Existe un paradigma según el cual viajar nos hace mejores personas, por lo menos podríamos decir que más abiertas, relajadas e interesantes. Al empezar el viaje no tenías mucho que decir, ni siquiera sabías bien qué esperar, pero al volver te has convertido en un narrador de historias, alguien que relata sus vivencias inusuales, ejerciendo el papel de personaje principal en la historia de su vida. Estas transformaciones ocurren especialmente si el viaje implica salir del país hacia culturas y formas de vivir completamente diferentes a los modos de ser locales.
En las principales ciudades de países de Europa puede notarse que la cultura del conflicto es lo último que se practica. En realidad, todo está muy bien pensado para facilitarle la vida a las personas, las ciudades han pensado en sus ciudadanos, les construyen los asientos de las paradas en los lugares adecuados, con el sistema de tickets y boleterías perfectamente equipados, mientras los horarios del tranvía, de los buses y del metro se cumplen con notable puntualidad. Se entiende por allá que la gente hace su vida planificando sus próximos desplazamientos y el tiempo que necesita estar en cada lugar. Me habían dicho que los europeos son rigurosos pero al mismo tiempo cuadrados en su mentalidad, es decir rígidos como una vara de acero, puesto que viven maniatados a sus rutas y horarios programados, tienen la vida reticulada en torno a horas, tareas y objetivos. No puedo decir que esta programación diaria no parezca afectarles en su manera de lidiar con los inconvenientes y los retrasos o las situaciones inesperadas. Sin embargo, lo que me impresiona es que todo alrededor parezca conspirar para que el reloj del sistema funcione perfectamente. La cultura de vida de los europeos te enseña la valía del tiempo de los otros.
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Pero mi mayor descubrimiento fue un suceso que me guió en mi camino para escribir el primer libro de mi vida. Se llamó Pensamiento inalámbrico. Después de haber estado en Francia durante casi un mes, a mi retorno debía volver por Madrid hacia Buenos Aires y Santa Cruz. Pero por causa de una estafa en la venta de pasajes por parte de la línea AeroSur, ya extinta desde entonces, tuve que que quedarme varado en el Aeropuerto Barajas de dicha ciudad, con mis maletas y mi mentalidad. En ese momento tenía conmigo los apuntes avanzados del libro, tenía también ya el título definido.
Las personas que integran una nueva cultura dentro de su
identidad son más creativas a la larga. Hacer lo que hacen los locales por un
periodo extendido de tiempo fuerza a pensar en diferentes maneras y
desenvolverse entre diferentes ideas. Es un concepto que los cientistas llaman
flexibilidad cognitiva. La premisa es que mientras más cognitivamente flexible seas, más creativo
serás. Esto es exactamente lo que traté de desarrollar con la teoría del pensamiento inalámbrico, pero no sabía que existía un término así. El arte contemporáneo también me hace pensar en este tipo de productividad que no sigue las mismas sujeciones ni los patrones de construcción de pensamiento.
Viajar te da una perspectiva más amplia. Te da una vista de
pájaro. Viajar nos ayuda a ver nuestras vidas desde una distancia, tanto física
como metafóricamente. Y cuando haces eso, eres capaz de hacer cosas bastante
más claramente. Viajar te ayuda a ser más paciente. Lidiar con retrasos, y
con diferentes culturas durante los viajes te ayudan a tener paciencia y a ser
una persona más comprensiva en general. El video que descubrí en facebook termina con este enunciado muy provocativo: "Al principio, un viaje te deja sin palabras, y después te convierte
en un contador de historias."
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