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martes, 6 de septiembre de 2011

LULA: HISTORIA DE UNA PERSEVERANCIA


Por: Jorge Luna Ortuño

El martes 29 de agosto fue un día especial. El ex-Presidente de Brasil, Lula da Silva, estaba de visita por Santa Cruz para participar de un Congreso de Energía. En la oportunidad pidió mayor protagonismo a los empresarios bolivianos, y en otro espacio brindó una charla motivacional a los jóvenes. Mientras, en La Paz, “el otro Lula”, Rui Ricardo Diaz, destacado actor de teatro y protagonista del filme Lula, el hijo de Brasil (2011) había llegado para presentar ésta gran producción brasileña.

En el conversatorio previo a la premier, Rui Ricardo Diaz hacía notar dos puntos respecto de la figura-Lula: el primero es que Brasil ya no provoca los mismos temas clichés a la hora de entablar una conversación (fútbol, playas, meninas gostosas, samba…), pues ahora mucha gente se interesa primero por saber algo más de Lula. Y es que todos hemos escuchado más o menos de lo que ha logrado a nivel político, pero ¿quién es Lula? Es decir, ¿cuál es su historia? Esto nos lleva al segundo punto. Rui comenta que el film respondió a la necesidad de contar la historia, desconocida por mucha gente –incluso en un amplio sector de la población brasileña–, de un hombre tan famoso como Lula.

Hablando de un hombre y su historia, una escena maravillosa de la película animada Rango (20111) nos puede servir de prólogo para introducirnos en el film brasilero. En dicha escena, después de haber sufrido el golpe más davastador de su existencia, el lagarto Rango se aleja a paso lento, y con la cabeza baja, del pueblo que minutos antes lo consideraba su salvación. “¿Quién soy yo? No soy nadie” –es lo único que atina a responderse en su interior. Su agobiado cuerpo parece cargar con una terrible fuerza invisible que intenta atornillarlo hacia el fondo de la Tierra; confrontado con sus abismos, abatido, en soledad, desprovisto de la más mínima esperanza, cubierto tan sólo por el manto azul de la noche, camina sin rumbo por un desierto que no le permite escuchar otra cosa que los quejidos de su alma. Y justo cuando hubiera preferido no volver a despertar, amanece en la inmensidad del desierto al otro lado de la carretera, y se encuentra con el “Espíritu del Oeste” –una imagen del Clint Eastwood de las spaguetti westerns–, también conocido como el hombre sin nombre. “Hoy en día le ponen un nombre a casi todo, pero no importa lo que te llamen, son las acciones las que hacen a un hombre. […] Ningun hombre puede escaparle a su propia historia”. Dicho esto, el vaquero se aleja conduciendo su carrito de golf. Y Rango encuentra ahí su respuesta. Decide volver al pueblo, pues comprende que no puede hacer otra cosa que perseverar en su ser.

Visto de ese lado, Lula, el hijo de Brasil –dirigido por Fabio Barreto, y basado en el libro del mismo título escrito por Denise Paraná– nos narra la vida de un hombre que no le escapó a su historia, y relata su camino como líder sindical de los trabajadores metalúrgicos (ABC). Más que enfocarse en la figura de Lula, cuenta la historia de la relación con su amada madre, a dona Lindú. Rui Ricardo Diaz decía que lo primero que le sorprendió de Lula fue su emocionalidad: hay un montón de cosas sobre las que no puede responder sin que lo asalten las lágrimas. Cuando uno ve el film se emociona y entiende por qué. Salido de la pobreza y carente de la imagen de un padre, se vio obligado a trabajar desde niño, sufriendo después dolorosas perdidas familiares que fueron lo más parecido a unas violentas amputaciones. A pesar de ello, y en época de dictadura, Lula se fue forjando como hombre gracias a la perseverancia; se levantó de esas enormes caídas con el doble mérito de no haber permitido que la faena lo convirtiera en un ser cínico y sombrío. Su madre lo tranquilizó como lo hace un faro cuando lo encuentra el navegante en medio del océano. Dona Lindú representó en su vida la pureza y la esperanza. Por eso es que él se muestra como un hombre de fe. El artista brasileño Laymert dos Santos me cuenta que para ellos Lula es el símbolo de aquel que “cree en el mundo”. Esto ha de ser muy importante en un país tan religioso como Brasil: tener en el timón a un hombre cuyas acciones reviven la esperanza, y alimentan la creencia de que las cosas van a mejorar.

