Jorge Luna Ortuño – Martes 9 de octubre 2012
Un análisis que es, en el fondo, la presentación de
un modo de pensar inalámbrico
Después
del nefasto 11/9, el más atroz acto de terrorismo que conoció el mundo se
produjo el 22 de julio del 2011 en la
ciudad de Oslo, día en el que el noruego de 34 años Anders Behring Breivik hizo
explotar una bomba junto a la Sede del Gobierno –provocando la muerte de ocho
personas–. Habiendo logrado su cometido tuvo todavía la frialdad para dirigirse
a la Isla de Uteya, donde disparó casi durante media hora a mansalva a cientos
de jóvenes que se reunían en una acampada veraniega, hasta que las autoridades
policiales lograron detenerlo. Sumaron en total 93 el número de víctimas
mortales, además de centenas de heridos. Poco después haría conocer a la
prensa, a través de su abogado, que consideraba crueles sus actos, “pero
completamente necesarios”. Además que estaba "un poco sorprendido" de
que su matanza, "planeada durante años", saliese tal y como la había
planeado, pues contaba con que la policía le detuviese antes. Un dato importante
es que pocas horas antes del doble atentado, subió a la red un manifiesto de 1518
páginas, escrito en inglés y titulado “2083: una declaración europea de
independencia” – firmado con el seudónimo “Andrew Berwick”.
Esto evidenció que
el tipo no era simplemente un “loco”[1],
en el sentido clínico, tampoco un estúpido (de hecho era un lector empedernido
que cultivaba el hábito de escribir sus pensamientos), pero tenía una obsesión,
había algo que lo atormentaba, una responsabilidad más grande que su
resistencia, tal vez el aguijoneo de “un llamado divino”, y la posesión de unas
ideas que lo sobrepasaron. En ese manifiesto se encuentran una serie de
posiciones radicalistas que sustentaban la necesidad de sus actos, y le sirve
para calificarse como “cazador de marxistas”. (“Me etiquetarán como el monstruo
(nazi) más grande desde la Segunda Guerra Mundial”). En realidad después la
opinión pública lo catalogó como “extremista”, “islamofóbico” y “ultraderechista”,
pero estas etiquetas no terminaban de explicar nada, y es que las etiquetas sirven
para dar una idea, pero no son de utilidad cuando se quiere avanzar en la
comprensión de un fenómeno. En todo caso, Anders Behring no era un simple idiota
–insistamos en ello– pues, por decir algo, supo encubrir hasta el último
momento su posición radicalmente contraria al discurso de su gobierno, a las
políticas en torno a la inmigración en su país, y planeó estratégicamente un
ataque. Él decía que su acción era parte de una obra, y serviría para hacer
notar que Noruega perdió el rumbo por sus “flaquezas liberales”, pues le
disgustaba la pasividad de los políticos ante la islamización de Europa. El
texto dio la impresión de haber sido terminado apenas unas horas antes del
comienzo de su doble ataque, donde marca un límite: “La lucha contra las élites
multiculturales en Europa no debería ser superior a 45.000 muertos y un millón
de heridos”.
El viernes 24 de julio del presente año se conoció que
una corte de Oslo lo condenó a 21 años en prisión, que es la sentencia máxima
existente en ese país. La sentencia es con “detención preventiva,” lo que
quiere decir que puede ser extendida si se considera que Breivik es aún
peligroso para la vida en sociedad. La juez Wenche Elisabeth Arntzen,
presidiendo la corte, leyó el veredicto formulado por ella misma y otros cuatro
jueces, dictaminando que el acusado actuó con conciencia de sus actos, y no por
una crisis psicótica tal como la fiscalía había alegado. Como la culpabilidad de
Breivik no estaba en duda, el tema central del juicio había sido su salud
mental. En un cambio de roles poco común, la fiscalía pidió que
Breivik fuera internado en un asilo psiquiátrico, mientras que la defensa pidió
que su cliente sea reconocido mentalmente sano, es decir, penalmente
responsable. Probablemente se debió a que Breivik había dicho en el pasado que
ser condenado al manicomio sería “lo peor que le podría ocurrir”, de modo que
hizo todo lo posible por demostrar su cordura. Además, impedía así que se reste
importancia a la consistencia de sus creencias políticas. Por tanto se declaró
no culpable y pidió su absolución, afirmando haber cometido los ataques para
proteger al país de la “invasión musulmana”, explicando que atacó a los
laboristas por su política de inmigración favorable al multiculturalismo[2]. Siguiendo la línea de la “Orden
Militar y Tribunal Penal Europeo-los Caballeros Templarios”, que inició junto a
otras ocho personas en Londres en 2002, el autoproclamado miliciano anti-musulmán había escrito su objetivo en
aquel manifiesto: “una guerra preventiva contra los
regímenes culturalmente marxistas/multiculturales de Europa” para “rechazar,
vencer o debilitar la invasión/colonización islámica en curso, para tener una
ventaja estratégica en una guerra inevitable antes que la amenaza se materialice”.
