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miércoles, 7 de noviembre de 2012

POSIBLES ANTÍDOTOS A LA MENTE TERRORISTA PENSANTE


Jorge Luna Ortuño – Martes 9 de octubre 2012
Un análisis que es, en el fondo, la presentación de un modo de pensar inalámbrico



Después del nefasto 11/9, el más atroz acto de terrorismo que conoció el mundo se produjo el  22 de julio del 2011 en la ciudad de Oslo, día en el que el noruego de 34 años Anders Behring Breivik hizo explotar una bomba junto a la Sede del Gobierno –provocando la muerte de ocho personas–. Habiendo logrado su cometido tuvo todavía la frialdad para dirigirse a la Isla de Uteya, donde disparó casi durante media hora a mansalva a cientos de jóvenes que se reunían en una acampada veraniega, hasta que las autoridades policiales lograron detenerlo. Sumaron en total 93 el número de víctimas mortales, además de centenas de heridos. Poco después haría conocer a la prensa, a través de su abogado, que consideraba crueles sus actos, “pero completamente necesarios”. Además que estaba "un poco sorprendido" de que su matanza, "planeada durante años", saliese tal y como la había planeado, pues contaba con que la policía le detuviese antes. Un dato importante es que pocas horas antes del doble atentado, subió a la red un manifiesto de 1518 páginas, escrito en inglés y titulado “2083: una declaración europea de independencia” – firmado con el seudónimo “Andrew Berwick”. 

Esto evidenció que el tipo no era simplemente un “loco”[1], en el sentido clínico, tampoco un estúpido (de hecho era un lector empedernido que cultivaba el hábito de escribir sus pensamientos), pero tenía una obsesión, había algo que lo atormentaba, una responsabilidad más grande que su resistencia, tal vez el aguijoneo de “un llamado divino”, y la posesión de unas ideas que lo sobrepasaron. En ese manifiesto se encuentran una serie de posiciones radicalistas que sustentaban la necesidad de sus actos, y le sirve para calificarse como “cazador de marxistas”. (“Me etiquetarán como el monstruo (nazi) más grande desde la Segunda Guerra Mundial”). En realidad después la opinión pública lo catalogó como “extremista”, “islamofóbico” y “ultraderechista”, pero estas etiquetas no terminaban de explicar nada, y es que las etiquetas sirven para dar una idea, pero no son de utilidad cuando se quiere avanzar en la comprensión de un fenómeno. En todo caso, Anders Behring no era un simple idiota –insistamos en ello– pues, por decir algo, supo encubrir hasta el último momento su posición radicalmente contraria al discurso de su gobierno, a las políticas en torno a la inmigración en su país, y planeó estratégicamente un ataque. Él decía que su acción era parte de una obra, y serviría para hacer notar que Noruega perdió el rumbo por sus “flaquezas liberales”, pues le disgustaba la pasividad de los políticos ante la islamización de Europa. El texto dio la impresión de haber sido terminado apenas unas horas antes del comienzo de su doble ataque, donde marca un límite: “La lucha contra las élites multiculturales en Europa no debería ser superior a 45.000 muertos y un millón de heridos”.


El viernes 24 de julio del presente año se conoció que una corte de Oslo lo condenó a 21 años en prisión, que es la sentencia máxima existente en ese país. La sentencia es con “detención preventiva,” lo que quiere decir que puede ser extendida si se considera que Breivik es aún peligroso para la vida en sociedad. La juez Wenche Elisabeth Arntzen, presidiendo la corte, leyó el veredicto formulado por ella misma y otros cuatro jueces, dictaminando que el acusado actuó con conciencia de sus actos, y no por una crisis psicótica tal como la fiscalía había alegado. Como la culpabilidad de Breivik no estaba en duda, el tema central del juicio había sido su salud mental. En un cambio de roles poco común, la fiscalía pidió que Breivik fuera internado en un asilo psiquiátrico, mientras que la defensa pidió que su cliente sea reconocido mentalmente sano, es decir, penalmente responsable. Probablemente se debió a que Breivik había dicho en el pasado que ser condenado al manicomio sería “lo peor que le podría ocurrir”, de modo que hizo todo lo posible por demostrar su cordura. Además, impedía así que se reste importancia a la consistencia de sus creencias políticas. Por tanto se declaró no culpable y pidió su absolución, afirmando haber cometido los ataques para proteger al país de la “invasión musulmana”, explicando que atacó a los laboristas por su política de inmigración favorable al multiculturalismo[2]. Siguiendo la línea de la “Orden Militar y Tribunal Penal Europeo-los Caballeros Templarios”, que inició junto a otras ocho personas en Londres en 2002, el autoproclamado miliciano anti-musulmán había escrito su objetivo en aquel manifiesto: “una guerra preventiva contra los regímenes culturalmente marxistas/multiculturales de Europa” para “rechazar, vencer o debilitar la invasión/colonización islámica en curso, para tener una ventaja estratégica en una guerra inevitable antes que la amenaza se materialice”. “El tiempo del diálogo ya pasó. Dimos una oportunidad a la paz. La hora de la resistencia armada sonó”[3].