La corta aparición de Lula en el documental de Oliver Stone, Al sur de la frontera (2010), donde se autodefine como “un optimista inmoderado”, nos permite añadir otro elemento corroborado en el film de Fabrio Barreto: el optimismo. Su madre le deja un mensaje: “Teima” (Insista). “É só perseverar”. Y el optimismo es el alimento de su perseverancia. Claro que viviendo en estos tiempos de inflación de mensajes simplistas de autoayuda, a veces cualquier frase o historia de superación nos parece sospechosa. Sin embargo, hay ocasiones en que la vida es así de simple.

“No dudes de ti mismo, ya has llegado tan lejos. Aun cuando es poco, tú sabes lo que tienes que hacer. Entonces tu ve ahí y házlo. Pero si no resulta, espera. Ten paciencia. El mundo está allí rodando, rodando, la oportunidad parará justo en tu mano”. (Dona Lindú).

El documental de Stone termina con el mismo tono: es un elogio al optimismo y la fe de los líderes socialistas del cono sur. Esto puede calificarse de ingenuo, pero es porque pocos saben que creer es hoy en día una manera de posicionarse políticamente. Sirve para resistir al gobierno de los cínicos, de aquellos que no creen en nada y que no lo lamentan, sino que se ríen de la credulidad de sus semejantes. Creer es reírse de aquellos que prefieren que no se crea en nada, pues prefieren que las cosas se queden como están. No creer en otro mundo, sino en nuestro vínculo con este mundo: la vida, el deseo, el amor, y la esperanza.