“El tiempo del diálogo ya pasó. Dimos una oportunidad a la paz. La hora de la
resistencia armada sonó”[3].
No es descabellado que en medio de este análisis
intentemos relacionar el fenómeno Breivik –que se presenta como “comendador
de los caballeros justicieros”–, con algunas últimas películas hollywoodenses
que tratan el tema, para intentar profundizar nuestra comprensión de la “mente
terrorista”. Desde que el mismo pensamiento es producción de imágenes, ¿acaso
no estamos forzados a pensar
nuestro tiempo con el cine de por medio? Bueno, nos bastarán tres
casos, primero el thriller psicológico Inthinkable
(2010), dirigido por Gregory Jordan, y después dos de las últimas propuestas de
Christopher Nolan: Batman The Dark Knight
(2008) e Inception (2010).
Inthinkable se
centra en la polémica que provocan los crueles métodos de interrogación que se utilizan
al tratar con un terrorista que amenaza la seguridad nacional. El terrorista
interrogado, víctima a su vez, se llama Steve Arthur Younger (Martin Sheen), y
la historia pasa por saber si el torturador llamado “H” (Samuel Jackson) podrá
quebrarlo mentalmente, romper sus líneas de resistencia al dolor, y hacerle
confesar dónde ha colocado las tres bombas nucleares. Se establece una pugna mental
entre ambos para ver hasta dónde está dispuesto a llegar cada uno. Lo curioso
es que incluso a nivel de los métodos ilegales de interrogación que utiliza
aquel departamento de seguridad, no puede superarse la imagen arbórea del
cerebro, y entonces todo su empeño consiste en cortar en su mente las
ramificaciones, los cables secundarios, hasta encontrar un tallo central, y
llegar a las raíces, que al ser atacadas, se supone, lograrán quebrar al
interrogado y por tanto dejarlo a merced de sus órdenes. Pero “H” utiliza como estrategia
infligirle dolor físico, atacar dedos, uñas y otras barbaridades, no
entendiendo el hecho de que la verdadera fortaleza del interrogado proviene de las
creencias que cultiva en su mente, es decir, del cable o el conjunto de cables
imaginarios que lo unen a un cuerpo de ideas cristalizado, y que lo mantienen
firme en su propósito. Los paralelos que se pueden hacer entre el personaje
ficticio Steve Arthur Younger y el noruego Anders Behring Breivik son varios,
pero hay uno que es descollante: ninguno de los dos entra como un guante en los
estereotipos de la figura “terrorista”, no tienen ni barba ni turbante, no son
musulmanes ni hablan en idiomas incomprensibles para un occidental. “Breivik es
blanco, rubio y cristiano. Pasea por las mismas calles, compra las mismas
marcas de ropa, acude a los mismos colegios. Es blanco, de esos que llaman de
raza pura. Esa cercanía preocupa, conmociona a una sociedad europea que se
encuentra en un laberinto: necesidad de inmigrantes (menor con la crisis; sin
trabajo, vienen menos y se van más) y rechazo a la multiculturalidad, un
rechazo mutuo, del que está y del que llega”[4].
En pocas palabras, ellos son de nuestro
bando. En el caso de Steve Arthur Younger, él es un ciudadano americano,
padre de dos hijos, que sirvió para la milicia de USA, pero es un creyente
musulmán y decide, en nombre de Alá y Mahoma, seguir su lucha contra las
políticas del gobierno norteamericano, autobautizándose Yusuf Atta Mohammed. En
el fondo, lo que les dice a sus compatriotas es el grito de un musulmán:
“mírense a ustedes mismos, con su moral de papel, me tratan como a un monstruo
pero en realidad los monstruos son ustedes. Se ponen a llorar por cincuenta
víctimas en una explosión, pero esa es la cantidad de gente que su gobierno
asesina afuera cada día”.
