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sábado, 30 de marzo de 2013

"PENSAMIENTO INALÁMBRICO". PREFACIO DE INVITACIÓN AL LIBRO






¿Cuál fue la idea que tenía al escribir el libro Pensamiento inalámbrico? Es cierto que probablemente no le interese a nadie conocer estos detalles, o a muy pocos. Pero presiento que esto cambiará algún día, tal vez si el libro rema y pasa la prueba del envejecimiento del papel y las pupilas. Siguiendo la idea de "escritura funcionaria" que Justo Pastor Mellado desarrolla en sus últimos artículos en la web, utilizaré este espacio para asimilar las ideas que se juntaron y cristalizaron en ese libro que se ha escrito a sí mismo a través mío. 

Viendo anoche la película de Abraham Lincoln, la que dirige Spielberg, comencé a rememorar algunos momentos del proceso de creación del libro. Inicialmente sólo pensaba la lucha entre el pequeño y el grande. Lo que quería ofrecer era una especie de sistema que sirva como palanca, para poder salir airoso en cualquier situación de desventaja, de desacuerdo, de conflicto. David frente a Goliat. ¿Alguno recuerda la historia de Gulivier? Aquellos días comencé a estar muy influido por la visión de Don Corleone acerca de cómo construir su mundo dentro del mundo. Lo que él hizo, en resumidas cuentas, fue crearse una manera de revertir su situación desfavorable, frente a un poderoso hombre, Fanucci, que amenazaba con seguir empeorando sus condiciones de vida, así como lo hacía para sus otros paisanos en el vecindario. Ese medio partía de su forma de razonar, él era todo lo contrario de un típico siciliano, pues la gente de allá no piensa dos veces cuando ha sido ofendida, y está tan ocupada en ajustar cuentas o ejecutar una vendetta que descuida la calidad de su vida y la de los suyos. Don Corleone era distinto, había visto a su padre -un hombre de sangre caliente-, ser asesinado por la mafia local, una vez que quiso enfrentarse a las injusticias de los capos. Había aprendido que en la vida pocos tienen el privilegio de poder enfrentarse de tú a tú contra el sistema, la tendencia, el poder... Así que Corleone fue inalámbrico respecto de las características de sus raíces, de su procedencia y su sangre. Decidió elegir el cómo. 

Las gentes sencillas debemos adaptarnos a las formas, utilizar cierta flexibilidad, aprender a balancearnos y movernos sin oponernos, tratando siempre de evitar el ángulo agudo. Podríamos todos pasarnos la vida peleando a la contra, pero eso sería señal de una inteligencia pobre, y no nos llevaría a nada más que al despilfarro de las energías. Otra cosa es vivir para fluir, para encontrar caminos, hallar conexiones, celebrar la diferencia, y aprender a observar desde el punto de vista ajeno.   


Un filósofo puede ser un ser inalámbrico. Y conste que los filósofos suelen ser inadaptados. "Inadaptado", es una palabra hermosa. La construcción que llamamos sociedad es nauseabunda en muchos aspectos, ¿por qué no habría de alegrar saber que los tuyos no se adaptan a sus reglas del todo? Y sin embargo, en cierto nivel, es necesario adaptarse. Pero la adaptación no ocurre como un malentendido. Muchos entran en el molde y nunca más vuelven a ser otra cosa que el molde. Otra cosa es saber entrar en el molde, obedecerlo y trascenderlo. Sabias premisas de Bruce Lee. Y trascender es saber estar por encima o por fuera de las circunstancias en una situación dada. Responder por fuera de sus condicionamientos particulares. 


Volviendo a las razones que configuraron mis intenciones en el libro, por lo menos durante la etapa de trabajo antes del viaje a Francia, consistió en fabricar el libro como arma para los que están en desventaja, los más vulnerables, aquellos que se encuentran en el papel de David frente a Goliat, pero que no tienen una onda a la mano, y menos una piedra. Esto fue en marzo-abril del 2012. Entonces encontré interesantes relaciones con otros pensamientos, como por ejemplo el de Dale Carnegie, en Cómo influir en las personas y ganar amigos, un best-seller de reconocimiento mundial. Había que ver también al cabildero que protagoniza la historia del film Gracias por fumar. Lo que ellos entendieron es que existe una manera poco utilizada, y sin embargo al alcance de todos, de persuadir a las personas que son antagonistas a nuestros propósitos, y de además lograr su buena voluntad. En una serie de pasajes de la novela El Padrino, del genial Mario Puzo, se encuentran aplicaciones de los principios que Dale Carnegie enseña en su libro. Lo mismo pasa en Lincoln (2012), de Spielberg, el personaje que interpreta Daniel Day Lewis está lleno de tolerancia, de comprensión, de empatía. No se desespera, no se irrita, se encuentra frente a hombres que se aferran a su posición, que son testarudos, que no quieren saber de la Quinta Enmienda y la abolicion de la esclavitud en los EEUU. Por supuesto, él es el Presidente electo de su país, en su segundo mandato, es un hombre con enorme poder, y sin embargo elige razonar, persuadir, hacer entender a sus interlocutores qué es lo que se propone. Esto le da una doble fuerza, ese dominio de sí mismo que lo aparta del resto de los mortales. 

