En la era de los cafés descafeinados, del sexo sin sexo (sexo virtual) y de la política sin política, solo nos faltaba toparnos con una película como la de Crepúsculo de Catherine Hardwicke (2008): una historia de vampiros en la que no vemos vampiros por ningún lado, o al menos no en la forma que cabe esperarlos. Los amantes de otras historias como La reina de los condenados, Drácula, o Entrevista con el vampiro, le cayeron a palos a esta película por su ligereza y la manera en que han manipulado a esas fantásticas criaturas de la historia del cine. Pero creo que ese es el punto de esta saga. De una manera más sutil podríamos decir que Crepúsculo sí nos muestra vampiros, pero con un pequeño detalle: son vampiros “light”.
Como ya todos saben, la incursión en la pantalla grande de esta novela escrita por Stephenie Meyer ha gozado de un rotundo éxito; en sus primeras dos semanas en los cines recaudó más de 150 millones de dólares. Crepúsculo es la primera parte de una serie de cuatro libros de la que también han sido publicados: Luna nueva, Eclipse y Amanecer. Si bien desde su estreno ha roto récords de taquilla en los EEUU (dato que suele provocar más sospechas que certezas), ha sido también duramente criticada como la peor historia que se haya contado sobre vampiros. Incluso el escritor de terror por excelencia, Stephen King, llegó a decir de la autora que "no puede escribir nada que merezca la pena". En una entrevista reciente Meyer quiso responder a su manera a las críticas menos amables: “Las cosas se ponen más grandes, hay más aborrecedores. No se trata de los libros, todo se trata de recopilar cosas al respecto que no les agrade. Es triste ver como la sociedad recopila eso. Para mí, yo no paso el tiempo odiando cosas, ¿sabes? Eso me mata. Hay muy poco tiempo para todos, así que hay que pasarlo con amor”[i].
Nosotros nos preguntamos: ¿es posible ver en Crepúsculo algo más que un producto mediocre que ha sido bien mercadeado? ¿Es posible verla como algo más que la versión Disney de la clásica historia de vampiros? Algunos críticos de cine se quejan de que la autora decepciona a un público que esperaba que le contaran la historia de vampiros ya bien conocida, pero como se suele contarla. Nosotros diremos algo muy simple: solo decepciona si se comete el error de encasillarla en el género “películas de terror sobre vampiros”. Y es que ésta no es una historia de vampiros, sino el relato de un amor singular con tintes trágicos ya explorados en el género romántico; por esto han comparado rápidamente la relación imposible de sus protagonistas, Bella y Edward, con la de Romeo y Julieta. En este sentido, Crepúsculo es un nuevo abordaje del carácter trágico que puede rodear al amor en circunstancias especiales; el vampirismo solo sirve de pretexto para crear una imposibilidad “extrema” entre la pareja, para luego hilar algunas tensiones irreconciliables alrededor de ellos. Así conformada la idea, la autora se permite sus compensaciones, pues siendo una historia romántica, se apoya en una característica infaltable de los vampiros: la sensualidad. En este departamento la película no tiene reparos en reproducir el estilo de vida americano, desplegando los automóviles de lujo y la vestimenta “fashion” de la familia de vampiros Cullen, que incluso llegan a aparecer vestidos con vistosos trajes de beisbol. En esto no cabe duda, la historia está calibrada para ser disfrutada desde una visión “yanqui” de la vida.
