"La inteligencia es a la intuición lo que el buzo al aviador: va a palpar al fondo de las aguas lo que aquella le señala desde el aire"
HENRI BERGON
No puedo leer la novela de Alan Castro Riveros, Aurificios, sin hacerme la imagen del estilo de juego del Barcelona F.C. en los años que lo dirigía Pep Guardiola (2008-2012). Ese merodear con sentido de belleza estética y alta técnica, con gran dominio de balón y fomentando la circulación de los flujos desde todo punto de vista. Escribiendo sobre Aurificios me posiciono como lector, comparto testimonio de una manera posible de leerlo, lo cual no significa gran cosa. Tomás Abraham escribió en alguna parte la razón de ello: "el arte de leer un libro es de los modos de expresión escrita que no se presenta a sí misma como original, sino con la modestia de una segunda versión".
Sin embargo, la sensación permanente es que Aurificios nos desborda en muchas maneras. El que lo escribe parece estar viviendo también un proceso que lo rebasa a medida que avanza. Aurificios es desborde. Es difícil entrarle a este libro para una lectura explorativa inicial, porque no tiene ni índice ni prefacio, menos un prólogo, ni muestra tampoco señales laterales para orientarse y armarse un mapa. El autor confía en que cada lector se las sepa arreglar. En verdad es un libro de planos, y si bien muchos lo son en diferentes géneros, esta sensación de estar parado frente a un pastel mil hojas es particularmente viva con Aurificios. Hay algo más: es un libro de planos superpuestos que crece como un árbol, es decir verticalmente en cuanto a la superficie. Está compuesto por 111 capítulos de distinta duración, y su estructura me recuerda las pinturas esféricas del artista y filósofo boliviano Fernando Rodríguez Casas.
Aurificios me amplió compresión del árbol, lo cual me permite avanzar en mi propio proyecto filosófico. Yo privilegiaba la imagen de los subsuelos, quizá de las minas, pero Alan se sirve del árbol por diversas razones. El aspirante a retratista del espacio nos dice: "cuando se corta un árbol se revelan las órbitas que componen el volumen de su tronco, los movimientos que han construido el grosor de su verticalidad. El árbol se expande hacia los costados. Si sólo fuera vertical no distinguiríamos nada, sólo creceríamos; si alguien nos hiciera un corte no vería el cosmos que se ha constituido en nuestra difusión geográfica [...] La consolidación de la rectitud es una expansión circular, explosiva". (p. 19).
Una escritura que se expande sin moverse del lugar. En cierta ocasión, un gran amigo que tuvimos en común, Jesús Urzagasti me dijo lo siguiente: "dentro de cada uno conviven diferentes voces, cada una de ellas puede ser un personaje, cada una pide expresarse, y tú estás de algún modo en todas ellas". Recuerdo preguntarle y cómo hacer para dejar salir todas esas voces y no caer al mismo tiempo en una especie de esquizofrenia en la vida cotidiana. Su respuesta fue algo así: "Porque tiene que haber uno que dirige, no impone, es más parecido a un mago, juega y hace jugar, ese mago eres tú". Ese malabarista que hace jugar las voces dentro de un conjunto, debe ser parte de esa búsqueda que todo escritor debe hacer por una voz propia. Alan Castro presenta su libro como un viaje de descubrimiento de sí mismo. Tiene algo que ver con la autobiografía, pero apenas da unos pasos en esa dirección inmediatamente se desmarca de ahí gracias a la ficción. ¿Pero acaso no es este un ensayo con aliento literario? ¿Una indagación a lo Macedonio Fernández donde se explora sobre las condiciones de posibilidad de la novela mientras se está haciendo una novela? No es sola y meramente un ensayo porque avanza en la forma de novela, y la novela tiene la ventaja de no estar obligada a fijar los conceptos que van saliendo de su sombrero, no necesita enmarcarlos, repetirlos, sistematizarlos ni ordenarlos a medida que avanza. Esto no descarta que el término inventado Aurificios pueda ser materia prima para la creación de un concepto filosófico. En una novela saltan gérmenes de conceptos, así como en un tratado o en un ensayo filosófico pueden encontrarse gérmenes de personajes que después la literatura sabrá servirse. Aurificios merodea, y en su camino filosofa sobre el miedo, las manos, la insubordinación... Uno de sus ejes es la investigación sobre el oro, el elemento "auri" de la ecuación; acoplamiento entre el oro y los orificios.
