Un texto que funciona
como lectura de una película a partir de otras
The adjustment bureau (2011), inspirada en un cuento de Phillip Dick, y traducida
para Latinoamérica como Los agentes del
destino, explora levemente algunos temas filosóficos como el bien y el mal,
la subjetividad, el libre albedrío, la causalidad, lo contingente y lo
necesario... Critica la esterilidad de la vida cuando ciertas mentalidades la
convierten en un asunto de hábitos y rutinas confortables, mientras reivindica
a los seres imprevisibles, impulsivos a veces, y espontáneos que intentan
restaurarle un aire de novedad y de locura a la experiencia cotidiana de la
vida en el mundo capitalista de hoy. El director debutante George Nolfi nos
presenta un inicio digno de un thriller de suspenso-horror, pero termina
conformándose con la exitosa receta hollywoodense de las historias de amores
imposibles. En esto no está lejos de la mediocre saga Crepúsculo, donde se monta toda una batalla entre vampiros
(descafeinados) y hombres-lobo, pero sólo como pretexto para contar la historia
de amor conflictiva entre Isabella y Edward. En Los agentes del destino la pareja de turno está compuesta por el
siempre ameno Matt Damon y la sensual Emily Blunt, siendo su relación el
soporte de la película. El título es engañoso puesto que la oficina de ajustes y
los mismos agentes no pasan de ser un elemento decorativo en la trama; más
apropiado hubiera sido titularla: “Amor a toda costa”, “Dos contra el destino”,
o algo por ahí… Finalmente, por la idea que le sirve de trasfondo, la de unos
entes que manipulan secretamente las mentes humanas, sentimos la tentación de
conectarla con otras cintas que podrían considerarse sus predecesoras: El embajador del miedo (2004), El show de Truman (1998), El eterno resplandor de una mente sin
recuerdos (2004), la trilogía Matrix
(1999), Vanilla Sky (2001), El abogado del diablo (1997), La Firma (1993), Destino final (2000), El origen (2009), y hasta El resultado del amor (2007), de Eliseo
Subiela, entre las que nos vienen primero a la mente.
I
La idea inicial es auspiciosa: un departamento secreto se
encarga de monitorear las acciones y controlar las mentes de los seres humanos
en función de un destino prefabricado, pero dejándoles creer que toman
libremente sus decisiones. Inducimos que existe una especie de ideología
dominante en el sentido de un tejido invisible que preforma la experiencia de
la realidad; algo que no se sabe que no se sabe. Los oficiales secretos son los
encargados de controlar, mediante ciertos ajustes, que nadie logre pensar por
fuera de esa ideología o ese diseño mental. ¡Qué idea opresiva! Aquí la
película nos recuerda a otras donde –a mayor o menor escala– se intenta
explicar al mundo moderno a partir de teorías de la conspiración. Es así que en
la primera media hora se lanza una idea paranoica que podría presentarse como
“el último horror”, aunque no sea novedosa, puesto que ya está presente desde
los años 50, siendo la gran amenaza del comunismo; nos referimos a la
posibilidad de manipular la mente humana mediante un lavado de cerebro. Según
Slavoj Zizek[1], la
película de la Guerra Fría que mejor lleva ésta idea a la pantalla es The Manchurian Candidate, con Frank
Sinatra, donde un funcionario americano, capturado por los norcoreanos en la
guerra de Corea,
sufre un lavado de cerebro que lo convierte en un asesino a
merced de órdenes externas sin que él sea consciente de ello. Luego, en El embajador del miedo, la nueva versión
con Denzel Washington, la idea es adaptada a los tiempos del capitalismo tardío
y de la democracia liberal; aquí el lavado de cerebro se le ha realizado clandestinamente
a todo un pelotón del ejército de los EEUU durante la Guerra del Golfo en
Kuwait. Detrás de esto se encuentra un inescrupuloso científico sudafricano
que, financiado por la Compañía Manchurian Global, una gigantesca
transnacional, realiza una serie de experimentos de manipulación mental; años
después, las cabezas de esta Compañía lograrán que uno de estos soldados
“teledirigidos”, el más condecorado del pelotón, llegue al Congreso como
Senador, facilitándose así la firma de diversos contratos multimillonarios.
Ésta era la idea que parecía retomarse en Los
agentes del destino, y que le hubiera prevenido de caer en varias de las
inconsistencias que sufre al final.