      De modo que, en resumidas cuentas, lo que Carnegie ha dejado como legado ha sido la sistematización de esas cualidades que le permiten a una persona menos influyente, por su puesto o su empleo, tener algún ascendiente sobre los demás, y revertir situaciones en las que todo estaba en su contra. Es un arma para los débiles, que sin tener dinero ni poder pueden ganarse la voluntad de los que dirigen países, entidades corporativas, compañías multinacionales, o a un nivel mucho más simple, el casero de su casa, la madre de sus hijos, o un hijo adolescente, etc. Una cosa es obligar a otros a que nos hagan caso, otra mucho más valiosa es lograr que ellos lo hagan deseando hacerlo, y habiendo logrado ver el beneficio que eso les reporta. Las mujeres tienen la seducción como su arma más poderosa, los hombres hablamos más de persuasión, al menos en el siglo XXI.

Es esto lo que me planteaba en el libro en su primera fase, y son temas que se tratan al pasar, creo, en los capítulos de la segunda parte, "De los seres sin historia al arte de la no-obediencia", "Ejércitos de la noche a la luz del día", "Inalámbrico, desenraizado y musical", y los dos dedicados al Padrino. Debo decir sin embargo que las ideas más importantes en esos capítulos son otras. 

Después, también como producto del paso por París, el recorrido por el sur de Francia y luego las peripecias en Madrid, hasta llegar a Buenos Aires, que el libro fue creciendo por sí solo, y se expandió hacia una idea más ambiciosa: quería además presentar una nueva imagen del pensamiento, que aperturaba ideas para otras formas de vivir, más distendidas, también más comprometidas con ciertas causas, pero que en suma explicaban la visión de un nómada, que se considera tal porque ha llegado al punto en que no necesita moverse del lugar para realizar sus movimientos. 


El libro todo es un mosaico de ideas acerca de cómo afrontar lo impredecible de la vida, aquellas situaciones en las que debes vaciarte a ti mismo de expectativas y conectarte con algo superior, una armonía externa, la naturaleza quizá, y prepararte para aceptar esa voluntad. Pensamiento inalámbrico se refiere a una aguzada capacidad de recepción, y a una manera de emitir vibraciones que se captan y se conjugan. 

Meses después, cuando el libro ya estaba en manos de mi editor, me encontré con Napoleon Hill, lo leí en mayor profundidad en Cochabamba, temprano en las mañanas, después de mis rutinas de ejercicios y respiración. Sentía que mi mente estaba muy alerta. Entonces vi: nadie como él ha presentido todos estos temas, presentando al subconsciente como la estación receptora y a la imaginación como el aparato que emite vibraciones. La historia de las lecturas de los pueblos son, a mi entender, la historia de las conexiones inalámbricas que se produjeron entre espíritus afines, aun con la distancia, la lengua, la raza o la época de por medio. Es algo sorprendente, que hemos tenido la dicha de captar, al menos en parte, y lo expresamos en este libro que pronto estará a su disposicón en librerías del país.



