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sábado, 30 de marzo de 2013

"PENSAMIENTO INALÁMBRICO". PREFACIO DE INVITACIÓN AL LIBRO






¿Cuál fue la idea que tenía al escribir el libro Pensamiento inalámbrico? Es cierto que probablemente no le interese a nadie conocer estos detalles, o a muy pocos. Pero presiento que esto cambiará algún día, tal vez si el libro rema y pasa la prueba del envejecimiento del papel y las pupilas. Siguiendo la idea de "escritura funcionaria" que Justo Pastor Mellado desarrolla en sus últimos artículos en la web, utilizaré este espacio para asimilar las ideas que se juntaron y cristalizaron en ese libro que se ha escrito a sí mismo a través mío. 

Viendo anoche la película de Abraham Lincoln, la que dirige Spielberg, comencé a rememorar algunos momentos del proceso de creación del libro. Inicialmente sólo pensaba la lucha entre el pequeño y el grande. Lo que quería ofrecer era una especie de sistema que sirva como palanca, para poder salir airoso en cualquier situación de desventaja, de desacuerdo, de conflicto. David frente a Goliat. ¿Alguno recuerda la historia de Gulivier? Aquellos días comencé a estar muy influido por la visión de Don Corleone acerca de cómo construir su mundo dentro del mundo. Lo que él hizo, en resumidas cuentas, fue crearse una manera de revertir su situación desfavorable, frente a un poderoso hombre, Fanucci, que amenazaba con seguir empeorando sus condiciones de vida, así como lo hacía para sus otros paisanos en el vecindario. Ese medio partía de su forma de razonar, él era todo lo contrario de un típico siciliano, pues la gente de allá no piensa dos veces cuando ha sido ofendida, y está tan ocupada en ajustar cuentas o ejecutar una vendetta que descuida la calidad de su vida y la de los suyos. Don Corleone era distinto, había visto a su padre -un hombre de sangre caliente-, ser asesinado por la mafia local, una vez que quiso enfrentarse a las injusticias de los capos. Había aprendido que en la vida pocos tienen el privilegio de poder enfrentarse de tú a tú contra el sistema, la tendencia, el poder... Así que Corleone fue inalámbrico respecto de las características de sus raíces, de su procedencia y su sangre. Decidió elegir el cómo. 

Las gentes sencillas debemos adaptarnos a las formas, utilizar cierta flexibilidad, aprender a balancearnos y movernos sin oponernos, tratando siempre de evitar el ángulo agudo. Podríamos todos pasarnos la vida peleando a la contra, pero eso sería señal de una inteligencia pobre, y no nos llevaría a nada más que al despilfarro de las energías. Otra cosa es vivir para fluir, para encontrar caminos, hallar conexiones, celebrar la diferencia, y aprender a observar desde el punto de vista ajeno.   


Un filósofo puede ser un ser inalámbrico. Y conste que los filósofos suelen ser inadaptados. "Inadaptado", es una palabra hermosa. La construcción que llamamos sociedad es nauseabunda en muchos aspectos, ¿por qué no habría de alegrar saber que los tuyos no se adaptan a sus reglas del todo? Y sin embargo, en cierto nivel, es necesario adaptarse. Pero la adaptación no ocurre como un malentendido. Muchos entran en el molde y nunca más vuelven a ser otra cosa que el molde. Otra cosa es saber entrar en el molde, obedecerlo y trascenderlo. Sabias premisas de Bruce Lee. Y trascender es saber estar por encima o por fuera de las circunstancias en una situación dada. Responder por fuera de sus condicionamientos particulares. 


Volviendo a las razones que configuraron mis intenciones en el libro, por lo menos durante la etapa de trabajo antes del viaje a Francia, consistió en fabricar el libro como arma para los que están en desventaja, los más vulnerables, aquellos que se encuentran en el papel de David frente a Goliat, pero que no tienen una onda a la mano, y menos una piedra. Esto fue en marzo-abril del 2012. Entonces encontré interesantes relaciones con otros pensamientos, como por ejemplo el de Dale Carnegie, en Cómo influir en las personas y ganar amigos, un best-seller de reconocimiento mundial. Había que ver también al cabildero que protagoniza la historia del film Gracias por fumar. Lo que ellos entendieron es que existe una manera poco utilizada, y sin embargo al alcance de todos, de persuadir a las personas que son antagonistas a nuestros propósitos, y de además lograr su buena voluntad. En una serie de pasajes de la novela El Padrino, del genial Mario Puzo, se encuentran aplicaciones de los principios que Dale Carnegie enseña en su libro. Lo mismo pasa en Lincoln (2012), de Spielberg, el personaje que interpreta Daniel Day Lewis está lleno de tolerancia, de comprensión, de empatía. No se desespera, no se irrita, se encuentra frente a hombres que se aferran a su posición, que son testarudos, que no quieren saber de la Quinta Enmienda y la abolicion de la esclavitud en los EEUU. Por supuesto, él es el Presidente electo de su país, en su segundo mandato, es un hombre con enorme poder, y sin embargo elige razonar, persuadir, hacer entender a sus interlocutores qué es lo que se propone. Esto le da una doble fuerza, ese dominio de sí mismo que lo aparta del resto de los mortales. 