II
La historia se mueve al menos en dos planos que se
entrecruzan: Uno es el que forma la pareja “inconvenientemente enamorada”,
David Norris –candidato a Senador– y Elise Sellas –una talentosa bailarina
profesional. El otro es el que perfilan escasamente los misteriosos hombres de
miradas serias y sombreros elegantes, entidades omnipresentes que no se sabe
bien quiénes son, pero que parecen estar al tanto de todo; se infiere que son
seres sobrenaturales de otra dimensión que obedecen a una inteligencia
superior; o quizás sean agentes contratados por una poderosa transnacional
(como la Manchurian); ¿tal vez ángeles guardianes? (como en Angel-A de Luc Benson), o por último
funcionarios de una oficina de escasos recursos, puesto que se movilizan o bien
a pie, o bien corriendo por la enorme ciudad de Nueva York; además no cuentan
ni con una pistolita, visten medianamente bien, y al igual que cualquier ser
humano, pueden quedarse dormidos en la banca de un parque cuando la falta de
horas de sueño les cobra factura. Así le sucede al agente Harry Mitchell, el
encargado de seguirle los pasos a David Norris; después él mismo explicará que
no son ángeles sino “oficiales de caso que viven más que los humanos”, y son los
encargados de controlar que nadie se salga del “Plan” o el destino que una
entidad superior (El Presidente) ha escrito. Una mínima variación en cierto
lugar en lo planificado, podría provocar un efecto dominó de consecuencias
lamentables en otra parte, una especie de “efecto mariposa”. Ahora, los oficiales
no saben en qué consiste “el Plan”, son burócratas que se limitan a hacer su
trabajo. Por su función nos recuerdan un poco al agente Schmitt y sus
acompañantes en Matrix, los cuales
podían asumir cualquier forma humana dentro del mundo virtual; también
relacionamos con los vigilantes del cuento de Stephen King “Hampones con
chaquetas amarillas”, seres atemorizantes que rondaban por el pueblo a la caza
de unos prófugos a los que debían robarles sus pensamientos. La diferencia
radica en que los “agentes del destino” resultan ser al final mucho menos
inteligentes y temibles de lo pensado, son algo así como una mezcla entre
villanos medio tontos y vigilantes versión Disney.
Un día cualquiera, David Norris llega a su oficina para
participar de una reunión. Distraído en sus cavilaciones, no observa que las
pocas personas con las que se cruza en el edificio han sido congeladas. Al
entrar a la sala de reuniones se encuentra con una imagen desconcertante:
Charlie, su socio, yace petrificado en un costado, mientras unos sujetos le
están “recalibrando” el cerebro. Es obvio que ha presenciado algo que no estaba
en el guión, es una experiencia similar a la de Truman Burbank[2]
cuando la farsa en el supuesto ascensor de un Banco le hace descubrir que todo
lo que conoce como su vida es una actuación que lo rodea, y que dicho Banco no
es más que una escenografía. La variación en Los agentes del destino es que el show no es alrededor de una
persona, sino que la vida de todo el planeta es un show dirigido y editado por
seres sobrenaturales.
Luego David irá descubriendo que estas intervenciones se
vienen haciendo desde hace siglos para administrar el libre albedrío de la
humanidad, demasiado inmadura, demasiado humana. También tomará consciencia de
que la única anomalía es él, puesto que al no renunciar a la mujer que ha
cautivado su corazón –tal como se lo ordenan los oficiales– está cuestionando
los designios de todo un “Plan” que debe respetarse doctrinalmente. El oficial
Richardson le explica lo que pasó:
“No es tu culpa. Tu camino por el
mundo debió haberse ajustado esta mañana. Se suponía que tenías que haber
derramado tu café cuando entraste al parque; te habrías ido a cambiar y
hubieras perdido el tren, y no nos hubieras visto. A esto le llamamos “un
ajuste”. Verás: a veces cuando alguien derrama su café, o el internet falla, o
no encuentras las llaves en su lugar…, la gente cree que es accidental. A veces
lo es, a veces somos nosotros arreando a la gente de vuelta al Plan. A veces
cuando arrear no es suficiente, la administración autoriza una recalibración.
Llamamos a nuestro equipo de intervención y ellos hacen que cambies tu manera
de pensar, como hicimos con tu amigo Charlie”.