Por otro lado, la historia es también producto del azar. Meyer, licenciada en literatura inglesa, cuenta que la idea de la novela surgió a partir de un sueño que tuvo. "Cuando me desperté, quería saber qué pasaba a continuación. El primer día escribí 10 páginas. Cuando lo terminé, nadie estaba más sorprendido que yo de que hubiera realmente escrito un libro entero". Quizás lo único realmente vampiresco de Crepúsculo sea la operación de extracción que realiza la autora, pues clava profundamente sus dientes en la yugular de los vampiros para extraerles casi toda su esencia, dejándoles provistos sólo de los elementos que a ella le posiblitarán crear esta historia de amor, y ajustarla a la neurosis de nuestro tiempo. De este modo es posible encontrarse con vampiros que se reflejan en los espejos, que van al colegio, que salen (casi) sin problemas a la luz del día, que no duermen en ataúdes, que experimentan remordimientos, y que pueden vivir solamente de comer carne animal, siendo que la sangre humana es “un gustito” para ellos. Sin embargo, hay que saber valorar la osadía de la autora, pues pone en acción una estrategia creadora, hace que el tema de los vampiros sea su plano, y en ese plano monta su historia. En estos tiempos marcados por las reposiciones, la redundancia y la repetición, lo que se extraña es unas mínimas dósis de creatividad.
Finalmente, el tema de ésta nueva franquicia exitosa es quizás una interesante oportunidad para repensar el problema ético de la humanidad, sobre todo en este tiempo en el que ya no existe una jerarquía estable de valores, ni un deber moral que se imponga sobre el placer. ¿Qué es lo que hace fundamentalmente diferentes a los dos enamorados de la historia? Es lo que está en su potencia, lo que pueden comer[ii]. Ellos juegan, por un lado, el papel antagónico del lobo y el cordero, dos seres vivos que técnicamente no pueden o no deberían estar juntos, ya que uno es alimento del otro. Aquí se plantea el problema ético, veamos: al comerse un cordero, el lobo afirma su cualidad positiva y natural de ser, y hasta se podría añadir que el destino natural del ser-cordero es el ser devorado. Por tanto, ¿qué habría de malo en que el lobo devore al cordero? Pero ya desde el punto de vista del cordero la cosa cambia; obviamente no desea ser devorado, pues un acto tal representaría una negación salvaje de su cualidad positiva de ser-existir; por tanto la acción del lobo debería valorarse desde esta óptica como "incorrecta", “mala”, “censurable”. Y peor aún, cuando el papel del cordero lo juega un ser humano, sólo podemos juzgar este acto como un crimen atroz. Llevando esto de vuelta al mundo de los seres humanos, si las conductas ya no se guían ni por los valores ni los ideales, ¿entonces qué es lo que puede detener a los fuertes de comerse a los menos fuertes según la escala alimenticia? La novela se atreve a proponerlo otra vez: el amor[iii]. No es el crucifijo, no es el agua bendita, no son los rezos ni la fe los que detienen a un vampiro de que devore a una mujer; es aquella atracción que el vampiro siente en la forma de amor por ella. En este punto radica el giro, el problema de Edward es que no la puede morder porque no quiere transformarla, no quiere cambiarle su vida al hacerlo. (Una vez más, es un vampiro light que se enamora de su víctima, que es además un buen ciudadano, y que sigue una dieta especial con tal de que no se altere la vida del pueblo=toda una contradicción). Así, de un modo impreciso podríamos decir que el interés de estos productos culturales, aparentemente mediocres, consiste en que pueden dibujar vagamente las contradicciones de nuestra era como en un espejo gigante. ¿Estará el problema ético de los hombres en el hecho de que piensan como vegetarianos, pero todavía viven como carnívoros? Una cosa sí, quizás la película sirva para mostrar a los adolescentes que el mundo se desmorona porque los hombres mismos son los vampiros del hombre, y que el amor es una de las pocas fuerzas que lo mantienen todavía a flote.
Jorge Luna Ortuño
(Abril 2009)
[i] De una entrevista realizada por el “LA Times ” tres días antes del estreno de la película en los EEUU.
[ii] Esto es lo primero que le hace considerar Edward a Bella antes de consolidar su romance al decirle: “¿No te preocupa mi dieta?”. (“Crepúsculo”, pág. 114)
[iii] Solo falta saber ¿cómo podría enamorarse un lobo de una oveja sin tener el positivo deseo de convertirlo en su cena? “Que estúpida oveja” -dice Bella- “Y que enfermo masoquista el lobo” – le responde Edward. Sin duda tendrían que estar implicadas una cierta estupidez y locura que por lo demás siempre acompañan al amor.
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