Finalmente, esto es algo que ha llegado meses después. Varios meses después de que apareciera la versión tipo "premier" del libro, edición reducida de 7 ejemplares -gracias a mi editor José Antonio Quiroga- pude darme cuenta de algo extraordinario: lo que he hecho al escribir el libro Pensamiento inalámbrico ha sido desembarazarme de ciertas cosas. No en el sentido de que me estorbaban, pero sí en cuanto a que mi copa estaba demasiado llena. Mientras no escribiera el libro sabía que me condenaba a redundar en torno a los mismos temas una y otra vez. Debía dejar que cristalizara todo aquello que esperaba ser devuelto a la vida; la vida me había alumbrado con sus luces violetas y cristalinas, y debía devolverle algo digerido por el mismo ángulo por donde esa luz me había tocado. Pocas cosas hago bien en la vida, quizá una de ellas sea escribir. Así que empecé a escribirlo. Fue una meditación. Siempre he tenido el defecto, o la virtud, de trabajar con muchos materiales a mi alrededor, una oración me lleva a otra en otro libro, una palabra dispara imágenes en una película, ideas me retrotraen a alguna cosa que había apuntado en algún cuaderno. Así, tengo muchas hojas, también libros, fotocopias, documentos abiertos en la computadora... Es casi imposible, a medida que avanzo tiendo a expandirme, nunca a cerrarme. No me concretizo lo suficiente. Lo más difícil cuando escribía artículos de cultura para Pulso era que seguía descubriendo material, y sólo tenía dos o tres días máximo para armar una nota de una plana que fuera interesante. Siempre he pensado que es necesario imbuirse de aquello que vas a tomar como tema. Lo he disfrutado porque gozo de la lectura, y mi mente es como tierra seca en espera por el agua ante algunas ideas que me atraen. Todo lo dicho es para mostrar que escribir un libro entero con cierta coherencia, para mí era algo muy difícil de concebir. He escrito al menos tres libros antes de este, pero ninguno lo acabé, todos quedaron en el camino. 



La elaboración de la tesis de licenciatura en filosofía representó un curso en escritura para mí. Como todo se fue armando en torno a la generación beat, a la prosa de Zweig o la de Casanova, como tenía esa inclinación natural hacia el vacío abundante del Tao, y como tanto Burroughs con su cut-up como Bukowski fueron dos de mis mentores más fuertes, lo que hacía parecía ser una escritura esquizofrénica. Salían a la luz muchos personajes, no los reconocía a todos. Nunca me sentí un novelista, pero tenía necesidad de que hablen esos personajes sin necesidad de hacer una novela, tenía que hacer algo así como un ensayo. La constante compañía de Crítica y clínica de Gilles Deleuze, por largos meses, terminó de sellar el pacto. Había nacido una escritura loca, venida de alguna parte entre mis gustos y los puntos ciegos de mi consciencia. No he dejado ni un minuto de sentirme a gusto y en casa con ella desde entonces. 

He traído todo esto a colación porque es mi forma alocada de ordenarme. Siempre pienso que el que vea el film Limitless (2011) tendrá una mejor idea de aquello que hablo. El film se basa en la genial novela The dark fields de Alan Glynn. En el film Eddie es un treintañero que tiene escasos tratos con la poesía, pero escribe, al menos quiere escribir, quisiera escribir. Pero la hoja en blanco lo vence. No termina de zambullirse en ella. Su vida personal es un desastre, su novia lo dejó, apenas puede dormir y no tiene plata. Todo parece estar fuera de foco. Vive solo en un departamento que parece haber salido de un derrumbe, donde las ropas sucias se confunden con los platos de comida dejados en una noche de resacas, pedazos de puchos en el suelo y una caja de pizzas en el suelo. Cuántas veces no habré tenido que lidiar al día siguiente con la terrible cara de lo real, allá en los días universitarios. Una editora le encargó un libro pero él no lo puede terminar, apenas si lo ha empezado. Eddie está frustrado, él mismo se ve sucio y postergado, es el reflejo de las líneas internas de su vida en eclipse. De pronto se opera el milagro. Toma la pastilla NTZ, una droga no clasificada aun que su ex-cuñado le hace conocer. Cuando surte su efecto todo comienza a organizarse. Había un mundo de ideas, recuerdos, sensaciones, deseos, ansiedades, personajes, estados de ánimo, que permanecían inconexos en él. Pero la pastilla le otorga claridad, es decir, hace que pueda darle un uso inteligente y productivo a esa información, ahora bien archivada y disponible para ser usada. Es como si la habitación de su caverna pensante se hubiera aseado y acomodado en las gavetas. Una mucama pasó por su mente, ahora las líneas salen sueltas hacia el papel. El papel es testigo de un proceso de vaciado. Minutos después de haber hecho lo que hizo no recordará bien haberlo escrito en tal manera. Es lo que le ha pasado a más de uno cuando escribe, puedo dar cuenta de ello. 