Una “recalibración” sólo genera ligeros giros de
razonamiento en las personas –explica Harry–, no afecta las emociones ni el
carácter porque sería “muy intrusivo”. Lo más temible es que, en un caso
extremo, te practiquen una lobotomía, es decir, borren las memorias de tu
cerebro. Esa es la amenaza que afronta David. Análogamente, en El embajador del miedo, gracias a
experimentaciones en el campo de la biogenética, el Dr. Atticus Noyle
contrarresta ciertos efectos de la posguerra en ex combatientes de la Guerra
del Golfo “implantando memoria o ajustando las conexiones sinápticas”,
liberándolos así “de la temible carga de un pasado comprometido
emocionalmente”. Reprogramación, o el
cerebro como ordenador. Operación de reiniciado. RESET. En El eterno resplandor de una mente sin recuerdos se ofrece esta
salida como cura contra el dolor de las decepciones amorosas para vivir de
nuevo el presente: a Joel le borran de su memoria todos los recuerdos de su
tumultuosa relación con su ex novia Clementine (Kate Winslet).
Escena de la película "Eterno resplandor de una mente sin recuerdos" |
III
Pero desde que David conoce a Elise, una serie de
anomalías y puntos de inflexión comienzan a dispararse. Richardson no entiende,
todo sale mal en ese caso, algo pasa, el azar comienza a cobrar protagonismo,
hay una fuerza que los vuelve a encontrar inevitablemente, David y Elise
comienzan a hacer por su cuenta cosas que normalmente no harían, y el mismo
agente Harry, que confronta remordimientos interiores por la naturaleza de su
trabajo, los ayuda a ocultas. La anomalía es todo aquello que no se veía venir,
lo que sale del patrón de conducta de una persona, lo imprevisto, lo que no
estaba anotado en los cuadernos de control. La anomalía es al amor. Avanza la
historia y da la sensación de que no son los dos enamorados los que actúan en
contra del destino fijado, sino que son los mismos agentes los que lo están
obstaculizando. ¿Qué otra cosa es el destino si no es el puente que cada uno
traza hacia la persona que ama?
Por eso es tonto rivalizar lo planificado con el amor; si todo tuviera que ser tan calibrado siempre, el amor romántico nunca hubiera podido existir. Es decir, si uno tuviera que actuar siempre de la misma forma que lo ha hecho en el pasado, si siguiera los mismos patrones de acción, nunca estaría preparado para encontrarse con lo nuevo. No somos especialistas, pero sabemos que cuando se ama se hacen cosas que uno mismo no se imaginó antes poder hacer. Es justamente cuando se sale de lo rutinario que conforma lo que llamamos un “yo”, y se tiene las agallas de romper la cuerda para dar el salto, cuando se abre una posibilidad de que la persona añorada llegue a nuestras vidas. Elise es un ventarrón de aire fresco que arranca raíces por donde pasa, no es un ángel, ¡pero qué divinos problemas trae!, es una chica “peligrosa” para David –piensan los agentes– puesto que ella alimenta el lado impulsivo y no-domesticado que hay en él. En pequeñas dosis ella fue una cura, no obstante en grandes dosis podría provocar estragos. Pero la mujer no es aquello de lo que hay que cuidarse para alcanzar el propio paraíso, al contrario, ¡ella es la llave idiotas! Algo así debía gritarles David. Al final le confiesan los agentes: “no puedes estar con Elise porque ella es suficiente. Con ella ya no sentirías la necesidad de lograr todo lo que está planeado para ti”. Esa línea le puede pertenecer lo mismo a los padres, los curas o los psicoanalistas. El mensaje que nos deja la película: el amor es la anomalía que sostiene el equilibrio de la existencia. Funciona igual que las “tensintengridades” –a las que alude Peter Sloterdijk– en esas arquitecturas en las que el conjunto se aguanta por la sinergia de elementos que en el fondo no están juntos, y “las fuerzas que quieren crear el hundimiento del sistema son las que, de alguna manera, lo mantienen en pie”[3].
