Reseña
sobre el libro de compilación de ensayos de Luis H. Antezana; apuntes y
apreciaciones a modo de primeras reacciones; juego de complicidad entre
lectores.
Dentro
de la gran cantidad de obras que se publicaron el año pasado en el ámbito
editorial boliviano, no hay duda de que Ensayos
escogidos 1976-2010 (Plural editores, La Paz-2011), de Luis H. Antezana J.
(1943) se encuentra entre lo más destacable. ¿Ejercicios de crítica? No
necesariamente. Se trata más bien de un catálogo de ejercicios de lectura de la
cultura boliviana, ejercicios que ningún crítico, literato, estudiante de humanidades
ni investigador social debería dejar de revisar. Al analizar una obra, el autor
orureño, más conocido como “Cachín Antezana”, hace escuchar la voz de la tribu
que lo habita, la de una nutrida biblioteca que respira en sus venas. Así reflexiona
en sus Posdatas: “Pese a las apariencias,
nunca practiqué, creo, la crítica literaria. Lo más cerca que estuve de ella
han debido ser las reseñas breves, aunque, en general, aun éstas tiendan a ser
sólo descriptivas, poco o nada valorativas. La crítica implica interpretación y
valoración. Mis capacidades me inclinan simplemente al análisis. Como en
medicina, antes de diagnosticar la enfermedad o su ausencia, o, más aún,
emprender un tratamiento o hasta una cirugía, que serían labores críticas, me
inclino por una labor previa al diagnóstico, el simple análisis de
laboratorio”. (pp. 653-654). Es modesto Antezana, no se florea, en el
inicio de cada ensayo avisa brevemente al lector cuál es la operación que se
propone realizar e inmediatamente pasa a dialogar con el texto que lo ocupa;
por ejemplo, señalar algunos aspectos narrativos de Tirinea de Urzagasti, o en otro caso destacar el funcionamiento
narrativo de Aluvión de fuego de
Cerruto. Al lector le corresponde valorar hasta dónde lleva Antezana sus juegos
de desarme y conexión del texto. Estas palabras del español José A. Rojo –editor
de opinión de El País de Madrid que dictó recientemente un taller sobre crítica
cultural en La Paz– parecen describir cabalmente la tarea que realiza Antezana:
“Para mí es muy importante la crítica para
orientar a los lectores. De todo lo que hay, yo te recomiendo esto; o de todo
lo que hay, yo voy a relacionar esto que está surgiendo ahora con otras cosas
que hubo antes; yo te voy a hacer un mapa de qué cosas son verdaderamente
importantes; o de todo lo que hay, yo voy a conseguir que te enamores de esto.
Todas estas son funciones del crítico, como cartógrafo, como detective, como
Celestina…”*.
Antezana es un crítico literario en el sentido de que hace una invitación orientada a la lectura de textos clásicos bolivianos. En un siguiente momento pasa a inventar, como es el caso del saco de aparapita en Felipe Delgado, donde realiza una tentativa que será retomada por Justo Pastor Mellado, el curador general de la VII Bienal Siart 2011, usando el concepto de aparapita de Saenz como un modelo de trabajo. Consiste en observar cómo un poeta logra esbozar la visualidad de la sociedad paceña a partir de una figura, “el que carga”, que se mueve en sus márgenes, y cómo esto será un diagrama de trabajo para organizar una bienal de arte. Lo más seguro es que ésta no era una novedad para Antezana –que fue invitado en la oportunidad para hablar sobre el tema–, puesto que ya antes había utilizado la idea aparapita para ilustrar, por ejemplo, el concepto de “formación social abigarrada” de Zavaleta (p. 653). Es capaz de extraer un término de una narrativa e inventarle un uso en otro campo; así puede hablar de un devenir-aparapita de La Paz, imagen poética de una sociedad como la nuestra, que parece desarmarse, desparramarse constantemente, pero al mismo tiempo se reestructura y se vuelve a coser, dejando sus nuevas costuras a la vista. “Este saco es, se diría, un mundo hecho de fragmentos, un mundo de desgaste y de recreación y es como si un delirio cubriera el cuerpo de estos personajes”. (p. 216). Así también son los ensayos de Antezana, materias delirantes que inesperadamente remiendan trozos de tela con pedazos de cuero y tiras de zapato, que se pueden desparramar al infinito sin por ello perder su sentido de unidad. “En el caso del saco de aparapita hay una paradoja que me llama la atención: a la larga, cuando el saco original se ha desgastado totalmente, cuando ha sido reemplazado por una serie de innumerables remiendos, pese a todo, ese abigarrado conjunto conserva no el (saco) original, pero sí la forma del saco original. No otra cosa sería la literatura: una forma quizá arbitraria que, sin embargo, conserva el origen del original”. (p. 653). Claro y prolijo en su exposición, Antezana invita, luego orienta, y dando un paso más inventa. Es inventor, primero, de aparatos de lectura, o lentes que le funcionan (a la Proust), y después de llaves, a la manera de un cerrajero; nos recuerda a aquel personaje del film Matrix Reloaded (2003), “the key maker”, el portador de todas las llaves que permitían acceder a los pasillos laterales, una suerte de puentes que conectaban espacios lejanos dentro de la Matrix.
