El film dirigido por Luc Besson |
Aung San Suu Kyi |
Por: Jorge Luna Ortuño
Realizada por el cineasta francés Luc Besson, y escrita
por Rebecca Frayn, la película The Lady
(2012) –distribuida en Latinoamérica como “Amor, honor
y libertad”–es un ejemplo de cómo se puede leer
afectivamente una historia. El film narra la historia de Aung San Suu Kyi
(1945), una extraordinaria dama de Birmania que fue la figura emblemática de la
lucha contra la dictadura militar en su país, la cual había ocupado el poder
entre 1962 y 2011. Recién liberada de la detención domiciliaria el 2012,
después de haber sido aislada de su familia durante 24 años, Aung San Suu Kyi
pertenece a un linaje de lucha política que reivindica la resistencia pacífica,
en el cual está emparentada con el líder africano Nelson
Mandela, con Mahatma Gandhi, Stephen Biko y Martin Luther King, y el filósofo
Henry David Thoreau, desde que escribiera su ensayo Desobediencia civil.
Se
puede embanderar de mil maneras a ésta valiente activista birmanesa, de hecho,
Besson no disimula su admiración, pues busca que el/la espectador(a) se
relacione emotivamente con su lucha, y lo antes posible, sin brindar mayores
detalles sobre su discurso político. En su crítica, Pedro Susz apunta como
falla la simplificación de los antagonismos en la película, diciendo: “malos –malísimos–, y buenos –buenísimos–,
contienden sin que la narración aclare en ningún momento los desacuerdos
ideológicos de fondo, ni se sepa cuáles fueron las desaveniencias filosóficas,
salvo que unos oponen la libertad al regimen dictatorial”. Si bien es una observación válida, cabe
preguntar: ¿qué tanto se necesita entrar en detalles para comprender que una
dictadura militar es inaceptable desde todo punto de vista como forma de
gobierno, independientemente de cualquier discurso que la sostenga? La cuestión
es simple, la democracia, sin ser la forma de gobierno ideal, es lo menos a lo
que puede aspirar un país en cualquier parte del mundo. Esa, nos parece, es la
posición que asume el director Luc Besson. Reclamar por filosofías de trasfondo
es un regodeo de intelectualoide, es dejar el cuerpo y el corazón en el baño, y
apreciar la película sólo con el cerebro, puntabola y hoja a la mano. Se puede
leer intelectualmente, por ejemplo, el extenso filme de Alexandre Kluge, Noticias de antigüedad ideológica Marx -
Eisenstein - El Capital, pero una película como The Lady, ¡pues vamos!, debe ser leída afectivamente. Fíjense: Aung
San Suu Kyi sufre el arresto domiciliario en Birmania mientras su esposo,
Michael Airis, agoniza de cáncer en Inglaterra. Los represores le dan la opción
a Suu Kyi de que viaje a estar con él, pero sabiendo que una vez salida de Birmania
nunca más la dejarán entrar, resolviéndose así la permanencia de la dictadura. Se
murmura en las salas de cine, el clamor generalizado parece ser: “¡vé a ver a
tu esposo!” “¡La familia es lo primero!” Pero ella no va, su mismo esposo, por teléfono,
le insta a continuar. Agrupando las escazas fuerzas que le quedan susurra: “Estamos siendo puestos a prueba al más alto
nivel ahora. No hemos llegado hasta aquí para caer en la recta final”. Evidentemente
la cuestión de la lucha política ha pasado a un segundo plano aquí, de repente
todo lo que queda es un acto de amor que rompe los moldes.
¿Por
qué no va? ¿Dónde encuentra Aung San Suu Kyi la fuerza para no derrumbarse en
un momento tal? Cierto que lee a Gandhi,
y que se da fuerzas escribiendo a modo de recordatorios unos carteles con las
frases de esos luchadores que sufrieron antes que ella. Pero si bien es una
parte de su alimento, es sólo mínima. ¿De dónde extrae la sustancia que forma
su voluntad inquebrantable? La película nos plantea que quizá sea del espacio
intemporal y portátil que construyeron con su esposo en base a amor y devoción.
Esta faceta es la que Luc Besson acentúa en su lectura, pues The Lady no es, como muchos piensan, una
historia sobre la agitación política de Birmania, donde el amor entre Suu Kyi y
su esposo sería el telón de fondo; es a la inversa, The Lady es una historia acerca de ese lugar incorrompible que
habita en el ser humano, que se alimenta con el amor, siendo el trasfondo la
desigual lucha por la democracia en Birmania.