Pero lo maravilloso es que en mi caso no necesité recurrir a una droga. En el film, que se basa en la novela The Dark Fields de Alan Glynn, recurren a la idea de que una droga puede activar ese tipo de procesos sinápticos en tu cerebro, incrementando dramáticamente tu capacidad de aprendizaje en cualquier área. En mi experiencia veo que es el estudio comprometido de la filosofía el que logra ese efecto a la larga. El cambio no se da en unos minutos como en el film, y no viene por el hecho de tomar una pastilla. Pero leer filosofía, también mucho de literatura y cine en combinación, es tomarte tu propia pastilla. Así, al principio la lectura de la filosofía me aportó tantos nuevos datos y surcos que todo se desparramó, no podía darle consistencia y unidad. Pero finalmente en Pensamiento Inalámbrico eso ha ocurrido. Salió un libro que es osado en más de una cuestión, pero que mantiene ciertas formas a nivel formal. Tiene su máscara, ya lo verán. Está pensado para que lo lean jóvenes desde los 14 o 15 años de edad. También va para estudiosos y académicos en las diferentes áreas, pensamos que combina una lectura fácil con una otra lectura subterránea, en la que existen guiños, filiaciones curiosas, aperturas de análisis hacia ciertos temas. Pero sólo los que tengan ciertos estudios podrán dar cuenta de esa otra lectura. No puedo decir más. Es lo que alcanzo a ver como escritor del libro. Por supuesto que no lo escribí solo, estuve poblado y acompañado por una serie de personas y fuerzas que hicieron del asunto una cuestión de multiplicidades. Es difícil que me de el crédito de sentarme en una mesa de presentación del libro a la manera tradicional. Podría presentarles el libro, pero más interesante sería presentarles esta manera de pensar que llamo inalámbrica. No necesitan de mi guía, bastará con que lean alguna de la secuencias del libro. Todo está ahí, y va más allá de lo que logro entender en esta tarde ventosa en la capital cruceña. 

Atentamente, 

Jorge Luna Ortuño

SOBRE "HITCHCOCK" DEL DIRECTOR SACHA GERVASI




Dos breves apuntes sobre Hitchcock: Hace unas semanas escribí un artículo sobre el film Hitchcock (2012) para la excelente revista digital Cinemascine. En la ocasión trabajé de diferente manera, no me preocupé por establecer relaciones con otros filmes o libros, no indagué en la vida de Hitchcock el hombre real, ni traté de usar la película para hablar de conceptos que estudio desde la filosofía; tampoco me interesó profundizar en el trabajo del director Sacha Gervasi, no hice anotaciones durante el film, y lo vi sólo una vez. Al escribir una especie de reseña mi intención era imprimir en la hoja, lo más rápidamente posible, unas cuantas ráfagas de aquello que me había impresionado positivamente de la película. 

Dicho y hecho, me lancé a la máquina y esbozé unos punteos, trabajo de periodista. Sin embargo, lo que no pude incluir en el texto es uno de los momentos más cómicos del film: cuando se estrena Psycosis y Hitchcock se encuentra ansioso en el lobby del cine, espiando para observar y escuchar cuáles son las reacciones del público. Y llega la famosa escena de la ducha, los cuchillazos y los gritos, y esa musiquita siniestra de fondo que ha pasado ya a la eternidad, mientras Hitchcock imita los movimientos del agresor deleitándose con los gritos de espanto de la audiencia, que van y vienen como olas golpeando al acantilado. Pueden opinar lo que quieran, a mí me pareció genial ver esa simpleza, era la consumación, lo que buscaba producir con esa historia se había logrado, había conseguido sacar al público de su encorsertamiento, todos vivían aquello, olvidaban que estaban en un cine, la magia viva una vez más. Era un triunfo, pues para hacer esa película tortuosa habia asumido un gran riesgo, no sólo financiero, también artístico, y la historia nos muestra que además había padecido momentos de inestabilidad en su matrimonio como trasfondo. Pero justo cuando los críticos se inclinaban a pensar que Hitchcock ya estaba acabado, con Psycosis llevó un nivel más allá a ese género de cine. (Y todavía estaba por venir Pájaros).