No es descabellado que en medio de este análisis intentemos relacionar el fenómeno Breivik –que se presenta como “comendador de los caballeros justicieros”–, con algunas últimas películas hollywoodenses que tratan el tema, para intentar profundizar nuestra comprensión de la “mente terrorista”. Desde que el mismo pensamiento es producción de imágenes, ¿acaso no estamos forzados a pensar nuestro tiempo con el cine de por medio? Bueno, nos bastarán tres casos, primero el thriller psicológico Inthinkable (2010), dirigido por Gregory Jordan, y después dos de las últimas propuestas de Christopher Nolan: Batman The Dark Knight (2008) e Inception (2010).



Inthinkable se centra en la polémica que provocan los crueles métodos de interrogación que se utilizan al tratar con un terrorista que amenaza la seguridad nacional. El terrorista interrogado, víctima a su vez, se llama Steve Arthur Younger (Martin Sheen), y la historia pasa por saber si el torturador llamado “H” (Samuel Jackson) podrá quebrarlo mentalmente, romper sus líneas de resistencia al dolor, y hacerle confesar dónde ha colocado las tres bombas nucleares. Se establece una pugna mental entre ambos para ver hasta dónde está dispuesto a llegar cada uno. Lo curioso es que incluso a nivel de los métodos ilegales de interrogación que utiliza aquel departamento de seguridad, no puede superarse la imagen arbórea del cerebro, y entonces todo su empeño consiste en cortar en su mente las ramificaciones, los cables secundarios, hasta encontrar un tallo central, y llegar a las raíces, que al ser atacadas, se supone, lograrán quebrar al interrogado y por tanto dejarlo a merced de sus órdenes. Pero “H” utiliza como estrategia infligirle dolor físico, atacar dedos, uñas y otras barbaridades, no entendiendo el hecho de que la verdadera fortaleza del interrogado proviene de las creencias que cultiva en su mente, es decir, del cable o el conjunto de cables imaginarios que lo unen a un cuerpo de ideas cristalizado, y que lo mantienen firme en su propósito. Los paralelos que se pueden hacer entre el personaje ficticio Steve Arthur Younger y el noruego Anders Behring Breivik son varios, pero hay uno que es descollante: ninguno de los dos entra como un guante en los estereotipos de la figura “terrorista”, no tienen ni barba ni turbante, no son musulmanes ni hablan en idiomas incomprensibles para un occidental. “Breivik es blanco, rubio y cristiano. Pasea por las mismas calles, compra las mismas marcas de ropa, acude a los mismos colegios. Es blanco, de esos que llaman de raza pura. Esa cercanía preocupa, conmociona a una sociedad europea que se encuentra en un laberinto: necesidad de inmigrantes (menor con la crisis; sin trabajo, vienen menos y se van más) y rechazo a la multiculturalidad, un rechazo mutuo, del que está y del que llega”[4]. En pocas palabras, ellos son de nuestro bando. En el caso de Steve Arthur Younger, él es un ciudadano americano, padre de dos hijos, que sirvió para la milicia de USA, pero es un creyente musulmán y decide, en nombre de Alá y Mahoma, seguir su lucha contra las políticas del gobierno norteamericano, autobautizándose Yusuf Atta Mohammed. En el fondo, lo que les dice a sus compatriotas es el grito de un musulmán: “mírense a ustedes mismos, con su moral de papel, me tratan como a un monstruo pero en realidad los monstruos son ustedes. Se ponen a llorar por cincuenta víctimas en una explosión, pero esa es la cantidad de gente que su gobierno asesina afuera cada día”.


