Jorge Luna
Ortuño
“Nuestros señores, los Inquisidores de Estado,
tienen la obligación de hacer todo lo posible para mantener en prisión al
culpable. El culpable, que no ha prometido ser prisionero, debe hacer todo lo
que esté en sus manos para alcanzar la libertad. El derecho del inquisidor
tiene como fundamento la justicia; el del prisionero las leyes de la
naturaleza. Del mismo modo que no necesitaron de su consentimiento para
encerrarlo, el prisionero tampoco puede tener necesidad del suyo para salvarse”.
Giacomo Casanova, Mi fuga de la Prisión de Los Plomos
Haggis lector de Gilles Deleuze
Paul Haggis es un director aclamado en Hollywood, dueño de dos Oscar por Crash (2004), y además guionista de películas como Million Dollar Baby (2004). La industria del cine lo asimila, lo que no quita el hecho de que su trabajo revele una interesante veta contracultural, y algo más. En el libro que Slavoj Zizek dedica a formalizar sus divergencias con Gilles Deleuze (1925-1995) comienza con esta línea: “La medida del verdadero amor a un filósofo se reconoce cuando uno ve las huellas de sus conceptos en cualquier parte de la propia experiencia cotidiana”. Esto podría explicar lo que nos pasa al ver este film, ¿o no está demasiado a la vista?: Los próximos tres días es la obra de un lector consagrado de Deleuze. Zizek suele decir que Robert Altman, por su film Vidas cruzadas (1993), es el cineasta contemporáneo que más se presta a una “interpretación deleuziana”. Pero después de Crash, y ahora con ésta entrega, Paul Haggis nos resulta mucho más estimulante en este sentido. Él devuelve al tablero un montón de problemáticas que agitan el pensamiento del filósofo francés: 1) el devenir-imperceptible que atraviesa John, sorprendiendo a todo el aparato de la policía: nadie esperaba que un profesor de inglés, alguién lo suficientemente integrado al sistema, pudiera concebir ese plan; 2) una película de prisión ya no según la visión de las sociedades disciplinarias, sino de las sociedades de control: el reclusorio juega un papel muy secundario, nada de la vida de Lara Brennon se nos muestra, pues lo que interesa es mostrar a la ciudad, Pittsburg, como la prisión, el dispositivo de control; 3) la fuga ya no como se la piensa ordinariamente (una evasión cobarde, una negación inmoral de algo), sino como un movimiento activo que busca afirmar otro modo de vida.
En fin, un encuentro afortunado entre un cineasta y un filósofo.
Un guiño a Don Quijote
El film es también un saludo al libro de libros, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, que Cervantes escribió encerrado en una prisión de Sevilla. John pregunta en su clase mientras su espíritu se encuentra en alguna otra parte:
¿De qué trata El Quijote? ¿Podría ser acerca de cómo el pensamiento racional te destruye el alma? ¿O del triunfo de la irracionalidad y del poder que está en ella? […] ¿Y qué si elegimos existir en una realidad puramente fabricada por nosotros? ¿Eso nos convierte en dementes? Y si es así, ¿no es eso mejor que una vida de desesperanza?
Al igual que Cervantes, John tiene la necesidad vital de contarse una historia en la que su esposa se salva. Emprende una temeraria aventura humana situada en la imaginación que desborda a la realidad. Como dice Arístides Vargas de Malayerba, en relación a su gran obra de teatro “La razón blindada”: “la imaginación es el lugar al que la realidad más extrema no puede llegar, lugar donde el dolor más extremo puede ser mitigado por el acto de imaginar otra realidad. Don Quijote confunde molinos con gigantes, mujeres grises con doncellas, cárceles con paraísos, y se exilia en la sinrazón, ese extraño desorden que no hace mal a nadie pero que ayuda profundamente a vivir”. Sin embargo, John no confunde las cosas, a pesar de que lo recriminen por vivir en una “realidad fantasiosa”. En realidad él es el más realista de todos. Su imaginación gestiona un plan estratégico, toda una cartografía. Deja de ser un hombre cínico-sarcástico para convertirse en un quínico-pragmático. Siguiendo la herencia de Diogenes de Sínope, ya no tiene necesidad de creer en el mundo en el que viven los otros. Y no se limita a burlarse de la credulidad de sus semejantes, da un paso más: crea otro mundo en el cual prefiere vivir, un mundo en el que existe una esperanza para su familia. Toda una aventura que nos llama a redefinir el concepto de utopía, y que, en la era de la vigilancia y las sociedades de control, nos recuerda que la imaginación jugará un papel decisivo en la creación de nuevas formas de resistencia.
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