      De modo que, en resumidas cuentas, lo que Carnegie ha dejado como legado ha sido la sistematización de esas cualidades que le permiten a una persona menos influyente, por su puesto o su empleo, tener algún ascendiente sobre los demás, y revertir situaciones en las que todo estaba en su contra. Es un arma para los débiles, que sin tener dinero ni poder pueden ganarse la voluntad de los que dirigen países, entidades corporativas, compañías multinacionales, o a un nivel mucho más simple, el casero de su casa, la madre de sus hijos, o un hijo adolescente, etc. Una cosa es obligar a otros a que nos hagan caso, otra mucho más valiosa es lograr que ellos lo hagan deseando hacerlo, y habiendo logrado ver el beneficio que eso les reporta. Las mujeres tienen la seducción como su arma más poderosa, los hombres hablamos más de persuasión, al menos en el siglo XXI.

Es esto lo que me planteaba en el libro en su primera fase, y son temas que se tratan al pasar, creo, en los capítulos de la segunda parte, "De los seres sin historia al arte de la no-obediencia", "Ejércitos de la noche a la luz del día", "Inalámbrico, desenraizado y musical", y los dos dedicados al Padrino. Debo decir sin embargo que las ideas más importantes en esos capítulos son otras. 

Después, también como producto del paso por París, el recorrido por el sur de Francia y luego las peripecias en Madrid, hasta llegar a Buenos Aires, que el libro fue creciendo por sí solo, y se expandió hacia una idea más ambiciosa: quería además presentar una nueva imagen del pensamiento, que aperturaba ideas para otras formas de vivir, más distendidas, también más comprometidas con ciertas causas, pero que en suma explicaban la visión de un nómada, que se considera tal porque ha llegado al punto en que no necesita moverse del lugar para realizar sus movimientos. 


El libro todo es un mosaico de ideas acerca de cómo afrontar lo impredecible de la vida, aquellas situaciones en las que debes vaciarte a ti mismo de expectativas y conectarte con algo superior, una armonía externa, la naturaleza quizá, y prepararte para aceptar esa voluntad. Pensamiento inalámbrico se refiere a una aguzada capacidad de recepción, y a una manera de emitir vibraciones que se captan y se conjugan. 

Meses después, cuando el libro ya estaba en manos de mi editor, me encontré con Napoleon Hill, lo leí en mayor profundidad en Cochabamba, temprano en las mañanas, después de mis rutinas de ejercicios y respiración. Sentía que mi mente estaba muy alerta. Entonces vi: nadie como él ha presentido todos estos temas, presentando al subconsciente como la estación receptora y a la imaginación como el aparato que emite vibraciones. La historia de las lecturas de los pueblos son, a mi entender, la historia de las conexiones inalámbricas que se produjeron entre espíritus afines, aun con la distancia, la lengua, la raza o la época de por medio. Es algo sorprendente, que hemos tenido la dicha de captar, al menos en parte, y lo expresamos en este libro que pronto estará a su disposicón en librerías del país.



Finalmente, esto es algo que ha llegado meses después. Varios meses después de que apareciera la versión tipo "premier" del libro, edición reducida de 7 ejemplares -gracias a mi editor José Antonio Quiroga- pude darme cuenta de algo extraordinario: lo que he hecho al escribir el libro Pensamiento inalámbrico ha sido desembarazarme de ciertas cosas. No en el sentido de que me estorbaban, pero sí en cuanto a que mi copa estaba demasiado llena. Mientras no escribiera el libro sabía que me condenaba a redundar en torno a los mismos temas una y otra vez. Debía dejar que cristalizara todo aquello que esperaba ser devuelto a la vida; la vida me había alumbrado con sus luces violetas y cristalinas, y debía devolverle algo digerido por el mismo ángulo por donde esa luz me había tocado. Pocas cosas hago bien en la vida, quizá una de ellas sea escribir. Así que empecé a escribirlo. Fue una meditación. Siempre he tenido el defecto, o la virtud, de trabajar con muchos materiales a mi alrededor, una oración me lleva a otra en otro libro, una palabra dispara imágenes en una película, ideas me retrotraen a alguna cosa que había apuntado en algún cuaderno. Así, tengo muchas hojas, también libros, fotocopias, documentos abiertos en la computadora... Es casi imposible, a medida que avanzo tiendo a expandirme, nunca a cerrarme. No me concretizo lo suficiente. Lo más difícil cuando escribía artículos de cultura para Pulso era que seguía descubriendo material, y sólo tenía dos o tres días máximo para armar una nota de una plana que fuera interesante. Siempre he pensado que es necesario imbuirse de aquello que vas a tomar como tema. Lo he disfrutado porque gozo de la lectura, y mi mente es como tierra seca en espera por el agua ante algunas ideas que me atraen. Todo lo dicho es para mostrar que escribir un libro entero con cierta coherencia, para mí era algo muy difícil de concebir. He escrito al menos tres libros antes de este, pero ninguno lo acabé, todos quedaron en el camino. 