En cuanto a la referencia a Batman The Dark Knight, debemos recordar al Guasón, que no es más que una máscara pensante, un ser sin rostro, sin referencias, imposible identificarlo y por tanto controlarlo. Tal vez Nolan nos quiere decir lo mismo, no importa el color de la piel, ni la forma de vestir, ni la nacionalidad, el terrorismo es una existencia mental que supera las fronteras. Tanto el terrorista noruego como Steve Arthur Yunger y el Guasón son algo más que lunáticos con ideas, son fanáticos de sus creencias, y si escucharan a Nietzsche sabrían que la debacle del ser intelectual inicia cuando cree en lo que piensa. Esto quiere decir que su enfermedad no es la locura, sino la rigidez, la dureza anormal con la que ligan sus actos a sus creencias. Las creencias son lo más peligroso para la mente, se convierten en motores y en brújulas, lo sabía muy bien Einstein cuando escribió su libro “Mis creencias”, horrorizado ante la bomba nuclear, queriendo establecer pautas éticas para la investigación científica; y lo sabía también Hitler cuando escribió ¨Mi lucha”, asentando así la tierra para el árbol tenebroso que plantó en su mente. Los fanáticos siempre han tenido necesidad de manifiestos. Pero se nota además que todos ellos dan la apariencia de ser dueños de sí mismos, nadie puede manipularlos ni doblegarlos, están por encima de todos los valores consensuados, establecen sus propias reglas, sus fines valen más que su propia vida, y es gracias a que encuentran en sus creencias el único centro que necesitan, el cable a tierra que impide que se conviertan en dementes.


Esta extrema independencia respecto de todo lo establecido hace posible que existan tipos como, por ejemplo, James Holmes (un joven americano de 24 años), el delincuente que el pasado 21 de julio disparó a mansalva, dentro de un cine, a los espectadores que asistieron al estreno de Batman The Dark Knight Rises (2012) en un barrio de Denver, Colorado. Según se supo iba vestido de negro y usaba un chaleco antibalas y una máscara anti-gas, parecido al de Bane, acorde a la versión de los testigos; además, estaba armado con un rifle de asalto y tres pistolas. El saldo fueron 12 muertos y 59 heridos. Cae por su propio peso la pregunta: ¿debería censurarse la producción del cine de acción de Hollywood? Después de todo, con el pretexto del entretenimiento ¿qué ideas están metiendo en las cabezas de los espectadores, qué viejos miedos se reviven y qué nuevas paranoias se instalan? En el último capítulo de la saga de Batman, Nolan gasta un presupuesto millonario para mostrar cómo el villano Bane lidera a un grupo de asesinos que ejecuta un terrible ataque con explosivos en un estadio de fútbol, y en medio de un partido colmado de espectadores y autoridades. ¿Hasta qué punto el cineasta, en tanto que artista, deja ahí de hacer una lectura de su tiempo, de su sociedad o de su país, y prefiere imaginar la manera delincuencial más espectacular en la que se podría conmocionar a su sociedad o a su país? ¿En qué punto deberían establecerse los límites a la imaginación del director y en cual otro demarcarse sus responsabilidades, toda vez que construye un imaginario colectivo popular? Dejemos esto ahí.