domingo, 28 de agosto de 2011

CANTINFLAS A LOS CIEN AÑOS


Con singular alborozo y abrumados por palabras emotivas que se aglutinan al unísono, recordamos aquí al legendario “Cantinflas”, personaje creado y encarnado por Mario Moreno Reyes (1911-1993). Mario cumple este mes de agosto del 2011, el 100 aniversario de su nacimiento. Los que vimos sus pelis y nos caímos de la silla sacudidos por repentinos ataques de risa, somos los que festejamos hoy. Mario se fue, pero Cantinflas sigue; como el mismo Mario escribió en su epitafio: “parece que se ha ido, pero no se ha ido”.
Aquel hombrecito de apenas 1,63 m. y 64 kg., de los ojos picarescos, las cejas danzantes, y los bigotitos que parecían tener vida propia es considerado hasta nuestros días el comediante más grande de Iberoamérica; vestido con una gabardina, que en realidad era un trapo deshilachado, y sus pantalones caídos que le colgaban a la altura de las caderas, estaba armado para ser una máquina de producir risas. Casi siempre representaba al pobre diablo que sobrevive a fuerza de ingenio y alguna malicia; sus flacuchos personajes solían estar dotados de una ingenua buena voluntad para ayudar a todos. -Pobre, pero eso sí, muy limpio – decía a su invitada a cenar mientras pasaba el cuchillo por debajo de la axila para darle una limpiadita. Pobre, pero nada humilde, al menos no con la autoridad. Su lenguaje disparatado era su mejor arma para humillar a las fuerzas burocráticas y represoras, a veces sin que éstas se dieran cuenta.
Cantinflas nos enseñó algo que parece haberse olvidado en nuestro tiempo: que para afirmar la propia individualidad, no es necesario negar la del otro, del que es diferente. Se adelantó a John Lenon y su canción Let it be. Es que la suya era una afirmación pura, criolla, y alegre, incluso, y sobre todo, en medio de la pobreza. Mario decía de Cantinflas: “no es enemigo de nadie, pero se pasa la vida tratando de estar de parte nuestra. Encarna el aspecto simpático del pobre de todo el mundo”. Muchos se quejan de la pobreza, critican a los gobiernos y hacen campañas, pero pocos han podido darles una voz a los pobres como lo ha hecho Cantinflas; pocos han sabido internarse en la pobreza para extraer de ella su lado cómico y liberador, abriéndonos un sendero de optimismo y de esperanza, aunque sea mínimo. Su magia era saber extraer hasta de las peores adversidades algo que le serviría para seguir adelante; se cuenta que una noche en la que actuaba en una carpa un bromista le gritó: -¡En la cantina tú inflas!-, la frase no era precisamente un halago, pero Mario le vio el lado cómico y aglutinándola sacó el famoso nombre que incluso aparece en el Diccionario de la Real Academia Española.
En “Su excelencia” (1966) -película que él mismo escribió-, queda inmortalizado su discurso en la ONU.
“Con humildad de albañiles no agremiados, debemos luchar por derribar la barda que nos divide: la barda de la incomprensión, de la mutua desconfianza, y del odio. Pero no la barda de las ideas, eso nunca. El día que pensemos y actuemos igual dejaremos de ser hombres para convertirnos en autómatas. Yo estoy convencido de que todas las ideas son respetables, aunque no esté de acuerdo con algunas. Las ideas diferentes no impiden que todos nosotros seamos muy buenos amigos.”
Y esto es lo que se debe recordar en un tiempo en el que las ideas de unos se intentan imponer a los otros a toda costa. (¿Fue diferente en algun tiempo?). Todavía no nos hemos deshecho lo suficiente del culto a la negación. Todavía impera la crítica reactiva, bloqueadora, que se olvida de crear al mismo tiempo su propia problemática. Cantinflas habla de una barda en alusión al Muro de Berlín; es curioso que, pese a que son más de 20 años desde que se derribo ese muro, la alusión es completamente pertinente en nuestro tiempo. (Las divisiones entre oriente y occidente, sea en el país que sea, no se han acabado, sino que parecen estar en su auge). En el filme se encuentra una división alusiva entre dos regímenes: los verdes y los colorados. “Los que quieran ser rojos que lo sean, pero que no quieran teñir a los otros” --les grita en la convención. Pero no es porque esté alineado con los verdes, y tampoco con los rojos, sino todo lo contrario. En el film Cantinflas elige la opción más honesta: elige no votar por ninguno. Cantinflas estaba en contra de ellos, pero porque estaba a favor de los vínculos que nos hacen vivir en paz entre nosotros. Más aún, no estaba en contra de sus ideas, sino de sus procedimientos, pues decía que la libertad para pensar diferente debe ser la base de partida. “Insisto que hablo de procedimientos y no de ideas ni de doctrinas. Para mí todas las ideas son respetables, aunque sean “ideítas” o “ideotas.”
Se anota lo que se ve, y lo que se ve es lo que se hace. No somos más que lo que hacemos, aunque tengamos las ideas más nobles en la cabeza. Cantinflas pide que no luchemos contra las ideas, sino contra los componentes de resentimiento y odio que sostienen esas ideas, y que se hacen visibles en sus procedimientos, o en sus puestas en práctica. Esto tiene tremenda resonancia en Bolivia, pues vivimos un momento histórico en el que el proceso de cambio parece estar impulsado sólo por el resentimiento, y es el mismo resentimiento del otro bando el que se le opone.
Un malabarista del lenguaje
Cantinflas jugaba con el lenguaje y lo forzaba hasta los extremos en que se tornaba a-significante y no-interpretativo. En “Un día con el diablo”, haciendo de repartidor de periódicos, es detenido por una confusión. Estando en la comisaría deja al abogado atónito por unos segundos diciéndole: - "Se está atentando contra la individualidad colectiva de un individuo y exijo que se llame a la redacción de mi periódico". Se cuenta también que en una pugna política en México en 1937, Vicente Lombardo le respondió a su rival político: "Si Morones ha decidido mostrar su poder dialectal, que discuta con Cantinflas". Habiendo sido aludido, Cantinflas dijo:
"Ah, pero déjenme dejar algo bien en claro, tengo momentos de lucidez y hablo muy claro. Y ahora hablaré con claridad... Amigos, hay momentos en mi vida que son realmente momentáneos y no es porque uno lo diga, pero hay que verlo...¿Qué vemos? lo que hay que ver... porque que coincidencia amigos, que suponiendo que en este caso -no digamos lo que podría ser- pero debemos pensar en ello y entender la psicología de vida para hacer una analogía de la síntesis de la humanidad, ¿correcto? Bien, ese es el punto".
Con Chaplin aprendimos a reírnos de los policías, pero con Cantinflas, hemos aprendido a reírnos de los políticos. El hablaba como ellos, multiplicaba su incoherencia y hacia explotar su retórica. ¿Cómo se podía discutir contra alguien que hablaba no por el pueblo, sino con el pueblo, produciendo enunciados carentes de significado?, ¿cómo podían interpretarse sus enunciados si su sentido no estaba en las palabras? Cantinflas era como un partido de oposición de un solo miembro.
Oscar Wilde dijo una vez: “La vida es algo demasiado importante para hablar seriamente de ella”[i]. Cantinflas les dice a todos los pueblos:
“¡Pueblo que me escucha! Aquí me tienen ante ustedes y yo los tengo a ustedes delante de mí, y esta es una verdad que nadie podrá discutir. Y ahora me pregunto: ¿y por qué estoy aquí si podría estar en otra parte? Estoy aquí porque no estoy en otra parte y porque ustedes me llamaron, y si el pueblo me llama, el pueblo sabrá porque lo hizo. Agradezco estos aplausos tan desnutridos a la par que merecidos, que me incitan a seguir discursiando. Y ustedes se preguntaran: este joven de tan tierna edad, tan guapo, de aspecto tan distinguido, de cara tan agradable, ¿será capaz de conducir esta nave a buen puerto?...”[ii]
¿Había ahí algún mensaje? Ninguno, creo, todas esas palabras tenían el objetivo de desarmar al adversario, al que espera demasiado de las palabras. Tiraba por el lado de la soltura y el humor, y esto no es poca cosa. Después de todo, si algún cambio se ha de operar en nuestra realidad, este no vendrá por creer en otro mundo mejor, sino por afirmar nuestro vínculo con este mundo: el amor, el deseo, la vida…y la risa.
“…porque vivimos en un mundo muy aventado que ya no cree en promesas demagógicas ni en el amorfo de un futuro que ni es bueno ni es malo, sino todo lo contrario. Atentamente, por un mundo mejor, pero mucho mejor que este Tercer Mundo, que mas bien es un mundo de tercera: tan marginado, tan explotado, y tan cacheteado”. (“El Ministro y yo”)



