Por:
Jorge
Luna Ortuño.
Empezamos así afectados por lo que nos
impulsa a pensar la maravillosa historia que se retrata en “El curioso caso de Benjamin
Button”(2008) de David Fincher. El film está basado en un cuento de
Scott Fitzgerald, y aunque pocas cosas del cuento original se mantuvieron, el curioso
film tiene el cuidado de no olvidar ciertos elementos que a éste gran literato le
gustaba tratar en sus escritos[ii]
(las caídas, la demolición, la ruptura). Quizás fue Fitzgerald quien mejor nos mostró
que la vida transcurre en distintas líneas, y que todos, individuos o grupos,
estamos hechos de líneas de diversa naturaleza. Somos como la palma de una
mano, estamos cruzados por múltiples líneas, unas más profundas que otras, unas
largas, otras cortas, y todas están enmarañadas entre sí; Fitzgerald crea esta
historia para hacernos ver algo que las sociedades se esfuerzan en ocultar, nos
muestra que en la vida de todo individuo se deben saber diferenciar dos líneas
vitales: la del envejecimiento y la del crecimiento. Podríamos referirnos a la
primera como la línea horizontal de la vida, que se desarrolla en el tiempo
social, es lineal, acumulativa y va de A a B; es la línea en la que se evoluciona,
se acumula, se envejece y se muere. En este sentido, la segunda debería
remitirnos a la línea vertical, que nos afronta con la eternidad, fuera de la
categoría del tiempo que todos conocemos, ya no es lineal, sino que avanza en
intensidad, va de A a A a A…; en ella se involuciona, se aprende la sencillez, la
economía del vivir, y se crece. En la línea horizontal se vive en términos de
pasado o futuro: así lo hacen los hombres que viven anhelando el futuro soñado
y los ancianos que viven rememorando el pasado dorado. En cambio en la línea
vertical se vive solo lo actual.
Lo asombroso de Benjamin Button (interpretado
por Brad Pitt) no es que su vida transcurra en sentido inverso, sino que nos hace
ver que el crecimiento en la vida es independiente del envejecimiento. Todos
los seres humanos, como cualquier animal, son capaces de envejecer, pero solo unos
pocos son capaces de crecer mientras eso sucede. Los grandes maestros ya nos lo
han hecho notar de todas las maneras posibles, hemos olvidado la línea vertical
al estar demasiado ocupados por nuestras ansias de éxito, fama, poder, riqueza,
amor, dios, etc. Benjamín Button aprende a vivir en la línea vertical y no dejar
de estar en contacto con ella -¿Cuánto tiempo me queda?- le pregunta a su
madre. Ella con sabiduría le dice: “no te
preocupes por el futuro, solo agradece el tiempo que ya se te ha dado, pues ya
es más del que se suponía tenías”. Es una sencilla filosofía de vida, y cuando
él la pone en práctica se produce el acontecimiento Benjamín Button: un niño
que no vive esperando un futuro soñado, y al mismo tiempo, un anciano que no
vive rememorando un pasado dorado. Todo lo que tiene es el presente, y esto lo
hace ser el tipo más cuerdo y sobrio entre todos.
Pero luego lo más grandioso de
Benjamin Button es que en él la vida recupera su sorpresa. Las sociedades se
han encargado de organizar tanto la vida que la han enterrado en un cuarto
plano, la han hecho repetitiva y falta de sabor, pero eficiente; la
organización de las sociedades capitalistas de hoy, con sus curas, sus
políticos, sus padres y maestros, solo están interesados en que se recorra la
línea horizontal de la vida con éxito y sin dar problemas. Los gobiernos no
consideran ninguna otra cuando hablan de vivir bien como consigna política para
sus ciudadanos. Apenas naces te ingresan en una maquinaria:
guardería-escuela-universidad-cuartel-universidad-trabajo-matrimonio, y cada vez
esto sucede más antes…, porque además es cada vez más frecuente que surgan
niños de hogares rotos. La vida es eso que esta sucediendo mientras nosotros
estamos ocupados, no recuerdo quién lo dijo pero resuena en mi mente en este
momento. Esto es lo que, en la historia, afirma Mike Pock, capitán de un buque
remolcador, amigo de Benjamin; aquellos días de viaje interminables le cuenta
que desde pequeño deseaba ser un artista, pero su padre le vociferaba: “¡¡ ¿quién diablos te crees que eres?, ¿qué
diablos crees que puedes hacer?, vos tienes que ser un remolcador igual que yo!!”.
