Jorge Luna Ortuño
Una mañana me pidieron en la revista que escriba sobre el político socialista boliviano Marcelo Quiroga Santa Cruz, en el aniversario de su muerte. Esto es lo que se me ocurrió...
Cuando aquello que las gentes llaman “ser adulto” sirve únicamente para frenar los caballos indomables que pugnan por emerjer de nuestro interior, la única respuesta sensata consiste en ejercer nuestra juventud en medio de las obligaciones. Tristán Marof lo dice de una manera más bella: “La madurez y la llamada experiencia no sirven en resumidas cuentas sino para frenar los impulsos y los heroísmos de la sangre. Lo admisible es permanecer joven en la edad madura”. Pero son pocos los que permanecen jóvenes aún cuando la etapa de vida que atraviesan podría calificarse de “adulta”. La adultez suele resguardarse bajo las faldas de “la responsabilidad” y puede ser lo mismo una palabra vacía como un eufemismo. Me pregunto ¿cuántas vidas se quedan postergadas año tras año en los sótanos de la existencia luego de que un día sus dueños prefirieron quedarse con la sensación metálica que les aportaba el ser responsables, evitando así los desafíos que se abrían hacia una irresistible experimentación consigo mismos? Digo todo esto porque cuando escucho el nombre de Marcelo Quiroga se me viene a la mente la imagen de un hombre maduro, que en la persecución de sus ideales supo vivir con cierta irresponsabilidad juvenil. Chispazos, sólo chispazos, pero miren que marcó una diferencia. Hoy es fácil escribí sobre él y deshacerse en elogios. Aquí nos interesa hablar de un concepto que dejó en germen.
Cuando uno habla de Marcelo Quiroga no puede evitar referirse a la parálisis y la inmovilidad de la llamada "clase media". Un amigo orureño me decía una tarde: “si tuviera tiempo, si no trabajara hasta
las 9 de la noche, me gustaría dedicarme a hablar sobre estos temas del
pensamiento y a filosofar. ¡Pero quién diablos tiene tiempo para eso!”. Vaya uno a saber lo que significaba filosofar hasta ese
día para mi camarada. El chiste de la filosofía consiste en que hace pensar por algo que lo provoca, que lo urge: problemas, situaciones de vida, encrucijadas, conflictos,
ya sea a nivel de individuos o de grupos, y que cortan transversalmente a una
sociedad… Si todo estuviera arreglado cerraríamos todos la tienda y nos vamos.... Tomás Abraham decía en su visita a La Paz que el
filósofo es, desde siempre un animal de polis piensa los problemas de su época. Nuestra
bella ciudad de La Paz, por ejemplo, plantea sus propias coordenadas de pensamiento,
engendra sus monstruos, invoca la necesidad de creación de ciertos conceptos e
ideas que le corresponden. No es lo mismo pensar dentro de un volcán –mirando
por la ventana aquellas casitas construidas hasta en la punta de los cerros–,
que hacerlo en las pampas cruceñas, con ese calor húmedo, con esa planicie que
nunca se acaba y el ancho firmamento que se extiende paralelo hacia el
infinito.
En Los deshabitados
1959 –a la postre la única novela que Marcelo Quiroga publicaría– queda
implícita una invitación para que la idea general desemboque en la creación de
un concepto. Marcelo no explicita la figura del deshabitado como concepto ni
como personaje conceptual. No tiene necesidad de ello. Esa es tarea nuestra. Lo
que sí tenemos es la constancia de una entrevista posterior donde esboza una
definición: “los deshabitados son seres
que viven con un sentimiento de soledad, con cierta angustia metafísica, y
acentuando esa tortura en ellos el hecho de que se hallan incomunicados”.
Habría que comenzar por las distinciones de rigor:
deshabitado no quiere decir vacío. Al contrario de lo que se podría pensar,
deshabitado no es algo que se pueda decir solamente de un pueblo o de una casa,
sino también de un cuerpo, una cabeza, un corazón, un estómago, y hasta de una
toma en cine, por ejemplo, cuando se habla de “un plano deshabitado”. Muy
influenciado por la literatura francesa y en general por el clima que dejó la
posguerra, la cual hizo proliferar la imagen de los espacios incomunicados,
Marcelo se contagia de aquello que evocan ciudades demolidas, puentes caídos,
terrenos baldíos, barrios huérfanos de toda comunicación, vastas zonas
desafectadas, depósitos y cúmulos de chatarra. “Los personajes en la literatura se encontraban en situaciones faltas
de acción, de movimiento, de motivaciones, eran seres a los que no les pasaba
nada, se hallaban en un estado de paseo, de errancia, de vagabundeo sinsentido”[1]. Son este tipo de
personajes los que atraviesan la trama de Los
deshabitados: seres aletargados que han perdido las ganas de vivir, o que
sólo viven por el hábito de hacerlo, de levantarse temprano en las mañanas para
cumplir las miserias de una rutina diaria hasta que la noche los devuelva a su
cama confirmados en su sensación de vacío e insipidez. El deshabitado, que
también podríamos llamar el despoblado, el desposeído o el desamueblado (de
fuerzas, de ideales, de motivos), en esencia no designa un ser vacío, sino
principalmente un ser desconectado, alguien que ha dejado de estar propenso a
encuentros, o en el extremo, alguien que se ha cerrado a la posibilidad de
experimentar encuentros convenientes. La vacuidad y la desconexión están
inevitablemente implicadas entre sí, una está antes de la otra, y al mismo
tiempo una viene de la otra. El espacio que se ha vaciado, cualquiera que sea,
conforma una sola y misma naturaleza rutinaria, estancada y estéril.