Antezana es un crítico literario en el sentido de que hace una invitación orientada a la lectura de textos clásicos bolivianos. En un siguiente momento pasa a inventar, como es el caso del saco de aparapita en Felipe Delgado, donde realiza una tentativa que será retomada por Justo Pastor Mellado, el curador general de la VII Bienal Siart 2011, usando el concepto de aparapita de Saenz como un modelo de trabajo. Consiste en observar cómo un poeta logra esbozar la visualidad de la sociedad paceña a partir de una figura, “el que carga”, que se mueve en sus márgenes, y cómo esto será un diagrama de trabajo para organizar una bienal de arte. Lo más seguro es que ésta no era una novedad para Antezana –que fue invitado en la oportunidad para hablar sobre el tema–, puesto que ya antes había utilizado la idea aparapita para ilustrar, por ejemplo, el concepto de “formación social abigarrada” de Zavaleta (p. 653). Es capaz de extraer un término de una narrativa e inventarle un uso en otro campo; así puede hablar de un devenir-aparapita de La Paz, imagen poética de una sociedad como la nuestra, que parece desarmarse, desparramarse constantemente, pero al mismo tiempo se reestructura y se vuelve a coser, dejando sus nuevas costuras a la vista. “Este saco es, se diría, un mundo hecho de fragmentos, un mundo de desgaste y de recreación y es como si un delirio cubriera el cuerpo de estos personajes”. (p. 216). Así también son los ensayos de Antezana, materias delirantes que inesperadamente remiendan trozos de tela con pedazos de cuero y tiras de zapato, que se pueden desparramar al infinito sin por ello perder su sentido de unidad. “En el caso del saco de aparapita hay una paradoja que me llama la atención: a la larga, cuando el saco original se ha desgastado totalmente, cuando ha sido reemplazado por una serie de innumerables remiendos, pese a todo, ese abigarrado conjunto conserva no el (saco) original, pero sí la forma del saco original. No otra cosa sería la literatura: una forma quizá arbitraria que, sin embargo, conserva el origen del original”. (p. 653). Claro y prolijo en su exposición, Antezana invita, luego orienta, y dando un paso más inventa. Es inventor, primero, de aparatos de lectura, o lentes que le funcionan (a la Proust), y después de llaves, a la manera de un cerrajero; nos recuerda a aquel personaje del film Matrix Reloaded (2003), “the key maker”, el portador de todas las llaves que permitían acceder a los pasillos laterales, una suerte de puentes que conectaban espacios lejanos dentro de la Matrix.
¿Cómo funciona?
En los
ensayos de Antezana se encuentra implícita una concepción de lo que es un libro:
no una materia acabada, cerrada, sino un sistema abierto de guiños y enlaces, casi
una página web, cuya posibilidad de conexiones es inagotable. Por ello, al
escribir sobre otros autores no tiene interés en preguntar ¿qué ha querido
decir?, ni ¿cuál es el mensaje? Se pregunta cuestiones más prácticas: ¿cómo
funciona tal texto?, ¿en conexión con qué puede funcionar de tal o cual manera?
Luego pasa a analizarlos con la profundidad del relojero, del mecánico, como si
cada libro fuera una máquina de engranajes particular.
Máquina-cuerpo-articulaciones. ¿Y qué hace que escriba sobre un libro y no
sobre otro? Seguramente el interés personal, el gusto, una resonancia, o quizá
por una cuestión de desarticulación, que para él es fundamental, según señala
en sus “Posdatas”: “Es cierto que esta
compilación no destaca aquellas otras obras sobre las cuales no escribí o no
acabé de escribir, pero, que, sin duda, insistiría en su lectura, como Juan
de la Rosa, o De la ventana al parque, o Reflexiones maquiavélicas, entre otras, cuyos diseños de texto
intenté alguna vez pero cuya forma definitiva nunca pude articular
definitivamente”. (p. 637). Escribe articulando, y lee aquello que las
articulación tienen para decir. Su interés por algunos textos es similar al de
un mecánico automotriz que se maravilla al contemplar el funcionamiento de un
motor. Leyendo reconoce al libro como máquina de engranajes, máquina entre
máquinas, pero también como un pequeño engranaje de una maquinaria exterior
mucho más compleja. Por ello el ejercicio de leer consistirá también en
reconocer las posibles relaciones de un libro con su afuera, ya que, como dice
Foucault “os márgenes de un libro nunca
están neta ni rigurosamente cortados; más allá del título, de las primeras
líneas y del punto final, más allá de su configuración interna y la forma que
lo autonomiza, está envuelto en un sistema de citas de otros libros, de otros
textos, de otras frases, como un nudo en una red”. (Michel Foucault, La arqueología del saber, p. 37).