 El artículo que escribí para CINEMASCINE

 Notará el lector que de la filmografía y vida de Hitchcock conozco muy poco, nunca lo seguí ni me hechizó particularmente su fama de maestro del cine. Pero ésta fue una buena manera de tener un primer contacto. Lo que agrego son apuntes marginales sobre el biopic que nos presenta Sacha Gervasi. 
 Nos parece que un gestor cultural, un organizador de eventos de animación cultural, y hasta un curador, tienen cosas que aprender de este film que protagoniza sin defraudar el gran Anthony Hopkins junto a Helen Mirren. Veamos, primero, la manera en que convence al director de la oficina de censura de escenas prohibidas para que no se edite Psycosis. Es un verdadero curso de relaciones humanas, aplicando principios inmortalizados en el libro de Dale Carnegie Cómo influir en las personas. Ante la rotunda negativa de aquella autoridad de mantener la escena del asesinato en la ducha junto a otras varias observaciones, Hitchcock le ofrece un trato: dejar la escena tal como estaba, y volver a filmar la escena de amor que aparecía previamente, pero hacerlo siguiendo exactamente todas sus indicaciones, incluso teniendolo a él en el set de filmación para supervisar la escena. Le dice algo así, "la gente debería valorar el gran trabajo que usted hace para evitar que aparezcan cosas sucias en la pantalla". El director se siente halagado desde luego, y acepta el trato. No era simple adulación barata. Hitchcock apreció por unos momentos cuál era el valor del hombre que tenía en frente. No tenía mayor repercusión para su film cambiar la escena de amor, pero podría verse bien volverla más light dado el conservadurismo de la época. Por otra parte, la escena de la ducha era la que realmente importaba. De modo que Hitchcock quiso mostrarle a su interlocutor que le daba importancia, que lo respetaba, y al final consiguió lo que quería, pero con una ventaja: además había logrado poner a ese difícil hombre de su lado. Muchas veces se puede ganar guerras por medio de la fuerza y el impulso arrollador de una personalidad, pero más notable es hacer las cosas logrando el consentimiento de aquellos que inicialmente aparecían como nuestros antagonistas. Es en ésta segunda manera que se aplica el principio "ganar-ganar", de la filosofía empresarial (Stephen Covey, Daniel Goleman), y que resulta más provechoso, pues uno aprende a plantear soluciones tratando siempre de que el otro quede bien parado, de que también obtenga un beneficio del giro que proponemos. Los seres humanos tenemos el poder de conducir nuestras relaciones y tratos hacia fines de prosperidad o de deterioro, y ésta, lejos de ser una manía de manipulación, es simplemente una aplicación de nuestro poder de conducir una conversación a buen puerto.


 Finalmente, volviendo al tema de la lección para gestores culturales, rescatemos aquel momento en que Hitchcock anota precisas indicaciones para los dueños del cine donde se estrenará Psycosis, de modo que su exhibición pueda explotar el máximo de su potencia. Esto tiene mucho que ver con la construcción de público y la generación de un clima previo. Algo en lo que el D.T. Mourinho del Real Madrid es un especialista. Se trata de ver cómo puede eso jugar a nuestro favor. Hitchcock pide que se presente como el espectáculo más único que se podrá observar. Que se divulgue enfáticamente la idea de que van a ver algo que los perturbará. Se colocarán un tipo de propagandas en el lobby. Que se haga conocer que una vez que la cinta comienze a proyectarse nadie deberá poder ingresar atrasado (ni salir), las puertas estarán cerradas, pues es necesario que la audiencia comience a internarse en la visión que se les presenta, tratando de que las distracciones sean mínimas. Es como cuando se abre el libro de un filósofo: para leerlo tienes que saber sumergirte en su manera de pensar, en cierta forma dejarte llevar un poco, puedes estar de acuerdo o no con lo planteado a medida que avanzas la lectura, pero debes esperar. Leer no es juzgar, ni medir. Leer es entrar en una frecuencia, en toda una atmósfera que un autor se toma la molestia de crear, de modo que existan las condiciones necesarias para que aquella que idea que presenta tenga más posibilidades de golpearte, de persuadirte. (Una vez finalizada tu lectura del libro podrás decidir qué cosas tomar y qué otras no, lo que corresponde a tu manera de apropiarte del libro, pero antes debes sinergizar con su manera de plantear). Hitchcock hace lo mismo en cada uno de sus películas, si es el maestro del suspenso es porque cuida de aquellos detalles de la atmósfera hasta la perfección. Encierta manera, trata de que existan las condiciones de recepción mínimas para que el film tenga chances de producir efectos. Eso es arte. Una última indicación que da Hitchcock a los dueños del cine es que una vez culminada la película, y se vacíe la pantalla a negro, se cierren las cortinas del telón y se esperen unos segundos, pues eso hará que lo presenciado perviva como una imagen grabada en las mentes de los espectadores por el resto de sus vidas. (¿qué es grabar?)
 