Marcelo plantea la cuestión de los constantes movimientos
de vaciamiento y poblamiento que existen a nivel de los individuos, los grupos y las
sociedades. Podríamos hablar de tres causas que producen este no-estar-habitado:
1) deshabitarse a causa de un vaciado exhaustivo, de un derroche de vitalidad
que produce una falta de deseo, y una sensación de no tener ya nada que compartir
ni comunicar; 2) deshabitarse a causa de haberse llenado con una materia
demasiado rígida, inmóvil, compacta, y volverse como un bloque de hormigón
armado, es decir, algo que no deja entrar ni salir nada, y que por lo tanto se
mantiene incomunicado; 3) o bien deshabitarse por no haberse poblado
convenientemente, no haber dispuesto de otra forma todo aquello que captamos de
los otros, eliminando algunos elementos y haciendo proliferar otros.
El contexto de los juegos de poblamiento son siempre los
modos de vida. Hay figuras mágicas como la de Zorba el griego –en la novela de
Niko Kazantzakis–, un Simbad el marino
que ha estado en la guerra, que lleva en su corazón muchas tierras aunque nació
en Grecia, que ejerció todos los oficios que sus manos y pies le han permitido,
que hizo el amor a mil mujeres, que bebió agua de muchos pozos y sufrió todos
los males posibles que pueden apretujar a un cuerpo humano; es un ser rico, un
mundo lleno de otros mundos, un cuerpo poblado de mujeres, de maestros, de dios
y del diablo, de vinos y de ideas que son completamente suyas, de su
experiencia, pues no las tomó prestadas. El deshabitado
es alguien que vive según las ideas de los otros, y se rige a partir del
producto de elecciones que otros tomaron por él. Pero este es otro tema…
Una imagen
¿Qué imagen nos queda de Marcelo Quiroga? No es la de un
héroe, no exageremos. Pero sí la de un hombre consecuente con sus valores, con
su pensamiento, y esto no es poco. Un político corajudo que no transó con el
poder. No es que lo que haya dicho haya sido demasiado brillante, sino que tuvo
la entereza de decir algo que debía decirse en un momento en el que la mayoría
arrugaba el seño y otras cosas antes de meterse en problemas por abrir el pico.
Nos hacen falta más personalidades como Marcelo, y nos falta plantearlo a él como personaje
conceptual antes que como bandera. Un personaje conceptual es una oportunidad
de (re)pensar, hoy, las problemáticas que un hombre nos planteó en las
condiciones de su tiempo.
¿Sería ese un verdadero homenaje?
[1] Es lo que observa también Gilles Deleuze a propósito del cine de
Antonioni. Ver: La imagen-movimiento.
Estudios sobre cine 1. p. 168.
Un apunte: Mi amigo Justo Pastor Mellado me dijo una vez que el prefijo "Des", remite a una situación en el lenguaje que quiere volver a algo anterior. Pensar en "desalumbrar", "desescombrar". En el caso de los deshabitados, se trataría de los que antes habitaban algo, y de tener que pensar por tanto en nuevas condiciones de habitabilidad para un lugar. "Los deshabitados", ya el título es un problema decía Justo, pues Quiroga ni siquiera escribe "desalojados". ¿Cómo podría un lugar donde no hay habitantes seguir siendo habitable? Agradezco a mi amigo por todos esos lúcidos apuntes.
ResponderEliminarUn deshabitado, es un hombre en el tiempo, pero sin futuro, sin esperanza, sin tierra, ni pertenencia a una identidad, muy bueno el análisis, estan y existen pero no habitan
ResponderEliminarMe gusta lo que dices Marat. Me plantea la pregunta de ¿quiénes son los que habitan? ¿Los que hacen algo memorable? ¿Podrán haber seres sin historia, clandestinos, que no fueron en absoluto deshabitados? Seguro que sí. Creo que todo este análisis debe rehacerse. Gracias!
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