Por: Jorge Luna Ortuño
El film más exitoso del 2010 fue Avatar, aunque se haya llevado muy pocos de los Oscars para los que estaba nominado, a nivel de ganancias incluso dos años después le siguen reportando enormes regalías al bolsillo de su director James Cameron. Él lo ha dicho, la segunda parte está en camino, se la espera para verano de este año. Dejando de lado la expectativa y las especulaciones que genera la secuela en el horizonte, nosotros quisiéramos recuperar la actualidad de este film desde otro lado, retomando la polémica que provocó en su momento, con repercusiones que no dejan de afectarnos, críticas de diversos sectores, pero sobre todo de la Iglesia Católica, que se sintió contradecida y hasta ofendidad por la película de James Cameron. Todo ello se diluyó con el tiempo, pero todavía llaman la atención las ácidas críticas de rechazo que el Vaticano hizo escuchar, casi un repudio unánime, por lo menos a nivel oficial. L'Osservatore Romano y Radio Vaticana criticaron el film por “acariciar doctrinas modernas que promueven el culto a la naturaleza como sustituto de la religión”; sus reseñas consideraron superficial y peligroso el mensaje ecológico que difunde: “Avatar está inundado de un espiritualismo vinculado al culto a la naturaleza''; “le guiña un ojo a las seudo-doctrinas que convierten la ecología en la religión del milenio''; “postula a la naturaleza ya no como una creación a defender, sino como una divinidad que adorar'', etc. Claro, es que no se trata de "sólo una película", sino de la difusión de una visión de la relación con la naturaleza que se propaga exponencialmente gracias al cine.
Hay que leer a Avatar como una muy buena aproximación a la idea spinoziana de la naturaleza y el encuentro entre culturas para entender esta animosa crítica de la iglesia. Los duros ataques que esta misma iglesia le propinó a Baruch Spinoza (1632-1677) a causa de su filosofía liberadora, una filosofía de la inmanencia que no dejaba ni un resquicio para la entrada de la trascendencia, nos resuenan hoy con fuerza cuando encontramos estas "nuevas" quejas de la Iglesia en pleno siglo XXI.
Una filosofía inmanente
En primera instancia, Avatar se presenta como un campo de prolongación de la vieja batalla que ha librado la Iglesia contra las doctrinas panteístas. Y nos hemos referido a Baruch Spinoza porque ha sido usual en la época moderna considerar su filosofía como el más eminente y radical modelo de panteísmo. El pecado de Spinoza fue identificar a Dios con la naturaleza en un tiempo en que los libros tenían olor a claustro evangélico. En su prodigioso libro Etica especifica el conocimiento de la naturaleza, como el objetivo más alto que se puede alcanzar; no con un conocimiento de contemplación o especulación, sino que esté al nivel de poder captar la mayor cantidad de cosas, asimilar las leyes que rigen las relaciones, saber aquello que conviene y no conviene al propio cuerpo. Conocer la naturaleza equivale a volver al cuerpo susceptible de ser afectado del máximo número de maneras posibles, lo cual pone al dueño de este conocimiento en posición de establecer solamente relaciones convenientes. Esto es lo que aprende el marine Jake Sully (provisto de su cuerpo avatar), cuando se introduce en la visión de la comunidad indígena de los Nav’is. En su primer encuentro con Neytiri, hija del líder, ella le recrimina por caminar por su territorio haciendo ruido, sin saber qué hacer, "torpe como un niño". Sin conocer su vínculo con la naturaleza, Jake se reconocía como algo externo a ella, luciendo como un perfecto extranjero. Neytiri le enseña que Eywa, la naturaleza, es una sola unidad que se manifiesta en todo lo que les rodea. La idea es entonces experimentar aquello que Spinoza ha afirmado: Dios y el mundo son una sola cosa: Dios es la naturaleza activa, y el mundo es la naturaleza producida.
