente en cooperar, sobre todo para la adquisición de los insumos necesarios en la crianza de un bebé. Lo trágico es que en la separación, los tiempos se rompen, la armonía se trastoca, para el papá despertar con su hijo es un privilegio que se corta, acunarlo, hacerlo dormir, calmarlo en momentos impensados de su día y otros momentos comienzan a convertirse en algo muy difícil de que acontezcan. La separación amorosa implica la necesidad de alejarse de la otra persona, con quien es posible que hayas caído en círculos nocivos para tu salud emocional y mental. Y sin embargo necesitas estar al mismo tiempo cerca, porque el bebé ya está ahí y cada día cuenta. Se trata de una situación de cercanía y lejanía compleja, de presencia y de ausencia extraña, de difícil resolución, y requiere de una madurez emocional muy desarrollada de parte de ambos, lo cual es difícil cuando ganan los resentimientos y la bronca de uno de ellos hasta por el hecho de que vuele una mosca.
Es en este escenario, a medida que crecen los hijos, que se van desarrollando las distorsiones por el accionar de mala fe de algunas madres, a quienes se les cede la guarda de los hijos en vista de que éstos en sus edades más tiernas necesitan más biológicamente de la mamá. Habrá por ahí desacuerdo de parte de algún papá que se armó de agallas y crió a su hijo o hija solo desde que era un bebé, dándole leche en polvo de biberón y despertando a todas horas para cambiarlo o simplemente aliviarlo de sus gases. Pero en condiciones más o menos normales, es siempre la mamá la que debe estar con el hijo, pues eso que se llama calor maternal es algo que la naturaleza ha creado en tal manera sin que haya necesidad de renegar por ello, simplemente basta con recordar la importancia de esa función que jugaron nuestras madres en nuestras crianza.
Y así como se pide a los hombres que recuerden a sus madres para retractarse de conductas abusivas contra sus mujeres, así también hay que recordarles a las mujeres abusivas e intransigentes que sus hijos también pueden caer en la mala fortuna de cruzarse en sus vidas con ese tipo de mujeres que les hagan la vida menos gozosa y más accidentada. La sabiduría de la vida consiste en que todo se mueve según tiempos secretos en modos cíclicos, quien reposa en su interior y se mueve sin pretensiones ajenas a su talante verá pronto cómo sus tiempos se sintonizan con los de la naturaleza.
¿Cómo es hoy entonces la figura? Nuestra sociedad, y nuestros juzgados de familia se mueven en base a un prejuicio silencioso terrible contra los papás, de modo que sucede también que los buenos pueden pagar por los pecadores. Al papá lo que se le exige como deber insalvable es que cumpla las pensiones, con pena de apremio y confiscación de bienes, y de una manera muy paternalista se protege a la madre dándoles todos los privilegios de tiempo a compartir con la hija o el hijo. En países más avanzados del primer mundo existe normalmente la guarda o tenencia compartida, y es común, por ejemplo, que previo acuerdo entre los padres, se establezca que los hijos pasen una semana con el papá y otra con la mamá, de modo alternado, esto con miras a que los infantes no se alienen de sus papás, y que no terminen siendo figuras de visita que se parecen más a los amigos cercanos o a los tíos. Además se busca equilibrar las responsabilidad que no tiene de ningún modo que asumir solamente la madre.
El problema es que para llegar a acuerdos hay que contar con que la mamá esté dispuesta a promover una relación saludable para los hijos, y no tenga necesidad de sabotear los acuerdos con el papá al estacionarse en posiciones duras que le hagan sentir un reparo a su sensación de reproche permanente. Algunas mamás creen que su rol es el de ser proteccionistas porque se creen dueñas de los hijos, como si de un objeto o de un bien se tratara. A esas madres repartidas por los confines de este país Bolivia quisiera decirles que el sobreproteccionismo solamente perjudica a quienes han venido al mundo para cumplir también una experiencia de realización y de aporte para el mundo, en consonancia con un plan que va más allá de nuestro entendimiento; que los hijos no le pertenecen ni al papá ni a la mamá, pero que son ellos quienes tienen la responsabilidad de crearles las condiciones para su desarrollo libre; que no se puede utilizar a los hijos como parches para paliar la soledad en la que se sienten luego de la separación; que no hace bien que se oculten tras de ellos para ocultar sus errores o utilizarlos como banderas cuando eligen el papel de víctimas; que la vida no se acaba en el monopolio de acaparar los tiempos para darse el gusto de tenerlos cerca, cuando lo que interesa es que ellos no dejen de estar con sus papás, a pesar de las condiciones peculiares que establece un hogar dividido, porque hay cosas que al niño le corresponde aprender y gozar con su papá, y hay otras que le corresponden lo mismo hacer con la mamá.
Cabría agregar para terminar esta primera entrega un llamado de acción a los papás que viven separados de sus hijos, para aquellos que se han sentido a punto de rendirse y han pensado en alejarse con tal de ahorrarles malos momentos a sus hijos, y de evitarse rabietas ellos mismos. Para todos aquellos papás alrededor del mundo que no se conforman con las condiciones que un juzgado demasiado anclado en el prejuicio de género les ha determinado, y para aquellos que de forma timorata se someten a los caprichos de una madre resentida que se ha propuesto "hacerles pagar caro" la ocurrencia de haber elegido una vida sin ellas, a esos papás les diremos que no se desanimen, que no claudiquen en su lucha porque sus hijos no tienen ni los brazos, ni la voz, ni el entendimiento ni las armas para reivindicar ese derecho de la relación, de la normal convivencia y la participación en los asuntos que atañen a la salud, educación y esparcimiento lúdico de los hijos. Su mejor recompensa la sentirán en un abrazo espontáneo que les regalen sus pequeños, en la mirada alumbrada por la sorpresa y la dicha repentina cuando les entreguen un juguete en sus manos o les cuenten un cuento mágico. A ellos les pedimos que no dejen de estar ahí, aunque lo estén en temporadas a la distancia, porque la conexión con las almas que queremos es inalámbrica, a veces no necesita de la cercanía corporal, nuestro cariño y la materialidad de nuestros pensamientos son recepcionados por los hijos, y la retroalimentación sucede como si fuera en sueños. Luego de un tiempo de confusión o desánimo, sabrán perfectamente lo que deben hacer para estar para ellos, porque el misterio de esas comunicaciones en silencio nadie lo podrá explicar, sólo un padre y una madre saben cuánto los hijos significan para ellos.