Entonces,
lo que se pregunta es ¿cómo, a pesar de las largas separaciones y de la
incomunicación a la que estaban sometidos, se puede mantener un amor tan
intenso? ¿Cómo se comunican a pesar de todo? El poder del gobierno es realmente
estúpido cuando se confronta a la voluntad de los seres libres, pues pretende
que podrá doblegarla, eventualmente, sin considerar la existencia de ese lugar
en el espíritu al que no puede llegar ningún poder, y donde se atesora aquello
que nadie le puede quitar; algunos lo llaman música, otros esperanza, y otros
amor. Todos estos elementos mantienen viva y fuerte a Aung San Suu Kyi,
mientras permanece encerrada en una casa 24 horas día. La estrategia de los
dictadores, sabiendo de la amenaza que representaba, había sido la de
incomunicarla del mundo. El dictador decía: “un árbol al que se le corta las
raíces, eventualmente se termina cayendo”; por ende, creían que podían cortar
sus vínculos con su familia y sus compañeros, como si se trataran de unos
cables, sólo por el hecho de encerrarla sola en esa casa, sin teléfono ni
salidas. (Ni skype, ni chat, ni celulares existen ahí, algo impensable para
nuestras generaciones). Pero la figura del árbol sólo es buena para explicar
las estructuras del poder: jerárquicas, verticales y estáticas. Ellos
desconocen que todo lo que hay de prodigioso en la vida, el amor, la música, el
pensamiento, sigue otro modelo que se extiende en planos horizontales, sin
fijaciones, como las hileras de una planta áerea, o como el mundo de la worl wide web: por conexiones
ilimitadas. No hay cables que cortar en un amor sin apegos, porque el amor es
inalámbrico. Ellos se mantienen comunicados porque pueden entrar en ese
espacio, propio de los enamorados, en el que ambos se difuminan y se hacen uno.
Ahí comparten un sueño común por Birmania, y después del apaleo del día a día,
pueden retornar a ese espacio donde todo adquiere sentido. Es como si se
tratara de una comunicación inalámbrica, pues están conectados aunque no hayan
cables de teléfono ni internet de por medio. Curioso, pues hoy en día se piensa
que las relaciones amorosas pueden sobrevivir a las largas separaciones de la
distancia gracias a los nuevos medios electrónicos que permiten una
comunicación instantánea multimedia. Ahí es donde la historia de Aung San Suu
Kyi nos recuerda: la distancia es mucho más una cuestión intensiva que
extensiva o de desplazamiento físico. A la conexión no le interesan los
kilómetros, y esto se entiende cuando ella le cuenta a su esposo en la última
vez que se reencontrarían después de una larga separación: “Tú sabes que nunca
estoy lejos… A menudo hablaba contigo, a veces en voz alta. Siempre era
tranquilizador, y me recordó de tu inquebrantable amor”.
Quizá
fue esa la única razón por la cual ella no necesitó volver a Inglaterra,
mientras su esposo agonizaba, para “estar” con él. Había que seguir luchando
por lo que construyeron entrambos, algo que los trasciende, y se queda
impregnado en el aire de los tiempos, como la sonrisa incorpórea del gato en Alicia en el país de las maravillas.
¿Qué otra cosa nos dejan los verdaderos revolucionarios y artistas? Son esos
paquetes sensibles que soplan los vientos, risas de un gato, ideas, clamores,
burbujas, que cada uno puede hacer suyas para luchar contra lo que reprime lo
vital en su presente.
Aunque
este artículo no se deshace lo suficiente de las amarras de la mente, hemos
querido transmitir una emoción a flor de piel. Pues con este film pasa como con
algunas canciones que no se les entiende ni la letra ni se sabe qué provocó su
creación, y sin embargo nos llegan como una puñalada, nos llenan de gozo o nos
transportan a la nostalgia. Luc Besson parece decirnos que no son necesarios
más datos, no importa si la película no es perfecta, de lo que se trata es de ver
si esas emociones nos pueden tocar o no. Cierra el film llamando a la
complicidad con palabras de Aung San Suu Kyi: “Por favor, utilicen su libertad
para promover la nuestra”.
Dedicado a: A.K.S.
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