¿De dónde viene?
Ensayos escogidos es un
libro de filiaciones, en el entendido de que ninguna obra se hace de la nada, que
siempre remite a otra obra, a un linaje, a una secuencia no siempre
explicitada. Cachín es un hilador de textos, de lenguajes. Su tarea desea
aportar tanto al objeto como al inventario de herramientas de la disciplina. Comentando
el ensayo sobre las “Canciones Chimane” dice: “Los tratamientos convergentes en literatura, es decir, el acercamiento
de la literatura hacia temas o argumentos que, en principio, le son ajenos, son
los más difíciles porque deben aportar conocimiento tanto al material tratado
literariamente como a la disciplina que los presenta o examina”. (p. 653). Cachín
Antezana, como buen detective de biblioteca, investiga de qué trama de otras
obras anteriores, o laterales, la obra proviene, se construye, es decir, cuál
es su proceso, dónde están sus continuidades, discontinuidades, encubrimientos,
fallas…, en fin. Así, en el cuadro de un pintor, en el caso concreto del ensayo
“En torno a un cuadro de Fernando Rodríguez Casas: Flora y la muerte”, Antezana se interesa también por mostrar de qué
secuencia forma parte esa obra, casi en un sentido musical. Analiza el lienzo
como un tejido, “un texto que se
entrelaza, directa o indirectamente, con otros textos”; luego ¿cuál será el
mundo teórico del pintor?, ¿cómo tal figura es un homenaje a Boticelli?, todo
esto será objeto de estudio. Esta su premisa: “Porque el arte es necesaria y quizá esencialmente plural: un complejo
sistema de ecos, un continuo desplazamiento, un permanente diálogo entre los
que estamos y los que estuvieron, un espacio nómada –se diría con Deleuze y
Guattari–, un sistema de fragmentos de viejas canciones olvidadas
(Shakespeare)”. (p. 319). El ensayo se irá conformando –de manera erudita–
identificando los elementos dentro del cuadro que le sugieren un otro eco
literario, intertextual, anexo, para ver qué tiene que ver el cuadro de
Rodríguez Casas con Hamlet de
Shakespeare, con Borges, con un pasaje de Eliot, o con la Teoría de la
Relatividad de Einstein.
Análisis por gusto
“La crítica como reseña es un servicio más que el periódico
o los medios de comunicación brindan a sus lectores para que éstos eduquen,
cultiven y profundicen en sus gustos. Cuando se dice gusto parece una cosa muy
burguesa. Pero cuando digo gusto quiero decir: tu visión de mundo y tu relación
con la vida, lo que te da placer en la vida, lo que te hace crecer como
hombre”. (José A. Rojo). En el prólogo del libro
Mauricio Souza hace notar que los ensayos presentados son sobre obras de la
literatura boliviana que “no habría que dejar de leer”. Está muy bien, pero por
otro lado, ¿por qué serían imperdibles tales obras? ¿Leerlas para qué? ¿De qué serviría
la lectura de este itinerario propuesto a los que no son doctores en
literatura? He aquí un último elemento: el alto valor que Antezana le asigna al
simple acto de la lectura en la vida. Quizá el objetivo de nuestro paso por
esta Tierra sea el de lograr confeccionar una visión original de mundo,
singular, y quizá la lectura sea un excelente camino para lograrlo. Que todo lo
que ames, construyas, visites, leas, conozcas, etc., sea en el fondo un medio
para elaborar una visión de mundo singular, que te permita conectar lo
in-conectable. Para qué leería uno si no fuera para involucrarse en sus propias
transformaciones, y hacer todo lo que le permitirá acceder a la siguiente
página de su vida. ¿De qué serviría leer toneladas de libros si esta disciplina
no configurara una forma de vivir más alegre, más a tono con la propia vida? No
se trata de leer por leer, como se viaja por viajar, sino de leer para
averiguar si se puede pensar diferente, percibir diferente al modo en que se
percibe ordinariamente. Lectura: ejercicio crítico de diálogo con uno mismo,
potenciación de la tolerancia, creación de ciudadanía. Por ello no es una
casualidad que Luis H. Antezana además de ser un eximio lector sea una persona
tan querida por donde pasa. Suele ser elogiado por su neutralidad como crítico,
por su capacidad para poner una distancia respecto de la obra que analiza, pero
nosotros hemos querido subrayar aquí otros motivos para admirar su labor.
Que magistral lectura, y uno pensaba que todos estamos conviertiendonos en las literarios por la aparente mayor cantidad de lectores...pero como asimilamos lo que leemos? fascinante...
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