En primera instancia, Avatar se presenta como un campo de prolongación de la vieja batalla que ha librado la Iglesia contra las doctrinas panteístas. Y nos hemos referido a Baruch Spinoza porque ha sido usual en la época moderna considerar su filosofía como el más eminente y radical modelo de panteísmo. El pecado de Spinoza fue identificar a Dios con la naturaleza en un tiempo en que los libros tenían olor a claustro evangélico. En su prodigioso libro Etica especifica el conocimiento de la naturaleza, como el objetivo más alto que se puede alcanzar; no con un conocimiento de contemplación o especulación, sino que esté al nivel de poder captar la mayor cantidad de cosas, asimilar las leyes que rigen las relaciones, saber aquello que conviene y no conviene al propio cuerpo. Conocer la naturaleza equivale a volver al cuerpo susceptible de ser afectado del máximo número de maneras posibles, lo cual pone al dueño de este conocimiento en posición de establecer solamente relaciones convenientes. Esto es lo que aprende el marine Jake Sully (provisto de su cuerpo avatar), cuando se introduce en la visión de la comunidad indígena de los Nav’is. En su primer encuentro con Neytiri, hija del líder, ella le recrimina por caminar por su territorio haciendo ruido, sin saber qué hacer, "torpe como un niño". Sin conocer su vínculo con la naturaleza, Jake se reconocía como algo externo a ella, luciendo como un perfecto extranjero. Neytiri le enseña que Eywa, la naturaleza, es una sola unidad que se manifiesta en todo lo que les rodea. La idea es entonces experimentar aquello que Spinoza ha afirmado: Dios y el mundo son una sola cosa: Dios es la naturaleza activa, y el mundo es la naturaleza producida.
De ahí que el mayor de los conocimientos que puede alcanzar el hombre, el que le permite alcanzar la libertad y la felicidad, es aquel que lo identifica con la naturaleza en tanto que se comprende finalmente como parte del todo. Y es esta idea de unidad la que se vive en el mundo de los nav’is. A medida que avanza la trama comienzan a desencadenarse devenires-animales, conjugaciones, relaciones intensivas, intercambios de fuerzas. Jake dice en su bitácora: “Neytiri siempre habla de la energía que fluye en los animales espirituales. Ella dice que hay una energía que fluye a través de todos los seres, que es solamente prestada y que tendremos que devolverla algún día”. El todo se revela así como una gigante red de energía, un verdadero rizoma, en palabras de Deleuze-Guattari. Esa especie de aves gigantescas que vuelan a grandes alturas, denominadas Ikrans, se convierten en prolongaciones del cuerpo-avatar de Jake cuando los monta. Cada uno de los guerreros puede cabalgar el que le corresponde y dirigirlo sin decir ni una palabra; Jake aprende también que todos pueden conectarse con Otraya Morki, el árbol de las almas, y escuchar las voces de los antepasados. Es prácticamente un árbol sagrado al que se dirigen con sus oraciones.
Ni siquiera es necesario discutirlo, convenimos en que la historia de esta película deja hilos sueltos, ciertos vacíos, pero entre todas las críticas que cabría hacerle, la más llena de resentimiento, de percepciones arcaicas y de neblina ideológica es la que hace la Iglesia Católica.
Nos sentimos tentados de decirlo. La estrechez santificada de la Iglesia puede todavía
conformar a muchos hombres a los que tiene sumidos en el más largo sueño. No es un drama. Después de todo quizás el asunto de la singularidad de la vida consista en elegir qué tipo de sueño se ajusta más para cada uno, cuál permite acoplarse mejor a una visión ordinaria del mundo. Pero
es sólo cuestión de tiempo, no hay nada que ofrecer a cambio, a cada uno le corresponderá su momento de rasgar la tela y abrir los ojos, aunque sean los ojos del espíritu. Parafraseando a Jake Sully al terminar la película: “Sooner or later, you always have to wake up”.
Nota.- Este artículo, sin algunas de las modificaciones aquí introducidas, fue publicada en el periódico boliviano Cambio en junio del 2010.
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