La mejor película boliviana de los últimos cuatro años: El Ascensor*
“Por primera vez una película boliviana se centra y sostiene en los personajes (…) espero que este sea un gran aporte a nuestro cine. Yo particularmente, cuando voy al cine, veo al actor, más allá de la importancia de los otros elementos en el lenguaje cinematográfico. Para mi lo central en la película es el actor porque es el que hace creer si es verdadera o no la historia que estás contando. En esto muchas veces he notado en otros trabajos una especie de descuido, parece que la parte visual es más importante en otros casos, ese no es mi camino”[1].
Tomás Bascopé, Director de El ascensor.
El director de esta excelente película, Tomás Bascopé, confiesa ser todavía un director de cine en formación, y no un cineasta. Es sensato, nada pretencioso, pero muy consciente del valor que tiene su trabajo ya en este momento. Dado el modesto presupuesto con que contaba, en un par de oportunidades dijo que para dar vida a ésta su ópera prima, lo único que quería era agarrar una camarita, conseguirse a los actores y hacer una película “de batalla”, pues estaba muy seguro del guión, que el guión iba a sostenerlo todo. Después de su estreno podemos darle la razón. El Ascensor es más que una muy grata sorpresa, es un golpe de aire fresco, una propuesta suelta, desenfadada, sin los complejos habituales del cine boliviano, la cual nos ofrece un elemento que veníamos extrañando en la gran mayoría de las películas nacionales estrenadas este año: un guión con calidad, primero, y luego las excelentes actuaciones de los protagonistas que terminan de sellar el alto vuelo de la propuesta.
El escenario central del film es un ascensor en un edificio de la ciudad de Santa Cruz. La idea de la película es simple: tres hombres –un empresario (camba) y sus dos secuestradores (un kolla y un cochalo)-, quedan encerrados en el ascensor de un edificio de oficinas durante los días que la ciudad está festejando a pleno su carnaval. De entrada afronta el desafío de hilvanar una historia amena y ágil que se desenvuelve casi enteramente dentro de un ascensor y donde no se ven ni señas de una sola mujer (¿Acaso es un contra-efecto que se busca producir respecto de la excesiva presencia en el imaginario visual de Santa Cruz, donde aparecen posando hasta para una propaganda de chinches?). Por esto el nivel de los actores le da notorio realce a la película, pues son sus personajes los que deben generar la magia que nos haga olvidar a los espectadores de todos los otros patrones que estamos habituados a encontrar en las películas que tenemos valoradas como "buenas", "entretenidas", etcétera. Los sucesos empiezan a darse y entre el acorralado y los acorraladores, que van intercambiando sus papeles, se produce una química que nos entretiene, nos magnetiza, el tiempo se pasa, el problema aparente es cómo salir del ascensor, pero de repente los problemas son otros, y ellos siguen ahí sin poder salir, pero la interacción entre ellos nos hace pensar en cuestiones referidas a los grandes problemas de la nación, y hasta nos hace reír de nuestros modos de vida tan enraizados en algunos casos. Hablemos un poco de los personajes.
El ascensor
Aquí otra vez la idea de que los espacios definen quiénes somos, es decir, que nos constituyen como sujetos circunstanciales. Que los espacios definen las preguntas que vale la pena hacer. Se puede aquí hacer una conexión con la idea de Juan Carlos Valdivia en Zona Sur, pues en ambas historias toda la acción transcurre prácticamente en un solo espacio. Este es un aporte del filósofo Peter Sloterdijk: concebir el espacio como una esfera y hacerlo concepto. Solo que en el caso de Tomás Bascopé la esfera ya no es una casa sino un ascensor. La circularidad de la forma no interesa tanto como los efectos que va ha producir. En ambas películas es necesario generar sensaciones de apremio, de encierro y hasta de asfixia. Pero esto lo maneja mejor Bascopé. Por ejemplo, utiliza como recurso el uso de efectos especiales (bastante buenos) para dejar que la imaginación tenga su lugar en la historia. Bascopé maneja mejor las líneas de escape a tiempo que construye el escenario opresivo. Nos referimos a los descansos, a una escena maravillosa en la que unas papitas Pringels sirven para trazarle una salida imaginaria al opresivo encierro; esto sumado a la sana combinación entre el humor criollo y los diálogos serios, a las variaciones en la música que escapan al tedio, y a la irrupción de ciertas interferencias en el rítmo de la narración. A diferencia de Valdivia, Bascopé se dio cuenta de que no era necesario prolongar la monotonía al infinito (por ejemplo repitiendo mil veces tomas circulares de 360 grados), para producir esa atmósfera de encierro que el espectador ya capta perfectamente en los primeros veinte minutos. En el cine también habría que medir la cualidad de un espacio de encierro mediante sus líneas de fuga, y no al revés.
En El Ascensor el problema del espacio viene dado por su funcionamiento. Un ascensor que no se mueve deja de ser simplemente un ascensor. Tres individuos atrapados en él lo convierten en un escenario de lucha de clases. Al producirse un bloqueo en el movimiento, surge la pregunta: ¿qué pasa cuando un espacio deja de servir según la función con la que fue pensado? Bascopé contaba en la premier que escribió una buena parte del guión durante los días en que se reunía la Asamblea Constituyente en Sucre para redactar la CPE, que es justamente la imagen de un espacio que a la larga dejó de funcionar para aquello que se suponía. Es un escenario en el que todos se encierran a cuidar sus propios intereses, y cuando la situación se hace apremiante, sólo les queda agarrarse del cuello en busca desesperada por el control. Un país maniatado, o una Asamblea Constituyente fallida: el ascensor estancado, en peligro de descender vertiginosamente, es un excelente simulacro, una bella parodia.
