¿Cómo empezar a hablar de Enrique
Vila Matas? Digamos que lo encontré gracias a la cadena invisible que se forma
entre los grandes escritores, y que provoca que el lector pase de un libro a
otro, de un autor a otro, en una seguidilla imprevisible que ya nunca puede
acabar. A Vila-Matas llegué cuando me enteré de su novela Bartleby y compañía, en la que juega en torno a la figura de este
extraño personaje.
Cabe decir que Bartleby es un
personaje secundario salido de un relato corto de Herman Melville (“Bartleby,
el escribiente”, 1856); llamarlo secundario es sólo un decir, puesto que pocas
veces un personaje en su lugar puede concentrar tan avasalladoramente la atención
sobre sí, y definir así el clima de toda la lectura.
Ahora, a Bartleby no se llega por
cualquier parte, es un carácter minoritario, casi subterráneo, en la historia
de la literatura; la gran mayoría asociará a Melville, el autor, con la titánica
novela Moby Dick, pero quedará
perplejo al oír el curioso nombre Bartleby. Algunos afortunados como yo lo
conocimos gracias al filósofo francés Gilles Deleuze, que en su libro Crítica y clínica (1993) le dedicó un ya
célebre ensayo titulado “Bartleby o la fórmula”. En este ensayo desmenuza
detalles en torno al poderoso enunciado de Bartleby, “I would prefer not”
(preferiría no), que daba por respuesta a cualquier pedido que le hiciera su
jefe en el despacho de trámites legales en el que trabajaba. Este enunciado
descolocaba irremediablemente a todos.
Enrique Vila-Matas es un escritor
Bartleby al interior de la literatura, y más que ello, es una radicalización de
Bartleby. El copista Bartleby cortó todos los cables que lo podrían atar a un
significante social o sujetar a una identidad cristalizada, se hizo
indiscernible y quedó flotante en un espacio sin referencias, ejerciendo una
lívida e inquietante libertad. Pero una vez que logró soltar todas las amarras,
no le dieron el tiempo para crear algo nuevo desde ahí; como es sabido, su
muerte ocurrió en una cárcel donde lo llevaron porque no sabían dónde recluirlo.
Según la lectura de Giorgio Agamben, se podría decir que Bartleby fue una pura
potencia que no se llegó a efectuar. En cambio, Enrique Vila-Matas, que
presentó este año su última novela Mac y
su contratiempo (Seix-barral), es la efectuación prometida, cortó casi
todas las amarras que le delinean un camino conocido al escritor, para luego inventar
un plano insólito, disparatado, hecho a su medida, la de la ficción radical.
Del plano Vila-Matas emergen fácilmente
dispositivos adecuados para extraños usos minoritarios (El mal de Montano, Kassel no invita a la lógica, Viaje vertical…).
Sus libros conllevan siempre algún riesgo, un giro propio de su talante, aunque
el paso del tiempo y las mañas del oficio hayan asentado en alguna medida la
pólvora que mostró en dos de sus más grandes creaciones: Historia abreviada de la literatura portátil, donde relata las
peripecias de los shandys, curiosos personajes que llevaban nombres de artistas
y escritores conocidos; y la otra travesura, Bartleby y compañía, donde hace un catálogo de más de ochenta
escritores, algunos de ellos ficticios, que por una u otra razón decidieron
dejar de escribir (caso Rimbaud, Rulfo y otros). A esos escritores les llama Bartlebys,
porque en el relato mencionado, un buen día Bartleby se niega a cotejar las
copias que había hecho, y luego deja de escribir, lo que en realidad, en su
labor de amanuense, era transcribir. Bartleby es el que deja de transcribir, el
que abandona la copia.
Vila-Matas es un Bartleby si se
entiende que lo que Bartleby quería era escribir, que estaba preñado, pues
presentaba todos los síntomas del que se encuentra en plena etapa de gestión y
resulta interrumpido. Así de exótico es el escritor cuando está gestando algo y
necesita parir, como lo son casi todos los artistas, es complicado estar en la
misma casa con ellos, es difícil entenderlos, hablan como si habitaran otro
plano, se aíslan, como si la soledad fuera un baño de sol, y vuelven de esos
viajes con los ojos enrojecidos, menos pelos y algo malogrados, pero
relucientes finalmente cuando han completado la faena y parido al libro.
Enrique Vila-Matas es pues un Bartleby que logró parir, aunque su afán primero
fuera el cine y su interés inicial no hubiera estado en la literatura.
Incluso como personaje Vila-Matas
es particularmente pintoresco, mayormente da la impresión de haber saltado de las
páginas de una de sus novelas. Dice cosas exquisitas, otras eruditas, algunas
tremendamente graciosas, pero él las dice con una seriedad absoluta, como si
fuera ajeno a su humor travieso, tanto así que ha confesado que esta situación
le ha llegado a preocupar un poco, puesto que apenas empieza a hablar en estos
actos literarios alguna gente ya está riendo, como si estuviera atenta al
chiste inminente. Lo cierto es que escuchar a Enrique Vila-Matas en los
espacios donde es invitado es casi tan placentero como leerlo. Después de todo,
se trata de ejercicios paralelos, puesto que conversar con alguien es
escucharlo, y en cambio leerlo es también escucharlo aunque esto sea con los
ojos. Recomiendo al respecto una conversación disponible en youtube, “Ciclo de la
palabra: Enrique Vila-Matas”, como una buena introducción.
El lector que aquí me acompaña
podrá quemarse la vista buscando en internet, y no encontrará otra pieza donde
se diga que Enrique Vila-Matas es un escritor Bartleby. Esto se debe a que el
mismo Vila-Matas, con su maravillosa novela, ha canonizado lo que se debe
entender por Bartleby: la interrupción abrupta de la escritura. Y en cambio el
español es un escritor muy prolífico, que publica casi a razón de un libro por
año. ¿Pero cuándo se puede decir que se ha dejado de escribir? Él mismo comenta
que esto puede ser un tormento, puesto que sólo habiendo pasado mese que no se
sepa algo nuevo escrito por Vila-Matas, ya especulan algunos con la idea de que
estaría dejando de escribir. Lindo sería afirmar que no se necesita escribir
todo el tiempo para ser escritor, como la flor de loto sigue siéndolo aunque
nadie la vea. Pero aquí reluce otra lección que aprendió Vila-Matas, y es que
para ser escritor hay que escribir, escribir y escribir.
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