Por eso es tonto rivalizar lo planificado con el amor; si todo tuviera que ser tan calibrado siempre, el amor romántico nunca hubiera podido existir. Es decir, si uno tuviera que actuar siempre de la misma forma que lo ha hecho en el pasado, si siguiera los mismos patrones de acción, nunca estaría preparado para encontrarse con lo nuevo. No somos especialistas, pero sabemos que cuando se ama se hacen cosas que uno mismo no se imaginó antes poder hacer. Es justamente cuando se sale de lo rutinario que conforma lo que llamamos un “yo”, y se tiene las agallas de romper la cuerda para dar el salto, cuando se abre una posibilidad de que la persona añorada llegue a nuestras vidas. Elise es un ventarrón de aire fresco que arranca raíces por donde pasa, no es un ángel, ¡pero qué divinos problemas trae!, es una chica “peligrosa” para David –piensan los agentes– puesto que ella alimenta el lado impulsivo y no-domesticado que hay en él. En pequeñas dosis ella fue una cura, no obstante en grandes dosis podría provocar estragos. Pero la mujer no es aquello de lo que hay que cuidarse para alcanzar el propio paraíso, al contrario, ¡ella es la llave idiotas! Algo así debía gritarles David. Al final le confiesan los agentes: “no puedes estar con Elise porque ella es suficiente. Con ella ya no sentirías la necesidad de lograr todo lo que está planeado para ti”. Esa línea le puede pertenecer lo mismo a los padres, los curas o los psicoanalistas. El mensaje que nos deja la película: el amor es la anomalía que sostiene el equilibrio de la existencia. Funciona igual que las “tensintengridades” –a las que alude Peter Sloterdijk– en esas arquitecturas en las que el conjunto se aguanta por la sinergia de elementos que en el fondo no están juntos, y “las fuerzas que quieren crear el hundimiento del sistema son las que, de alguna manera, lo mantienen en pie”[3].
IV
La película es rica en la apertura que deja para
establecer conexiones con el exterior. Es muy frecuente escuchar frases como:
“las cosas siempre pasan por algo”, “eso
era lo mejor para todos”, y observaciones del tipo “qué rápido pasa el tiempo”,
“parece que los días duran ahora menos que antes”. La película toca estos temas
y nos da algunas respuestas. Pe., si sientes que el día fue muy corto, quizás
fue porque pasaste un par de horas congelado mientras unos agentes te ajustaban
tu cerebro, y tú nunca lo recordarás. Es una idea escalofriante que se pasa
medio inadvertida en el film. La verdadera discusión que despierta éste tipo de
historias tiene que ver con los peligros del uso inescrupuloso de la
biogenética, y es a nivel de temas éticos básicos. Slavoj Zizek observó ya hace
años que la principal consecuencia de los últimos descubrimientos en
biogenética es que los organismos naturales se han vuelto objetos manipulables.
En una conferencia que ofreció en
Marburgo en el año 2001, Jürgen Habermas insistió sobre sus reparos ante la manipulación
biogenética. Según él, existen dos peligros principales. Primero, estas
intervenciones borran las fronteras entre lo dado y lo espontáneo, y afectan la
manera como nos conocemos. Si un adolescente sabe que su disposición
"espontánea" (digamos, agresiva o pacífica) es el resultado de una
deliberada intervención externa de su código genético, ello socavaría la
esencia de su identidad y socavaría de paso la noción de que nuestra identidad
moral se desarrolla por medio de ese esfuerzo difícil por educar nuestras
disposiciones naturales. En última instancia, estas intervenciones biogenéticas
harían absurda la idea misma de educación. En segundo lugar, estas
intervenciones darían lugar a relaciones asimétricas entre aquellos individuos
"espontáneos" y aquellos cuyos caracteres han sido manipulados:
algunos individuos serían privilegiados "creadores" de otros.[4]
A pesar de que Zizek, también Fukuyama, alerten sobre los
peligros de que ésta manipulación haga perder su sustancia a la naturaleza
humana, que le prive de su “densidad impenetrable”, el desenlace de éstos films
nos dice que no es necesario reivindicar al sujeto cartesiano, autónomo y
reflexivo, pues al final descubriremos siempre que en el espíritu de cada ser
humano yace algo de intocable, una llama que ninguna manipulación biogenética
puede aniquilar, un espacio recóndito de libertad al que ningún poder puede
llegar. Por eso es que cuando todo parece estar completamente controlado, surge
una anomalía, que en Matrix es Neo,
en otras cintas (El Origen, El embajador
del miedo, El eterno resplandor… o Vanilla
Sky), algo falla, incluso a nivel de los sueños: saltan visiones,
recuerdos, respuestas inesperadas que rompen lo que estaba organizado. No
importa si hay que ir contra el plan del mismo Satanás, como en El abogado del diablo, lo que importa es
escaparle a la muerte, hacer lo que ella no se espera de nosotros, pues, como
Subiela señala en El resultado del amor,
la gente no muere por enfermedad, sino por aburrimiento: el tedio de las vidas
planificadas y superficiales que ya no guardan sueños es el que provoca las
enfermedades que matan en la contemporaneidad.
Jorge Luna Ortuño
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