La elaboración de la tesis de licenciatura en filosofía representó un curso en escritura para mí. Como todo se fue armando en torno a la generación beat, a la prosa de Zweig o la de Casanova, como tenía esa inclinación natural hacia el vacío abundante del Tao, y como tanto Burroughs con su cut-up como Bukowski fueron dos de mis mentores más fuertes, lo que hacía parecía ser una escritura esquizofrénica. Salían a la luz muchos personajes, no los reconocía a todos. Nunca me sentí un novelista, pero tenía necesidad de que hablen esos personajes sin necesidad de hacer una novela, tenía que hacer algo así como un ensayo. La constante compañía de Crítica y clínica de Gilles Deleuze, por largos meses, terminó de sellar el pacto. Había nacido una escritura loca, venida de alguna parte entre mis gustos y los puntos ciegos de mi consciencia. No he dejado ni un minuto de sentirme a gusto y en casa con ella desde entonces. 

He traído todo esto a colación porque es mi forma alocada de ordenarme. Siempre pienso que el que vea el film Limitless (2011) tendrá una mejor idea de aquello que hablo. El film se basa en la genial novela The dark fields de Alan Glynn. En el film Eddie es un treintañero que tiene escasos tratos con la poesía, pero escribe, al menos quiere escribir, quisiera escribir. Pero la hoja en blanco lo vence. No termina de zambullirse en ella. Su vida personal es un desastre, su novia lo dejó, apenas puede dormir y no tiene plata. Todo parece estar fuera de foco. Vive solo en un departamento que parece haber salido de un derrumbe, donde las ropas sucias se confunden con los platos de comida dejados en una noche de resacas, pedazos de puchos en el suelo y una caja de pizzas en el suelo. Cuántas veces no habré tenido que lidiar al día siguiente con la terrible cara de lo real, allá en los días universitarios. Una editora le encargó un libro pero él no lo puede terminar, apenas si lo ha empezado. Eddie está frustrado, él mismo se ve sucio y postergado, es el reflejo de las líneas internas de su vida en eclipse. De pronto se opera el milagro. Toma la pastilla NTZ, una droga no clasificada aun que su ex-cuñado le hace conocer. Cuando surte su efecto todo comienza a organizarse. Había un mundo de ideas, recuerdos, sensaciones, deseos, ansiedades, personajes, estados de ánimo, que permanecían inconexos en él. Pero la pastilla le otorga claridad, es decir, hace que pueda darle un uso inteligente y productivo a esa información, ahora bien archivada y disponible para ser usada. Es como si la habitación de su caverna pensante se hubiera aseado y acomodado en las gavetas. Una mucama pasó por su mente, ahora las líneas salen sueltas hacia el papel. El papel es testigo de un proceso de vaciado. Minutos después de haber hecho lo que hizo no recordará bien haberlo escrito en tal manera. Es lo que le ha pasado a más de uno cuando escribe, puedo dar cuenta de ello. 

Pero lo maravilloso es que en mi caso no necesité recurrir a una droga. En el film, que se basa en la novela The Dark Fields de Alan Glynn, recurren a la idea de que una droga puede activar ese tipo de procesos sinápticos en tu cerebro, incrementando dramáticamente tu capacidad de aprendizaje en cualquier área. En mi experiencia veo que es el estudio comprometido de la filosofía el que logra ese efecto a la larga. El cambio no se da en unos minutos como en el film, y no viene por el hecho de tomar una pastilla. Pero leer filosofía, también mucho de literatura y cine en combinación, es tomarte tu propia pastilla. Así, al principio la lectura de la filosofía me aportó tantos nuevos datos y surcos que todo se desparramó, no podía darle consistencia y unidad. Pero finalmente en Pensamiento Inalámbrico eso ha ocurrido. Salió un libro que es osado en más de una cuestión, pero que mantiene ciertas formas a nivel formal. Tiene su máscara, ya lo verán. Está pensado para que lo lean jóvenes desde los 14 o 15 años de edad. También va para estudiosos y académicos en las diferentes áreas, pensamos que combina una lectura fácil con una otra lectura subterránea, en la que existen guiños, filiaciones curiosas, aperturas de análisis hacia ciertos temas. Pero sólo los que tengan ciertos estudios podrán dar cuenta de esa otra lectura. No puedo decir más. Es lo que alcanzo a ver como escritor del libro. Por supuesto que no lo escribí solo, estuve poblado y acompañado por una serie de personas y fuerzas que hicieron del asunto una cuestión de multiplicidades. Es difícil que me de el crédito de sentarme en una mesa de presentación del libro a la manera tradicional. Podría presentarles el libro, pero más interesante sería presentarles esta manera de pensar que llamo inalámbrica. No necesitan de mi guía, bastará con que lean alguna de la secuencias del libro. Todo está ahí, y va más allá de lo que logro entender en esta tarde ventosa en la capital cruceña. 

Atentamente, 

Jorge Luna Ortuño

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