 
Había en todo ello un profundo estudio de la mente, algo que Hitchcock había desarrollado conscientemente, pero también intuitivamente, en la maestría que le procuraba el recorrer de su oficio. En el final, la visión de este film insiste, Hitchock y su esposa Alma alzan la mano juntos en señal de triunfo, ante los aplausos de la gente que ha disfrutado el film. Pero lo valioso no es tanto que los críticos y las masas lo reconozcan, no es eso por sí solo; la verdadera victoria es aquella que logran a nivel de cerrar algunas distancias que se habían generado entre ellos, una nueva manera de valorarse nace en ellos. también una unión fortalecida, se aman, se aguantan, y sienten que pueden expresarse a sí mismos estando juntos.




 

Sinopsis del film "Hitchcock" (2012)

KAZANTZAKIS Y LA ÚLTIMA TENTACIÓN: POR UNA LIBERACIÓN DE LA LECTURA



Una escena de la versión llevada al cine, dirigida por Martin Scorsesse y protagonizada por William Daffoe

Por: Jorge Luna Ortuño


«Todo hombre tiene un grito que lanzar antes de morir, su grito. Hay que darse prisa para tener tiempo de lanzarlo. Ese grito puede dispersarse, ineficaz, en el aire; puede no hallarse ni en la tierra ni en el cielo un oído que lo escuche; poco importa. No eres un carnero, eres un hombre; y hombre quiere decir algo que no está cómodamente instalado, sino que grita. ¡Grita tú, pues! ¡Mi alma íntegra es un grito y mi obra íntegra es la interpretación de ese grito!»
NIKO KAZANTZAKIS, Carta al Greco.

La última tentación, del admirable escritor griego Niko Kazantzakis, es una novela que causó inmenso revuelo desde su publicación en 1951. En ella el autor combina elementos de corrientes religiosas minoritarias, como el adopcionismo y escritos de los esenios, con postulados de la filosofía de Nietzsche (Así habló Zarathustra) y su propia investigación espiritual, siendo el resultado un texto de ficción sorprendente, complejo, de momentos de gran placer literario y sosiego interior. Se trata de una lectura singular y creativa de las Escrituras, que entiende la práctica del leer como un acto de “dar sentido”, de apropiación y no de interpretación o imitación. 

Desde luego que en aquella época el Vaticano no se mostró entusiasta respecto de esta libre lectura, llegando en 1954 a prohibir la distribución de la novela (incluso la Iglesia Ortodoxa griega excomulgó a Kazantzakis). Posteriormente, en 1988 la novela fue llevada al cine por Martin Scorsese y los jerarcas de la Iglesia echaron el grito al cielo, haciendo todo lo posible por impedir su proyección en cines de Europa y Latinoamérica. Algo había en esta obra que perturbaba profundamente a la élite de la jerarquía católica, también a los creyentes más rígidos, y lo hace hasta ahora. 

Pero poco le preocupaba a Niko Kazantzakis ésta censura, pues no pedía una sola lectura de su escrito. Igualmente, no fue la intención de Kazantzakis propagar una visión de incredulidad respecto de las enseñanzas de Jesucristo, puesto que como relata en el prefacio, nunca se había sentido tan cerca, ni había llegado a comprender con tal intensidad el amor, la vida y la pasión de Cristo que en aquellos últimos días y noches que escribió La última tentación. Las líneas postreras de este prefacio rezan: “Estoy seguro de que todo hombre libre que lea este libro rebosante de amor amará más que nunca, más intensamente a Cristo”. 

Estrategias de lectura

¿Cuál había sido el camino que eligió el director Mel Gibson en La pasión de Cristo (2004) para intentar que el público se sintiera más conmovido, y por tanto más confirmado en su fe? Eligió montar una serie de escenas viscerales, sangrientas, acentuando excesivamente la faceta de la tortura corporal que le infringieron los soldados romanos a Jesús desde su captura hasta el momento de la crucifixión. Pero, aunque esto sea discutible, la cinta no supuso mayor aporte a la búsqueda espiritual, fue un mero calco en imágenes-movimiento de la historia que a todos nos enseñan desde colegio. Sin embargo, Mel Gibson se había congraciado con el Vaticano, de hecho se supo que el entonces Papa Juan Pablo II dijo muy conmovido al finalizar la función privada: “¡es así como fue!”. (Aunque después neutralizara su posición ante las críticas de antisemitismo que surgieron contra el film). 

En cambio, Kazantzakis prefirió una estrategia creativa: optó por ahondar en las preguntas que sacudían su alma, el estupor que le despertaba la historia de ese hombre-Dios, y se internó a su vez durante cuarenta días en los aposentos de su interior para escribirlo en forma de novela. 