La pistola
La pistola sirve para generar juegos de lucha por el poder y el control. A medida que avanza la película se van turnando la posesión del arma, y cada cambio de mando es también un descenso del ascensor. Esto produce divertidas situaciones. Carlos (Jorge Arturo Lora) nos muestra la completa apatía de su clase, la clase media, ese conglomerado de deshabitados incapaz de movilizarse por sí mismo. Esta clase trabaja obediente prefiriendo la tranquilidad y la seguridad, lo que no viene a ser mucho más que recibir por lo menos unas cuantas papas mientras los de arriba tienen controlados a los de más abajo. Pero así no puede existir democracia ni siquiera en el ascensor. Carlos sólo comienza a reaccionar cuando la injusticia le afecta directamente: por ejemplo, en la repartición de la comida. Pero como vive para ser manso, cuando tiene que actuar contra el orden es un tonto incapaz. Entonces Carlos decide contratar a un pillo, el de abajo, para que se ensucie las manos, y planea su golpe movido por resentimiento y deseo de venganza; no puede evitar seguir siendo sumiso y respetuoso con el de arriba, el empresario al que le cobrará cuentas. En cambio Johny (Alejandro Molina), digamos de la clase baja, es el hombre irreverente que puede faltar el respeto al que tiene el poder; se caga en todos, y aunque también es un resentidísimo, está provisto de ese humor vital que se encuentra en las clases pobres; es el personaje que se lleva la flor en la película. Él rompe todos los climas, crea su proio clima apenas habla. Finalmente Héctor (Pablo Fernández) es el empresario adinerado por herencia, el joven exitoso que lo tiene todo, pero parece mostrarse que su falla inesperada es confesar su estatus de gay. Su actuar es típico de las clases altas: en momentos de crisis, cuando hay que ajustarse los cinturones, les ajusta a los de abajo, pero él quiere mantener su ración alta. Al repartir la comida, su explicación sobre las calorías es divertidísima: “vos por ser enano necesitás menos calorías para sobrevivir, mientras yo estoy acostumbrado a una buena alimentación, por tanto necesito más”. El que tiene la pistola define quién come, toma o habla. La pistola sólo amplifica las características de su portador, sea en la arrogancia, la ignorancia o el resentimiento. Pero la imagen es bella: en realidad la pistola no tenía balas de verdad, la única verdadera la tenía Carlos, el apático, pero prefería quedar callado con tal de mantener las cosas como estaban. "Estaba bien -le dice a Héctor- porque mientras tú tenías la pistola tenías controlado al pillo de Johny".
Chucho
Interpretado de manera excelente por Mario Cháves, es el guardia de seguridad del edificio. Es un recurso ingenioso que utiliza Bascopé para darle respiro a la tensión narrativa y para aportar nuevos toques de humor. Se nota aquí que el director piensa en el espectador. Además, de manera sutil, con Chucho mantiene todavía la sensación de aislamiento de un hombre encerrado, esa falta de contacto con el sexo opuesto, pues a la mujer sólo se la deja aparecer como objeto de fantasía (p.e. a partir de una llamada de Chucho a una “línea caliente”, donde todo lo que escuchamos es la voz de la mujer).
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Felizmente ésta no es un personaje en este film, pero entra en nuestra nota por lo siguiente: dado que en Bolivia es muy difícil conseguir financiamiento para hacer un cine de calidad, una cuestión que deben cuidar siempre las películas nacionales es la manera en que introducen la marca o el sello de sus patrocinadores en medio de la narración. Si no está bien camuflada por lo menos su inclusión debe quedar muy natural. La paupérrima Historias de vino singani y alcoba, de Rodrigo Ayala, es un ejemplo de lo que se debe evitar a toda costa para no promover un cine falto de sustancia que se conforma con entretener y ser rentable. En El Ascensor se tienen suficientes cuidados en este sentido, dentro de la trama van apareciendo la marca de una soda, de una bebida alcohólica, o hasta de unas papas fritas, pero esto está muy bien pensado para que no sea taan notorio.
Epílogo
La explosión de estrenos de películas nacionales en este año 2009 seguramente demandará un balance general en algún momento. Por lo pronto nos preguntamos: ¿Qué es lo que hemos estado viendo? Películas que curiosamente pasaban de una u otra forma por el tema de las mujeres. En Zona Sur, Verse, Escríbeme-Postales a Copacabana, y Rojo Amarillo Verde, existe un interés común por retratar las vidas de mujeres atravesando distintas etapas de la vida, aunque claro, los tratamientos son distintos. Comparten su interés por poner en escena sus problemas: desde los sueños y conflictos de la juventud, pasando por las peripecias que vive una madre soltera, hasta el dolor que sufren cuando sus hijos dejan el hogar. Se trata mayormente de mujeres que están solas. Pero llega El ascensor y nos ofrece una historia sin mujeres. Es una interesante variación que adquiere un tono a parte en este contexto. No obstante en algo sí se parece a todas las anteriores, y es que tampoco logra terminar bien la película. Por lo menos la escena final de la presentadora de noticias nos parece innecesaria, pues rompe esa sobriedad lograda. Pero es un detalle muy menor, lo que cabe destacar es que en Bolivia existe un talento joven para el cine y arte que se encuentra en tiempo de ebullición, y que este inicio auspicioso del joven director cruceño merece ser aplaudido y estimulado por un mayor patrocinio para sus proyectos venideros.
*(Artículo publicado en la Revista Pulso en noviembre del 2009)
Jorge Luna Ortuño
[1] Alex Aillón Valverde, Todo lo que sube...
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