Pero volvamos a la comprensión de la independencia de la mente terrorista. Es menester no conformarse con las interpretaciones reduccionistas, que se contentan con tachar a estos individuos de “desquiciados” o de “locos”[5], porque no se gana nada con equiparar la intolerancia y la xenofobia a la locura. Hay que primero reconocer que se trata de individuos que creen no tener que rendirle cuentas a nadie más que a sus dioses ocultos. Se diría que representan la imagen de Batman en Gótica, pero en reversa. Se hacen cargo de hacer cumplir aquello que ni el gobierno, ni el sistema judicial ni la ciudadanía en general no terminan de asumir. Es valorable su decisión de no esperar por nuevas políticas gubernamentales para que las cosas marchen mejor, lo inaceptable son los medios a los que recurren. Batman elige como fachada para sus operaciones clandestinas la imagen de un yuppie multimillonario llamado Bruce Wayne, personaje frívolo si los hay; sólo así puede hacer justicia por sus propias manos en las noches, aliándose con figuras claves de las fuerzas del orden. Algo similar, pero en reversa, pensó Anders Behring Breivik, que en el otoño del 2009, en su incendiario manifiesto, escribió que entraba a una nueva fase en su proyecto, relatando que fundó una empresa minera y abrió una pequeña granja para utilizarlas como “cobertura” para sus compras de productos explosivos. “Ahora tengo que comprar legalmente un fusil semiautomático y una (pistola) Glock”, redactó en septiembre de 2010, dos armas para las que obtuvo una licencia, según la prensa noruega. En cada detalle se reconoce los movimientos de una mente estratega, inteligente, como la del Guasón en la película de Nolan.


El otro punto en común entre las mentes terroristas pensantes es que una vez que han efectuado su ataque, no intentan escapar, de hecho se entregan sin oponer resistencia. Por ejemplo, Steven Arthur Yunger se entrega en un Centro Comercial en Phoenix, quedándose parado por horas frente a una cámara de seguridad en un shopping. Anders Behring “esperaba que lo detuvieran antes”, pero cumplió su cometido también gracias a la incompetencia de la policía noruega. ¿Por qué ni siquiera les interesa escapar? Porque el acto terrorista es simplemente la parte del espectáculo, la intervención traumática de una escena, pero lo que realmente quieren es que los atentados sirvan para poner en el tapete el fuego de sus creencias. Se toman en serio sus ideas. En Inthinkable el torturador amenaza al terrorista: “todo hombre, sin importar cuán fuerte sea, se miente a sí mismo sobre algo. Encontraré tu mentira y te romperé”. Intenta mostrarle que la única autoridad que respeta es él mismo, que nada lo detendrá, no tendrá ningún remordimiento ni asco físico en despedazarlo. Se confrontan así dos seres que aparentan ser inalámbricos, pues no están atados a nada externo, más que a sus convicciones, enraizadas en viejas creencias propias. Pero nada bueno sale de ahí, como se verá en el final, pues ambos están demasiado sujetos a unas ideas que perdieron flexibilidad, mientras que ser libre o inalámbrico es ante todo tener libertad respecto de la propia manera de pensar, ser  capaz de variar o de pensar diferente cuando una situación lo amerita.



Tal vez el mismo Christopher Nolan nos haya proporcionado una alternativa de solución para tratar con las mentes terroristas en el argumento de Inception. Se explica ahí que el parásito más difícil de extirpar no es ningún microorganismo, sino las ideas. “Una idea es resistente, altamente contagiosa, y una vez que se ha apoderado del cerebro es casi imposible erradicarla”. La trama de la película consiste en que las ideas se pueden robar, y eso se logra en el estado del sueño, cuando las defensas están bajas y los pensamientos son susceptibles de robo. A eso se le llama “extracción” (inception), y los protagonistas de la historia serán los extractores que deben apoderarse de una idea que vale millones de dólares. La mente terrorista no piensa con conceptos, lo hace por medio de ideas-parásito, que se quedaron enraizadas en algún lugar de sus cerebros. Es por ello que, pese a su aparente autosuficiencia y a su libertad extrema, en realidad los terroristas pensantes son los mayores esclavos, pues son sirvientes de una o dos ideas que les fueron contagiadas. Se nos ocurre entonces que la mejor manera de lidiar con ellos no debe consistir en tentar los límites de su resistencia al dolor, sino en la manipulación a nivel mental, extracciones, pequeñas lobotomías, o incluso ejercicios de dialéctica socrática. Es más necesario confrontarlos al nivel de las ideas que al nivel corporal. Tal vez sea la tarea del filósofo, y sólo de él, comprender la estructura de sus razonamientos, una tarea similar a la que cumplen los “arquitectos” en Inception, que son los que diseñan la estructura de los sueños del paciente. El filósofo tendría que identificar los puntos de asentamiento y de deslizamiento de sus razonamientos, determinar los centros, ahí donde sus declaraciones sólo parecen remitirnos a las ramas dispersas de sus ideales, y atacar sobre las inconsistencias, debilitarlos ahí donde han erigido todas sus barricadas de resistencia. Es posible que esto sea un importante postulado o la más grande tontería, pero en realidad no es tan disparatado si se recuerda la tarea de partero que se le atribuía a Sócrates, quien con sus preguntas limaba la pared de las ideas establecidas para que fuera posible dar a luz un nuevo conocimiento, una nueva forma de ver y escuchar.