[i] “El mundo siempre se ríe de sus tragedias o de lo que no comprende, porque es la única forma en que es capaz de soportarlas. Y como consecuencia, lo que el mundo ha tratado seriamente pertenece al lado cómico de las cosas” (Oscar Wilde, “Sin tapujos”)
[ii] En: “Si yo fuera diputado”.

MATT DAMON NARRA LA CRISIS DEL 2008




Por: Jorge Luna Ortuño

En su última película, Los agentes del destino (2011), el multifacético Matt Damon protagoniza una historia de amor que se desarrolla en un contexto de amenaza contra el libre albedrío. La idea es que su personaje, David Norris, un joven candidato a Senador de los EEUU, no puede seguir viendo a Elise, una mujer sensual que conoció fortuitamente y que lo ha cautivado. Los “villanos” son unos agentes que trabajan a nivel mundial controlando que nadie se salga del Plan trazado por una inteligencia superior. Cuando es necesario hacer un ajuste en la forma de pensar de un individuo, lo congelan y manipulan su cerebro para cambiar su razonamiento; después el afectado no recuerda lo ocurrido y “coopera voluntariamente”. A Norris lo amenazan con resetear su cerebro, es decir, con borrarle la memoria, sus recuerdos y su personalidad si es que los delata y desobedece sus órdenes. No se conoce cuál es la naturaleza de estos agentes; podrían ser lo mismo extraterrestres, ángeles, o matones contratados por políticos. Al principio parecen responder a intereses económicos de algún poderoso conglomerado, puesto que su primera intervención consiste en lograr que Charlie, socio de Norris, apruebe una inversión riesgosa de su Compañía. Se infiere que es de importancia estratégica para cierto grupo de poder que David Norris gane las elecciones, como Senador primero, y luego como Presidente de EEUU. La película es algo inconsistente, recordamos a una de sus predecesoras que lleva la idea más lejos.