En
cuanto a la referencia a Batman The Dark
Knight, debemos recordar al Guasón, que no es más que una máscara pensante,
un ser sin rostro, sin referencias, imposible identificarlo y por tanto
controlarlo. Tal vez Nolan nos quiere decir lo mismo, no importa el color de la
piel, ni la forma de vestir, ni la nacionalidad, el terrorismo es una
existencia mental que supera las fronteras. Tanto el terrorista noruego como
Steve Arthur Yunger y el Guasón son algo más que lunáticos con ideas, son
fanáticos de sus creencias, y si escucharan a Nietzsche sabrían que la debacle
del ser intelectual inicia cuando cree en lo que piensa. Esto quiere decir que
su enfermedad no es la locura, sino la rigidez, la dureza anormal con la que
ligan sus actos a sus creencias. Las creencias son lo más peligroso para la
mente, se convierten en motores y en brújulas, lo sabía muy bien Einstein
cuando escribió su libro “Mis creencias”, horrorizado ante la bomba nuclear,
queriendo establecer pautas éticas para la investigación científica; y lo sabía
también Hitler cuando escribió ¨Mi lucha”, asentando así la tierra para el
árbol tenebroso que plantó en su mente. Los fanáticos siempre han tenido
necesidad de manifiestos. Pero se nota además que todos ellos dan la apariencia
de ser dueños de sí mismos, nadie puede manipularlos ni doblegarlos, están por
encima de todos los valores consensuados, establecen sus propias reglas, sus
fines valen más que su propia vida, y es gracias a que encuentran en sus
creencias el único centro que necesitan, el cable a tierra que impide que se
conviertan en dementes.
Esta
extrema independencia respecto de todo lo establecido hace posible que existan
tipos como, por ejemplo, James Holmes (un joven americano de 24 años), el delincuente
que el pasado 21 de julio disparó a mansalva, dentro de un cine, a los
espectadores que asistieron al estreno de Batman
The Dark Knight Rises (2012) en un barrio de Denver, Colorado. Según se
supo iba vestido de negro y usaba un chaleco antibalas y una máscara anti-gas, parecido
al de Bane, acorde a la versión de los testigos; además, estaba armado con un
rifle de asalto y tres pistolas. El saldo fueron 12 muertos y 59 heridos. Cae
por su propio peso la pregunta: ¿debería censurarse la producción del cine de
acción de Hollywood? Después de todo, con el pretexto del entretenimiento ¿qué
ideas están metiendo en las cabezas de los espectadores, qué viejos miedos se
reviven y qué nuevas paranoias se instalan? En el último capítulo de la saga de
Batman, Nolan gasta un presupuesto millonario para mostrar cómo el villano Bane
lidera a un grupo de asesinos que ejecuta un terrible ataque con explosivos en
un estadio de fútbol, y en medio de un partido colmado de espectadores y
autoridades. ¿Hasta qué punto el cineasta, en tanto que artista, deja ahí de
hacer una lectura de su tiempo, de su sociedad o de su país, y prefiere
imaginar la manera delincuencial más espectacular en la que se podría conmocionar
a su sociedad o a su país? ¿En qué punto deberían establecerse los límites a la
imaginación del director y en cual otro demarcarse sus responsabilidades, toda
vez que construye un imaginario colectivo popular? Dejemos esto ahí.