Krishnamurti cuestionaba si es el pensador el que da vida al pensamiento, o es el pensamiento el que otorga existencia al pensador. En el final siempre abogaba por lo segundo, y es por ello el precursor de un pensamiento inalámbrico en su fase más desarrollada. “Cuando el pensamiento se da cuenta de sus limitaciones, y de que todos sus movimientos se producen dentro del tiempo, el pensador se vuelve completamente silencioso”[6]. El pensamiento y el pensador están limitados, puede que logren expandirse desde sus ataduras, pero permanecen sujetos a ese poste que son sus experiencias, sus creencias. La mente terrorista es el caso más grave de sujeción al poste de las creencias, ideas-parásitos, lo que en occidente se designa como fundamentalismo (ultranacionalismos, religiones inflexibles, severa distorsión de las creencias religiosas, etc.). Pero el fundamentalismo debería extenderse como definición a la sujeción extrema del individuo a sus ideas, sean estas liberales, neo-marxistas, provenientes del islamismo, socialistas o anárquicas. Es una tontería pensar que la mente fundamentalista se encarna únicamente en los que tienen apariencia de Osama Bin Laden. En realidad ellos están entre nosotros, sin importar el credo o la nacionalidad se configuran como tales según la dureza o la flexibilidad de sus ideas en una toma de decisiones. En el caso concreto del terrorismo, la naturaleza de la mente terrorista es lo que se debería comprender, y no elegir la satanización de una figura o un rostro circunstancial que sería el “radicalmente otro”. En el artículo “El final de un capítulo”, el analista libanés George Chaya realiza la siguiente lectura: “nada acabó con la muerte de Bin Laden, toda vez que, a diez años de la guerra Al Qaeda es hoy más fuerte que cuando ejecutó los atentados del 11 de septiembre de 2001. […] Él ya no está, pero su ideología seguirá generando y produciendo nuevos líderes en sus respectivos movimientos. Esto es así, puesto que Al Qaeda es vista como una organización central por los integristas en todo el mundo árabe-islámico, donde la mayoría de los grupos militantes ve en ella el centro de gravedad de sus ideas”[7]. En vista de esta realidad, tal vez la filosofía sea después de todo, y en despecho de su publicitada caducidad, el arma más poderosa que queda para esgrimir contra la mente terrorista.






[1] Para ver el ejemplo de una postura que se contenta con reducir la cuestión a una insania mental, léase la nota “Podemos estar tranquilos: Anders Behring Breivik está loco”, disponible en http://blogs.elpais.com/aguas-internacionales/2011/07/podemos-estar-tranquilos-anders-behring-breivik-esta-loco.html.
[3] Extraído de la web CUBA DEBATE Contra el terrorismo mediático. Disponible en: http://www.cubadebate.cu/noticias/2011/07/24/el-manifiesto-de-breivik/

[4] Ramón Lobo, “Podemos estar tranquilos: Anders Behring Breivik está loco”, disponible en http://blogs.elpais.com/aguas-internacionales/2011/07/podemos-estar-tranquilos-anders-behring-breivik-esta-loco.html.

[5] La periodista Isabel Mercado comenta que lo primero que se dijo del noruego es que era un desquiciado, y ella, economizando en pensamiento, se apresura en dictaminar: “sin duda lo está”. (Página Siete, Ideas N° 64, domingo 7 de agosto, 2011).

[6] Jiddú Krishnamurti, Tradición y revolución. Ed Sirio, Argentina, p. 298.
[7] La Razón, Animal Político, 29 de mayo del 2011.

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