Obra de Banksy en el parque instalación Bysmaland |
Investigación sobre los seres sumergentes: Quiénes son. Qué los define. Por qué vale la pena tomar atención en ellos.
Hay un tipo de desobediencia a la que se llega al final de un ciclo grande en la vida. Hay un tipo de sublevación que ya no tiene ganas de nada, a la que ya no le entusiasman muchas cosas. ¿Desobediencia de potencia débil? De ello nos habla Melville en su relato corto Bartleby. Hay que ver cómo Bartleby es una experiencia subterránea, nos sumerge en un mundo de visiones completamente diferentes, nos transmite la frustración y cierta dejadez, el aburrimiento de alguien que ha trascendido todos los juegos de la vida común. También el de alguien que ha perdido algo muy grande que ya no se podrá recuperar nunca más, por lo que todo se relativiza. Espíritu exhausto. Bartleby es un relato molecular, porque viendo su historia y el desenlace, uno podría decir que no pasa realmente mucho, es algo monótona y estacionaria. Sin embargo por debajo, a nivel molecular, están pasando muchas cosas. La escritura está trabajando silenciosamente áreas descuidadas en la psiquis de los lectores.
Cuando decimos que es molecular solamente estamos siguiendo los criterios expuestos por Deleuze y Guattari en Mil Mesetas y El AntiEdipo. Ellos tuvieron el tiempo de escribir todo un análisis sobre Kafka, pero el precursor, y lo sabían, era Melville. No me queda duda de que Metamorfósis es una creación inspirada en Bartleby. En Bartleby se encuentra uno de los gérmenes de la idea de devenir-animal, devenir.insecto e imperceptible. Casi al final de su obra publicada, en 1993, Deleuze le dedica un ensayo ya memorable a estas alturas en su libro Crítica y clínica: "Bartleby el escribiente". Aquel libro tiene la expresa intención de atender a los intereses literarios del filósofo, pero siempre dentro de su diagrama de su trabajo, de su tipo de búsquedas.
El esquizoanálisis, análisis de líneas de vida, nos habla de la línea molecular. En esa línea suceden muchas cosas en Bartleby: El devenir-insecto de Bartleby, quien no era más que un ser desanimado, actuando al mínimo de sus energías. Preservaba por alguna cuestión de principios o de comodidad un espacio último de libertad para sí mismo, en el que decidía hacer o no hacer, sin importar dónde estuviese. Los que tienen mentalidad de esclavo aún arraigada en el inconsciente titubean y eligen llamar de jefes a sus superiores en una oficina. Bartleby no era particularmente un ser irrespetuoso, pero la desobediencia, por más calmada que sea, es una desautorización al poder, que se suele leer como falta de respeto.
Yo conocí a Bartleby de otra manera cuando vi a los ojos a mi abuelita en su encierro voluntario en la vejez, pasados los 80 años, en su alejada casita. Su insistencia era por preservar su libertad de espacio y de toma de decisión en su espacio. Las familias ya tienen sus normas y sus tiempos, me decía, yo quiero vivir aquí nomás haciendo mis cosas. Si me quieren ver me pueden visitar. Su corazón se había vuelto frío, aunque no perdiera la ternura que le brotaba en ocasiones. Esa sensación de auto-reclusión, ese retiro en el que uno se entrega luego de que ha perdido lo más querido, es lo que siento en Bartleby. No sabemos nada de su pasado, pero es una historia de rechazo, de indiferencia, hacia los valores puntales de la sociedad que no considera al individuo.
El parque Dismaland, una instalación de arte de Banksy en colaboración con varios artistas, es una experiencia de desencanto contemporáneo.
Hoy vuelvo a Bartleby por enésima vez, pues estoy buscando entender más del artista Banksy, graffitero y artista urbano reconocido a nivel mundial, pero de identidad desconocida durante más de veinte años. Ese es un primer dato para entender por qué los relaciono. Deleuze me enseñó a admirar la anonimidad de Bartleby. Su falta de preferencias, la imposibilidad de colgarle ningún cartel para definirlo. Bartleby sorprende porque no es identificable, de repente en la oficina donde trabaja se dan cuenta de que no está lejos de ser un fantasma, por su falta de pasado, de familia, de referencias de cualquier tipo.
Banksy documentary: Welcome to the Banksy art hotel in Bethlehem
Banksy es un desconocido. Golpea a la sociedad con sus graffitis anónimos. Llevan su firma pero quién es él. Banksy preferiría no decir su nombre. La identidad, el nombre, el rostro, nos congelan, nos fijan. El rostro te hace sujetable, también tus señas, tus hábitos y tus preferencias. Por ello, como estrategia de resistencia, me interesa plantear un pensamiento inalámbrico, que alude directamente a procesos de subjetivación de resistencia. Lo que se necesita es descablearse de las prioridades de la sociedad, de su visión y de sus premuras. Mi propuesta es actuar desde una situación no atada ni aferrada a un punto clave, centro, ni derecha enraizante. Pero mantenerse conectado con una profundidad que te otorga balance. Es una sensación la conexión. Conectarse para no traicionarse a uno mismo. Pero saber si estás conectado y bien descableado es algo que hay que averiguar, que se observa en la acción. No basta con la voluntad, con la decisión. En algún punto nos sobrepasa. La acción humana sobrepasa al yo. (Los testamentos traicionados, Kundera).
Banksy y su relación con Palestina.
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