Pero
volvamos a la comprensión de la independencia de la mente terrorista. Es
menester no conformarse con las interpretaciones reduccionistas, que se
contentan con tachar a estos individuos de “desquiciados” o de “locos”[5],
porque no se gana nada con equiparar la intolerancia y la xenofobia a la
locura. Hay que primero reconocer que se trata de individuos que creen no tener
que rendirle cuentas a nadie más que a sus dioses ocultos. Se diría que
representan la imagen de Batman en Gótica, pero en reversa. Se hacen cargo de
hacer cumplir aquello que ni el gobierno, ni el sistema judicial ni la
ciudadanía en general no terminan de asumir. Es valorable su decisión de no
esperar por nuevas políticas gubernamentales para que las cosas marchen mejor,
lo inaceptable son los medios a los que recurren. Batman elige como fachada
para sus operaciones clandestinas la imagen de un yuppie multimillonario
llamado Bruce Wayne, personaje frívolo si los hay; sólo así puede hacer
justicia por sus propias manos en las noches, aliándose con figuras claves de
las fuerzas del orden. Algo similar, pero en reversa, pensó Anders Behring
Breivik, que en el otoño del 2009, en su incendiario manifiesto, escribió que
entraba a una nueva fase en su proyecto, relatando que fundó una empresa minera
y abrió una pequeña granja para utilizarlas como “cobertura” para sus compras
de productos explosivos. “Ahora tengo que comprar legalmente un fusil
semiautomático y una (pistola) Glock”, redactó en septiembre de 2010, dos armas
para las que obtuvo una licencia, según la prensa noruega. En cada detalle se
reconoce los movimientos de una mente estratega, inteligente, como la del
Guasón en la película de Nolan.
El
otro punto en común entre las mentes terroristas pensantes es que una vez que
han efectuado su ataque, no intentan escapar, de hecho se entregan sin oponer
resistencia. Por ejemplo, Steven Arthur Yunger se entrega en un Centro
Comercial en Phoenix, quedándose parado por horas frente a una cámara de
seguridad en un shopping. Anders Behring “esperaba que lo detuvieran antes”,
pero cumplió su cometido también gracias a la incompetencia de la policía
noruega. ¿Por qué ni siquiera les interesa escapar? Porque el acto terrorista
es simplemente la parte del espectáculo, la intervención traumática de una
escena, pero lo que realmente quieren es que los atentados sirvan para poner en
el tapete el fuego de sus creencias. Se toman en serio sus ideas. En Inthinkable el torturador amenaza al
terrorista: “todo hombre, sin importar cuán fuerte sea, se miente a sí mismo
sobre algo. Encontraré tu mentira y te romperé”. Intenta mostrarle que la única
autoridad que respeta es él mismo, que nada lo detendrá, no tendrá ningún
remordimiento ni asco físico en despedazarlo. Se confrontan así dos seres que
aparentan ser inalámbricos, pues no están atados a nada externo, más que a sus
convicciones, enraizadas en viejas creencias propias. Pero nada bueno sale de
ahí, como se verá en el final, pues ambos están demasiado sujetos a unas ideas
que perdieron flexibilidad, mientras que ser libre o inalámbrico es ante todo
tener libertad respecto de la propia manera de pensar, ser capaz de variar o de pensar diferente cuando
una situación lo amerita.
Tal
vez el mismo Christopher Nolan nos haya proporcionado una alternativa de
solución para tratar con las mentes terroristas en el argumento de Inception. Se explica ahí que el
parásito más difícil de extirpar no es ningún microorganismo, sino las ideas.
“Una idea es resistente, altamente contagiosa, y una vez que se ha apoderado
del cerebro es casi imposible erradicarla”. La trama de la película consiste en
que las ideas se pueden robar, y eso se logra en el estado del sueño, cuando
las defensas están bajas y los pensamientos son susceptibles de robo. A eso se
le llama “extracción” (inception), y los protagonistas de la historia serán los
extractores que deben apoderarse de una idea que vale millones de dólares. La
mente terrorista no piensa con conceptos, lo hace por medio de ideas-parásito,
que se quedaron enraizadas en algún lugar de sus cerebros. Es por ello que,
pese a su aparente autosuficiencia y a su libertad extrema, en realidad los
terroristas pensantes son los mayores esclavos, pues son sirvientes de una o
dos ideas que les fueron contagiadas. Se nos ocurre entonces que la mejor
manera de lidiar con ellos no debe consistir en tentar los límites de su
resistencia al dolor, sino en la manipulación a nivel mental, extracciones,
pequeñas lobotomías, o incluso ejercicios de dialéctica socrática. Es más
necesario confrontarlos al nivel de las ideas que al nivel corporal. Tal vez
sea la tarea del filósofo, y sólo de él, comprender la estructura de sus
razonamientos, una tarea similar a la que cumplen los “arquitectos” en Inception, que son los que diseñan la
estructura de los sueños del paciente. El filósofo tendría que identificar los puntos
de asentamiento y de deslizamiento de sus razonamientos, determinar los
centros, ahí donde sus declaraciones sólo parecen remitirnos a las ramas
dispersas de sus ideales, y atacar sobre las inconsistencias, debilitarlos ahí
donde han erigido todas sus barricadas de resistencia. Es posible que esto sea
un importante postulado o la más grande tontería, pero en realidad no es tan
disparatado si se recuerda la tarea de partero que se le atribuía a Sócrates, quien
con sus preguntas limaba la pared de las ideas establecidas para que fuera
posible dar a luz un nuevo conocimiento, una nueva forma de ver y escuchar.
