No hay conspiración, hay historia del arte. El arte contemporáneo es exigente, en alguna medida sufre de los mismos peligros que acechaban a la historia de la filosofía, es decir, los aparatos represivos al interior de la filosofía, que dictaban una cosa así: no podrás decir nada de esto ni de lo otro mientras no hayas leído a Kant, Hegel, Platón, etcétera. Para ser contemporáneos hay que saber imbuirse plenamente de lo pasado. No es tanto volver al pasado lo que interesa, sino más bien tener sensibilidad respecto de lo que pervive del pasado en nuestro tiempo actual. Somos muy nietzscheanos en este asunto, hablaremos de lo actual en el sentido que Nietzssche le daba a lo inactual, el tiempo presente en devenir. Vivimos envueltos en medio de una complejidad de tiempos. El presente no es sólo el presente a secas. Existe también algo que llamo "el presente sumergido", son los residuos, los bloques que persisten del pasado en nuestro presente. De tanto en tanto estamos inmersos en ese tiempo, que se integra de valores, ideas, antiguas convicciones, señas que hacen también a la identidad. La nostalgia es uno de los caminos para recorrer sus praderas.
Me interesa profundizar el enfoque particular del filósofo ruso Boris Groys, utilizo sus lentes para leer a las vanguardias y su relación con el arte contemporáneo. Él habla de una lectura del tiempo estatigráfico de la historia del arte, lo cual entiendo como la coexistencia, la actualidad de lo pasado en el presente. Se desliga de los enfques que abordan la historia del arte como si hubiera evolución lineal, o un desarrollo neo-darwiniano. En cambio, prefiere indagarlo como una parte de la historia de las ideas. Y es en esta forma que abordo a los artistas que me interesan, cruzados con los temas de interés que bordeo desde la filosofía. Bob Dylan y Baruch Spinoza, los dos judíos, tienen pues mucho que ver y explicar el uno del otro en sus propias vidas. Me interesa también Marcel Duschamp, Yves Klein, Banksy, Huai Wei Wei, Tomas Saraceno, Gyula Kocic y Narda Alvarado.
De todas las obras que he podido percibir en el catálogo del Centro Simón I. Patiño de Cochabamba, Somos artistas bolivianos (2014), la más poética, la más inocente hasta cierto punto, es la de Narda Alvarado, artista investigadora. Las acciones artísticas de Narda en extrañas y bizarras situaciones con la policía son una suerte de prolongación del performance Bartleby. Bartleby es el nombre del personaje insólito de la novela corta del mismo nombre, escrita por Hermann Melville. Presiento que la acción artística es algo multiforme en Santa Cruz, y en el país: parecen todos entenderlo de maneras muy lejanas.
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