En otras palabras, le exigía que prolongue su misma línea. La mayoría de los
padres solo quieren detenerte, incluso con buena intención, la sociedad está
repleta de ellos, solo que andan disfrazados con distintas máscaras; esto más
notorio en un país tan conservador como Bolivia en el núcleo de sus familias. Lo
curioso es que aquel remolcador (Mike) se encontró una salida: trabajó como
remolcador para pagarse sus necesidades del dia, pero secretamente se cultivó
así mismo como artista de los tatuajes. ¡Ja!, un artista que lleva su arte en
su piel. ¿Quién se lo podría quitar? A los ojos de la sociedad era un simple
remolcador, y esta era la parte previsible de su vida, pero en su línea
vertical era un artista, y así se escapaba, soltaba algunos chistes y todo en
él era una sonrisa zigzageante.
Benjamín se escapa también a las
visiones que pretenden limitarlo. A primera vista es un anciano viviendo sus
últimos años, pues su cuerpo le puede fallar en cualquier momento. Pero en esa
incertidumbre está la magia, pues cada día lo vive como una posibilidad, podría
morir mañana pero qué más da, si ya tiene mucho por lo que preocuparse en sus
actividades del mismo día. Baruch Spinoza, el gran filósofo, dijo en su tiempo,
en el libro de la Ética: “ustedes no
saben lo que puede el cuerpo”, y Nietzsche se agregó después a esta ola así:
“Lo sorprendente es el cuerpo”. Benjamin Button es una prueba de este tipo de
afirmación, él nos muestra que el cuerpo, como la vida, es todavía un misterio,
no dominamos los principios de funcionamiento de sí mismo, el Oráculo de Delfos
se queda desairado. A esto se refiere la madre del pequeño Benjamin cuando le dice
a propósito de su cuerpo: “uno nunca sabe lo que espera”. De modo que ya desde
sus primeros años, siendo un anciano, Benjamin avanza sorprendiéndose él mismo,
y llega a decir cosas como: “No hay límite de edad mientras puedas hacer el
trabajo”, “todo es posible”. En el final, le escribe a su hija unas palabras
póstumas: “nunca es demasiado tarde o demasiado temprano para que seas quien
quieras ser. No hay límite de tiempo. Puedes cambiar o quedarte en lo mismo. No
hay reglas para esta cosa”. ¿Acaso no se le está hablando del cuerpo? Puedes
realizar la potencia de tu cuerpo… Él lo hace desde que nace, aunque de la
impresión de que lo hace en reversa. Recuérdese que el médico lo había desahuciado
poco después de su nacimiento, insinuando que no estaba predestinado para vivir
mucho tiempo. Ante aquel terrible veredicto la madre de Benjamín, como
cualquier madre, se resistió a otorgar veracidad a esa triste idea, y eligió pensar
algo más alegre, diciendo a todos: “este niño no es un anciano desahuciado, es un
MILAGRO”.
Fitzgerald definía la vida como un
proceso de demolición, y así recorren los años de Benjamin Button, suceden
transformaciones dentro suyo de las cuales se percata tiempos después, cuando
el cambio operado ya es irreversible. Mayormente vive en la línea vertical,
solo se preocupa de exprimirle a cada experiencia su esencia vital. Y se
deshace de todo, él mismo se retira hacia una anonimidad, hacia un ser nadie,
hasta ser solamente un niño frágil de más de sesenta años que ha tenido una grandiosa
vida. En su diario se encontrarán estas palabras, que despiden el film y
también este artículo: “no tengo muchas
posesiones ni dinero que dejar, saldré de este mundo de la misma manera que
llegué: solo y con nada. Todo lo que tengo es mi historia y la estoy
escribiendo ahora mientras todavía la recuerdo.”
[i] La
historia comienza con el sueño de un hombre: construir un reloj que avance
hacia atrás: “Para que nuestros hijos, que están muriendo en la Guerra retornen
a casa; para que vivan vidas largas y plenas”.
[ii] En “Cuentos de la era del jazz”, Fitzgerald explicó así la génesis de
este cuento: «Me inspiró un comentario de
Mark Twain: era una lástima que el mejor tramo de nuestra vida estuviera al
principio y el peor al final. He intentado demostrar su tesis, haciendo un
experimento con un hombre inserto en un ambiente absolutamente normal.»
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