Krishnamurti
cuestionaba si es el pensador el que da vida al pensamiento, o es el
pensamiento el que otorga existencia al pensador. En el final siempre abogaba
por lo segundo, y es por ello el precursor de un pensamiento inalámbrico en su
fase más desarrollada. “Cuando el pensamiento se da cuenta de sus limitaciones,
y de que todos sus movimientos se producen dentro del tiempo, el pensador se
vuelve completamente silencioso”[6].
El pensamiento y el pensador están limitados, puede que logren expandirse desde
sus ataduras, pero permanecen sujetos a ese poste que son sus experiencias, sus
creencias. La mente terrorista es el caso más grave de sujeción al poste de las
creencias, ideas-parásitos, lo que en occidente se designa como fundamentalismo
(ultranacionalismos, religiones inflexibles, severa distorsión de las creencias
religiosas, etc.). Pero el fundamentalismo debería extenderse como definición a
la sujeción extrema del individuo a sus ideas, sean estas liberales,
neo-marxistas, provenientes del islamismo, socialistas o anárquicas. Es una
tontería pensar que la mente fundamentalista se encarna únicamente en los que
tienen apariencia de Osama Bin Laden. En realidad ellos están entre nosotros, sin
importar el credo o la nacionalidad se configuran como tales según la dureza o
la flexibilidad de sus ideas en una toma de decisiones. En el caso concreto del
terrorismo, la naturaleza de la mente terrorista es lo que se debería comprender,
y no elegir la satanización de una figura o un rostro circunstancial que sería
el “radicalmente otro”. En el artículo “El final de un capítulo”, el analista
libanés George Chaya realiza la siguiente lectura: “nada acabó con la muerte de
Bin Laden, toda vez que, a diez años de la guerra Al Qaeda es hoy más fuerte
que cuando ejecutó los atentados del 11 de septiembre de 2001. […] Él ya no
está, pero su ideología seguirá generando y produciendo nuevos líderes en sus
respectivos movimientos. Esto es así, puesto que Al Qaeda es vista como una
organización central por los integristas en todo el mundo árabe-islámico, donde
la mayoría de los grupos militantes ve en ella el centro de gravedad de sus
ideas”[7].
En vista de esta realidad, tal vez la filosofía sea después de todo, y en
despecho de su publicitada caducidad, el arma más poderosa que queda para
esgrimir contra la mente terrorista.
[1] Para ver
el ejemplo de una postura que se contenta con reducir la cuestión a una insania
mental, léase la nota “Podemos estar tranquilos: Anders Behring Breivik está loco”,
disponible en http://blogs.elpais.com/aguas-internacionales/2011/07/podemos-estar-tranquilos-anders-behring-breivik-esta-loco.html.
[2]
Ver Diario EL COMERCIO
en la red: http://www.elcomercio.com/mundo/Centro-psiquiatrico-Breivik-conocera-sentencia_0_758924114.html
[3]
Extraído de la web CUBA DEBATE
Contra el terrorismo mediático. Disponible en: http://www.cubadebate.cu/noticias/2011/07/24/el-manifiesto-de-breivik/
[4] Ramón Lobo, “Podemos estar
tranquilos: Anders Behring Breivik está loco”, disponible en http://blogs.elpais.com/aguas-internacionales/2011/07/podemos-estar-tranquilos-anders-behring-breivik-esta-loco.html.
[5] La
periodista Isabel Mercado comenta que lo primero que se dijo del noruego es que
era un desquiciado, y ella, economizando en pensamiento, se apresura en
dictaminar: “sin duda lo está”. (Página Siete, Ideas N° 64, domingo 7 de
agosto, 2011).
[6]
Jiddú Krishnamurti, Tradición y
revolución. Ed Sirio, Argentina, p. 298.
[7]
La Razón, Animal Político, 29 de mayo del 2011.
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