Las estrategias de El Código da Vinci y otras historias sobre conspiraciones en el Vaticano, que sirvieron para cuestionar la doctrina que enseña la Iglesia Católica, aparecen como juegos de niños frente a la visión iluminada que nos ofrece Kazantzakis, mucho más cuestionadora, indagadora y amorosa. Pues, ¡qué diferencia hace para los dilemas existenciales del alma humana que sea la Iglesia una institución recta o completamente corroída? ¿Acaso la sospechosa administración de sus fondos millonarios le cambia algo al camino del hombre? 

Hoy tenemos nuevo Papa, pero esto no tapa el tema de la crisis de la institución católica, el padre Pérez Irivarne incluso es más sombrío cuando dice: “La Iglesia no está en crisis, sino en franca decadencia”; se suman a esto el escándalo del “Vatileaks”, y los casos de pederastia destapados, y se puede seguir citando males, pero tal vez éstas no sean las razones por las que resulta válido efectuar una crítica a la Iglesia, ni reordenar las propias convicciones. La corrupción, el uso dañino del impulso sexual reprimido, la codicia, son males humanos que siempre la van a rodear. Lo que sí podríamos preguntarnos es: ¿a qué estado mental, físico y espiritual permite acceder el modo de vida prescrito para y por los representantes de Dios en la tierra?  

Si hay algo que debe reivindicar el ser humano para sí mismo es la libertad de investigación, que no se le cierren accesos a ninguna de las fuentes que pueden en potencia hacerlo crecer como ser. Luego, carece de interés criticar a la institución, más vale indagar sobre el propio desarrollo espiritual. No es el estado de la Iglesia Católica como institución lo que más me preocupa, sino conocer las implicaciones del tipo de relación que elijo tener con la Iglesia como institución. Creo que esto es lo que nos dice Kazantzakis entre líneas. Se entiende entonces que la visión que comparte de la pasión de Cristo no fue censurada porque brinde una lectura “satanizada” o “pagana” de la pasión de Cristo; lo que lo hace peligroso es que haya querido mostrar que no existe una única lectura posible de las Escrituras, y que esa lectura se configura en consonancia con las complejidades del camino interior de cada ser humano. 

Domingo tras domingo, en la lectura evangélica, la Iglesia insiste en tratar a sus fieles en tanto “lectores modelados”, que se conforman con hacer de la lectura institucionalizada y sacramentada de las Escrituras la base que regulará su conducta diaria, al menos en teoría. Es esto lo que sostiene la obediencia a los sacramentos y el dogma. Pero ¡qué lectura subversiva era la de éste novelista griego!, que reivindicaba la práctica de la lectura como productiva y creadora, contra todos los guardianes, los clérigos que creen poseer la única lectura legítima de las Escrituras.     

Conviene aquí recordar otra de sus novelas aclamadas, Zorba el griego (1946), donde Kazantzakis habla a través de la voz de Zorba: “Las personas necesitan un poco de locura, de otro modo nunca se atreven a cortar la soga y liberarse”. Y es esta locura la que se oculta en todas las misas. La soga es el lazo imaginario que une al individuo, en tanto que creyente, con la institución de la religión organizada. Necesario es distinguir dos instancias: 1) La institución en sí, en tanto que cosa y 2) la imagen que nos hacemos de nuestra relación con la institución. Nuestro estado mental se forma solamente en base a lo segundo. Dicho de manera somera, se empieza a cortar la cuerda cuando se entiende que esa imagen es construida socialmente, no es un imperativo celestial. Según esa imagen nuestra relación con la Iglesia es de obediencia ciega y sumisión, nunca de cuestionamiento ni de libre pensamiento. Cortar la soga es liberarse de la imposición de una forma de leer, la que exige la adhesión a la interpretación autorizada. En cambio, todo se refresca cuando se reivindica la multiplicidad de lecturas, incluso de aquellos textos como la Biblia o El Capital, en torno a los cuales se erigen instituciones que reclaman su preponderancia en base a la “adquisición” de los derechos reservados, de una forma de leer que los autoriza, y a la vez los convierte en autoridades. (El efecto que Lyotard denomina legitimante/legitimador). 

 Prácticas de lectura 
   
Es en este sentido que Kazantzakis se valora como escritor visionario, mientras se convierte en enemigo de instancias como la Iglesia, que se especializan en ponerle grilletes a la aventura de la lectura. Él, como otros antes y después, Giovanni Papini por citar uno, propuso convertir las Escrituras en un campo de lectura creativa, de búsqueda interior, sin interpretadores oficiales que designen un significante madre.