En El Embajador del miedo (2004), se ha practicado un lavado de cerebro a todo un pelotón del Ejército de EEUU durante la Guerra del Golfo en Irak. Tres días en que la patrulla estuvo perdida fueron suficientes para que un científico mercenario experimentara los alcances de sus avances en biogenética para implantarles memoria y borrar sus recuerdos de lo acontecido. El proyecto está financiado por la Compañía Manchurian Global, que gana enormes cantidades de dinero gracias a los servicios médicos que ofrece en la supuesta guerra. Uno de los soldados manipulados, Raymond Prentiss Shaw, es ahora Senador de los EEUU y es su carta ganadora: les sirve como una especie de rata teledirigida, y están usando su poder para que llegue a la Vicepresidencia. La idea es que teniéndolo dentro del Congreso se facilitará la firma de una serie de contratos multimillonarios a favor de Manchurian Global.

Siguiendo con la idea, en el interesante documental Inside Job 2010, (La verdad de la crisis), ganador del Oscar éste año en su género, y narrado por el mismo Matt Damon, encontramos un análisis que explica cuáles fueron los detonadores –y quiénes los responsables directos– que provocaron la crisis económica mundial del 2008, y que “le costó a 10 millones de personas sus ahorros, sus empleos y sus hogares”. Dirigido por el matemático Charles H. Ferguson, el documental es didáctico e incisivo, pone en escena al grupo de hombres que arruinaron a sabiendas las empresas que dirigían para poder engrosar su cuenta. Revela el papel de las hipotecas subprime, y responsabiliza al neoliberalismo y al afán desmedido de los gobiernos estadounidenses de las últimas décadas –asesorados por gente despreciable como Alan Greenspan y el director de la Universidad Columbia– por desregular el sistema financiero y mantenerlo a salvo de una mínima intervención estatal. Señala a los políticos partidarios de esta desregulación y a los economistas que justificaron, como especialistas legitimadores, todas las medidas implantadas. El documental deja una sensación inquietante, y es la inversa de la que provoca Los agentes del destino, que retoma una idea escalofriante, pero termina en comedia romántica y el horror queda diluido. En cambio en Inside Job, esperábamos ver un documental ilustrativo, pero no es sólo eso, pues terminamos viendo una espeluznante película de terror que supera a las hollywoodenses.

En Bolivia estamos jugando con cachinas, todavía no hemos terminado de comprender las resonancias de ésta crisis, y ya pagamos las consecuencias. Nos damos cuenta también de que no es necesario retomar la idea de los lavados de cerebro –propias de los films de la Guerra Fría– para explicar cómo un grupo selecto puede embolsillarse billones de dólares al año, y cómo al mismo tiempo millones de personas pueden actuar “libremente” y hacer exactamente lo que ellos esperan que hagan para suicidarse financieramente. No obstante, en tiempos de capitalismo neoliberal, el lavado de cerebro se efectúa también a otros niveles, sin tecnología de por medio. La idea de El embajador del miedo no queda muy lejos, simplemente ya no se trata de la Compañía Manchurian, sino de Wall Street que, según el documental, maneja los hilos del gobierno de los EEUU. Ferguson critica las débiles reformas que la gestión de Obama ha introducido: no se implementaron leyes de regulación financiera, y no se dictó una sola sentencia en contra de los acusados, sino que más bien gran parte de ellos, anteriormente asesores económicos de George Bush, fueron confirmados en sus puestos por el mismo Obama.

Un grupo de gente poderosa y sin escrúpulos está manejando desde altas esferas los mercados financieros, afectando nuestras vidas en formas que ni sospechamos. Una pregunta que nos viene es: ¿cambiarán en algo las conductas de los organismos cuando lleguen a darse cuenta de que están siendo teledirigidos? Ferguson recibió su Oscar diciendo: "discúlpenme, pero debo arrancar señalando que tres años después de que estallara nuestra horrible crisis causada por el fraude financiero masivo, ni un solo ejecutivo ha sido encarcelado, y eso está mal". La otra pregunta es: ¿será suficiente conocer la verdad oculta para romper con la consciencia cínica e ilustrada que impera en nuestro tiempo? O será la pregunta, ¿qué haremos nosotros al respecto?