Aurificios es un libro sin marco. No sé si se vaya a entender muy bien esto. Con marco me refiero a encuadre, y tiene que ver con el trabajo añadido que efectúa una editorial o la casa que publica el libro. ¿Cómo lo presenta? Personalmente considero a Fernando Barrientos, de Editorial El Cuervo, como uno de los mejores editores que tiene el país. Pues bien, veamos uno de los libros más vendidos para ellos, que fue El hombre que amaba a Amy Winehouse, de Julio Barriga. No es un libro de poesía, y no es precisamente una reunión de ensayos, sino más bien de relatos autobiográficos, narrados con diferentes estilos y reuniendo sensaciones de muchos años de experiencia por la vida y el mundo cultural. El encuadre, o la manera en que se presenta ante sus posibles lectores, se apoyó bastante en la figura carismática y algo construida de su autor, Julio Barriga, como el viejo poeta bohemio que está en la banca rota y que gusta de la joda y las rondas de alcohol con puñados de amigos. Es esa especie de escritor maldito, el que da la vida por la literatura, sacrifica su propio suceso y realización por la realización dentro del mundo de las letras, que de todos modos al final le termina siendo esquiva. La carnada además que usa la editorial es titular al libro con el título de uno de los textos que contiene, quizá el más mediático, el más pop de todos: "El hombre que amaba a Amy Winehouse". Este marco tiene que ver con la estrategia comercial de ofrecimiento del libro, cuestiones que no le atañen tanto al autor y sí mucho más a los editores, en esa vena de su nombre en inglés: publishers.
En el caso de Aurificios, la editorial Gente Común, hoy ya desaparecida, se durmió, como se suelen dormir las editoriales bolivianas en su mayoría. Aurificios no tiene encuadre. Esto podría ser parte de un deseo del mismo autor, no lo sabemos. Pero al no tener ese marco, que es también la confección de una expectativa alrededor, de unas señales para orientarlo, lo que resulta es que muy poca gente lo conozca, mayormente entendidos en la literatura y/o amigos del autor, lo cual es contradictorio, puesto que por el talante ameno y hasta insolente de su interior, por lo que cuenta y el tipo de lenguaje que usa, este libro podría ser leído con goce por los sectores no literarios del país, por los trabajadores manuales, los hinchas del fútbol de diversos oficios, los lustrabotas que tienen sus puestos en la plaza, las mujeres que se reúnen para recordar historias sobre Miraflores, los conductores de colectivos y tantos otros. Yo se lo recomendaría particularmente al incipiente gremio de artistas conceptuales en el país.
Por otra parte, Aurificios es un libro cien veces más arriesgado y experimental que El hombre que amaba a Winehouse, las profundidades en las que escarba tienen una potencia más enfocada y sostenida, siendo que no es una recolección de textos sino una novela con apariencia de recopilación de textos dispersos, que en realidad están cruzados por unos ejes conectores que sólo se revelan según desde dónde se los lea. Un eje conector para mí ha sido el árbol y la unión de la verticalidad con la expansión en círculos.
Una frase me ha llevado a muchas cavilaciones: "La consolidación de la rectitud es una expansión, circular, explosiva..." (p. 19). Me ha interesado tanto porque se alinea con mis propias investigaciones en otros campos, para explicar la unión entre las categorías de lo flotante y lo subterráneo. Deleuze y Guattari plantearon la oposición árbol vs rizomas. Los rizomas podrán ser muy dignos como imagen de los movimientos de izquierda en la política, pero nada comparables con la belleza de los árboles, y su generosidad aledaña, que se descubre cuando nos dan sombra en días que el sol o la lluvia no ofrecen tregua. El árbol como figura conceptual es criticado porque representa inmovilidad, jerarquía, centralismo en torno a un tronco, fijeza en torno a unas raíces. Pero Alan Castro aborda los árboles por otra vena, encontramos una noción de verticalidad que se apoya en la expansión de los círculos. Así también parece crecer la escritura de esta novela, expandiéndose en círculos, volviendo más adelante a los mismos lugares, pero desde otra perspectiva, como si el caminante ya hubiera dado la vuelta al cerro y nos reflejara lo que ve en el mismo punto pero desde más arriba.
En fin, todavía no he llegado a dar toda la vuelta con este libro, todavía sigo atorado en uno de sus anillos, pero ya me parece enorme, poético, travieso, un goce que el escritor nos comparte. Estas son algunas notas iniciales.