Así lo confirma un pasaje de la novela de Kazantzakis donde, antes de irse al Monte de los Olivos, Jesús reclama a sus discípulos:

Yo digo una cosa y vosotros escribís otra… ¡y los que os leen comprenden otra distinta! Yo digo: cruz, muerte, reino de los cielos, Dios, ¿y qué comprendéis? Cada uno de vosotros pone en esas palabras sagradas sus pasiones, sus intereses, en suma, lo que le conviene, y mi palabra desaparece, mi alma se pierde… ¡ya no puedo soportar esto! (p. 370).

En el reverso de ese lamento se vislumbra la verdad: la lectura es algo que le concierne a cada uno y a nadie más. En el clímax de la historia, Jesús agoniza en la cruz sin consuelo, de repente todo se congela... Vive en unos instantes –que a él le parecen años– la vida que hubiera llevado como hombre corriente, un carpintero casado y con hijos. No es una fantasía, pues, como si fuera un cuento borgiano, el tiempo se bifurca, un ángel lo baja de la cruz, le dice que Dios ya no quiere que sufra, y luego vive su vida en una dimensión paralela. En esa vida, tiempo después, se encuentra en la plaza con el apóstol Pablo, que está predicando sobre la muerte y resurrección de Cristo ante una muchedumbre anonadada. Indignado, se le acerca y lo exhorta a callarse llamándole mentiroso: Él nunca murió ni tampoco resucitó, es un hombre corriente que vive feliz. En ese momento, ese Pablo malévolo ofrece la mayor subversión respondiéndole:

“No me callaré. […] Me burlo de las verdades y de las mentiras, de que hayas sido crucificado o no lo hayas sido. A fuerza de obstinación, pasión y fe, forjo la verdad. No me esfuerzo por hallarla; la fabrico. […] Es necesario, ¿entiendes?, es absolutamente necesario que tú seas crucificado para que el mundo se salve, y yo te crucificaré, lo quieras o no; es necesario que resucites, y yo te resucitaré, lo quieras o no. […] Grita cuanto quieras, si ello te divierte. No me inspiras temor y, además, ni siquiera te necesito ya”. (pp. 424-425). 
 
Lo que Pablo le está diciendo es “no te metas, no te incumbe, pues ésta es mi propia lectura, y ésta es la que les ofrece consuelo a los desdichados, ¿qué importa si es verdadera?, funciona”. Pablo corta la soga imaginaria, su lectura es tan válida como cualquier otra, tiene su propia consistencia. Finalmente le restriega estas palabras a Jesús:

“Seré tu apóstol, lo quieras o no. Te fabricaré una vida y fabricaré tu enseñanza, tu crucifixión y tu resurrección según yo las entienda. No te engendró José, el carpintero de Nazaret, sino yo, Pablo de Tarso. […] ¿Quién te pide tu opinión? No necesito de tu permiso. No tienes derecho a mezclarte en mi trabajo”. (pp. 425-426).

¡Poderoso pasaje! Kazantzakis esboza así una crítica estremecedora contra los intermediarios que utilizan su lectura canonizada de las Escrituras para auto-legitimarse como autoridades. ¿Acaso no es el rol de ese Pablo el que juega la Iglesia? Dostoievski lo denunciará a su modo en otra novela memorable. No es un gran misterio. Hay que denunciar el carácter impuesto de las lecturas institucionalizadas de las Enseñanzas de Jesús, y de cualquier otro texto. Todo libro invita la pluralidad de prácticas de lectura. La condición es tener presente que una lectura es algo que le concierne a cada uno, y se pierde el sentido de libertad cuando se pretende imponer a otros nuestras propias lecturas, peor aún cuando se confeccionan actas, protocolos de lectura y mandatos de formas de vivir en torno a ello. Una novela no siempre es sólo una novela, a veces es un vehículo para golpear con un martillo los puntos muertos de la tendencia. Que sea el mismo Kazantzakis el que cierre la nota. La hoja es suya amigo lector.   

Hemos visto el círculo más elevado de poderes en espiral. Le hemos puesto de nombre a este círculo Dios. Podríamos haberle puesto cualquier otro nombre que quisiéramos: abismo, misterio, oscuridad absoluta, luz absoluta, materia, espíritu, esperanza última, desesperanza última, silencio. Pero no olvidar jamás, somos nosotros quienes le ponemos el nombre.